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Las historias secretas de Fray Tormenta, el cura-luchador ídolo en México

Gracias México por tanto, gracias México por la lucha libre.

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Un escape de la violencia, drogadicción, delincuencia juvenil, rehabilitación, sacerdocio, la fama, el dinero, acusaciones de pederastia… la vida del sacerdote Sergio Gutiérrez, más conocido como el luchador Fray Tormenta, es una piñata de sorpresas que supera la ficción.

Por: Diego Leonardo González Rodríguez // Fotos: Archivo personal de Fray Tormenta y Diego González

A primera vista el padre Sergio Gutiérrez Benítez es muy diferente a las características que se reconocen en un luchador: mide menos de 1.65, es delgado, se pinta las canas de un tono rubio y a pesar de ese detalle vanidoso, sus labios están agrietados como si fueran de tierra árida. Su oficina es una alter-ego-teca de baldosas blancas cuarteadas donde el teléfono no para de sonar. Ahí es donde se recoge Fray Tormenta. Omnipresente. Fotografías sobre el escritorio, pegadas en las paredes y los vidrios. Fray Tormenta en los llaveros. Fray Tormenta en las tarjetas de presentación. Fray Tormenta en los recortes de revista.

Gutiérrez Benítez nació el 5 de febrero de 1945 y aún mantiene la jovialidad de su espíritu. Sigue siendo un deportista, un guerrero y un líder. Es un hombre de 72 años, de esos a los que decirles viejo es una equivocación.

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I

Viacrucis.

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En un intento por huir de la violencia que se había llevado a cuatro de sus tíos, acompañó el viacrucis de su padre José Gutiérrez, se mudó a la Ciudad de México e hizo un peregrinaje por varios estados del país. En el DF estudió en medio de hostilidades: “me crié en un ambiente de patadas y trompadas”. A los 15 años tenía una pandilla compuesta por cerca de 90 miembros, considerados rebeldes sin causa que vestían chamarras de cuero con la insignia de “peace and love” y cadenas de motocicleta.

Sergio era conocido con el mote de “El Indio”, le gustaba drogarse con mariguana, hongos alucinógenos, pastillas, heroína, cocaína; también le gustaba tomar cerveza, brandy o ron. “Yo no le entré a las piedras (el crack) porque son drogas recientes que en mis tiempos no las había o no las conocíamos. Si hubieran existido también les hubiera entrado”, aclara el párroco.

“El Indio” siempre quería un toque y para conseguirlo robaba todo lo que podía de la casa de su mamá. Entonces decidió salvarse, buscó una solución terrenal en una clínica en Tlalpan. Una semana después de haber ingresado en el hospital estaba desintoxicado, pero tenía temor de recaer. Por eso pidió ayuda a un párroco que lo sacó de la casa de Dios de un jalón de orejas.

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El padre de Sergio, era carbonero, un hombre de vida dura. Aquel minero se opuso a que su hijo se convirtiera en sacerdote, pero Emilia Benítez, su madre, sabía que si su retoño no cambiaba lo único que le esperaría sería una tragedia. Ingresó a la orden de los padres Escolapios, estudió en España filosofía y en Roma teología. Regresó a México en 1970 y se especializó en Ciencias. Fue enviado como diácono al puerto de Veracruz donde trabajó junto a drogadictos, prostitutas y delincuentes, pero no fue un inicio fácil. Fue retado a pelear por ellos mismos y para ganarse el respeto de la comunidad de adictos aceptó a pesar de ir contra la voz de su conciencia.

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“Me dieron una de esas sabrosas”, dice el sacerdote haciendo un gesto de dolor que le ha traído el recuerdo. Al inicio de la riña, el diácono estaba perdiendo hasta que recordó los días en que repartía patadas, puños y cadenazos. Así logró someter a su oponente y ganarse el respeto, y hasta la amistad, de los alucinados.

Su grupo de discípulos se multiplicó como peces, en un número aproximado de 600, entre prostitutas, drogadictos y delincuentes. Aunque en aquellos tiempos aún no se había recibido de sacerdote, asegura que Dios lo había llamado de una manera indirecta para servirle a través de los drogadictos. Se le viene a la cabeza la imagen de uno de los hombres a los que no pudo ayudar. Recuerda el día en que se murió “El Pingüino” frente a él. Recuerda que no pudo contener el llanto. Recuerda que se morían de sobredosis. Recuerda que no los podía confesar.

El 26 de mayo de 1973 Gutiérrez se ordenó como sacerdote en la Capilla de La Sagrada Familia en compañía de esos hombres y mujeres a quienes ayudaba.

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Alguna vez en el atrio de la iglesia se encontró a un niño sin hogar, lo ayudó y días después tenía a cuatro más viviendo a escondidas en su oficina. No pasó mucho tiempo para que los jóvenes fueran descubiertos por el superior de Gutiérrez Benítez, quien de inmediato le llamó la atención diciéndole que: la iglesia no era ni casa hogar ni orfanatorio. Sergio dejó de lado a la comunidad de drogadictos para hacerse cargo de los huérfanos, pero para desgracia de ellos fue trasladado de Veracruz a Puebla.

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Sin importar la distancia entre los dos estados, los huérfanos emprendieron el viaje hacia la nueva estancia del cura. Lo ubicaron y llegaron a él rabiosos por el abandono. Lo volvieron a descubrir, el Obispado le anunció que no se haría cargo de la manutención de los jóvenes y por eso, pensando en mantener a los chamacos e inspirado en la película El Señor Tormenta (1962), se le ocurrió la idea de volverse luchador. Soñó con ganarse un millón de dólares en un año para así crear una ciudad de niños y dedicar su sacerdocio sólo a la protección de los infantes.

II

¡Aquí yo le parto el hocico!

Comenzó a entrenarse a diario desde las 4:00 de la madrugada y oficiaba misa a las 7:00 de la mañana. Ese fue su pan de cada día durante más de un año. Antes de su debut en 1977 ofició una misa con un incontrolable temblor de piernas y vistiendo bajo la sotana su malla de luchador. El único error que cometió en todo el proceso fue no preguntar cuánto le pagarían. Después de la lucha y frente a sus pequeños fans recibió 200 pesos, unos 14 dólares.

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Se desilusionó, pero no claudicó. Los siguientes dos años siguió luchando de incognito como Fray Tormenta y enfrentó a los mejores de la época: El Cavernario, Blue Demon y Huracán Ramírez, quien además fue el primero en descubrir la faceta de sacerdote de su compañero luchador. Hicieron un pacto de silencio pero en los camerinos ya corría el rumor de que Fray Tormenta era realmente un sacerdote. El luchador Cacique Mara arriba del ring le preguntó si era cierto que era “padrecito”. El inocente Fray Tormenta contestó afirmativamente y recibió un castigo premeditado: “si tú eres Padrecito yo soy Obispo, hijo de toda tu…”; cada golpe fue acompañado de un juicio y cada llave de una burla.

“Será sacerdote en la iglesia pero aquí yo le parto el hocico”, decían sus más acérrimos rivales. Con el tiempo los aficionados se fueron enterando del secreto y acudían a la arena llevados por el morbo: querían saber quién le partiría la cara al padrecito. Al sacerdote luchador le compusieron corridos y rancheras. Las arenas se seguían llenando con su nombre en el cartel. De esa forma llegaron los viajes a Japón, Estados Unidos y Canadá. La fama y el reconocimiento no lo hicieron perder el camino por una razón: “yo nunca busqué la fama, busqué la lana que nunca llegó”, dice el padre orgulloso.

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El dinero no llegó pero igual pudo sacar de la Casa Hogar Cachorros de Fray Tormenta a médicos, profesores, contadores, auditores, abogados, técnicos, sacerdotes y varios luchadores: el Sagrado, el Elegido, Místico, Rostro Infernal, El Chacal, Fray Tormenta Jr. El padre Sergio ha aprovechado su cercanía con los luchadores para bautizarlos, confirmarlos, asesorarlos espiritualmente, enterrarlos y casarlos. Alguna vez en una entrevista Blue Demon confesó que el luchador que peor le caía era Fray Tormenta, cuando le preguntaron el porqué atinó a responder que él lo había casado.

El sacerdote luchador sólo mezcla la sotana con la máscara cuando bendice alguna arena y únicamente posa con la máscara dorada y roja dentro de la parroquia por alguna petición periodística. “Lo que pasa es que yo respeto mucho mi sacerdocio”, dice el párroco. “La máscara es como mi vieja, es la que me da de comer”.

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III

La Confesora.

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A pesar de no mezclar su sacerdocio con la lucha, el padre Sergio sí mezcló la lucha con el sacerdocio, de ahí proviene “La Confesora”: llave japonesa que inventó el día en que se ofuscó en una aplicándola a su compañero de entrenamiento, encaramándose sobre él, cruzándole las piernas, doblándole un brazo, encajándole el codo en la columna y obligándolo a pedir piedad. “Suélteme, cabrón, no me quiere confesar”: así se le ocurrió que había creado su movimiento insignia.

Fray Tormenta es enfático al decir que “arriba del ring no hay tentaciones”. Según él, en sólo una ocasión no se resistió a la tentación de insultar a sus oponentes. El padre recuerda que en una velada estaba siendo sometido a cosquillas y raquetazos (violentas palmadas en el pecho) y fue tal su impotencia que no se resistió a insultar a sus verdugos.

Su confesión no termina cuando de inmediato empieza a revelar otro pecado. Forcejeando con el Satánico y al ver que no podía someterlo, decidió hacer un movimiento rápido: bajar una de sus manos y apretarle un cojón. Su conciencia parece de inmediato recordar una nueva revelación non sancta: “otro tampoco me quería soltar, entonces mi cola quedó en su cara y como no me quería soltar me echo un pedo. Son detalles tontos que después dices chin y nomás, si la gente olió, peor”.

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En septiembre de 1990 Juan Ortiz Cruz, conocido en las luchas profesionales como Tigre de Bengala,  denunció en el programa radial Inocente o Culpable que unos 30 niños de la Casa Hogar Cachorros de Fray Tormenta habían dicho que el sacerdote los había tocado abusivamente y que las niñas habían sido drogadas para abusar sexualmente de ellas. Tigre de Bengala acusó al sacerdote Sergio Gutiérrez Benítez de ser pederasta, violento y de traficar con menores. Al escuchar al aire la denuncia, Fray Tormenta llamó de inmediato a la estación radial y declaró que para no caer en chismes le pedía a la Procuraduría General de la República y a la autoridad competente averiguar las acusaciones y en dado caso que se le comprobara algo, asumiría la responsabilidad.

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“Vinieron trabajadores sociales y sicólogos del Gobierno Federal. Nos revisaron a todos y no encontraron nada de lo que el Tigre de Bengala había manifestado”, declaró Sergio Valladares, ex cachorro y agente del Ministerio Público, en el programa La Historia detrás del Mito de Fray Tormenta. Niño Tormenta, pupilo de Gutiérrez Benítez, asegura que el párroco “es una gran persona que ayuda a cualquiera que lo necesite y siempre está en las buenas y en las malas”. Sin embargo, en julio de 2016, el padre fue acusado penalmente de abusar sexualmente de un menor de 16 años que vivió en su casa hogar. El caso sigue abierto.

IV

La lucha eterna contra Satán.

El alter ego del sacerdote tuvo que enfrentar en el ring a varios demonios en combates infernales: Blue Demon, Hijo del Diablo, Demonio Arrieta, Satanás, Satánico y Judas. En los combates de máscara contra máscara, donde uno de los dos rivales termina revelando su identidad, logró vencer a milenarios rivales como el Hijo de Judas y al mismísimo Satán. Todos eran sus enemigos dentro del cuadrilátero. A pesar de luchar para el mismo bando celestial opina que el legendario Santo no era tan bueno, “pero tenía un ángel, que ya quisiéramos tantos”.

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Los guiones y propuestas para llevar su vida al cine fueron llegando. En 1991 el director francés Eric Duret escribió la historia de un sacerdote que decide ponerse una máscara dorada para volverse luchador profesional y así dar sustento a los niños de su orfanato. La película fue protagonizada por Jean Reno y en Francia se conoce con el título de L’ Homme au masque d’or. En 2006, Hollywood también exhibió en cartelera Nacho Libre, la vida de un sacerdote de nombre Ignacio (Jack Black) quien enfundado en un ceñido pantalón azul y calzón rojo lucha por los niños de un orfanato. “Que quede claro, Nacho Libre está tomada del sacerdote luchador, pero no Fray Tormenta, porque soy el único sacerdote luchador”, agrega Gutiérrez Benítez.

En el 2007 salió el largometraje mexicano Padre Tormenta, una producción con un argumento similar al de las cintas anteriores pero de bajo presupuesto. Sin embargo ninguna de las películas que hay sobre este luchador ha acertado en su vida porque en ninguna hablan de su drogadicción y porque él siente que no le han pagado lo justo por su personaje.

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V

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Amén: así sea.

Los Ángeles, California, fue el lugar en donde el sacerdote luchador consiguió su único título. A pesar de siempre haber trabajado para la Empresa Internacional de Lucha Libre y el Consejo Mundial de Lucha Libre, nunca alcanzó un campeonato mexicano debido a la calidad de los otros luchadores.

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El padre Gutiérrez Benítez le agradece a la lucha libre y al sacerdocio la oportunidad de haberlo dejado personificar a Fray Tormenta. Sabe que sin esas dos partes nunca hubiera llegado a ser el sacerdote luchador. Sabe que si no hubiera sido por su personaje la gente no le habría dado tanto cariño y no lo hubieran esperado afuera de las arenas para regalarle un litro de leche, un kilo de azúcar, arroz o fríjoles para sus chamacos; eso lo admite con los ojos mojados.

La santísima dualidad que convive dentro del padre Sergio sabe que la fama no es eterna. Sabe que hay que trabajar y hacer las cosas bien antes de que el cuerpo se vuelva viejo e inservible. Aunque hoy se encuentra retirado de las luchas profesionales sigue entrenando tres veces por semana, a las 4:30 de la tarde, y aunque dice no haber perdido ninguna lucha importante en la vida, piensa que la única que perderá será aquella que haga con la muerte.

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