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Adicta a un adicto de los Rolling Stones

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Con motivo de la publicación del libro 'Piedra sobre Piedra. Confesiones de un adicto a los Rolling Stones', del escritor colombiano Sandro Romero, Dary Hormiga nos presenta su versión  de una “adicta a un adicto” de la banda liderada por el emblemático Mick Jagger. 

Por: Dary Hormiga

La confesión de los adictos al reconocerse como tal suele ser dramática en el primer intento. Más que dramático, este es un manifiesto desesperado en un medio sin cabida a la humildad, pero con cierta licencia para la nostalgia enmarcada en el hecho, aún no asimilado por muchos, de que el rock ya no es el género que representa a la juventud.

Este texto es un exceso, como cuando  el rock solía serlo en su edad de oro al configurarlo entre lo mejor y lo peor del mismo,  o como cuando el adicto ingiere placentera y letalmente un poco más de su exquisita dosis. Y no hay mejores intérpretes de los excesos que los mismísimos Rolling Stones. Ellos no se detienen de rodar por el mundo anunciando recientemente sus fechas reprogramadas en Australia y Nueva Zelanda, luego de los exitosos conciertos en el continente asiático y del infortunado fallecimiento de  L'Wren Scott, novia de Mick Jagger.  

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Guste o disguste, es evidente que los Rolling Stones después de cincuenta y un años de trayectoria,  continúan tan legendarios como vigentes y, la pregunta inmediata es  ¿Cuántos fanáticos han convocado a través de los años alrededor del mundo? Creo que es incalculable. Sin embargo, es posible identificar la calidad de algunos  confesos, que van más allá de tener  una lengua jadeante en su auto o vestuario.  En lo particular conozco a un  colombiano de origen caleño, prestigioso escritor y crítico de música, cine y teatro. Tal vez  jadeante,  tal vez extremo, tal vez adicto, Sandro Romero Rey  reúne en sus distintas artes a los amores de mi vida. Desde  su experiencia y generoso campo referencial, ha  acumulado muchos textos alrededor de la banda además de, según él,   coleccionar  cada uno de los objetos y discos que  la maquinaria stoneana se inventa desde su mercadeo.  Aunque yo no le creo, porque al conocerlo como lo desconozco, debe tener lo estrictamente interesante en su criterio excepcional.

Dentro de lo que he podido contar de su literatura dedicada a los Stones, Sandro escribió en el 2004 el libro Mick Jagger. 'El Rock Suena: Piedras Trae', una dosis meticulosa de la vida del cantante. Desde entonces repartió como en una "bigger bang",  fragmentos de  sus experiencias y ficciones acerca de la banda  en cada revista que se cruzaba por su vida de autor.  El libro sobre  Mick Jagger lo perdí en una de mis mudanzas, situación que aunque lamenté mucho, establecí como abstinencia que inconscientemente mitigaba con  lecturas de sus artículos y anotaciones. 
Hasta que  llegó  a mis manos el libro de la recaída. Publicado en el 2008 y titulado Clock Around the Rock: Crónicas de un Fan Fatal, se convirtió en un manual de consulta al punto de ser una cómoda  almohada en el avión Bogotá – Buenos Aires- Santiago- Quito- Lima- Bogotá,  durante una gira de conciertos y negocios.  Consiste  en su visión como fanático,   asistente a conciertos históricos de grandes artistas y   agrupaciones de rock  como  Muse, The Beatles, Elton John, Eric Clapton,  Prince, Stereophonics, Bob Dylan, Roger Waters y hasta le alcanzó para un poco de Michael Jackson, Aterciopelados, Richie Ray y Bobby Cruz.  Obviamente no podía faltar allí su guía apasionada de las piedras rodantes. 

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Para mí, el libro resulta una extensión de la obra literaria  'Qué Viva la Música' de Andrés Caicedo o por lo menos, una consecuencia. De hecho en una osada consideración y aprovechando la exuberancia, podría decir que a pesar de  su confesa  pasión por los Rolling Stones, el verdadero amor  de Sandro es la obra completa del desaparecido y talentoso joven de 25 años. Es como si algunas de las piezas de teatro, literatura y cine que produce Sandro Romero, en adaptaciones febriles y desde una visión más romántica,  pudieran ilustrar una parte de  lo que Andrés Caicedo hubiera logrado de no haber quedado inconcluso en el tiempo. 

Ahora  Sandro,  el autor y fanático,  lanzó  al público mi futura sobredosis. Un libro al que llamó 'Piedra Sobre Piedra: confesiones de un adicto a los Rolling Stones', en donde recopila los  registros más conmemorativos desde su acercamiento, obsesión y  seguimiento inagotable a la agrupación.  Los fragmentos de la “bigger bang”,  ahora son una implosión y me preparo para ella.  

Aunque hasta el momento es todo lo que sé del nuevo texto, el autor declaró  en una reciente entrevista que ha asistido fiel a varios conciertos de los Rolling Stones,  pero que  nunca ha presenciado un show en Inglaterra, país de origen de la banda.  Fue entonces cuando  desempolvé y le envolví en papel regalo uno de mis recuerdos favoritos,  al haber asistido al segundo concierto  de la gira  50 & Counting. The Rolling Stones Live,  en el 02 Arena de Londres, el 29 de noviembre del 2012. Y en tanto que algunos crean finales alternos de sus películas preferidas, por mi parte y mientras comienzo a leer el libro que ya tengo envuelto en la almohada como entre papel de arroz y listo para consumir, usaré esta experiencia  para alucinar mi propio capítulo final de Piedra sobre Piedra,  en   versión de la  adicta a un adicto de los Rolling Stones. Es  mi última dosis, ¡lo prometo!  

Celebrando La Edad De Piedra:

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Como el sueño del que no quieres despertar, la ciudad de Londres en el otoño  consumado   de noviembre,  era una increíble visión  dorada y fría cuyo sonido crujiente de pisadas sobre  hojas secas,  anunciaba la llegada del invierno. La ciudad expresaba el rezago de los juegos olímpicos que se acababan de celebrar en el verano del 2012 y, un acontecimiento aún más espiritual estaba por suceder en el lado sureste. 

Era una congregación de fieles  al segundo llamado de cuatro, hecho el pasado  15  de octubre desde Paris. Las citas serían el 25 y 29 de noviembre en el  02 Arena de Londres  y el  13 y 15 de diciembre en el Newark Prudential Center de New Yersey,  Estados Unidos.  Yo, prófuga del sinnúmero de  compromisos al otro lado del mundo,  hice la parada en mi primera estación  de peregrinación  por los santuarios del rock en Inglaterra.  La celebración de la edad de piedra. Cincuenta años de los Rolling Stones en un concierto que intentaba sintetizar los abriles indecorosos de la banda de rock and roll más grande y antigua del mundo.

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Concentrados bajo el domo del 02 Arena, todas las miradas del conglomerado se dirigían al escenario que dibujaba la gran lengua stoneana por la que íbamos a ser tragados,  diseñada consentidamente  por Mark Fisher y Patrick Woodroffe.   Estaba aún acomodándome  con mis cuatro cómplices de concierto,  a pocos metros del escenario para complacer con detalles a mi alma curiosa, mientras  en diferido  Cate Blanchett, Iggy Pop, Elton John, Johnny Depp, Nick Cave, Gary Clark Jr., Pete Townshend, Patrick Carney  de The Black Keys y  Angus Young de AC/DC;   hablaron  a la multitud como  arcángeles predecesores  con mensajes de cariño,  reconocimiento y admiración por la banda.  Entonces un desfile de gorilas se tomó los extremos del escenario con desaforados sonidos redoblantes. 
Eran las ocho y cuarenta en mi reloj de extranjera mal sincronizada,  cuando las luces se apagaron y una voz masculina anunció la  flagelación: "Ladys and gentleman,  please welcome The  Rolling Stones"…  Catapultados, entraron  al escenario Charlie Watts, Ronnie Wood, Keith Richards y Mick Jagger. Este último con  su sombrero negro y chaqueta plateada, marcó la etiqueta de la velada. Por la pinta,  en un  leve instante  pensé que Michael Jackson había resucitado,  pero  la voz en  acento británico y pecaminosos movimientos  de Jagger son inconfundibles.

Un nudo en la garganta me impedía distinguir entre mariposas o murciélagos estomacales. Mi corazón se aceleró al punto de ser vomitado en un grito que pareció mudo entre la histeria de la multitud.  Al ver a los lados, todos a mí alrededor parecían hipnotizados por el  sosiego cínico de los músicos. “I live in an apartment on the ninety- ninth floor of my block…” cantó Jagger entre las guitarras de 'Get off of my cloud'. Y comenzaron con singles el conteo de temas legendarios incluidos en su  antología: I Wanna Be Your Man (1963), obsequio espontáneo  de Lennon y McCartney, seguido de  'The Last Time' (1965) y  de 'Paint It, Black' (1966). 

De repente la británica y  hermosa peliroja Florence Welch compartió sus gemidos  de Magdalena  con Mick, quien se estremecía al grito de “It´s just a shot away… It´s just a kiss away, kiss away, kiss away.”  Gimme Shelter  (1969), es  definitivamente es una de mis canciones favoritas del álbum Let it Bleed.  En mi ansiedad la escuché desafinada, tal vez producto de la emoción o porque realmente se destemplaba en lapsos movimientos. Pero todo se perdona cuando miras la sonrisa "monalísica"  de Charlie Watts ante sus estrepitosos y resignados golpes a la batería y luego   del reclamo de  Jagger a  Richards, recordándole el disco no devuelto de Bo Diddley que le había prestado hacía casi 50 años cerca del lugar. 

Entonces la atmosfera del ritual se elevó de color azul,  cuando apareció el  fantasma  de Brian Jones en la preciosa interpretación de Lady Jane, canción que la banda no había tocado desde su fallecimiento en 1969. Creo que ningún momento en toda mi vida se va a parecer a esos cortos minutos de encanto acústico entre aquel armónico  y dulce arreglo de cuerdas. 

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El escenario se dividió en un duelo amistoso entre cielo  e infierno para evocar orígenes. Como otro de los invitados especiales, Eric Clapton descendió de sus celestes melodías eléctricas para arañar los carnales riffs de Champagne And Reefer de Muddy Waters, enfrentándose valiente a Ronnie y Keith,  siempre contaminados de blues. No hubo pena ni gloria, porque  Calpton hace tiempo está por encima del bien y del mal.  De inmediato y sin tregua 'Live With Me' (1969), 'Miss You' (1978),  sumadas a sus novedades incluidas en el álbum compilatorio 'Grrr, One More Shot y Doom And Gloom' (2012),  rodaron una tras otra como revelaciones.

Al sonar It’s Only Rock N’ Roll (But I Like It) (1974) y Honky Tonk Women (1969), con el polifacético Bill Wyman en el bajo, estaba confundida entre la pasividad de Wyman y el paseo inagotable de Jagger por todo el escenario.  No dejaba de pensar en las memorias  consignadas  de Bill Wyman en su libro Stone Alone,  luego de  dejar a la agrupación en 1993. Al verlo allí  exclusivo en su posición  paciente y sabia,  concluí que definitivamente el tiempo  todo lo sana y lo que no sana,  simplemente lo repite.

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Mick presentó a sus músicos acompañantes y  entre los más distinguidos estaban Bobby Keys, fielmente  en el saxofón tenor desde 1969, Chuck Leavell en los Teclados  y  Darryl Jones,  bajista de la banda desde 1993.  Entonces Los Rolling Stones confesaron sus pecados liderados por  la voz de Keith Richards con Before They Make Me Run (1978) y Happy (1972). 

Comencé a hiperventilar cuando apareció en escena el señor Mick Taylor, transfigurado en un corpulento héroe de la guitarra, cuyo regreso desde 1974 fue uno de los mejores regalos de la noche.  Con arañazos  sublimes lució aún más grande  en la impecable canción escrita por Jagger/Richards,   Midnight Rambler (1969) y  acompañó potentemente a la banda en el siguiente repertorio.  
Start Me Up (1981), Tumbling Dice (1972)  y Brown Sugar (1971),  nos condujeron  al  infierno de  Sympathy For The Devil (1968). 

Como estoy convencida del Todopoderoso y como nunca superé la exageración y la euforia de mi  fucsia adolescencia, al gritar en el encoré exigiendo el regreso de la banda, di  gracias a Dios al ser testigo presencial de que los Rolling Stones aún prefirieran y tuvieran su  licencia de estar en  el escenario y no en un hogar geriátrico, muertos,  difuminados en tributos o en las memorias de anónimos. 

Y Dios  en su perfecta soberanía  me respondió sarcástico, al entonarse desde dos extensiones del escenario,  coros   angelicales exclamando: "You can't always get what you want… but if you try sometime, you just might find you get what you need" (1969). Lloré cada  segundo de la canción, presintiendo también la recta final de la extraordinaria velada. Entonces recobré sonrisas con Jumpin’ Jack Flash (1968), al ver a Mick vestido de purpura,  bailando exigente y señalándonos  con sus flacos  dedos al ritmo de la música. Luego de dos horas el humanoide de 69 años,  permanecía intacto.

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Durante la cuenta regresiva  pensaba en que milagrosamente sonarían Wild Horses (canción incluida en el primer concierto),  Ruby Tuesday o Under My Thumb,  pero  era mucho pedir al saber que  todo lo bueno se acaba y que lo asombroso solo se queda en el recuerdo. Así que oportunamente Mick Jagger  se quitó su camisa brillante y  agitándola como bandera proclamó victoria.  A una voz emotiva con el resto de los veinte mil mortales aglomerados,  interpretó el himno magistral (I Can’t Get No) Satisfaction (1965). Salté tan alto,  que el lugar de hormiga  parecía pulga.

Finalmente, entre ovaciones y risas nerviosas terminó  la noche en lado B  de la edad de piedra. Inolvidable celebración  en la que sentí morir para rodar feliz por un infierno hecho cielo.

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Al cuarto día  me resucitó la nostalgia Beatles, bajo las nubes espesas de Liverpool.  

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