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Así fue el minuto a minuto de los Premios Shock 2010

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Por: Antonio García

Hace un frío corto punzante. Es martes y mañana es el gran show. Da igual estar en la intemperie que dentro del Coliseo El Salitre, donde se lleva a cabo el ensayo de premiación. Son las cinco de la tarde y aún faltan algunas bandas o músicos por llegar, aunque ya buena parte de las sillas cercanas a los dos escenarios han sido ocupadas. Por todo lado, y especialmente en las tarimas tarimas, se mueven mánagers, producción y escena, encargados de luces, técnicos de guitarra, bajo, batería y teclados, pirotécnicos, guardias de seguridad, encargados de logística, promotores, amigos, groupies, novias, roadies variados, redactores de Shock, fotógrafos y personas de funciones más imprecisas, entre las que se cuenta este humilde cronista.

En el centro, entre los dos escenarios, se desprende una pasarela central que se bifurca en forma de T. Ahí caminan tres MCs de Zalama Crew mientras rapean “Que yo me voy de aquí / coge la maleta que pa’ tras no vi / Volando, volando…”, acompañados por los DJs y demás músicos, entre ellos una bonita flautista, Ana Vargas. A mi lado alguien se pregunta, medio bravo, para qué demonios ponen una flauta traversa en un grupo de hip hop. Yo pienso que Zalama es como Jethro Tull y que ese elemento inesperado, poético, quizá fue el que los hizo diferentes y les permitió sobresalir en el concurso de bandas de Shock que acaban de ganar.

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Me siento junto a César López, nominado a mejor Grabación del Año por Toda bala es perdida y productor del show de homenaje a Aterciopelados, y con Jenny Cifuentes, vieja colaboradora de Shock y voz de la Radio Nacional. Jenny cuenta una anécdota de un productor-músico punkero bastante conocido en la escena musical. El tipo se hizo sacar de los Premios el año pasado porque se emborrachó y estaba poniendo problema.

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Al otro día la llamó para pedir el teléfono del productor y excusarse. “No, mano, no hay nada más patético que un punk arrepentido”, le dijo ella. “Más bien quédese callado que eso le queda muy mal, o métase a una iglesia cristiana”.

Luego este par, para solaz de quien escribe, intercambian anécdotas bizarras, estrambóticas y pendencieras de Diomedes Díaz, a propósito de su reciente Grammy. La mitología del personaje, frente a la cual Charly García luce como un monaguillo, fue coronada por Jenny con un apelativo bastante hardcore, el más exacto que estos oídos hayan podido registrar: DioMaiden.

Desde la consola principal, ubicada junto a las graderías de atrás, el productor general Gonzalo Villalón procura coordinar a todos los que trabajan en el montaje y a los músicos invitados. Da instrucciones una y otra vez: cómo salir y entrar, en qué escenario va cada presentación, de qué estar pendientes, entre ellas una advertencia motivada por el último grito de las redes sociales: “Prohibido twittear fotos o cualquier cosa acerca del evento”.

El ambiente alrededor de la consola es de inmensa tensión y el aire se espesa hasta el punto que uno se siente como debajo del agua. Demasiadas personas para coordinar, demasiados aparatos; Villalón es un titiritero manejando centenares de hilos.

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A un costado de la pasarela, una escalera permite llegar a una cafetería en la que sirven tinto. Aquí y allá se desperdigan los músicos de diferentes bandas. Al fondo, hay un vestíbulo vacío donde los grafiteros de Crew Peligrosos pintan un mural sobre láminas de madera. Ellos vienen de la Comuna 4 de Medellín, nuestro pequeño Sarajevo; pero ahí, en medio del terror, han logrado lo impensable: un grupo de MCs, DJs, grafiteros y breakers, diecisiete en total, ha conformado una escuela que enseña música a doscientos niños de la zona, un proyecto que construye paz y tejido social. Cuando sus letras hablan de muerte y violencia no es porque la hayan visto en televisión. Pero ellos han tomado un camino diferente, el más difícil, el más arriesgado en medio de la guerra que se vive en los extramuros de la ciudad.

Llegan María Cecilia Sánchez y Diego Cadavid para unirse a John Paul Ospina, los presentadores de este año. Poco tiempo después empieza el ensayo. Como no están los verdaderos invitados para anunciar los premios, un par de redactores de Shock, comediantes de ocasión, reemplazan a Wilfrido Vargas, Andrea y Héctor, Cepeda… El ensayo se prolonga hasta casi las diez de la noche. Luego de que ruedan 22 pregrabados, se hacen siete toques, entre ellos ensambles de diferentes grupos, y se leen 26 nominaciones, el ensayo culmina con Bomba Estéreo sin Simón Mejía, que aún no ha llegado al país, y con una Li Saumet que, a pesar de haberlo dejado todo en el escenario, o quizá por eso, se queja de la altura bogotana.

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Llevaba una semana en Santa Marta, había olvidado que debe dosificar el oxígeno. Pero ella no es de las que se miden cuando están sobre el escenario. Son casi las diez de la noche. Estoy molido. Hay quienes llevan días enteros sin salir del Coliseo. Todo el mundo está para un concurso de rostros cansados. Regreso a mi casa en el mismo carro que lleva a John Paul Ospina. Es la tercera vez que asiste a los Premios, pero esta vez va a participar mucho más. John Paul es colombiano; paisa, para ser más exactos. Vive hace tres meses en México. Está contento con la comida, la gente y las oportunidades de trabajo. Aún no se le ha pegado el acento o lo dejó guardado en el D.F. mientras vuelve por él. Lleva menos de 24 horas en Colombia, y aunque parece que no va a ver más que el hotel, el coliseo, el aeropuerto y la lluvia helada que está cayendo, se siente feliz.

EL TAPETE AZUL

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A las cinco de la tarde del miércoles 17 de noviembre en el Coliseo El Salitre de Bogotá se abre el Tapete Azul, la pasarela por donde empiezan a llegar los artistas. En la entrada del Tapete está Mariangela Rubbini, directora de Shock, dándoles la bienvenida. Jenny Cifuentes, micrófono en mano, los anuncia. A la derecha del Tapete se forma una especie de cadena de producción: todos los que entran deben esquivar la trompa de un Chevrolet Spark GT color verde aguacate desde el cual los Diva Gash, Camilo Ferrer y Javier Pabón, armados de un iPad, un MacBook y un Pionner CDJ800MK, se encargan de la música. Luego, frente a un fondo con marcas de patrocinadores, todos posan mientras les toman fotografías. Después llegan adonde John Paul y Maleja Restrepo, que los entrevistan para las cámaras de Caracol. Más adelante llegan a unos stands de Radiónica, Canal Capital, Radio Latina, Caracol Noticias, Play Zone, También caerás, Muy buenos días y Shock.com.co.

Ahí se forma una especie de dique donde se arremolina la gente, todo el mundo se saluda, espera para enfrentarse a los micrófonos o queda en medio del combate entre periodistas que tratan de llevarlo hacia sus predios.

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A la izquierda se extiende una larga barrera que separa al Tapete de las graderías. El borde está lleno de periodistas de diversos medios regionales y universitarios. De la segunda fila en adelante se extiende una horda de 250 fans ansiosos, con camisetas y pancartas. Ellos son un marcador, por un lado, de la popularidad de cada cual y, por otro, de los gustos dominantes: entra Estados Alterados, moderados brotes de entusiasmo, pocos decibeles; entra ChocQuibTown, algunos sectores de la gradería se estremecen, gritos aislados; entra J. Balvin y una oleada de histeria recorre la gradería, Balvin agarra el micrófono y dice sólo dos palabras: “Sin compromiso”, la gradería se contorsiona, brinca, enloquece y sigue cantando la canción; entra Wamba y todas las gargantas se abren en un grito que podría tumbar la carpa; algunas bandas más underground son apenas un paréntesis entre dos algarabías; luego viene Santiago Cruz y acontece de nuevo el Big Bang; entra Petrona Martínez y casi nadie parece darse cuenta; viene V For Volume y algunos fans militantes se desgañitan hasta casi lograr el estruendo unánime. En algún momento los de Diva Gash hacen sonar Highway to Hell, de AC/DC, y me parece la banda sonora para el maremágnum que a veces se forma. Me pregunto qué pasaría si, por ejemplo, los Don Tetto cayeran al otro lado de la barda. Seguro que los fans los devorarían en cuestión de minutos, como pirañas, y se llevarían los huesos y los dientes para hacer llaveros y collares de recuerdo.

El Adidas es el tenis oficial de los músicos, sin importar qué demonios toquen. Y si bien todos desempolvaron su pinta de rocker, hipster, tripster, raper, breaker, guaviner, guaskarriler o vallenater, algunos han hecho un verdadero trabajo de puesta en escena. En este rubro vale la pena destacar a los miembros de La Chiva Gantiva, que vinieron con máscaras de luchadores, y a Joe Carvajal, ex cantante de Los de Adentro, que se encasquetó una máscara de marimonda. Pero el mayor logro, sin ninguna duda, lo tienen De Juepuchas, los merecidísmos ganadores del premio a Mejor Agrupación Alternativa. Acordes a su estética kitsch y su sentido del humor, llegan luciendo cubiertas plásticas para basurero, una de ellas modelada como cara de payaso, y la otra de cerdo.

Sobra decir que el Tapete Azul es el festival de la mamacita: Maía, Maleja, Las Niñas Mal (que, por el contrario, están muy bien), nuestra pornostar Esperanza Gómez, Ana Wills, Martina García, Naty Botero, todas las vocalistas, las coristas, las novias de los cantantes… Este cronista, pobre mortal, se encuentra ante la evidencia de que la Madre Naturaleza puede convertir el ADN en poesía. Tola y Maruja, quienes son la evidencia de que la Madre Naturaleza también se descacha, llegan de últimas, preguntan si se van a presentar Los Visconti o Julio Jaramillo; luego, decepcionadas, dicen que no les gusta la música de estos Premios.

Al preguntarles entonces el motivo de su asistencia, responden que como a ellas no las requisan porque son unas señoras mayores, trajeron la dosis personal para sus sobrinos.

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LOS PREMIOS

A las ocho y media de la noche sale la banda caleña Zalama Crew al escenario. En las escaleras que conducen a la tarima, John Paul Ospina repasa los libretos por última vez. “¿Cómo estás?”, le pregunta a María Cecilia. “Un poquito nerviosa, pero ahí vamos”, responde ella, hermosa con su falda de leopardo y su chaleco de cadenas doradas.

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Ambos dependen de su buena memoria, pues no se pueden hacer cortes ni hay apuntador o telepronter para recordarles el texto. En una mesa, silenciosas, alineadas, hay diecisiete estatuillas, cada una con su respectivo sobre. El diseño es un mástil de bajo que se apoya en tres alerones como de cohete. Representa a la música y la idea del despegue, el viaje de los artistas hasta las estrellas. En el backstage revolotea el estrés. Los de logística hacen lo posible para despejar el camino de cualquier persona que esté estorbando, incluido este servidor. Pernett, en la boca de las escaleras, contrasta con la tensión circundante. De él emana paz, como si el afro le sirviera para aislar cualquier inquietud.

 En el pasillo de los camerinos, Ciro Guerra y Martina García se preparan para entregar el premio de Mejor Video. Zalama Crew regresa después de su presentación. La pesada maquinaria de los Premios se ha puesto en marcha y ha tomado impulso.

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J. Balvin hace su entrada entre el público, perseguido por motocicletas de alto cilindraje, y comienza el negocio, socio. John Paul regresa riendo después de su primera aparición junto a María Cecilia y Diego Cadavid. “Se me salió el paisa rajao: ¡dije ‘gócesen!’”. Creo que este tipo, incluso si fuera un desconocido, un cajero de banco o un notario, igual les caería bien a todas sus suegras.

Pronto regresan los Superlitio, acompañados por el director Fernando López, con el galardón de Mejor Video del Año. Mientras se anuncian otros premios, Esperanza Gómez recibe instrucciones para el show que va a anunciar: un homenaje a la cumbia. Le pregunto si antes había presentado algo, me responde que no, que a ella no le gusta mucho figurar, que ella prefiere ser discreta y no mostrarse. Ante mi silencio perplejo, aclara: “Bueno, en mi profesión no, pero en este tipo de eventos yo prefiero estar debajo”. Otro comentario que se presta para el doble sentido.

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“¿Le gusta la música tropical?”, le pregunto. Me responde que prefiere la electrónica y la música de plancha. Le pregunto si el tipo con quien estaba en el Tapete Azul era su novio o su marido. Me responde que es un amigo y que su pareja está en Cali: un empresario de mente abierta, cero problemas con su profesión.

Superlitio vuelve al escenario para tocar con Palenke Soultribe y Locos por Juana. Mientras, Julián Orrego, cantante de El Sie7e y recordado como el despistado corresponsal de Davivienda durante el pasado Mundial, se prepara para salir a presentar un premio. “Como buen rockero que le gusta azotar baldosa, brillar hebilla y sacarle mota al tapete, voy a presentar al ganador de Mejor Artista o Agrupación Pura Sabrosura”, dice Julián, quien esta vez no se encuentra en el lugar equivocado. Siganustedes en estudio.

El set para fotografiar a los ganadores es un cuarto cuyas paredes, de un amarillo bilioso, están enchapadas desde la mitad hasta el piso con listones de madera. En una esquina hay un peinador que tiene el espejo roto. En la esquina opuesta hay una máquina de dulces.

También hay dos asientos art deco blancos en forma de esfera y un carrito como el que usan para llevar room service a los hoteles. En una de las paredes cuelga, como si fuera un trofeo de caza, la cabeza del guitarrista Slash modelada en porcelanicrón, con las greñas negras, las gafas oscuras y el sombrerode copa. El artífice del set es Iván Chacón, un artista que trabaja para Shock desde el año 2002. El fotógrafo se llama Jorge Oviedo y su productora Andrea Grillo. Ellos reciben a las bandas, galardón en mano, para inmortalizar el momento. Luego de tres días ensayando luces, montando el set, haciendo pruebas, esta noche saldrán con un archivo fotográfico que ocupa 10 gigas de memoria.

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Los que recién ingresan al set son los integrantes de La 33, quienes se alzaron con el reconocimiento a la Pura Sabrosura. Luego vendrán, uno tras otro, Petrona Martínez, los productores musicales de Rosario Tijeras, Wamba y Alex Campos, el Mejor Artista Pop del Año, que está un poco perplejo, como si no entendiera del todo lo que acaba de sucederle. “Yo tengo un millón y pico de seguidores en Facebook -dice mientras mira su trofeo-. Seguro que muchos se pusieron las pilas y votaron”. Todos posan de acuerdo con su género musical. Los de actitud más elaborada son los raperos y reggaetoneros, seguidos de cerca por los de rock duro o alternativo. Los más tranquilos son los de música tropical o folclórica, aunque en esto, como en todo, siempre caben las excepciones.

Mientras Oviedo dispara su cámara, afuera, en el escenario, pasa el ensamble de Toy Selectah, Pernett, Morenito de Fuego, Lido Pimienta, Jiggy Drama y Quantic. Luego vendrá V For Volume para tocar Cheap Universe con toda la fuerza de sus decibeles, acompañados por una coreografía de marcha militar y pendones que recuerda a The wall de Pink Floyd. Y las Niñas Mal, Ana María Aguilera, Patricia Bermúdez y Jessica Sanjuán, le darán a Don Tetto la primera de las tres estatuillas que se llevará esa noche, esta vez por Mejor Artista o Agrupación Rock.

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El encargado del vestuario para María Cecilia Sánchez es calvo y tiene unas gafas negras de patas verdes que le dan un aire a Moby. Se llama Camilo Monsalvo. Esta es la tercera vez que trabaja en los Premios. Las dos anteriores tuvo que vestir a Carolina Guerra.

El trabajo con María Cecilia ha sido diferente, más performático, diríamos: una falda de leopardo, vestido de mambo, dos trajes de quinceañera, un vestido de hombre y hasta un vestido de novia con un columpio falso, el mismo que luce en este momento, mientras charla en el escenario con Luis Fernando Motoa, el eterno Carlos Alberto Franco de Padres e Hijos. En un apartado recinto, al resguardo del fragor de las muchedumbres, se encuentra la consola que graba todo el audio de los Premios. Allí confluyen todas las pistas de sonido que recogen varias docenas de micrófonos repartidos a lo largo de todo el coliseo. Frente a ella, y acompañado por una pantalla de alta definición, se encuentra Luis Miguel Olivar, “El Negro”, mánager de Cepeda e ingeniero de sonido.

Se nota que durante su vida profesional ha lidiado con artistas de egos faraónicos, aparatos imprescindibles que sacan la mano, inesperadas hordas de fanáticos rabiosos, empresarios agalludos, promotores estúpidos, periodistas radiales acomplejados, además de toda la fauna y la flora que crece en un medio como estos. Por eso, impertérrito, tranquilo como un árbitro de ajedrez, maneja la consola sin que nada lo perturbe. En este momento, Juan Galeano, La Iguana y Esteman rinden tributo a los Aterciopelados. “Suenan mucho mejor que en la prueba de ayer. Y que la del lunes, ¡ni se diga!”. Está contento, le gusta el resultado. “Lo más difícil son las reuniones de músicos, porque muchas veces no es un deseo de ellos sino que los juntan artificialmente y eso no alcanza a cuajar”.

 En la pantalla sobre la consola vemos a Andrea y Héctor presentar su nuevo video. Hay un momento de respetuoso silencio, tanto en el coliseo como en la sala donde trabaja El Negro. Me despido de él mientras J. Balvin recoge el premio de Mejor Artista o Agrupación Nacional y llego al borde de la tarima justo a tiempo para compartir con el público el momento en que Carolina Guerra, durante la presentación del Premio a Grabación del Año, suelta un “¡qué nostalgiatan hijueputa!” que no estaba en los libretos y será debidamente recortado o le pondrán el correspondiente pito cuando salga en televisión.

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De vuelta en los camerinos, John Paul Ospina me ve escribiendo en el cuaderno y dice, mamagallista, “apunte ahí que la más sabrosura de todos estos Premios es Valerie Domínguez”, yo replico que Naty Botero y terminamos aceptando que esto es demasiado, que todas están bonitas. De repente viene una pelotera de gente que se desplaza con rapidez… ¿un herido? ¿Una emergencia? ¿Una amenaza terrorista? ¿Un pájaro? ¿Un avión? No. Es Juanes, acompañado de un séquito protector. Luego, para extrañeza de todos, se devuelve solo y charla un par de minutos con María Cecilia. Afuera tocan los Crew Peligrosos y luego Fonseca anuncia al Artista Shock del Año, la categoría más importante de todas. Bomba Estéreo, con toda justicia, es la ganadora.

Tras un divertido interludio de Jorge Barón y María Cecilia, Li Saumet, con pantalones negros, una blusa vino tinto escarchada y unos tenis de colores, se vuelve gigante, una verdadera pirómana que con su voz, su energía, deja en llamas al público. Qué fuerza, una verdadera bomba atómica. Conocí, como dice la canción, su poder en la tarima: “cuando estamos sonando/ por aquí todos se arriman”, primero una persona, luego otra, dos más, hasta que, derribada la barrera de la timidez, una avalancha de gente sube al escenario para el remate de Fuego.

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El coliseo arde desde sus cimientos. En un par de horas comenzará el after en LOV. Es el final perfecto para una noche cuyo recuerdo no dejaremos apagar.

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