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Así se viven unos Olímpicos desde la farra, el rebusque y el orgullo patrio

Ojo a lo que se perdieron por quedarse echados en la cama.

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Foto: Gettyimages

Un colombiano fue a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro sin presupuesto cinco estrellas pero con rebusque, coladas, negocios, trueques y suerte logró vivir plenamente uno de los eventos deportivos más importantes del mundo.

Por Raúl Riveros // Foto: Gettyimages

Es el primer momento de las últimas tres semanas en que tengo un poco de calma y estoy relajado. Desde el 4 de agosto, día en que recogí mi uniforme de voluntario en Cidade do Samba para trabajar en los Olímpicos, había tenido una carga física y emocional impresionante. El plan comenzó hace casi año y medio, cuando decidí aplicar para ser voluntario e inicié el proceso. Me confirmaron mi participación a finales del año pasado y en marzo me indicaron mi trabajo, que sería en el área de tecnología en las competencias de Tae Kwon Do aunque no daban mayor información al respecto.

Desde ahí decidí que iba a hacer de esta aventura lo máximo y que no me lo iba a impedir el factor económico. Llevaría mercancía tradicional colombiana para vender y poder sostenerme, compraría boletas para ver tantos eventos como fuera posible y estaría con toda la disposición para estar activo todos los días, durmiendo poco y gozándome cada momento hasta donde fuera posible.

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El ambiente el día previo a la inauguración no estaba tan bueno, en comparación con el Mundial del 2014. Pero fue cuestión de que prendieran la llama y todo cambió. Ya en el metro, en las calles y en las fiestas se empezó a ver algo muy bonito, que es la mayoría de la gente utilizando la camiseta de su país, generalmente la de la selección de fútbol. Es emocionante que cada quien quiera ser reconocido e identificado, además que así uno se puede arrejuntar fácilmente con sus compatriotas.

Las medallas no llegaban para los colombianos, pero de todos modos la emoción se sentía a flor de piel cada vez que alguno competía. Lo primero que vi fue la llegada de los ciclistas, donde lastimosamente Sergio Luis Henao, el colombiano que mejor iba, se cayó y no pudo terminar. Noté lo increíble que es el deporte de alto rendimiento en donde los deportistas llevan su cuerpo al extremo sin importar el riesgo que corren. Había muchas competencias simultáneas y era muy difícil estar enterado de todo lo que ocurre, Mis amigos sabían más sobre resultados de competencias que estaban sucediendo a una cuadra mía que yo.

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En Río se vivía de otro modo, conociendo gente y procurando levantar garotas, tomando fotos, viendo todo tipo de locos de todos los rincones del planeta, robando cámara y siendo entrevistado. En mi caso estaba rebuscándome con las mochilas, sombreros y recuerdos de Colombia que llevé. La cosa era sencilla: si no vendía no había para más boletas, ni para farra ni comida decente, pero había demasiado rebusque en la zona turística de las playas de Ipanema y Copacabana, mientras que en los escenarios olímpicos no permitían las ventas.

Caí en cuenta del error de traer mercancía tan grande y costosa: era mejor comerciar cosas pequeñas, de fácil manejo y que se pudieran vender por poco dinero. Además mi poca experiencia me ponía en desventaja frente a la competencia que, como era de suponerse, estaba compuesta por varios colombianos. Ellos fueron mis primeros aliados y compradores. Lógicamente el costo de venta para ellos era mucho más bajo que para los “gringos”.

Empecé a comprender las lógicas y los códigos del rebusque. Toca tener demasiada paciencia y no frustrarse. Hay veces que un objeto se puede vender por diez veces su valor y otras en que apenas se recupera lo que se le invirtió, pero lo importante siempre es sacar algo de plata o, por lo menos, sacarle una sonrisa a los que se rehúsan a comprar. No vale la pena sacar cuentas, hacer presupuestos ni matarse la cabeza sumando y restando; hay que tratar de vender y listo.

Mi idea no era pasar los días exclusivamente vendiendo, así que iba a lugares donde hubiera fiesta y pantallas para ver algo de competencias. En algunos casos la venta era muy mala y la farra muy buena, así que tocaba quitarse de encima los motetes y ponerse a bailar y a beber. En otros casos la gente no compraba pero recochaba y pedían fotos, así que se pasaba un rato bastante agradable.

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Entre los turistas nos íbamos cogiendo confianza y mamábamos gallo a toda hora. Que Teo es mejor que Neymar, que las colombianas están más buenas que las cariocas, que "Froome, Nairo tu papá", que Yuberjen le daría en la jeta a los judocas brasileños, etc. Todo el tiempo eran risas y gozadera.

Dimensioné la real grandeza de los Juegos. Sabía en teoría que eran el evento más grande de mundo, pero ahora podía comprobarlo. Hay 28 deportes y 42 disciplinas. En varios hay diferentes categorías y en casi todos rama femenina y masculina. Cada una necesita todo un equipo de transmisión, personal para atender a los asistentes, ubicar periodistas, camarógrafos, jueces, servicio de transporte para todos, las exigencias de los deportistas y su cuerpo técnico. También existen las preocupaciones por la seguridad y otros problemas más que uno no alcanza a notar. Es asombroso que todo pueda funcionar de buena manera.

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Llegó el día de la competencia de Óscar Figueroa así que por fin conocería el Parque Olímpico. La emoción no me dejaba sentir cansancio ni hambre. Afuera del escenario habían acondicionado todo muy bien para tomarse fotos y divertirse mientras llegaba la hora de la competencia. Ese día había decidido no tomarme ni una cerveza, quería estar plenamente consciente de todo para inmortalizar esos momentos y esas emociones. Además, el precio de la cerveza adentro de los escenarios era venenoso.

Fue muy emotivo el triunfo de Óscar. Verlo llorando rendido en el suelo besando los discos, conocerlo a él y a su familia y hablar con su entrenador es algo que nunca olvidaré. Ahora todos nos montamos en el tren de la victoria, pero deberíamos también montarnos en el del esfuerzo, la honestidad consigo mismo y el trabajo duro. La medalla debe servir de ejemplo para que todos seamos mejores personas y ayudemos a construir un mejor país.

Los juegos continuaban y su intensidad impedía seguir festejando el gran logro de Óscar. Por las calles pasaban grupos de turistas cantando en su idioma y apoyando a sus atletas. Los brasileños y los argentinos, como era de esperarse, sobresalían por encima del resto. ¡Qué capacidad hermosa de hacer escándalo y de apasionarse la que tienen! En cambio, otros países demostraban que son más fríos, calmados, menos extrovertidos; unos robots.

Aunque se planificaran las cosas o hubiera boletas compradas para algo, el minuto a minuto lo podía llevar a uno a donde no creía. Me llegó una boleta para ver Francia contra China en baloncesto, cambié un sombrero por el ingreso a la competencia de pesas de Leidy Solís y de boxeo de un colombiano que perdió en primera ronda. Allí me enteré de la medalla de plata de Yuri Alvear y lamenté no haber podido asistir.

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Las aventuras seguían sucediendo. El primer día que tomé el tren me bajé en una estación lejísimos de mi casa. Al lado de una favela y ya de noche, fui conociendo nuevos amigos que también estaban solos. Me enteraba con envidia del día a día de otros voluntarios. De ventas poco y nada. Decidí que no iba a estresarme más, compraría las boletas con ahorros que tenía con otro objetivo y luego camellaría más duro en Colombia para recuperarme. Me tranquilicé y aseguré el ingreso para la semifinal de Yuberjen Martínez.

La noche anterior era la fiesta semanal de salsa en Lapa, el infiernito de Río de Janeiro, y aunque no me emborraché, me acosté en la madrugada y me desperté tardísimo, faltando dos horas para la pelea y estando muy lejos del lugar del combate. Ni desayuné ni me bañé. Llené el termo de agua, empaqué la bandera y mi máscara de marimonda y salí a correr como alma que lleva el diablo hacia el metro. Llegué a la estación del Parque Olímpico faltando 10 minutos. Corrí nuevamente como si quisiera superar el record de los 5000 metros y logré llegar cuando estaba concluyendo la pelea anterior. Ubiqué un parche de colombianos y a lo que vinimos, a gritar y a apoyar al compatriota. No sabíamos mucho de boxeo pero estábamos convencidos que el de Chigorodó había peleado mejor que ese cubano agrandado y provocador, lo mismo pensaron los jueces y así asegurábamos al menos la medalla de plata.

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Ahí mismo aseguré la boleta para la final, aunque coincidía con una que ya tenía de nado sincronizado donde competían las paisas Estefanía Álvarez y Mónica Arango. El Pabellón 3 del Riocentro estaba repleto de colombianos. ¡Qué hermoso se veía ese escenario! Banderas, disfraces, camisetas, pancartas... Llegó el momento de la pelea y aunque ganó el uzbeko Hasanboy Dusmatov, no se vivió tristeza. Yuberjen se veía contento y satisfecho por su actuación, y nosotros totalmente agradecidos con él por sumar al país otra medalla. En la ceremonia de premiación recorrí todas las tribunas diciéndoles a los colombianos que cantáramos el himno a capela una vez finalizara el de Uzbekistán. Así lo hicimos y aunque fue opacado por el sonido del parlante, Yuberjen lo pudo escuchar que era lo importante.

Ahora faltaba lo más bravo de la noche, que era buscar la manera de entrar al Estadio Olímpico de Atletismo para ver a Catherine Ibargüen. Como también sería la prueba reina de los 100 metros planos, las boletas estaban carísimas y escasas. Mi credencial de voluntario no me daba acceso directo a todos los escenarios, pero uno podía darse mañas. Tuve la fortuna de encontrarme a una atleta colombiana en el metro y llegué con ella al estadio, pedí el favor a unos militares que nos dejaran ingresar por una puerta de acceso vehicular y aunque se mostraron reacios finalmente aceptaron.

Ya estaba. Había podido entrar al lugar donde se llevaría a cabo el evento más importante de todos los Olímpicos, no cabía de la emoción y me metí la primera chillada de la noche. Sin embargo yo no tenía puesto y no quería invadir uno comprado por otra persona, así que me quedé de pie en la puerta de ingreso, donde había otros colombianos: voluntarios, aficionados, deportistas, médicos, fisioterapeutas, colados, lagartos, etc. No todos tenían esos puestos, pero todos queríamos ver lo más cerca posible la prueba de la colombiana. Nos movíamos de un lado a otro, nos hacíamos en el piso, entrábamos y salíamos, lo que fuera para evitar que la seguridad nos mandara para otro lado. Catherine dominó de principio a fin, era la reina de la prueba. El júbilo fue completo, nos abrazamos con conocidos y desconocidos, gritábamos y reíamos.

Me di cuenta que adelante se encontraba sentado Yuberjen, no dudé en dirigirme hacia él y darle un abrazo enorme mientras me salían inconteniblemente un montón de lágrimas. Él me decía que me calmara, como si no comprendiera que para mí era un momento totalmente sublime. No quise incomodarlo más y fui a seguir festejando y berriando por ahí.

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En el metro siempre había gente cantando, generalmente los brasileños en contra de los argentinos y viceversa. Afortunadamente todo en calma y sin peleas. Esos cantos hacían más entretenidos los larguísimos viajes en el metro. Tuve mi entrenamiento para la labor que realizaría en Tae Kwon Do. Resultó ser supremamente interesante, debía manejar una de las cuatro cámaras con las que se analizan los desafíos que solicitan los competidores cuando están en desacuerdo con alguna decisión de los jueces. El ganador se define por cantidad de puntos y éstos se entregan dependiendo del tipo de golpe y de cómo y dónde se conecte. En algunos casos no es claro y necesitan ver la repetición, pero para eso no se usan las cámaras de transmisión sino las que nosotros usamos, así que la labor, aunque sencilla, era de una responsabilidad inmensa.

Entre boletas regaladas y uso de la acreditación de voluntario logré ir a dos partidos de hockey sobre césped y a la final de clavados masculinos. Sumado al resto de deportes donde había ido para ver colombianos, puedo considerar bien completa mi travesía, aunque me hubiera gustado ver otros. El remate no podría ser mejor, en el Parque Radical de Deodoro para ver a Mariana Pajón en la final de BMX en un viernes espectacular, con sol pleno y una temperatura altísima que hacía tonto saber que Río estaba en invierno.

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El sombrero sí que era necesario, así que durante los recesos de las semifinales caminé por las tribunas ofreciendo sombreros, mamando gallo y regalando guaro. Eso sí, no aclaraba que era brasileño para que no lo rechazaran. La venta estuvo buena y las carreras mejores, cerramos con broche de oro la participación de los colombianos y fue muy emocionante tener la ceremonia de premiación enfrente nuestro. Nadie quería abandonar el estadio. Por nosotros nos quedábamos cantando y bailando hasta la noche. Los trabajadores nos tuvieron que echar casi a las malas, pero claro, con amabilidad y alegría.  

Quedaba el último fin de semana en el Parque Olímpico. Me dio mucha nostalgia salir esa noche de sábado en  ese enorme complejo que encerraba algunas de las experiencias más maravillosas de mi vida. Mis últimas horas en Río de Janeiro las pasé de fiesta hablando con brasileños en mi ya no tan mediocre portuñol, expresándoles la enorme gratitud que tenía con ellos. Ahora regreso a Colombia con muchísimo sueño por este último fin de semana demencial, pero sin poder dormir por todo el trancón de recuerdos que me deja esta experiencia, entre la realidad y la ficción, la locura y la cordura, la depresión y el delirio. Ha sido la más linda de mi vida.

Aunque ya finalizó, el aprendizaje debe permanecer para siempre, sobretodo el espiritual. El agradecimiento con la vida lo debo demostrar siendo una mejor persona, conmigo mismo y con los demás. Ser mejor hijo con mis padres, mejor hermano con mis hermanos, mejor nieto con mis abuelas, mejor sobrino con mis tías, mejor profesor con mis alumnos, mejor amigo de mis amigos, mejor persona con el mundo. El sueño olímpico concluye, pero esta vida magnífica continúa y con ella la obligación de ser feliz cada minuto de cada día.

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