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Así funciona el mercado del calzón usado y estos son los amantes de su aroma

Así suene repugnante, lo que valoriza el calzón en este negocio es “la sustancia”, o sea, el olor acumulado.

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Por: Fabián Páez López @Davidchaka

Hace unos meses una amiga volvió de un viaje a Asia asombrada porque había visto un dispensador de calzones de mujer. Y no era del tipo de ropa interior femenina de remate que conocemos por “la feria del brassiere y solo kuko”. El precio de cada calzón, decía, variaba de acuerdo con el tiempo que había sido utilizado. De inmediato recordé los personajes viejos y libidinosos de las series japonesas, como el Maestro Rochi de Dragon Ball o el maestro y ladrón de calzones de Ranma y 1/2, Happosai. Al parecer sus fijaciones no eran producto de la ficción. La lista de personajes con este tipo de perversiones es más usúal de lo que uno podría pensar. Le pregunté por los dispensadores de calzones a un amigo japonés y resultó ser que el negocio de vender ropa de mujer usada es una práctica muy conocida, sobre todo en Asia del Este. Me contó que tenía un nombre: burusera.

La palabra burusera es una combinación entre las palabras “burumā” (del inglés bloomer), que es el nombre que recibe el pantalón corto utilizado en las clases de educación física y “sērā-fuku”, que significa traje de marinero, haciendo referencia a los uniformes típicos de las colegialas. 

Pero los fetiches de los japoneses alrededor de las jóvenes uniformadas son más bien comunes. Existen, incluso, clubes en los que los hombres van a travestirse como colegialas o enfermeras. Otra cosa es el gusto por el olor a panti usado, que, por lo menos acá, sigue siendo desconocido. Desde luego, hasta para el fetiche más retorcido hay un mercado, o una oportunidad de negocio. 

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La fragancia a calzón
 

Entre tienda y tienda, en el este asiático es fácil encontrar almacenes dedicados a este fetiche: se les conoce como bloomer shops o burusera shops, y, dicen, se volvieron famosos después de que prohibieran su venta en máquinas dispensadoras callejeras en 1993. 

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Existe también otra variante de este tipo de mercado conocida como namasera. “Nama” significa fresco, y es básicamente lo mismo, solo que la mujer se quita y entrega directamente su ropa interior al comprador en el punto de venta. El precio de un par de bragas concedidas en esta modalidad puede rondar entre los 5.000 y 10.000 yenes (entre 30 y 70 euros). 

Así suene repugnante, lo que valoriza el calzón en este negocio es “la sustancia”, o sea, el olor acumulado. Entre más tiempo haya sido utilizado, y más joven sea la portadora, el producto incrementa su precio. Usualmente, en los burusera shops, el paquete incluye una foto de la dueña, como para personificar esa fantasía aromática. Los expertos en el tema (según pantydeal, existen) dicen que las mejores prendas para vender son las de algodón, porque absorben más los olores. Es más, existe una práctica conocida como kagaseya, en la que el hombre paga a la mujer simplemente por aspirar sus olores íntimos.

Emprendimiento fetichista

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En 2004 la ciudad de Tokio ilegalizó que las menores de edad vendieran su ropa interior, pero para los mayores aún está permitido, y es un negocio que se expande.

En la actualidad, el mundo virtual ha facilitado la masificación del fetiche, y del negocio. Hay páginas como pantytrust.com o pantydeal.com, que no solo conectan a los compradores con los vendedores, sino que también hacen una especie de curaduría de la veracidad del producto. En estas plataformas el valor de las prendas va desde los 20 a los 50 dólares. Y con la moneda como está, parece que no es una mala opción para generar ingresos. En el 2015 más de 100.000 mujeres vendieron su ropa interior usada en línea. 

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Me contacté con una de las vendedoras VIP de pantydeal: BLUEBELL86. Tiene 29 años, vive en Londres, y según su foto de perfil es pelirroja, robusta y tiene tatuajes. Me dijo que ha llegado a vender más de 200 dólares en un mes, pero que básicamente hace eso porque la entretiene pensar en la idea de que alguien se divierte con sus olores. Claro está que lo que la ha llevado a convertirse en una vendedora VIP es que no solo ofrece su ropa usada, también habla con sus clientes durante un buen tiempo por Skype, y son ellos los que le dicen que hacer antes de comprarle su futura prenda masturbatoria. En Pantytrust, Sexygeek me contó también que se ha vuelto cada vez más dificil porque ahora es muy fácil vender por internet, pero que a veces la abruman los stalkers: "me han presionado para que les envíe por correo heces u orina". 

El catálogo de estas páginas es extenso. La mayoría de mujeres no dan la cara en sus publicaciones. Solo ponen fotos de sus prendas: unas, evidentemente, más usadas que otras. En Pantytrust, por ejemplo, como si fueran un comercial de tele ventas incluyen testimonios de los usuarios. Uno de ellos dice haberse vuelto adicto:

“He comprado 100 dólares en bragas usadas para 4 meses y estoy totalmente adicto. Anteriormente compraba en subastas pero nunca me respondían los correos. Ahora compro acá y la calidad del servicio es superior”. 

El negocio de la ropa interior usada, a final de cuentas,  promete lo mismo que, por desgracia, he escuchado con insistencia de los vendedores multinivel: un ingreso extra, independencia, mínimo esfuerzo, ningún horario fijo y baja inversión. 

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¿Prostitución imaginaria?

El quid del asunto con la burusera es que solo se trata de satisfacer una fantasía a través de un objeto, o de un olor. Freud definió este tipo de fantasías como "representaciones no destinadas a ejecutarse". ¿Por qué aun así nos genera tanta repulsión? 

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En la experiencia directa del vendedor, su prenda desaparece, como un desperdicio más. Pero para algunos el simple hecho de pensar que sus aromas van a satisfacer el onanismo de un extraño puede ser aterrador. Decía Woody Allen que “el sexo sólo es sucio si se hace bien”, pero pareciera que nos repugnan los calzones usados porque transgreden lo que imaginamos sobre la higiene.

Claro está que después de despersonalizar el asunto, de utilizar todas las técnicas de persuasión de vendedores multinivel, o de ofrecer una prenda de un polvo platónico el prejuicio empieza a tambalear.  

¿Será que vender calzones es el negocio del futuro? ¿Llegará el punto en el que haya que tratar a yonkis inhaladores de fragancias intimas? ¿Surgirán nuevas profesiones como la de "catador de calzón" o "usador de panti"? ¿Impulsarán la venta de bragas usadas multinivel, que acumulen olores y olores? 

Hicimos el ejercicio de salir a preguntarle a la gente en la calle que piensa sobre vender sus calzones y para algunos parece ser que en sus olores íntimos habita satanás

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