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Glameros, viejas guapas y Slash criollos. Así recibimos a Guns N’ Roses

¿También habrá lluvia durante “November Rain”? ¿Podrá Axl silbar la mayoría de sus notas en “Civil War”? ¿Aún tendrán ganas de destruir cuartos de hotel?

¿También habrá lluvia durante “November Rain”? ¿Podrá Axl silbar la mayoría de sus notas en “Civil War”? ¿Aún tendrán ganas de destruir cuartos de hotel o solo atacarán el mini bar? ¿En qué suerte le dejarán la grama del estadio los seguidores de Guns N’ Roses al Atlético Nacional para el partido del jueves contra Cerro Porteño?

Fotos por Limona Botero

Por su puesto nadie tenía respuesta para estas preguntas por las calles de Medellín en la tarde del miércoles 23 de noviembre. Pero lo cierto es que el turismo musical y la ansiedad rockera hacían vibrar como pocas veces antes las esquinas de esa ciudad (El Lleras, La Plaza Botero, El Centro, La 70) mientras la gente que había viajado (unas cuadras o unos países de por medio) se reunía para esperar junto a desconocidos y amigos las últimas horas previas a que esta reunión de Guns ‘N Roses escribiera otro capítulo clave en la historia colombiana de los grandes conciertos.

(Vean acá las fotos y la crónica del concierto: La noche en la que Guns N’ Roses fue más allá de los egos y la nostalgia)

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Mientras que la mercancía no oficial llegaba a precios de primer mundo hasta con camisetas (insistimos: no oficiales) hasta por $40,000 pesos, la cerveza, el aguardiente y el burbon, entrababa entre lo más facturado de la canasta familiar rockera de aquellos alrededores. Todo valía a la hora de hacer menos eterna una espera que transcurría en minutos pero se sentía llegar más lenta que la salida de Chinese Democracy. “Where do we go now?”. Nunca nadie pareció tenerlo más claro que los miles que llegaban esa tarde al Atanasio Girardot para vivir en esta vida esa gira que alguien llamó Not in this life time. 

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