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Las serenatas se resisten a desaparecer en Bogotá

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Por: Felipe Cardona

No hay corazón que no palpite o sentimientos que no se estremezcan con los acordes románticos de una serenata, género que durante décadas ha hecho parte de Bogotá y que se resiste a desaparecer en medio de los estridentes sonidos del reggaeton o del ritmo cadencioso de la salsa shocke. Con todo su encanto, la serenata nos dice que está aquí para quedarse.

Mover sentimientos, hacerlos florecer, ese es el propósito de Idartes con las serenatas, un patrimonio cultural bogotano. Ese de músicos llegados del interior del país con sus múltiples sonidos, de mariachis de blanco a las 12 del mediodía sobre el asfalto citadino y de miles de ocasiones para una canción: despechos, enamoramientos, muertes, nacimientos, casamientos y más. Una vitrina para reconocer a miles de músicos populares que cada día, noche, con o sin lluvia, tristes o felices salen a cantar sentimientos para mover corazones. 

“Lo más lindo de esto es lo mucho que me expresa mi hijo con un buen par de canciones. Con eso se ahorra mil palabras”, dice Enilse Perea, una madre a la cual acompañamos en el barrio Alamos mientras su hijo le celebraba su cumpleaños con un trío de cuerdas. Una noche fría y lluviosa que se iluminó con los solos de guitarra y las voces de los músicos entonando ‘El camino de la vida’ mientras se brindaba con el chin chin de las copas. 

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Es tan diversa la oferta musical que se obtiene en las calles bogotanas alrededor de la serenata, que se pueden encontrar vallenatos, boleros, bambucos, llaneras, pasillos y hasta fusiones modernas de canciones pop. Sin olvidar su más visible representación, “el mero mariachi”.

Y como el género es amplio se encuentran músicos de academia, así como artistas empíricos que se dedicaron a desarmar corazones y almas a punta de serenatas. Lucy Ruiz, ‘La dama de la canción’, es uno de éstos. “Llevo 30 años en la música. Empecé en tabernas. A las mujeres siempre nos han discriminado en este género, pero ahí estamos presentes, en la lucha”. Es presidenta del Concejo Distrital de Música y hace parte de la Fundación del Artista Reconocido de Colombia.

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Por otro lado, Bogotá desde los años 50 ha cultivado íconos urbanos donde el mariachi y los músicos populares de serenata representan el valor de la oferta y la demanda, tal como sucede en “La Playa”, en la localidad de Chapinero, y “Cuatro Vientos”. Un mercado de músicos llegados de todas las latitudes del país, cada cual con su historia, cada cual con su género. Todos, eso sí, viviendo de la música para llevar sentimientos. Una serenata se consigue desde 150 mil pesos en adelante, “dependiendo del bolsillo pa’ la tusa”, afirma riendo un músico. 

Al rescate de lo nuestro

Una de las iniciativas de organización alrededor de la serenata es Camucol, un escenario con más de 40 años de historia dedicados a ofrecer serenatas a los bogotanos. Ubicada en la Caracas con Calle 32, es una casa en la que en cada rincón los músicos afinan cuerdas, voces, se peinan, se limpian los zapatos y se hablan con la complicidad de muchas noches y amanecidas. 

“Yo me encargo de ser embajador de la música colombiana, esa es nuestra filosofía. En Camucol llevamos pasándonos la música de padre a hijo y siempre hemos dado privilegio en nuestro repertorio a lo nuestro, la música colombiana, la difundimos y hacemos que permanezca”, dice Dairo Rodríguez, representante de Camucol.

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Así, poniendo a sentir a los bogotanos, es como Idartes le apunta a rescatar la serenata como patrimonio cultural. Un patrimonio que no dejan morir quienes hacen sentir el valor de una canción, los músicos populares.

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