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Los verdaderos reyes de la champeta hablan de su revolución

Nos encontramos con Charles King, Louis Towers y Viviano Torres, para hablar antes de su concierto en Bogotá

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Daniel Álvarez

Tres pesos pesados de la champeta, Charles King, Viviano Torres y Louis Towers, hablan sobre la discriminación, la politiquería y la nueva champeta. Nos vimos con ellos, nos contaron de su lucha, de su baile y de su revolución. 

Por: Nadia Orozco@Cornfake // Fotos: Daniel Álvarez. 

El 17 de marzo de 1985 Viviano Torres Gutiérrez se agitaba de un lado a otro; ese nerviosismo que acecha a los artistas antes de tocar la tarima se le subía por las venas, le revolvía el estómago y lo ponía a sudar frío. Normal. Era el Coctel de Bienvenida del Festival de Música y su primer contacto con una tarima. Alguien a lo lejos olfateó el nerviosismo, se le arrimó y le convidó amablemente un pase de perico.

 -Ven acá, te ves con swing, pero como nervioso; ven pa’ acá y te doy un pase 

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“Yo no sabía que le decían pase, y menos perico; yo vengo de Palenque y el nombre con que lo conocía era cocaína”, explica Viviano antes de seguir contando la anécdota.

-Yo soy el que tengo el pase, tú no me has visto bailar a mí. Yo no necesito un pase tuyo porque yo soy bailarín – renegó Torres en medio de su confusión.

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Cuando el hombre se dio cuenta que Viviano y él no estaban hablando del mismo pase, le nombró la palabra mágica que él ya había escuchado: cocaína. 

“Me ofendí tanto que casi le meto la mano o lo clavo, como decimos en la costa y pensé que si necesitaba de drogas me retiraba del arte, esa fue mi primera vez como intérprete”.

Los escenarios y lo que pasaba alrededor era nuevo para él y sus secuaces, la ingenuidad estaba vivita y coleando; eran primíparos en un género recién nacido, tratando de dar pasos en zigzag en una industria alambrada con púas.

Viviano Torres, fundador de Ane Swing, hace parte de esa primera generación de champetudos y de amantes de los ecos africanos, esos mismos que fueron la estructura de hierro del último ritmo que ha nacido en nuestra geografía en las últimas décadas. 

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Por estos días la champeta es aceptada y no solo en la costa, sino también en el interior. En Bogotá hay bares dedicados a la champeta en “exclusivas” zonas de la ciudad que incluso se dan el placer de tener filtros para decidir quién puede o no entrar al sitio.

¿Irónico? Bastante, sobre todo si viajamos a las raíces de la champeta, y ni siquiera al génesis musical, sino de la palabra.

“Champetudo era cualquier persona que asistía a un picó y ni siquiera tenía que ver con el género musical. Ese término se usaba desde 1920 contra Chambacú, una de las primeras periferias de Cartagena. La gente de la alta decía despectivamente: 'allá se están matando los champetuos' porque peleaban con armas corto punzantes”, cuenta Charles King, quien también era parte de Ane Swing y empezó a cantar de pura casualidad cuando a Viviano Torres se le presentaba algo. En esos momentos a King le tocaba empuñar el micrófono y hacer maromas.

“Es un término que desde hace mucho tiempo ha venido denigrando los barrios populares y con la champeta se fue dando contra la gente que interpretaba y bailaba la música africana de los diferentes picós que sonaban cada fin de semana en las casetas, en las casas grandes donde se hacían los eventos”

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¿La solución habría sido cambiar el nombre y empezar de cero para empezar a borrar la discriminación que desde siempre acompañó el género?  Algunos lo pensaron, pero ganó la idea de que ese término debía recordar una lucha. Alguien dijo: "déjalo así como identidad, eso sirve para entender que hay que luchar y con el tiempo se logrará dar a entender que no es cierto todo lo negativo que dicen de la gente y de la música". Era una especie de rebeldía.

Ha pasado bastante tiempo desde que esa palabra se usaba, pero la discriminación del género sigue siendo una marca que ha sido indeleble. El último ejemplo fue el decreto que “Promete poner en cintura ‘el perreo’ y los polémicos bailes eróticos para menores de edad que promueven ritmos musicales como la champeta y el reguetón”, según lo registro en su momento el periódico El Tiempo.

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Louis Towers, Viviano Torres y Charles King son tres pesos pesados del género, leyendas vivientes que han vivido la historia musical en carne propia. Nos encontramos con ellos en las calles de la candelaria y nos pusimos a caminar aprovechando el cielo sin nubes. Es imposible que la gente no los mire. Louis es alto, camina con desparpajo y su risa contagia a desconocidos; Viviano, con su traje estampado y zapatos blancos de material, le impone seriedad a la vaina; a Charles lo miran de reojo porque lo han visto en algún escenario, en alguna tarima.   

Los tres tienen un porte que no se puede ignorar y en combo se potencializa. No solo tienen eso en común, se han amangualado para dar la pela contra la discriminación, en contra de la politiquería que los usa en el furor de sus campañas para atraer pueblo, pero los abandona con leyes y censura, pero sobre todo para reivindicar las raíces del género ante la invasión de lo que hoy se conoce como la “champeta urbana”.  Una vertiente que ha querido venderse como el lado moderno, el lado más rockstar (porque basta ver un concierto de sus embajadores para entender la magnitud del asunto), el lado que suena en la radio, que llena conciertos y que por supuesto, gana billete.

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Hay resentimiento y eso no lo niegan.

“Nosotros tenemos resentimiento de que traten de ocultar la historia real de la champeta para venderse como los que han montado la champeta en la cumbre. La champeta desde su inicio estuvo en la cumbre”, afirma Charles King.

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Cuando Louis Towers empezó su carrera como artista estuvo firmado por Discos Fuentes. Podía cantar todo lo que quisiera, eso sí, todo menos champeta. Empezó a hacerlo a escondidas y en esas grabó uno de sus temas más conocidos El liso de Olaya. 

A los productores nunca les interesó el tema de la champeta, ni la esencia. Lo que les interesó fue invertir poco y meterse mucho al bolsillo y así llevaron a muchos artistas a hacer muchas letras de carácter vulgar y agotaron tanto el tema que empezaron a hablar de dibujos animados y animales. Decíamos que habían artistas que parecía que tuvieran un zoológico: hacían la canción de la vaca, la hormiga, el perro”, cuenta Towers.

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*Louis Towers 

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Charles le llama a esa nueva champeta que parece una hermana del reggaetón “champegueton” y a esa nueva ola que se mezcla con el vallenato “champenato”. “La lucha titánica consiste en no dejar que agonice la champeta tradicional”, dice armado de convicción.

 “Nosotros usábamos músicos que tocaban conga, batería, unas guaduas, elementos representativos típicos de la champeta. La guitarra, que es indispensable, y todos en algún momento hemos hecho temáticas sociales” explica el "palenquero fino".

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“Yo les decía a los compañeros que tuvieron el éxito llamado El celular que si querían les ponía el grupo, porque sin una banda iban a morir rápido. No quisieron y, ¿dónde están hoy?", se pregunta Viviano. “Mr. Black me escuchó más y la banda que él tiene hoy es la misma mía. Le cedí los músicos porque él es nuestra representación. Ha querido pegarse al cuento y le dio resultado. Caso diferente a Kevin Flórez que siguió con bailarines y pista y por eso se lo está llevando Mr. Black por delante. Ellos no han dimensionado que cuando tienes banda te van a mirar de otra forma”.

“La evolución no es restarle elemento” dice Viviano para concluir contundente.

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El género está divido en dos vertientes: aquellos que le han apostado al lado más vendedor de la champeta y los que se abrazan de las raíces, de África y de la revolución. Y aunque vienen del mismo lado, van contra la corriente. Es un enfrentamiento que va para largo rato porque si bien los comandantes de la champeta moderna tienen show para rato, los más tradicionales no se van a sentar a que les cuenten el cuento de cómo el mundo olvido de dónde vino el género que ayudaron a dar a luz.

Ese discurso no se queda en palabras y es por eso que esa lucha de la que hablan sin cansancio la van a llevar a cabo de la manera que más saben: a punta de terapia, de baile que exorciza. 

 

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