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Michael Jackson es un video (Claves para la eternidad)

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Por: Sandro Romero Rey

STATE OF SHOCK

“Necesitamos la imagen de Michael Jackson muerto” gritaban en las oficinas de redacción de los periódicos del mundo el trágico jueves 25 de junio de 2009. Pareciera como si todos necesitásemos una evidencia visual para poder aceptar que el llamado Rey del Pop había regresado al cielo del cual nunca quiso salir. “Ver para creer”, dicen que dijo Santo Tomás. Y dos milenios después, con Michael Jackson, pasa lo mismo. Porque él nos acostumbró a que la música no había sólo qué escucharla, sino también meterla por los ojos. “Lo veo y no lo creo” parecían decir los espectadores del cantante ante las proezas descomunales de su genio. Y gracias a su obsesión audiovisual tendremos a Michael Jackson para siempre. De hecho, ya lo teníamos y podíamos disfrutarlo en sus mejores momentos, según directores como John Landis, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola o John Singleton. Los videos de Jacko son los mejores (o los peores, según quien los mire) ejemplos de lo que la televisión de los años ochenta hizo para la cultura Pop. Cada uno de sus títulos filmados o grabados son muestras de la fantasmagoría propia de un artista que se inventó un cuento sobre sí mismo y terminó creyéndoselo por siempre.

Cuando los Jackson Five hicieron sus apariciones para la televisión norteamericana de los años sesenta, nunca imaginaron que iban a crecer. Los fragmentos de sus maratónicas presentaciones que se conservan en YouTube nos muestran a cinco hermanos felices, hijos de lo mejor de la cultura musical negra de los Estados Unidos, formando parte de la integración racial que, poco a poco, el rock había conseguido gracias a los placeres del ritmo. Esas cancioncitas (no tan) inocentes (I Want You Back, ABC, I’ll Be there…) eran un pasaporte para la felicidad infantil, aún entre nosotros, gracias a que la televisión (en blanco y negro, como Michael) transmitía de vez en cuando fragmentos de sus presentaciones y unos ingenuos cartoons que emulaban a los de los Beatles. Eran otros tiempos. Quien escribe estas líneas recuerda especialmente a Michael Jackson gracias a la película Ben, la rata asesina, en cuya banda sonora estaba la canción Ben interpretada por el cantante cuando su edad cronológica coincidía con su edad física y mental. Yo tenía una novia que se llamaba Gina, y Gina tenía gafas, como quien les escribe, y ambos nos quitábamos las gafas en la oscuridad del teatro para besarnos al ritmo roedor de un Michael Jackson de doce años. Nadie se acuerda del filme de Phil Karlson, pero la canción sí sigue sonando por ahí, gracias a que la mala música puede volverse muy buena, mientras que el mal cine envejece con rapidez.

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De los conflictos con el sello Motown y el tránsito de los Jackson Five a The Jacksons sólo se acuerdan los especialistas. La carrera de los hermanos se fue diluyendo en una confusa bruma pero, a finales de los años setenta, Michael, el séptimo de los nueve (aunque en el grupo sólo fuesen cinco, a pesar de que todos tenían la música entre pecho y espalda), comenzó a brillar con luz propia. Y esa luz se hizo más intensa gracias al cine y la televisión. En 1978, con la complicidad de Diana Ross, Michael Jackson comenzó a ser crucificado, de acuerdo con mis recuerdos de la película The Wiz, remake “negro” del clásico El mago de Oz. Quizás alguien evoque pegajosas canciones como Ease on Down the Road o la frágil imagen de plastilina de Michael interpretando al espantapájaros. La película ha desaparecido de la memoria de las nuevas generaciones pero guarda la importancia de ser la primera colaboración entre Jackson y el productor Quincy Jones. Un año después comenzaría el triunfo de Michael como bailarín y cantante gracias al álbum Off the Wall, donde se destacan obras maestras como Don’t Stop ‘Til You Get Enough o Rock With You. Estas “obras maestras” siguen existiendo en sus videos promocionales respectivos, donde Michael danza por los aires en el cielo de la música soul.

¿Qué pasó con Michael Jackson entre 1979 y 1982? Pocos lo saben, pero no importa. Lo que importa es la aparición del álbum Thriller, del que ya se ha dicho todo y del que se puede decir mucho más. Pero Thriller es, además, los videos de Beat it, Billie Jean y la canción que le da título al álbum: el primero, un genial pastiche de West Side Story, el segundo, un homenaje al nuevo Michael Jackson que se nos venía encima, y el tercero un divertimento alrededor del cine de horror, con homenajes a diestra y siniestra (La noche de los muertos vivientes, Psicosis, Vincent Price…) y la consolidación de una estructura que luego será variada ad infinitum en sus producciones posteriores. Un año después, Michael Jackson se canonizaría con su legendaria aparición en la ceremonia de los 25 años de Motown, video que podemos ver, sin dejar de admirarnos, en la edición de lujo de los también 25 años (¡tantas bodas de plata!) de la aparición de Thriller. Si alguien quiere ir más allá de los lugares comunes de la prensa sensacionalista, le recomiendo que curiosee este video: allí está el Michael Jackson para la historia y la histeria. Y nuestro héroe siguió siendo importante a lo largo de la década, testimonio de ello son videos como el de We Are the World, donde grandes estrellas del rock se reunieron alrededor del hombre del guante blanco para inventarse la solidaridad a través de la música. 

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¿HISTERY?

Alguien me decía que las letras de Michael Jackson eran como los libros de Paolo Coelho. Yo le di la razón. Michael Jackson puede ser el Paolo Coelho del Pop, con la diferencia de que Coelho
no sabe ni bailar ni cantar. Y claro. La pachuquería atraviesa la vida de Michael Jackson con un sino siniestro. Bástenos recordar su colaboración en la pantalla con Paul McCartney (Say, say, say) para
que se nos quiten las ganas de almorzar. Pero qué le vamos a hacer. El camino de la música rock está sembrado de espinas. Y las espinas son parte de su encanto. Mejor sigamos. Cuando apareció
el álbum Bad en 1987, se disparó la imaginería de nuestro héroe. No sólo por el extenso clip promocional dirigido por Scorsese, sino por la película Moonwalk, donde Michael canta su estupenda versión de Come Together, así como los legendarios apoyos visuales de Dirty Diana, Smooth Criminal, Speed Demon, Leave me Alone o la encantadora The Way You Make Me Feel.

La década del noventa la inaugura nuestro monstruo de cabecera con el álbum Dangerous, sustentado por el famoso video-clip de la canción Black or White, con sus imágenes encantadas
bajo el efecto morphing y la inolvidable coreografía final en la que MJ se convierte en pantera. Quien les escribe tuvo el privilegio de asistir a uno de los conciertos descomunales del tour promocional del disco, el 13 de septiembre de 1992 en París. Como Michael Jackson sabe que la memoria es chata, tuvo a bien editar uno de los 89 shows de dicha época, el cual se consigue en la caja de cinco discos titulada premonitoriamente The Ultimate Collection. Si usted quiere saber quién fue Michael Jackson, le recomiendo el Dvd de esta blanca caja de Pandora y allí descubrirá todo su misterio. De otro lado, el eterno niño que fue este Peter Pan del Siglo XX queda inmortalizado en Disneyland, gracias al cortometraje en 3D dirigido por Francis Ford Coppola, titulado Captain EO: esto es la exégesis de los efectos especiales que se convirtió, para muchos, en el secreto de sus defectos especiales. A partir de este momento, el gigantismo se instala en la cabeza de Michael Jackson. Todo lo que salga de su cerebelo tiene que ser enorme: Neverland, las estatuas promocionales de su álbum History, su tragedia, sus películas, su leyenda, Eddie Murphy, Iman y Magic Johnson en Remember The Time, los ocho millones de dólares del video de Scream con su hermana Janet Jackson, sus perversiones, sus propias mentiras.

Los años pasaron como puñaladas y la caída de Michael parecía ser tan grande como su ascenso. Sus nuevos videos (la coreografía de They Don’t Care About Us en Brasil, los casi 40 minutos de Ghost, You Rock My World con Marlon Brando incluido…) nunca fueron tan celebrados como las imágenes de antaño, a pesar de que nos encontremos con fragmentos tan iluminados como los de los videos de Thriller. Pero así es la implacable arbitrariedad de las modas. Es una lástima que de su alud audiovisual no hayan quedado imágenes de su colaboración con Mick Jagger en State of Shock.

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Michael Jackson, sin embargo, fue, es, seguirá siendo un monstruo, una bête de scène hija de las cámaras. Nació y murió con una cámara detrás de sus pasos. Nunca sabremos (aunque sorpresas son las que faltan) qué había detrás de los shows de Michael Jackson –llamados “This Is It”- en Londres cuando lo sorprendió el infarto final. Lo que sí es cierto es que los encantos de su genio permanecen, gracias a que alguna vez el séptimo hijo de la familia Jackson decidió que, para poder vivir, tenía que ser también un hijo natural del séptimo arte.

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