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Morronga: luce solapada y come callada

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Por: Paula Ardila @acidodivino // Foto: iStock. Soy del tipo de morronga que las extrovertidas, liberadas y frenteras odian. Morronga de pura dinastía, morronga de linaje, no como esas de ahora todas amateur, que no tienen la persistencia que se necesita para ser una morronga pura sangre. 

Cuando tenía 16 años, 3 de bluyiniada y 8.760 horas de buen sexo,  mi mamá me dijo que no le gustaba para nada mi amistad con Paola, porque se le notaba de lejos que ya había perdido la virginidad y podía ser una mala influencia para mí. Fue en ese momento que supe que estaba haciendo bien las cosas. 

Ser una buena morronga no es sencillo y tampoco es para cualquiera. Es todo un arte, ¡el arte de la espera! O ustedes creen que es fácil que uno lo quiera dar en la primera cita, y que tenga que decir con voz dulzona: “¿No crees que vamos muy rápido? Yo no soy de esas, no me confundas”.

Pero no es sino que nos den pista para iniciar una relación en serio y entonces ahí sí, sacamos a la PornStar que llevamos dentro y parecemos contorsionistas del Cirque du Soleil con el novio de turno. Porque ojo, una morronga siempre tiene novio.

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Las morrongas sabemos esperar, disimular la calentura. 

Las morrongas sabemos esperar, disimular la calentura. Uno primero los provoca, los hace pensar que somos calmadas, niñas buenas y luego “matanga dijo la changa”. Las morrongas no aceptamos que hacemos el amor, que ponemos cachos, que nos gustan los tríos, que somos las amantes de los jefes, que nos encanta un uniforme, que nos gustan los hombres casados y que de vez en cuando, nos acostamos con ese portero que está más bueno que un salchichón con limón. Las morrongas NO somos directas, NO somos explícitas, tenemos un silencio maravilloso. Nosotras no hablamos de nuestros actos de amor, ni de nuestras relaciones sexuales. Mientras una extrovertida todo lo cuenta en realidad aumentada, nosotras las morrongas escatimamos en detalles y mentimos a nuestro favor, pero no con mentiras pobres y torpes, lo hacemos de manera profesional, con disciplina y constancia.

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Eso nos permite siempre gozar del beneficio de la duda, otros creen que sí…. pero no están del todo seguros. Suelen comentar: “Yo no creo que esa vieja sea capaz de…, con esa carita, imposible”. Así que a nuestros detractores les toca apelar a la imaginación, a la creatividad, y quedarse con las ganas de escuchar de nuestros propios labios que somos unas culi prontas, porque además las culiprontas por excelencia siempre serán las extrovertidas. 

Una extrovertida no necesita ni trago ni sustancias alucinógenas para hacer el oso

Una extrovertida no necesita ni trago ni sustancias alucinógenas para hacer el oso, basta con un poquito de cuerda o que algo les haya salido bien ese día y se suben a bailar encima de las mesas, sacan a bailar hasta al mesero, se sinceran con todo el mundo, le confiesan sus ganas al mejor amigo y si está en una despedida de fin de año, mucho peor, aprovechan para echarle la madre al jefe. Al otro día están dándose látigo por todo lo que dijeron e hicieron gracias a su exceso de espontaneidad, se despiertan con ganas de cortarse la lengua y como no se tomaron ni un trago, no tienen a quien echarle la culpa. 

En cambio, una de morronga se toma dos tragos, se desordena, se enloquece y al otro día se hace la enlagunada, se sonroja ¡y listo el pollo! Aquí no ha pasado nada. Y lo mejor de todo es que no pasamos de moda, seguimos vigentes. Los hombres pueden decir mil veces que les encantan las alborotadas, las liberales, pero al momento de escoger pareja estable siempre optan por la morronga. 

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Muchos hombres aún piensan que somos las mejores novias, que nada mejor que una 0 KM. Jajajaja, ¡morirán engañados! (Tengo tres crédulos que juran que fueron el primero). Los hombres prefieren a la niña buena para presentar a los papás y las liberadas para el rato. El machismo abunda por estas tierras y eso nos favorece mucho. Solo los valientes se enamoran de las extrovertidas, y de esos hay muy pocos.

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