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“Ruido Rosa”, la némesis colombiana a “Rápido y furioso”

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El nuevo estreno del cine colombiano es una historia de amor silenciosa y pausada ambientada en una Barranquilla cuasi-fantasmal. ¿Por qué insistir en hacer cine lento? ¿Responderá el público colombiano asistiendo a ver la película en salas? Habla su director, Roberto Flores Prieto.

Por: Juan Pablo Castiblanco Ricaurte //@KidCasti

Lenta y sin afanes. Así es la tercera película del barranquillero Roberto Flores Prieto, ganador del premio a Mejor director en el pasado Festival de Cine de Cartagena, que se estrena este fin de semana en salas comerciales. Así como pasó en Cazando luciérnagas (2013), el anterior filme de Flores Prieto, en esta historia se dibuja un Caribe “descaribeñado”; una región costeña desprovista del acostumbrado ruido, color y desfachatez con la que se suele pintar a esta región del país en otras películas y, sobre todo, en la televisión.

Dos personajes involucrados en una accidentada historia de amor, muchos silencios y planos largos: una fórmula que, de entrada, reta todos los mandamientos de una era en la que los públicos devoran productos rápidos y furiosos como si se tratara de aplicar la lógica de la comida rápida al cine. En una época en la que las películas nacionales enfrentan el miedo a fracasar en taquilla, ¿hay que servir el plato que las audiencias piden o hay que insistir en llevarlos a probar otros sabores?

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Con fuertes referencias e influencias de directores como Wong Kar Wai o Jim Jarmusch, Flores presenta una película atrevida y que le apuesta a un estilo muy propio mientras, paradójicamente, está terminando un atípico musical producido por Dago García que se estrenará en agosto próximo. Una apuesta de cine colombiano que se sale del molde, apenas para los que se quejan de la repetición de los temas de siempre.

 "La visión del Caribe que se vende en la televisión es deleznable. Nos han convertido en los bufones de la corte"

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Para mucha gente el ritmo lento y pausado se acerca mucho al aburrimiento, algo que se ha castigado mucho en el cine de entretenimiento. ¿Siente que su apuesta está reivindicando el aburrimiento o la monotonía? ¿Cómo es su relación con esos términos tan satanizados y prohibidos?

Es que una cosa es que no pase nada y otra que no te pase nada a ti cuando ves una película. Son dos cosas muy diferentes. No pretendo hacer un cine aburrido, pero sí he pretendido experimentar con una puesta en escena, que dadas las circunstancias de lo que está en el mainstream hoy, puede resultar para ciertos espectadores como aburrida. Hoy por hoy el espectador tiene la atención de una mosca.

Le pones un plano que dura más de 7 segundos y le genera una angustia existencial que le dan ganas de suicidarse. Eso es un fenómeno que se da por la forma de vida de hoy, el videoclip, la publicidad, cierto tipo de televisión, y eso ha malformado todavía más a los espectadores que son los que están yendo a pagar la boleta. Le he apostado a un cine de personaje, donde el personaje está encima de la trama, y no al revés, como usualmente pasa en el cine narrativo, clásico y comercial, que permanentemente te está presentando tramas, sucesos y acciones. Pero para mí es importante reivindicar la capacidad y el derecho a contemplar, el derecho a escoger en el cuadro lo que tú quieres ver y sobre lo que quieres reflexionar. Los seres humanos en el mundo de hoy necesitamos un poco de pausa.

Nos quieren llevar a una velocidad como borregos no sé hacia dónde y a veces no nos damos ni cuenta. La posibilidad de detenerse un momento, tomar un poco de distancia, y mirar lo que sucede en tu entorno, te permite descubrir belleza y cosas importantes en cosas que están pasando por encima de nosotros. Detrás de cada persona hay historias bellísimas. Como espectador me interesa un cine muy variado, pero como realizador me gusta esto.

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Como usted dice, el cine clásico privilegia mucho las acciones, muestra un tipo de vida donde hay un punto de giro que lo define todo, pero la vida real a veces no funciona así. ¿Su forma de hacer cine tiene que ver también con una postura y forma de ver la vida?

Claro, yo creo que la vida es muchas cosas. Hay gente que vive como “Rápido y furioso” y otros que viven como una película de Antonioni. Eso es lo bello del arte y del cine, de cualquier expresión humana, que pueden cobijar muchas cosas y construir algo muy amplio y variado. Me parece horrendo el esfuerzo de ciertos agentes del mercado por volver tan monógamo y unidimensional el cine.

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Me encanta Kim Ki-Duk, Jarmusch o Antonioni, y al mismo tiempo películas como “La guerra de las galaxias” que fue muy importante para mí y fue la que me llevó a decidir hacer cine. No veo por qué tengo que prescindir o privarme de una  o de otra. Lo que quiero es ver buenas películas. Cuando te acercas a un filme te acercas a distintas formas de ser y culturas, y eso implica diferentes ritmos, tiempos y emocionalidades.

En eso nos hemos dejado hacer una trampa muy grande. Si comiéramos arroz, carne, plátano y maduro todos los días llegaría un momento donde alguien se rebela, pero este cine y sus máquinas promocionales son tan eficientes que la gente quiere más arroz, carne, plátano y maduro todos los días. O por lo menos cree que quiere. Llena pero no alimenta. ¿Cuál es el camino? No sé. Tal vez girar con las películas por festivales en diferentes lugares del mundo, centros culturales, salas alternativas. Es una lucha global en todo caso. En lugares donde hay más recursos y criterio libran la batalla con más herramientas que acá en Colombia, pero es un fenómeno mundial. 

 "No pretendo hacer un cine aburrido, pero sí he pretendido experimentar con una puesta en escena, que dadas las circunstancias de lo que está en el mainstream hoy, puede resultar para ciertos espectadores como aburrida"

Su sello es una apuesta muy contestataria contra las normas de la industria. ¿Es consciente que eso lo puede llevar a perder público? ¿Se puede buscar a través de este lenguaje conquistar una gran porción de la taquilla? ¿Cuál es su expectativa de la respuesta de la audiencia en salas?

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Todo cine es comercializable. Los grandes festivales del mundo, hasta los más contestatarios o irreverentes con el cine mainstream, son piezas de una industria. Hay agentes de ventas, se están haciendo negocios. Cuando un afiche tiene las palmas del logo de Cannes, se valoriza en el mercado. Todo hace parte de una cosa de mercadeo. Se trata de una cuestión de nichos, de segmentos de población; hacia dónde va tu película y qué tienes que hacer para que atendiendo el nicho con el que puedes dialogar tus películas puedan ser autosostenibles y rentables.

Hay nichos más complicados y rentabilidades más difíciles, pero también es verdad que para hacer una película como esta necesitas menos inversión. Para poder competir y lograr algo comercial al nivel de “Iron Man”, hay que gastar 200 millones de dólares que no tenemos en Colombia. ¿Cuál es mi pretensión? Uno siempre quiere dialogar con la mayor gente que pueda. Ahora estoy postproduciendo mi primer experimento de juntarme con la industria comercial, en una película que financió Caracol y de la que Dago García es el productor general. Ha sido un experimento muy raro.

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Dago había sido coproductor de “Cazando luciérnagas” pero era de una manera muy diferente porque yo tenía el control creativo. Ha sido un aprendizaje muy fuerte. Tuve libertad para hacer una película muy mía, pero el corte final está a cargo del canal y no sé cómo va a quedar. 

¿Esa película con Dago también se ambienta en la Costa?

Sí. Básicamente por eso también acepté, porque la visión del Caribe que se vende en la televisión es deleznable. Nos han convertido en los bufones de la corte. Bailen, rían, háganos felices y hagan escándalo. Y evidentemente somos bailarines, chistosos y extrovertidos, pero también somos muchas cosas más. Esa es una responsabilidad que he sentido con mi cine. 

Eso también es muy llamativo, su visión de lo costeño. La Costa que usted dibuja es muy distinta al relato tradicional, llena de personajes silenciosos, fantasmales. ¿Cómo es su relación con la Costa siendo usted barranquillero?

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Es muy peculiar. Siempre que pongo la cámara en Barranquilla o la Costa, la gente me dice que no parece que fuera allá, incluidos los propios costeños. Amo mi región, aposté a quedarme ahí cuando todo el mundo me decía que estaba loco, que me fuera a Bogotá y que cómo iba a hacer cine en Barranquilla. Me siento muy costeño, pero no sé si a otros costeños les parezca lo mismo.

Es como si el Caribe fuera un cubo y permanentemente lo que se expone solo es una cara de ese cubo, y eso me resulta por decirlo menos, ineficaz y hasta ofensivo. Incluso mucha gente por dentro se ha dedicado a vivir dentro de ese cuento, a satisfacer el deseo del resto del país por ver esa caricatura. Pero sí fui un muchacho que en algún momento renegó de esas cosas en la Costa, no me gustaba el Carnaval de Barranquilla. 

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