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Lo bueno y lo malo de que J Balvin sea ícono de la moda en New York

Con J Balvin en los escenarios más tops del mundo de la moda queda abierta la posibilidad para que se convierta en un portavoz del diseño nacional.

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Lo bueno, con J Balvin en los escenarios más tops del mundo de la moda es que queda abierta la posibilidad para que se convierta en un portavoz del diseño nacional. Lo malo, la criticadera.

Por: Mayra Hernández @Mayaelectrik// Foto: Gettyimages

Fue ícono de la casa antes que de Channel y de la Semana de la Moda masculina de Nueva York (Ver artículo). En Shock se sabía hace años luz que su estela seguiría conquistando territorios conocidos y desconocidos, pero con todo el orgullo patriótico que se merece, celebramos su nuevo triunfo fuera de su cancha, conquistando las pasarelas más top, aunque muchos solo tengan quejas al respecto. 

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Era de esperarse. Solo bastaba con que empezara la Semana de la Moda masculina de New York y de la que J Balvin fue nombrado embajador, de hecho, el primer latino en tener esta estampa VIP, para que los haters hirvieran en rabia y empezaran sus ataques de ciberbullying. Y aunque no se puede negar que son más las muestras de amor que de odio que generan sus publicaciones en Instagram, tampoco se puede negar que sus conquistas en el mundo de la moda generan cierta indignación colectiva, sobre todo entre los “amantes y conocedores locales de moda”.

La mejor prueba de eso fue el haterismo que desató su presencia el año pasado en el emblemático desfile de Channel,  Métiers d'Arts, en el Ritz de París, donde Balvin fue invitado especial al lado Pharrel Williams, Cara Delevingne y posó ante el mundo con el mismísimo Karl Lagerfeld.

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Nada raro en este país de bipolaridades donde los triunfos de la selección se cantan a grito herido, son causal de fiesta nacional, y el “robo” de una corona de Miss Universo se llora como si de una catástrofe humana se tratara. Pero cuando se trata de celebrar el triunfo de un compatriota, echao pa’ lante, autor de las canciones que buena parte de la población, no solo nacional, sino también internacional , baila hasta el piso, ahí sí más de uno, saca el Judas juzgón y fariseo que llevan dentro, para cuestionar su ascenso en un mundo del que no lo creen digno. 

¿Por qué no ha estado en involucrado en la industria de la moda colombiana? ¿Por qué no se viste con los outfits más elegantes y sofisticados? ¿Por qué de cuando aquí ponerse chaquetas de leopardo, medias sobre los pantalones y andar con hoodies y gorritos benies es tener buen estilo? ¿Porqué eso de pintarse el pelo de verde, rosado o de los colores de arcoíris, no es cosa de gays? El error está en seguir pensando la moda con esa mirada anticuada en donde todo es cuestión de “buen gusto”, de glamur, de marcas y etiquetas. En seguir tildando de gay a un hombre solo porque revela su gusto por la moda, cuando en realidad la moda es cuestión de una expresión de identidad y de actitud sin límites ni protocolos. 

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Y sinceramente, últimamente eso es lo que le sobra a J Balvin. Basta con una stockeada de su perfil de Instagram encabezado por sus últimas sesiones de fotos en New York con looks alternativos 100% urbanos sin un pizca del clásico glamur ni del típico bling bling que persigue el imaginario del reggaetonero, para darse cuenta de eso. Es más, con su nuevo estilo pareciera reivindicar el estilo callejero de los primeros día del reggaetón cuando se veía a íconos como Ivy Queen con gorros de lana,trenzas de color rojo y chaquetas bomber con colores dignos de los 80s.

Sea como sea, rememore la época o tribu urbana que sea, haga los experimentos que haga con su estilo, lo bueno no es lo que viste, sino como lo está haciendo: divirtiéndose, riéndose de sí mismo, gozándose sus cambios de look y siendo el que se le da la gana de ser. Que mejor que hacer de la moda, de la ropa y sus derivados eso: un medio de expresión más libre y menos acartonado que no le hace caso a las etiquetas ni a las reglas mamertas de estilo.

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De hecho, ese tipo de actitudes desenfadadas, que la mayoría de veces nacen en las sombras del underground y terminan en el umbral del mainstream por cortesía de varias movidas del mercado, son las que más parecieran hipnotizar a la industria de la moda desde los tiempos del punk hasta nuestros días. Mucho más en nuestros días de adicción digital, redes sociales, millenials y generación z, donde cada día nacen nuevos influenciadores que entre más vale verga y auténticos, más famosos. No en vano esos que le hacen pistola a los estándares fashionistas son los más perseguidos por marcas top como la nueva revelación del modelaje alternativo, Sita Abellan que de un día para otro terminó siendo imagen de Dolce & Gabbana, o como los hermanos Smith, o el dúo dinámico de Die Antwoord que entre más irreverentes, más buscados por prestigiosas revistas y casas de moda.

Por eso era de esperarse que, ese reciente estilo desenfadado de J Balvin combinado con la influencia de su música en el mundo (dicen que “si necesita reggaetón, dale” suena hasta en Tailandia), sus prolíficos números en redes sociales y su cercana relación con otra eminencia de de la industria como Pharrel, robara las miradas de los expertos en marketing de moda para que le lanzaran el anzuelo y lo enlistarán en las filas de celebridades fashionistas. En resumidas, otra muestra de un fenómeno que se repite con frecuencia en la moda cuando toma expresiones que en algún momento portaron la insignia de marginales o underground y las termina insertando en la primera fila de la cultura pop, vendiéndolas y mercadeándolas porque así es el negocio socio.

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Ahora, sí el mundo de la moda legitima a J Balvin como un ícono, eso no significa que usted ni yo, ni todos los seres humanos tengamos que asumirlo como tal. Tómelo o déjelo, ya se sabe de sobra que hoy en día somos más libres que nunca de definir cuales son nuestras elecciones culturales y quién merece ser nuestro ícono en un abanico cada vez más lleno de posibilidades y de ídolos por cortesía de la expansión digital. 

¿Y entonces por eso el reggaetón es el referente estético de nuestros tiempos? Bueno eso es una respuesta digna una tesis laureada de antropología y sociología revuelta con estudios de moda y psicología sobre la doble moral y los sentimientos de amor y odio que despierta el reggaetón y sus máximos representantes. Lo cierto es que más que la única referencia estética, porque de hecho, el reggaetón es en sí mismo es un remix cultural que incluye el flow y desparpajo del reggae en español y la actitud desafiante del hip-hop, lo que sí no se puede negar es que se ha convertido en un referente de la historia de nuestros tiempos como latinos. Más que un referente estético, un referente que habla de nuestra calentura latina, de nuestras noches, de cómo se nos ha metido por las venas, las piernas, las caderas, los oídos y hasta por los ojos. No hay que vestirse como reggaetonero  para decir que ha bailado reggaetón hasta el piso, y no solo por ser reggatonero hay que vestirse con sisa, pantalones anchos y cadenas de oro y plata. Cada uno es libre de vestirse como se le de la gana independientemente de su oficio, a menos de que tenga que cumplir reglas de etiqueta en su trabajo.

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Mal que bien con personajes como Balvin conquistando otras tribunas, en esta caso las fashionistas, ahora el mundo tiene frente a sus ojos un referente de un estilo más colombiano que el de la misma Shakira o que el que promueven referentes internacionales de la moda colombiana como Silvia Tcherassi y Johanna Ortiz sin ánimo de ofender ni demeritar, el camino que han labrado.

No solo eso, con J Balvin en los escenarios más tops del mundo de la moda, queda abierta la posibilidad para que se convierta en un portavoz del diseño nacional, cosa que sí le ha faltado durante su paso por la Semana de la Moda de Nueva York luciendo y tagueando más diseño internacional de casas como Saint Laurent y Supreme, que diseño nacional. Pero tampoco se le puede pedir peras al olmo. Hasta ahora está labrando el camino en una industria de ojo inquisidor que quizás no esperábamos verlo conquistar y mientras eso pasa, amanecerá y veremos si también se le mide a hacerse embajador de las etiquetas made in Colombia. El hecho es que de la crítica solo queda el cansancio. Mejor dejar la mala onda de lado que nada aporta en tiempos oscuros en los que más vales estar unidos aplaudiendo los triunfos de los hermanos latinos así nos sintámonos representados o no. 

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