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Miss Gay Internacional desde el backstage: el arte del transformismo

Un reinado sui generis donde a las reinas no les quitan la corona y están libres de la maligna doble moral.

El pasado 16 de julio se celebró en Theatron la ceremonia de elección y coronación de Miss Gay Internacional: un concurso que más allá de ser una réplica LGBTI de los tradicionales certámenes de belleza, es una celebración de la identidad libre. Nos colamos al backstage para ver cómo se viven estas sofisticadas transformaciones.

Por: Diana Romero @solopopo // Fotos: Santiago Acosta

Desde hace 16 años, Miss Gay Internacional, el show más grande de transformismo en Colombia, atrae a personas de todos los países. El certamen es una oda al arte transformista y se celebra en la emblemática discoteca gay de Bogotá, Theatron, ante un público que con los años se ha vuelto más diverso. Es una noche importante para la comunidad LGBTI en la que se esperan al menos cuatro mil espectadores integrados por hombres y mujeres de todas las edades y preferencias sexuales.

La primera vez que asistí a un reinado de Miss Gay fue por casualidad. Por eso sabía que si llegaba unas horas antes del show de medianoche podría encontrarme con las concursantes que, a diferencia de los tradicionales reinados de belleza, ingresan por la puerta junto al público. A las once de la noche una figura alta y esbelta, bajo un vestido largo y blanco, se aproximó caminando por la calle inclinada y húmeda donde todos esperaban para entrar a Theatron. Su belleza femenina y elegante se robó las miradas de quienes ansiosos hacían una fila monumental, que llegaba al otro extremo de la calle.

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La escena se repitió un par de veces con nuevas divas y dejaba tras de sí expresiones de asombro y admiración. Como esperábamos, las candidatas al concurso transformista más importante de Colombia desfilaban entre la gente para entrar, con la banda del país que “representaban” en la mano, acompañadas de su productor o maquillador y una maleta de aeropuerto llena con todo lo necesario para tramoyarse.

Adentro, todas hacían lobby alimentándose de la admiración de un público, que aprecia este homenaje a la feminidad en esos cuerpos ajenos a lo que dicta el género. Jamás me había detenido a contemplar este arte que hasta Duchamp ya había disfrutado, cuando bajo el alter ego de Rrose Sélavy había decidido apoderarse y empoderarse con la imagen de una mujer. Estaba anonadada.

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Así que mientras todos esperaban ansiosos el show, entré al backstage junto a un fotógrafo para descubrir la identidad de quienes habitan esos bellos cuerpos. Desnudamos la dualidad transformista, mientras cada candidata se trepaba, a su manera, en ese personaje que había decidido representar. Uruguay, Puerto Rico, México, España, Italia, hasta Tanzania fueron algunos de los países escogidos por las reinas, quienes en su papel no dejaban de posar y sonreír cuando la cámara les apuntaba. 

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Fue increíble verlas desnudas, con sus cuerpos tonificados de hombre, casi perfectos, apenas bajo hilos delgados, entre los que se alcanzaba a ver en la cola un poco de esa cinta cómplice para truquearse. Nunca hubo rastro de sus miembros. Poco a poco, fueron apareciendo de las maletas plumas, trajes de todos los colores, accesorios, maquillaje, pelucas, sostenes.

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El camerino alargado y estrecho, dividido en la mitad por un par de ladrillos insinuados, las obligaba a repartirse en línea recta y compartir los únicos dos tocadores para maquillarse. Una junto a la otra se aplicaban la base, el rímel o el labial, mientras bailaban las canciones que afuera animaban al público. Vimos en cámara lenta ese proceso artístico. Con cada prenda crecía una mujer distinta, surgía otra identidad.

María Victoria Cadavid hizo un pequeño movimiento con las manos en la cintura para ver su figura desnuda frente al espejo antes de sacar de su maleta naranja un atuendo de dos piezas, adornado de piedras de todos los colores, que luego acompañó con pulseras, collares, aretes y hasta un turbante que rodeaba su pelo atado sobre la cabeza. Su toque final fue el muñeco de piel negra que a petición suya até a su espalda. La bonavorense había decidido representar a Tanzania. Fue curioso verla, junto a otras tres concursantes afro, representar lugares recónditos y exóticos como Zambia, Kenia y Angola, quien fue coronada como virreina del concurso.  

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Cinthia Catalina Palmers Cadavid se transformó por primera vez en 2011. Es artista bailarín desde los 8 años, por lo que ama subirse al escenario. En su discurso de género, promueve el mensaje de belleza con un propósito y aún pide a gritos que no se olvide el Chocó y el respeto a la comunidad LGBTI. Quizá por ese deseo de visibilizar lo vulnerable decidió representar un lugar tan apartado como Zambia.

Allí estaba, también, Daniela Cadavid, Reina Nacional 2015. Aunque pasaba desapercibida, con gorra, sin camisa, con unos jeans manchados y unos bóxer blancos asomados en la cintura, se maquillaba el brazo delicadamente, mientras me preguntaba si aún se veía alguna marca de su tatuaje. El maquillaje era tan perfecto que su cara ya pertenecía a otro cuerpo cuando supe que su tarea en esta edición era entregar la corona de Miss Gay Internacional, que en 2015 se había ganado Sephira Von Teese, quien no pudo asistir a este certamen y previamente se había despedido de su comunidad a través de un video.

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Mientras le subía el cierre de su vestido de gala, me contaba, con acento paisa, lo que sentía en el escenario bajo el calor de ese público que cada vez la acoge mejor. Daniela, vestida por el diseñador Carlos Mario Miranda, renace cada fin de semana en bares y discotecas, mientras Daniel, su identidad masculina, pasa sus días vestido de jean y camiseta. Contraste vastísimo de casi todas las personalidades que esa noche estaban allí.

Antes de salir al escenario, una de las presentadoras del concurso cuya figura delgada se dibujaba bajo un vestido de color rojo, que se presentó a sí misma como Gaysell, reveló que “el grupo inicial era de 50 concursantes, y fue disminuyendo después de analizar las fotos donde se ve la transformación de hombre a mujer, la estatura, las edades, un examen médico, y, finalmente, la pasarela y el dominio de público”. Ella, junto a La Negra, una morena robusta que lucía un escotado vestido negro, fueron las encargadas de presentar a las concursantes, como en un reinado de belleza cualquiera, con traje de fantasía, de baño y de gala.

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Afuera esperaba el jurado integrado por las actrices Katherine Castrillón, Aida Morales y Nini Pabon, junto el empresario y activista Oriol Paimes. Ellos, junto al clamor del público escogerían a la representante de la belleza transformista del año. Minutos antes de que comenzara el show ya se sentía la emoción en la Plaza Rosa, donde el diverso público aclamaba por la salida de las concursantes. Tuve la oportunidad de ver el espectáculo rodeados de transformistas, entre quienes estaba la famosa Endry Carreño, y para quienes probablemente es un culto asistir cada año. Fue inquietante ver cómo aprecian y exaltan la feminidad, la forma como constantemente mueven su cabello, tocan su rostro, manejan su postura y explotan la sensualidad. Sentí, incluso, que ellas apreciaban más que yo mi propio género.   

Cuando salieron las concursantes el público se estremeció. La barra más notoria de todas fue la de un grupo de venezolanos, que apoyaban su compatriota Daniela Patricia Olivieri, encarnada en Miss Uruguay. El primer desfile fue en traje de fantasía. Todas optaron por trajes alusivos a algún personaje o tradición del país al que representaban. El día anterior, Sherlin Montenegro había sido la ganadora del premio, con un maravilloso traje, creado por el diseñador mexicano Cesar Cortes, muestra del gran nivel artístico que se evalúa en cada certamen. Un bello homenaje al dios de los cinco soles: Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.

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El imitador Denis Fernando, junto a dos bailarinas eran los encargados de hacer el entretiempo para que las participantes se cambiaran de traje. Cualquiera que no sepa que se trata de un concurso transformista logra confundir el verdadero género de las participantes, sobre todo al momento del desfile en traje de baño. Extraordinario. Cuerpos totalmente moldeados, brazos delgados, rellenos perfectamente camuflados. Todo en un punto de equilibrio, mucho más parecido a las modelos de alta costura, que a las reinas de belleza tradicionales.

La barra de los venezolanos sirvió pues la corona de Miss Gay Internacional 2016 fue para Daniela Patricia Olivieri, titular también de la corona Miss Gay Venezuela y de cuanto concurso se la he atravesado. Su mayor obstáculo fue salir de su país, por lo que podrán imaginarse que llegar a Bogotá fue toda una travesía, entre buscar subsidios y encontrar los vuelos más económicos, que al final valió la pena. A diferencia de muchas concursantes, solo se transforma para certámenes como este. Merecido título por su belleza, por el esfuerzo de llegar al país y, en especial, por la revolución que generó en el público. Y es que definitivamente la que quiera la corona debe ser más que una reina de belleza o modelo. Miss Gay Internacional debe ser una gran diva.

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Los demás reconocimientos fueron para Ecuador, Reina de las redes sociales; Italia, Mejor cuerpo; Zambia, Primera finalista; México, Tercera Princesa; Brasil, Segunda Princesa; Venezuela, Primera Princesa; y Angola, Virreina. Otro escenario para la diversidad cerraba y con él quedó claro, como dijo La Negra mientras la maquillaban, que "la diferencia y el respeto se construyen en espacios como estos", abiertos para usted o para mí. En donde la belleza y el arte se pueden ver en un solo cuerpo, más allá del género.

 

 

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