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Del drama de las relaciones formales al caos de las informales

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Cuando las relaciones tienen título, siempre resulta fácil conocer los límites establecidos. 

Por: Carmenza Zá @zacarmenza. // Foto: iStock. 

El título de “noviazgo”  viene acompañado de la celebración de meses, de los apodos cursis que rayan en lo vergonzoso, del “cuelga tú primero” y, por lo general, de la acordada fidelidad y monogamia; sobre todo porque cuando uno anda de novio, todo es novedad y exploración: culear “como conejos” es poquito al lado de toda la vida productiva que uno deja pasar, por andar entre las sábanas con el noviecito. 

El “matrimonio” viene acompañado de la celebración de aniversarios, de despertar acompañado, de recibos por pagar, de la rutina y, con ella, la ahora tambaleante monogamia y fidelidad; sí, tambaleante porque en el matrimonio la fidelidad no significa lo mismo y, pareciera que los límites fuesen más flexibles, aunque no se diga. El sexo no se da con la misma frecuencia y, la convivencia ha acabado con el excitante halo de misterio que existe cuando ver a la pareja sin ropa, es todo un acontecimiento.

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La “expareja” no viene acompañada con nada, más que con  la carga eterna e insufrible de saber que, aunque pasen los años, los recuerdos y las parejas, el ex siempre va a ser ex. Nada que hacer. A este título se le pueden añadir un par de lecciones, de aprendizajes y, con suerte, de buenas amistades… Igual, sigue siendo el ex.

Las “relaciones abiertas” gozan de un título envidiado y difícil de alcanzar porque, contrario a lo que la mayoría imagina, éstas también tienen límites y acuerdos; el polvo es un punto de encuentro que se puede compartir con alguno o algunos más.

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Los “amigos con derechos” bueno, pues son eso: amigos que se culean y nada más. Aunque siempre exista la posibilidad de que uno de los dos se enamore y la cosa se acabe o trascienda al “noviazgo”, “matrimonio” o “relación abierta”… Sin olvidar que, sin duda alguna, eventualmente portará el título de “ex pareja” porque ya dijimos que lo único que es para toda la vida es el ex… y nada que hacer.

Del lado contrario, es necesario recordar que,  aún con todas las variaciones que puedan tener estos títulos y con todo el drama que pueden suponer las relaciones legalmente establecidas; no hay nada más caótico que vivir en algo que no lleva nombre y que está sujeto a la interpretación de cualquiera de las dos partes. 

Está, por un lado, la incertidumbre absoluta, en la que DE VERDAD la situación es tan confusa, que la única salida posible parece ser la histeria: 

“Hemos salido como cinco veces, a planes súper diferentes siempre, pero el bobo no me ha dado ni un besito, ni me ha cogido la pierna, ni me mira el escote. NADA. ¿Si estaremos saliendo?... Pues yo creo que sí, porque de lo contrario no me llamaría ¿cierto? Aunque, bueno, puede ser que sólo le gusta salir conmigo porque la pasa bien, pero no le gusto… ¿No le gusto? Seguro es gay, entonces… ¿Será que le pregunto? No, qué tal se me note mucho el hambre y espante al man… Pero ¿y si es muy tímido y está esperando a que yo tome la iniciativa?... ¡AAHHHHHHHHHHHHH!”

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Existe, también, la incertidumbre confusa, en la que una relación sin título ha cambiado de modalidad y, el nuevo reto, es encontrarle otro “no-título” a algo a lo que el “no-título” anterior, ya no le queda bien (¿ven cómo si es caótica la vuelta?):
 “Llevamos seis meses comiéndonos nada más, nos vemos, hacemos lo debido y no nos volvemos a llamar hasta que alguno de los dos tiene un punto de encuentro, pues para culear… Llevamos una semana yendo a cine  y a comer, sin que pase nada más. ¿Estamos saliendo? ¿Y si la cosa no vuelve a ser como antes? ¿Será que la vuelvo a llamar ¿Y si le pido que sea mi novia? …o mejor ¿y si me desaparezco y espero  que ella me llame, cuando tenga un punto de encuentro?... Eso, sí, desaparecer siempre es la mejor opción. 

Y, aunque se escapan muchos tipos de histeria, el factor común que tienen todas las relaciones informales, es la permanente necesidad de formalizarlas, como sea…  No importa si es titulándola como “noviazgo” o “amigos con derechos”… No importa si es rotulándolas con términos mucho más flexibles como “machuques”, “arrocitos en bajo”, “tinieblos” o “levantes”. 

Es que no importa, porque parece que le tuviéramos miedo a no tener límites establecidos para la culeada o el amor, pareciera que tuviéramos que nombrar todo para sentir que existe, aún cuando lo sintamos adentro.

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