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Sexo casual Vs. hacer el amor, esa es la cuestión

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Por: Carmenza Zá // @zacarmenza 

Duré bastante tiempo disfrutando las ventajas de estar soltera. Adquirí mis propios rituales cada vez que me urgía la compañía de alguien y, aunque suene a cliché, terminé por descubrir partes de mí que desconocía. Tuve que esforzarme por encontrar las películas que me gustaban, porque tenía que verlas sola y el arrunche o el sexo en medio de las escenas aburridas, no eran una opción.
En algún momento decidí que no sólo quería estar soltera, sino que necesitaba estar sola. Esto significó abstenerme de meterme con la primera persona que se me atravesara; así la vida estuviese empeñada en poner mi decisión a prueba, pasándome por el frente personas increíbles, cuerpos excitantes y bocas provocadoras. Pequé en un par de ocasiones y caí a los pies de un desconocido o desconocida; acerté y, no pocas veces, también me equivoqué.

Luego, la soltería se convirtió en la excusa para aceptar cuanta invitación a cine, comer, bailar, peliculiar (con énfasis en el culiar) y hasta viajar que se me aparecía. En ésta época no me le negué a nadie y terminé exhausta; fue la época del sexo casual y sin compromiso. Se trataba de conocer a alguien una noche y dárselo. Reencontrarse con un viejo amor y dárselo.  Ponerse cita con un amigo de la infancia y dárselo… Darlo y darlo, sin ponerle mucha atención a lo que recibía ¿el sexo no se trataba de –por lo menos- dos?

Todo era puro folle y diversión hasta que amanecía y tenía a alguien al lado, con el que definitivamente no deseaba amanecer el resto de mi vida. Llamadas indeseadas y excusas para negarse a salir en una segunda ocasión. Recibir un poquito de lo mismo. Ser la moza de algunos y disfrutarlo. (Lea aquí: De cómo ser una moza digna y otros demonios) Tirar con el afán del que lo hace sabiendo que puede ser la única vez y con la intensidad del que está arrecho y no tiene que entenderse con los límites del otro. Me divertí, en todo caso, me divertí bastante.

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El sexo casual es intenso, breve y superficial. Hay que estar lo suficientemente seguro de sí mismo para atreverse a compartir la intimidad con cualquiera o, por el contrario, hay que ser demasiado inseguro para negarse a establecer un vínculo más profundo y permanente con alguien más. No sé en cuál de las dos orillas me ubicaba yo, pero en cualquiera de los dos casos, el secreto está en olvidar todo al día siguiente y no arrepentirse de nada. Protegerse siempre y bañarse seguido.

Di el paso definitivo entre la soltería y el compromiso, cuando me descubrí haciendo el amor con uno de aquellos a quienes sólo se trataba de dárselo. Era al mismo tiempo un desconocido, un amigo de infancia y un viejo amor, una persona increíble, un cuerpo excitante y una boca provocadora; caí a sus pies y acerté. Todas las llamadas se volvieron deseadas y ya no se hablaba de una segunda ocasión, sino de una tercera, cuarta y ojalá muchas más.  Ver películas, arruncharse y amanecer al lado de alguien, esperando hacerlo, si no el resto de la vida, por lo menos cinco minuticos más antes de levantarse. Descubrirse en los límites del otro.

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Hacer el amor es intenso de otra manera, esperando que no sea tan breve y siendo de todo menos superficial. Ahí está uno entregándose como si nunca lo hubiera hecho antes  y recibiendo lo mismo del otro, ¡ahora si es que se trata de dos! Confiar. Estar cien por ciento seguro de sí mismo y al segundo siguiente temer por lo indefenso que se es frente al otro. Hacerse invencibles juntos. Saber que todo lo vivido antes, hace que se valore inmensamente lo que se tiene ahora.

Disfruté bastante tiempo de las ventajas de estar soltera sin saber que, la mayor de ellas, la encontraría al dejar de serlo.

 

 

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