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Coldplay, un grupo inflado con helio.

¿Estamos de verdad ante una banda para toda la vida, o ante un grupo radio friendly que se graduó en coach de felicidad?

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La banda británica aterriza en Colombia con uno de los discos más sobreestimados del año y su advertencia de que puede ser el final. ¿Pero estamos de verdad ante una banda para toda la vida, o ante un grupo radio friendly que se graduó en coach de felicidad?

Por @chuckygarcia Foto: Getty

“Difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo”, canta Charly García en Promesas sobre el bidet, y nada más cierto hablando de música. Coincidir es un tira y afloje propio de su naturaleza, no se vende por separado como las pilas de los juguetes y nada mejor que tener miradas distintas sobre una misma cosa sobretodo cuando es como un globo que a cierta  distancia no se sabe si se acerca o se aleja.

Esta columna no busca cambiarle a nadie su opinión sobre Coldplay ni que desistan de su show (13 de abril, estadio El Campín de Bogotá). Solo plantear si su éxito realmente viene de esa llama que jamás se apaga y hace imperecedera la obra musical de una banda grande; o de un tanque de helio. Más ahora que su gira A Head Full Of Dreams aterriza en Colombia y que su afiche promocional es justamente un globo aerostático.

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En la edición de la música de la revista Esquire (marzo), David Gilmour de Pink Floyd anota que “El espectáculo forma parte del rock, pero no a la inversa”, y que ese espectáculo –llámese show en vivo o mega concierto– debe estar al servicio de una obra musical en la cual “o más importante tiene que ser la composición y el desarrollo de las ideas con técnicas de grabación que nunca pierdan de vista que un disco es algo para siempre”. Y el álbum que viene a presentar Coldplay es justamente lo contrario, A Head Full Of Dreams es fugaz y es el séptimo título en una discografía que ha corrido con suerte por tener un sonido radial amigable o “friendly”, sin mayores retos para los programadores y escuchas.

Buena parte del repertorio de Coldplay, de hoy y de antes suena a música para comercial de antitranspirante, a música para abrazatones y recolectas de ropa para damnificados.

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Pomposo, auto caricaturesco, empalagoso, repetitivo y previsible. La nube de comentarios negativos que este disco despertó en los medios que hicieron la tarea de escucharlo una y otra vez (como quien aquí escribe) solo ha sido disipada por quienes (sin quererlo o no) ven en Coldplay un coach de felicidad. Y sí que lo es. El 99% de lo que A Head Full Of Dreams tiene para decir son rumiaciones de optimismo, y como si fuera poco los crescendos, los momentos épicos del disco, no parecen venir del alma de algo importante sino de la perilla del volumen de una consola que llevaron de cero a diez como cuando alguien quiere subirle el ánimo a uno a punta de efectismo.

¿Y esto es algo nuevo? Digamos que no. Buena parte del repertorio de Coldplay, de hoy y de antes suena a música para comercial de antitranspirante, a música para abrazatones y recolectas de ropa para damnificados. Y esto último no es malo. La música debe servir para eso y jamás olvidar que tiene la capacidad de tocar corazones, pero otra cosa es que lo crean a uno idiota y que través de una obra musical que en todo caso y por encima de todo tiene que tener una credibilidad artística nos vendan suscripciones para la indolente moda de compadecerse porque sí. Hace un mes Coldplay recibió el galardón a Mejor Grupo en los Brit Awards, se convirtió en el grupo más laureado en la historia de estos premios y dijo sin ruborizarse que le dedicaba el logro a “todos los músicos jóvenes que se encuentran en campos de refugiados por todo el mundo”.

Y los refugiados de su música, ¿qué? Que se sepa, estos también sufren, y sus opiniones han sido desplazadas por no querer comerse el globo de su éxito, su parafernalia multicolor y “el efecto de unas canciones instantáneamente pegadizas, diseñadas al milímetro para conquistar al oído fácil y donde cualquier virtud melódica desaparece ante una interminable serie de trucos sonoros”, como alguien escribió. En ese sentido, si Coldplay está llamada a ser “una de las mejores bandas de la historia”, ¿cómo se toma el hecho de que a estas alturas le entregaran la producción de A Head Full Of Dreams al dúo noruego Stargate, que no son más que hacedores de fórmulas musicales, domiciliarios de canciones por encargo y cocineros de empanadas para radio que han trabajado para Rihanna, Beyoncé, Selena Gomez, Katy Perry o Pitbull?

Vender empanadas no es malo, pero uno no tiene por qué tragárselas, y si su anterior disco Ghost Stories fue elevado a la categoría de “álbum conceptual” porque su eje temático era la ruptura de su cantante Chris Martin con la actriz Gwyneth Paltrow (lo que sería como decir que una nota de revista de farándula cuenta como obra literaria); pues no hay que calarse otra gran incongruencia como que A Head Full of Dreams supera lo alcanzado por la banda en Mylo Xyloto, su placa de hace cinco años que no por eufórica y luminosa puede dejar de ser descrita como un completo tomo de música edulcorante, motivacional, fácil, inocua y devota de la buena onda.

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Llenar estadios de gente que quiere saltar al unísono con Chris Martin y elevar sus brazos al cielo mientras las serpentinas caen directamente sobre sus rostros es algo para lo que la música de Coldplay está diseñada y, al mismo tiempo, trae a cuento la escena de la película Marcianos al Ataque en la que un nutrido grupo de personas de la nueva era y con pancartas y cánticos espera sobre el helipuerto de un rascacielos a que los seres verdes los lleven por un viaje inolvidable a través de la galaxia. Y no resulta así. Son los primeros en ser destruidos por los iracundos extraterrestres.

Coldplay, por segunda ocasión viene a Bogotá y esta vez lo hace bajo la advertencia de que este podría ser su adiós de los estudios de grabación y en consecuencia de los escenarios, con lo cual se pregunta uno si efectivamente se hará extrañar cada vez más y con mayor fuerza en los años venideros o si su promocionado confeti al menos seguirá apareciendo bajo el tapete cuando hagan un barrido de la mejor música no insustancial de los últimos 20 años.

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