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Bienvenido el fútbol femenino y adiós eterno al apodo “súper-poderosas”

Al comenzar en 2017 la liga profesional colombiana, menos necesitarán nuestras futbolistas del tonito condescendiente con el que se refieren a ellas.

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Al comenzar en 2017 la liga profesional colombiana, menos necesitarán nuestras futbolistas del tonito condescendiente con el que se refieren a ellas.

Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste

En Colombia, los ejemplos de machismos, micro-machismos y macro-machismos aparecen todos los días en todo lado, pero hay uno especialmente irritante que pasa de agache, y es la forma generalizada de referirse a la selección femenina de fútbol. Dizque “chicas súper-poderosas”, como el dibujo animado, o simplemente “las niñas”. Ahí se me sale la Florence Thomas que llevo dentro porque no entiendo la condescendencia hacia ellas. ¿Por qué decirles así? ¿Por ternura? ¿Porque “pobrecitas”?

Al contrario, “las niñas” son unas duras. En 2016 lograron su primera clasificación a Juegos Olímpicos y llegaron a empatar 2-2 con EE.UU., que es como el Barcelona del fútbol femenino. Eso sí, en Río les fue como un zapato por asuntos técnicos y de profesionalización, sin embargo, este panorama está por cambiar porque en 2017 comenzará a jugarse la liga colombiana de fútbol femenino. A ver si, de paso, dejamos de decirles “súper-poderosas” al verlas competir como futbolistas profesionales que no necesitan el tonito complaciente de la prensa ni de la gente.

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Con excepción de Nacional, Millonarios, DIM, Junior y Deportivo Cali, la liga colombiana de fútbol femenino tendrá 3 grupos de 8 equipos, todos afiliados a la Dimayor, con lo cual las mujeres futbolistas colombianas dejarán de ser vistas como un exotismo. Hasta 2016, para ser profesional, las colombianas debían jugar fuera, en Europa o en EE.UU., pero sólo unas lo lograban. Como Natalia Gaitán, que juega en el Valencia de España; Daniela Montoya, que está en el Levante; También Nicole Regnier, que pasó por Atlético Madrid y Rayo Vallecano. Y Yoreli Rincón, la 10 de la selección, que jugó en equipos de Suecia y Noruega: potencias del fútbol femenino.

Sin embargo, ojo, muchas de las jugadoras de nuestras selecciones son aficionadas, es decir, juegan cuando pueden. Ellas tienen trabajos de oficina,  pagan arriendo, andan en bus y no han recibido el apoyo que uno imaginaría para una deportista que representa a Colombia en el mundo. Por eso es tan meritoria la clasificación a los Olímpicos de Río o los octavos de final del Mundial de Canadá en 2015. Porque la mayoría de nuestras futbolistas jugaron como profesionales sin serlo.

La pregunta que surge es: ¿valdrá la pena seguir la liga profesional de fútbol femenino? Para mí sí, pero sin andar haciendo comparaciones con el fútbol masculino. Es que son absolutamente incomparables. Nunca lo sabremos, pero soy de los que cree que los suplentes del Deportes Quindío enguayabados le ganarían trotando a la selección femenina de EE.UU., con Carly Lloyd, Alex Morgan, Hope Solo y todas sus superestrellas. Entonces cualquier comparación sobra. El fútbol femenino es menos rápido y lleno de bloopers, pero no por un problema de capacidades, sino de tradición. Los hombres juegan al fútbol hace 150 años; las mujeres, hace 20 ó 25.

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La aparición del fútbol femenino profesional en Colombia, hay que decirlo, no es consecuencia de la mentalidad progresista que nuestros barrigones  directivos no tienen. Si en décadas no han querido instaurar una Primera C, o meterle mano dura a los chancucos de equipos y directivos, qué carajos les va a importar que haya fútbol de mujeres. La decisión hace parte del “mandato amistoso” de la FIFA hacia las federaciones importantes para que organicen ligas competitivas de mujeres. También hay doble moral ahí, porque mientras Infantino y sus amigos abogan por combatir el racismo y la exclusión, curiosamente les ha importado un chorizo tomar medidas contra su propia deshonestidad.

Casi no habría que aclararlo, pero detrás del fenómeno del fútbol femenino aficionado y profesional hay un evidente interés de negocio. Con ligas de alto rendimiento y mayor nivel de competencia, aumentará la atención, los hinchas, la publicidad, los derechos de televisión y el merchandising. Lo que comenzó como un intento hetero-patriarcal de las señoritas para congraciarse con sus novios futboleros se convirtió en una industria millonaria. Un fenómeno como la afición al fútbol femenino, que por ahora sólo se ve en potencias como Alemania, Suecia, España, EE.UU. o Brasil, en 20 años seguramente será global.

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Las máximas ídolas de la liga femenina del fútbol colombiano, que comienza en febrero de 2017, son Yoreli Rincón, que estará en Patriotas de Boyacá; Leicy Santos, en Santa Fe; y Catalina Usme y Nicole Regnier, en América de Cali, quien a propósito se llevó tremendos insultos por redes sociales hace un par de meses al revelar que dejaba de ser hincha del Deportivo Cali porque fichó para el América.

 

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“Ahora me critican porque borré las fotos con la camiseta del Cali, pero, para que las cosas fluyan, se deben cerrar capítulos y yo ya lo hice. Mi etapa como hincha del Cali se cerró desde hace cuatro días que firmé con América”. Para ilustrar su declaración sirve perfecto el meme del negrito confundido. ¿Nadie le explicó que se puede ser hincha de un equipo y jugar para otro? Wayne Rooney no dejó de ser del Everton por firmar con Manchester United. Aparte, un mandamiento futbolero es que uno no puede cambiar de equipo como de pantaloncillos.

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Sobre Nicole Regnier (Vean el especial de Nicole Regnier en Shock), salta a la vista lo bonita que es. Y ahí se avecina hay otro machismo casi peor que el apodito de “súper-poderosas”. Porque si su motivo para seguir el fútbol femenino colombiano va a ser morbosearse a las peladas, le aconsejo que reconsidere la afición y mejor se meta a YouPorn.

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