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Carta abierta a los que odian el fútbol

La Fifa es un nido de ratas, eso es verdad, pero el fútbol no tiene la culpa.

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En la tierra del “todo bien, todo bien”, el balompié hace parte del paisaje nacional y de la cultura popular. En medio del caos de nuestra realidad sociopolítica, un partido de la Selección Colombia, de los clubes en torneos internacionales, es una oportunidad para relajarse un ratico y echar para el mismo lado.  

Por Héctor Cañón Hurtado @CanonHurtado

La batalla de quienes odian abiertamente el fútbol debe ser más desgastante que la vida de un jugador élite. Remar en contra de la corriente, teniendo la razón y aún sin tenerla, es una labor desagradecida que lo único que les deja a quienes la practican es el cansancio. El fútbol, amigos, sigue siendo el rey del entretenimiento y pelear contra eso es una tarea estéril. El fútbol nos rodea y la pasión de las hinchadas colombianas es un reflejo de sus carencias, sus orgullos y sus deseos más íntimos.

Qué agotador sufrir porque el taxista lleva el perrito que mueve la cabeza con camiseta del verde de Antioquia mientras escucha la algarabía de algún programa de radio especializado en la pelota. Qué culillo poner cara de malo cuando una pandilla de Comandos Azules le pide a uno, que ojalá no vaya vestido de verde o de rojo, la liga para llenar El Campín. Qué mamera estar amargado porque las masas se van de farra cuando gana la Selección y las cerveceras son las que facturan. Qué tedio sonrojarse porque los afiches de Maluma y de James son los más vendidos en los Septimazos y Noam Chomsky ni aparece. Qué infructuoso enojarse cuando el pelado de barrio mete gol y lleva debajo un letrero que reza “En Cristo todo lo puedo”.

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Así somos los locombianos y la idea de dividir cada manifestación popular entre las buenas y las malas es mera arrogancia y una perdedera de tiempo aún más grande que la de los hinchas más voraces. Relajados, son “solo 22 idiotas detrás de un balón”, como dice el insufrible Fernando Vallejo.

¿Quién convence a un futbolero de que su juguete favorito es el opio del pueblo? Nadie, amigos, eso es tiempo perdido. Yo no creo que el fútbol tenga la culpa de que nos gobiernen los que nos gobiernan, de que en La Guajira “los políticos tengan sobrepeso y los niños mueran de hambre” como dijo Nairo, de que en el plebiscito para aprobar los Acuerdos de Paz entre las Farc y el Estado haya ganado el No.

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El radicalismo es peligroso porque termina prohibiendo lo que, en su implacable concepto, oprime el cerebro de las masas ignorantes. Este país y el mundo entero (hace un mes ganó el Brexit en Reino Unido, en Siria van el doble de muertos que en las cinco décadas de conflicto armado colombiano y un loco como Trump se volvió Presidente de la nación más poderosa del mundo) sufren de una falta de educación y un adormecimiento general de los sentidos abrumadores.

La tarea, antifutboleros, no es censurar, juzgar o prohibir el fútbol porque el ciudadano promedio lo usa para sedarse. Haciendo eso tendríamos que deshacernos del dinero, del sexo, del plástico, de las drogas, del trabajo, del Facebook, de la comida y de muchas cosas más que usamos para mantenernos ajenos al mierdero que rodea nuestras vidas.

La tarea, tal vez, es incluir al fútbol como una manifestación cultural porque desde hace décadas hace parte del paisaje nacional, de nuestra vida diaria y de nuestra esencia como colectivo. ¿Qué sería de nosotros sin el “todo bien, todo bien” que institucionalizó el Pibe Valderrama hace 23 años, el día que goleamos 5-0 a los argentinos en su casa? Haga cuentas de cuántas veces lo ha pronunciado con orgullo, por favor.

Aquí (en esta tierra adicta al fútbol porque le muestra que nunca ha ganado nada en equipo, aunque que le gustaría hacerlo), a todos nos han sacado tarjeta roja por juego brusco en alguna situación de la vida cotidiana, todos hemos metido un golazo ante la audiencia histérica por nuestra gloria y todos hemos tenido jornadas de “mucho toque toque y de aquello nada”. Hasta el más punk ha gritado algún gol, así sea uno en contra del equipo de las mayorías.

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Nadie les pide que sean fanáticos de algo que no les gusta, con que no jodan y juzguen a la ligera a quien lo disfruta es suficiente. La Fifa es un nido de ratas, eso es verdad, pero el fútbol no tiene la culpa. El asunto es que un montón de gordos bigotudos vieron la inmejorable oportunidad de lucrarse con la pelota y como suele suceder donde llegan avaricia y ambición se enriquecieron ilegalmente. A favor de la pelota: ya están pagando por lo que hicieron.

¿Qué culpa tienen los chicos ingenuos como James Rodríguez o Neymar Junior de convertirse en marionetas de quienes manejan el negocio? Ninguna, son solo un par de niños superdotados que quieren jugar fútbol…y tatuarse, y farrear, y ser admirados por medio planeta, y gritar gol frente a las cámaras y posar en calzocillos, y tener más likes en las redes sociales, y caerles a las chicas guapas. Lo mismo que todos los demás mortales, pero a ellos les sonó la flauta y en este mundo no hay fama pa’ tanta gente.

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¿Qué por qué no la misma pasión con el fútbol femenino? No sé, habría mil razones censurables, pero eso tampoco es culpa del fútbol: la pelota rueda sin importar quien la patee. Además, siguiendo adelante con la idea de considerar al fútbol parte de nuestro patrimonio, que sería de nosotros sin el Escorpión y la “colinera” del Loco Higuita, sin el vergonzoso asesinato de Andrés Escobar por un autogol, sin la dictadura paisa en el banquillo técnico de la selección Colombia y sin sus nexos con el “Patrón” Escobar durante la década de los noventa. Seríamos, sin duda, otro país. Uno que no vuelve ídolos a los loquillos, uno que no mata por un partido de fútbol, uno que no tiene broncas regionales, uno que es intransigente con la mafia. Seríamos Nepal o tal vez Finlandia, pero no. Somos Locombia y aceptarnos como somos puede ayudar bastante.

Es hora, queridos amigos, de ver en el fútbol un reflejo de lo que somos como sociedad, más allá de si consideramos eso que vemos como algo positivo o negativo. La pelota nos delata y así como somos piratas y bandidos, también hemos venido creciendo en muchos aspectos. ¿Por qué no aceptar el brillante desempeño del equipo en el Mundial Brasil 2104 (fuimos quintos, tuvimos el goleador, el mejor gol del torneo, el jugador con más asistencias y el trofeo del Juego Limpio) y de los últimos cuatro años (hemos permanecido en el top 10 de la Fifa) como un ejemplo de trabajo en equipo? En este país, tal vez solo el Centro Democrático y los cristianos pueden estar orgullosos de camellar en bloque por un mismo objetivo. Los demás nos regimos por la célebre frase nacional de “mucho cacique y poco indio”.

Aquí, disgústele a quien anda buscando rabietas por doquier, ponerse la camiseta (los gringos la están poniendo de moda como hicieron con la de Brasil y Argentina en otras épocas), pintarse la cara, cantar sin saberse la letra, bailar amacizado, celebrar bebiendo y otras acciones fáciles que permiten pertenecer a un colectivo ruidoso y alegre pegan duro. Al fin y al cabo son menos exigentes que leer la laureada Cien años de soledad o las doscientas y pico de páginas de los Acuerdos de Paz.

Ahora, cuando por fin un equipo como Atlético Nacional puede decir que es el mejor del continente sin caer en la colombianada de inflarse a sí mismo, cuando por fin tenemos una de las mejores selecciones del mundo y decenas de cracks rompiéndola en Europa, cuando por fin no da miedo al bullying cuando se habla con un argentino o un brasilero de fútbol es hora de dejar de satanizar la pelota y su circo y usarlos para lo que los inventaron: mamar gallo y divertirse con los amigos.

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Y como a la mente mamerta le gustan tanto las citas célebres de grandes hombres les dejamos una joya de Albert Camus, que suena a golazo, en el minuto noventa de esta carta abierta contra los que odian lo que es solo un juego: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.

 

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