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Diez conclusiones de Río 2016: politiquería, machismo y malos perdedores

Algunas reflexiones epistemológicas de lo que nos dejaron los Juegos Olímpicos

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Son tan aburridas nuestras vidas, que la euforia de los Juegos Olímpicos nos encandiló a tal punto que nos dejó un hueco difícil de tapar. Fueron dos semanas que nos sacaron de la monotonía, nos emocionaron, nos emputaron y hasta nos hicieron sentir interés por 38 deportes diferentes al fútbol. Pero luego de comprimir tantas emociones en tan pocos días, los Olímpicos se fueron y nos dejaron ahí, a la deriva. En medio de una tusa más pronunciada que las pestañas postizas de Cristiano Ronaldo. Ahora, el duelo es jodido y un Cortuluá-Huila lo único que va a lograr es agravarlo. Por eso, aunque llegado su momento lo habremos superado, por ahora, con los Juegos aún frescos en nuestra cabeza, no queda más que raspar la cacerola del recuerdo. De lo que nos dejó. Acá, diez conclusiones en medio de esta tenebrosa tusa post-Olímpicos.

Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste / Foto: Gettyimage

1)   Los JJOO son el pretexto perfecto para andar todos los días con la camiseta de la selección.

Fueron exactamente 18 días y en casi todos se presentó un colombiano. A Río 2016 llevamos 147 atletas en 23 deportes. Qué mejor pretexto para saciar ese fetiche, o mejor, ese complejo de reconocimiento de andar con la camiseta de la Selección puesta, y no sólo para los partidos de fútbol, sino todos los días. Las 3 medallas de oro, las 2 de plata, las 3 de bronce, los 22 diplomas olímpicos o el puesto 66 de María José Uribe en el golf. Todo fue un motivo válido para empacarnos en la camiseta. Recordemos además que en medio de Río 2016 miles de colombianos marcharon dizque por su legítimo derecho a discriminar, y adivinen cuál fue el uniforme de la protesta. Cuando los Juegos iban terminando, uno ya veía por la calle camisetas todas manchadas, empuercadas de comida, de trago, de sangre. Pero tranquilos, que la eliminatoria al Mundial ya regresa y, con ella, una nueva justificación para volver a portar el símbolo más perrateado de nuestro patrioterismo.

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2)   Los eventos deportivos lo dejaron a uno agotado, pero de tragar tanto.

Paradójicamente, mientras miles de deportistas exaltan al máximo su capacidad física en busca de la gloria olímpica, uno sigue sus proezas aplastado en un sofá, tomándole fotos al televisor, escribiendo pendejadas por Twitter y aplicando entre 8 y 14 comidas al día. Prueba de esto es que al final de los Juegos la camiseta de la selección nos entra todavía menos, y peor si es de ésas que se usan encima de la camisa y la corbata. Al clausurarse Río 2016, no sólo quedamos entusados, sino con las arterias tapadas y reteniendo líquidos de todo lo que tragamos luego de pulverizar nuestros propios récords en ingesta de empanadas.

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3)   La gloria deportiva nos vino de todo lo que discriminamos.

En 2016, Colombia logró un puesto 23° histórico en el medallero general. Nada mal teniendo en cuenta que la poca plata que le corresponde al deporte se la chorean nuestros próceres. Y en Río, ¿vieron quiénes nos dieron la gloria? Exacto. Mujeres, gente de raza negra y personas pobre. Todo lo que nos encanta discriminar en un país infectado de machismo, racismo y clasismo. Como el de esa política uribista innombrable (no la que se casó; la otra, la que le robó la cara a Paul Stanley), que no tuvo problema en encaramarse en la alegría del Oro de Caterine Ibargüen luego de haber asegurado que “si uno pone a trabajar a los negros, se agarran de las greñas”. Falta que en el futuro un gay se cuelgue una medalla, y la habremos hecho completa.

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