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El amor prohibido entre el fútbol y la cocaína

El fútbol también es un nido de rockstars y adicciones.

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Algunos jugadores han caído como mulas ingenuas en los aeropuertos. Otros, cual estrellas de rock, aderezaron el sabor agridulce de la fama esnifando más de la cuenta. También están quienes terminaron en la cárcel por sus relaciones con los patrones de la mafia, quienes no lograron desplegar todo su potencial por la adicción y quienes aumentaron el tamaño de las líneas, los pases y los problemas después de colgar los guayos.

Por: Héctor Cañón Hurtado @CanonHurtado // Foto: Gettyimages

Diego León Osorio, un genio de la pelota que tuvo la mala fortuna de retirarse de las canchas antes de tiempo por una lesión de rodilla, es el último jugador en mostrarle al planeta que el amor prohibido entre la cocaína y el fútbol se resiste a morir. En 2010 fue detenido en el aeropuerto de Rionegro cuando intentaba viajar hacia Madrid con un kilo de coca mal camuflado en los pantalones. Al parecer, la popularidad que alcanzó cuando los futboleros colombianos llegaron a pensar que su deslumbrante talento lo llevaría a conducir la selección, tras la salida del Pibe Valderrama y compañía, jugó a su favor. Fue dejado en libertad a pesar de que quedó vinculado a un proceso por tráfico de estupefacientes que le podría acarrear cinco años de prisión.

El juez argumentó que no era un tipo peligroso. Osorio dijo que estaba pagando una deuda y era la primera vez que lo hacía, pero en el expediente quedó registrado que fue viajero frecuente a España en la década pasada. También que tiene antecedentes que al parecer le impedirán gambetear a la justicia con la misma facilidad con la que dejaba rivales atrás en sus años mozos.

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Más allá de este último caso, lo que queda claro es que el fútbol y la cocaína tienen amoríos constantes y que los nuevos capítulos de romance y desencuentros son como los clásicos taquilleros que no se hacen esperar. Algunos cracks, como Diego León Osorio o el yugoslavo Pedrag Stankovic, se embarcaron en la riesgosa aventura de las mulas después de haber tenido carreras truncadas. Otros, como Diego Maradona y Albeiro Usuriaga, la usaron descaradamente cuando sus genialidades los llevaron a la cúspide, la fama y el sentimiento de omnipotencia propio de los ídolos futboleros. El argentino está loco de tanto perico que ha metido y se dedica a arruinar partidos de la paz por todo el mundo, mientras el colombiano fue asesinado a balazos en un barrio popular de Cali  en 2004.

También hay quienes fueron amigos de los patrones del tráfico y jugaron una temporada en la cárcel por sus relaciones con la mafia como “el loco” René Higuita, quien además fue pillado con las narices empolvadas por controles antidopaje cuando jugaba para Deportivo Pereira (2002) y Aucas de Ecuador (2004). Otros como el inglés Paul Gascoigne, el irlandés Jeff Whitley y el rumano Adrian Mutu aumentaron el tamaño de los pases y las líneas, y en consecuencia de los líos, cuando colgaron los guayos.

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En cuanto a los futbolistas traficantes o cómplices de los mafiosos, lo único que pueden hacer las autoridades es hacer caso omiso a su popularidad, capturarlos y juzgarlos como a los demás mortales. Entre tanto, el caso del consumo cuenta con la herramienta del Reglamento Antidopaje de la FIFA, que en sus artículos 5 y 45 señala la responsabilidad de cada jugador en las sustancias encontradas en las muestras tomadas de sus cuerpos y establece una sanción mínima de dos años para los que hacen sus pinitos en el consumo de sustancias como la cocaína.

Lo cierto es que los pases y las líneas del fútbol también son de coca y Colombia, aunque ha sido el lugar propicio para varias lunas de miel entre el deporte y el alcaloide, no tiene la exclusiva en el tema. Hace apenas un mes, el juvenil ecuatoriano José “Tin” Angulo fue despedido del Granada español después de que se comprobara que había usado la sustancia mientras brillaba con Independiente del Valle en la Copa Libertadores de América de 2016. El contrato advertía que si el chico andaba en malos pasos sería expulsado y los 4 millones y medio de euros que iba a pagar el club español por los derechos deportivos del jugador finalmente no fueron desembolsados a los dueños de su pase. Mal comienzo para un jovencito que ilusionaba a la hinchada ecuatoriana con ser capaz de emular las hazañas del Agustín “Tin” Delgado, uno de los goleadores históricos de la selección de ese país.

¿Y por qué se prohíbe y penaliza el consumo de una sustancia que en vez de potenciar el rendimiento de los deportistas lo disminuye? Es posible que sea un asunto de ética y mercadeo ya que un jugador que se la pase inhalando perico en sus ratos libres no sería ejemplar para la fanaticada ni rentable para los dueños del chuzo. Lo cierto es que la mayoría de jugadores que han sido pillados con la nariz maquillada han asegurado que metían cocaína para divertirse y no para mejorar su rendimiento y que desde los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia hay evidencias de que los deportistas consumían setas alucinógenas antes de competir y en las celebraciones de sus victorias.

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A pesar de que esos argumentos no justifican el consumo de una sustancia prohibida y peligrosa para cualquier mortal de este planeta, es fácil entender que los futbolistas que han usado cocaína son más rumberos que tramposos. “Pensé que la cocaína me ayudaría en mi carrera. Que sería como una explosión. Cuando lo hice pensé que eso era lo que necesitaba”, dijo Jeff Whitley, crack que tiró por la borda una prometedora carrera en el Manchester City y la selección Irlanda por su adicción al alcaloide.

Como Whitley, decenas de cracks arruinaron su talento a punta de perico. ¡Qué triste! Maradona, el paradigma de los futbolistas adictos, jugó bien por última vez en el Mundial de Estados Unidos 1994. Tras brillar en la primera fase e ilusionar a la hinchada argentina con que la juma de ayer ya se le había pasado, fue pillado por los controles antidopaje con un cóctel de medicamentos que pretendían borrar los estragos de la cocaína en su cuerpo.

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Lo más impactante es que, según las estadísticas de la propia FIFA, el 80 por ciento de los casos de dopaje de la última década han sido por consumo de cocaína y marihuana. Ahí surge otra pregunta: ¿es más limpio el fútbol en ese sentido que otros deportes como el ciclismo o simplemente los controles de las federaciones del balompié son menos estrictos que los demás? Eso solo lo saben los que manejan el negocio tras bambalinas y tratan de proyectarlo como un juego transparente para poder seguir engordando el bolsillo. ¡Qué guayabo!

 

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