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¿Por qué Atlético Nacional despierta tantos odios?

Paradójicamente, cuando equipos como Nacional juegan en torneos internacionales, muchos colombianos le hacen barra al extranjero. ¿Por qué?

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Foto. Gettyimages

Malo si sí y malo si no. Si pierden o si ganans sus enemigos los bombardearán a madrazos y memes en las redes. 

Por Héctor Cañón Hurtado @CanonHurtado / Foto: Getty

Atlético Nacional es el club colombiano que más despierta odios entre los hinchas que enarbolan las furibundas banderas del regionalismo. Les pido que no me acribillen por decir la verdad. Hace un par de años, cuando el equipo paisa enfrentaba a Independiente del Valle, en su tercera final de Copa Libertadores de América, o a cualquier rival en general, los madrazos y los gritos de gol frente apuntan más al equipo colombiano.

Más de uno, incluyendo desde adolescentes pandilleros de las barras bravas hasta veteranos e inofensivos hinchas de los otros 19 clubes del fútbol profesional local, apoyan al que le toque contra Nacional. Y no solo eso, lo hacen vociferando insultos y arengas racistas que suenan estridentes si tenemos en cuenta que Colombia es un pueblo radicalmente mestizo. Al lado del apodo “panaderos” (porque según los hinchas en miles de panaderías del país hay un afiche del club), viene el madrazo puro y las demás joyas de nuestra violenta jerga. Si pierden, sus enemigos los bombardearán en las redes y si ganan aprovecharán para sumarle una estrella más a la animadversión que les profesan desde los años noventa.

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Así somos los locombianos. Malo si sí y malo si no. Es absurdo que en un país necesitado hasta los huesos de ídolos que le den vida a la malherida idea de que juntos podemos echar para el mismo lado, quienes trabajan con seriedad y dedicación sean el blanco donde quienes no corren con la suerte del triunfo descargan sus frustraciones. 

Nacional, sin duda, es uno de los clubes más organizados y ricos del país y eso los convierte en blanco de envidias y celos. Hace un tiempo Donald Trump, nefasto presidente de Estados Unidos, les ofreció 100 millones de dólares por el chuzo. Por fortuna, no aceptaron. Los habrían despreciado el doble de lo que ya los desprecian. Hasta los futboleros que queremos que ganen en los eventos continentales les habríamos retirado los merecidos afectos que les tenemos por representar con garra al balompié nacional.

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¿Entonces, por qué despierta tantos odios Atlético Nacional? Lo primero sería decir que en realidad esa animadversión es solo una filial de la pasión anti-paisa, que a la vez nace de la pasión anti-todoloqueseadiferente que caracteriza al colombiano. Aquí, adentro y afuera del ambiente futbolero, es pan de cada día escuchar insultos contra otros por haber nacido y vivido en otras regiones del país. También por su raza, su edad, los ceros de su cuenta bancaria, sus posturas preferidas en la cama y en la política y todo lo que lo haga diferente en un mundo en el que en el fondo todos somos diferentes. 

Además del regionalismo exacerbado, Atlético Nacional permanece en la mira de sus detractores por algunas razones más. Para ningún colombiano es un secreto que el narcotráfico ha permeado todos los escenarios de interés masivo y las regiones del país. Es obvio que el fútbol antioqueño no ha sido la excepción y las relaciones entre deporte y mafia han servido a quienes odian a los verdolagas para tatuar a su gente con la marca de hampones. Al arrancar la década de los ochenta, cuando el fútbol colombiano se acercaba a su primera época gloriosa, Rodrigo Lara Bonilla, ministro de justicia que habría de ser asesinado en 1984 por sicarios al servicio de Pablo Escobar, denunció los vínculos de Nacional y otros cinco equipos (América, Millonarios, Medellín, Santa Fé y Pereira) del poderoso rentado nacional de entonces con los carteles de la droga. Un año después, Hernán Botero, el presidente del club por esos días, habría de convertirse en el primer paisano extraditado a Estados Unidos por narcotráfico.

A pesar de que hoy en día Nacional es una empresa seria que aspira a ganar 33 millones de dólares este año, el señalamiento de vínculos con los narcos es una marca casi indeleble que los acompaña donde vayan desde la época en que el fútbol colombiano era uno de los juguetes favoritos de la mafia, junto a las divas de silicona, los jacuzzis con strober, los caballos de paso y el arribismo estrambótico. Aquí vale la pena recordar que en 1989, el mismo año en que la liga local fue cancelada tras el asesinato del árbitro Álvaro Ortega, Nacional se convirtió en el primer club del país en ganar una Copa Libertadores. En esa época no existían barras bravas como los Comandos Azules o Los del Sur y todos los futboleros del país celebramos su victoria como si hubiera sido nuestra. 

De esa generación dorada que obtuvo el título, varios de sus jugadores se vieron implicados en hechos de violencia que años después, cuando la moda del odio entre clubes fue importada desde Argentina, serían usados por los críticos del equipo para estigmatizar a sus jugadores, hinchas y directivos como delincuentes. René Higuita, uno de los grandes ídolos de la historia verdolaga, se perdió el Mundial Estados Unidos 94 porque estaba en la cárcel acusado de mediar en un secuestro y además visitaba sin pudor alguno a Pablo Escobar cuando tenía lo que podríamos llamar su cárcel privada de La Catedral. 

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Por su parte Francisco Maturana y el Bolillo Gómez, a pesar de ser los técnicos más exitosos del fútbol colombiano, también tienen su cuota de responsabilidad en el odio que se le profesa a los verdolagas en el país. En la década de los noventa, cuando los líos de fútbol y narcotráfico amainaron (o por lo menos se camuflaron), sus polémicas decisiones de convocar a la selección a sus paisanos verdolagas por encima de algunos cracks de otras regiones dieron origen a lo que las hinchadas colombianas de todos los colores llamaron la “rosca paisa”.

Así somos los locombianos. No perdonamos ni media y  somos capaces de odiar a alguien inocente por lo que otro hizo años atrás.  ¡Qué le vamos a hacer! Ojala Atlético Nacional, un equipo que demuestra el talento y la disciplina de un grupo de colombianos que jala en parche para el mismo lado, salga campeón y siga demostrándonos que si estamos unidos todo es más bacano.

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