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¿Por qué somos tan condescendientes y alcahuetas con los futbolistas?

Cascan a sus novias, manejan borrachos y los encanan, pero ahí siguen los hinchas coreándoles el apellido.

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Mulas del narcotráfico, agresores de sus mujeres, violentos empedernidos y drogadictos sin remedio también están en el deporte rey haciendo de las suyas mientras los fanáticos se hacen los de la vista gorda para seguir gritando “goooool, hijueputa”. 

Por: Héctor Cañón Hurtado // @CanonHurtado

El fútbol moderno no está hecho solamente de goles, gambetas y atajadas. Hoy en día es un circo en el que también hay espacio para la corrupción de las mafias, el crimen rampante y la burda patanería que caracteriza a algunos especímenes del género humano. Cada semana, en medio de las mejores jugadas de la última fecha, algún crack nos recuerda que los genios de la pelota también son mortales prestos a cometer errores garrafales adentro y afuera de las canchas. Tengamos eso en cuenta antes de seguir endiosando a personas comunes y corrientes, que a punta de sudor y talento sostienen el mediático negocio del balompié y –seamos honestos– divierten a quienes amamos este deporte alrededor del planeta. 

Arranquemos con un breve vistazo a unos pocos escándalos de la última temporada. El colombiano Diego León Osorio cayó como mula en el aeropuerto de Rionegro. Maradona, el paradigma de la indecencia en el fútbol, armó tropel al final del Partido de la Paz al que fue invitado por el mismísimo Papa, a pesar de su prontuario en las drogas, el exceso y el conflicto. El ecuatoriano Norberto Araujo le partió la cara a un hincha que lo criticó y el divo de divos, alias CR7, le botó el celular a la porra a un periodista que apenas registraba un paseo del crack. Los españoles David de Gea e Iker Muniaín aparecieron vinculados a una glamurosa red de prostitución. Todos ellos gozan de popularidad y siguen siendo ídolos de la fanaticada, al mejor estilo de Diomedes Díaz.

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La mayoría de los hinchas, mientras tanto, sigue dispuesta a olvidar en segundos esos desmanes sin siquiera pedirles explicaciones. Lo primordial, al parecer, es que las redes se sigan inflando y podamos vociferar “goooool, hijueputa” en los estadios o frente a las pantallas. 

También hay cracks que agarran a pata y puño a su mujer en un ascensor cuya cámara escondida los pone en evidencia. Hanyer Mosquera, jugador de Rionegro Águilas, es el último ídolo caído. Después de que el video en el que la emprende a golpes contra Indira Erazo se hiciera público, han sucedido todo tipo de reacciones que evidencian la permisividad de la sociedad con los futbolistas famosos. “No le dañe la carrera al muchacho”, “si hay perdón para la guerrilla, ¿por qué no para Hanyer Mosquera por golpear a su mujer?”, “pobre man, lo que pasa es que estaba borracho y la vieja lo provocó”, han sido algunas de las joyas que hemos tenido que ver en las redes sociales y los medios de comunicación después del bochornoso incidente que tiene al futbolista tras las rejas, arrepentido hasta los tuétanos y esperando la respectiva sentencia. 

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Lo primero es que vaya a Alcohólicos Anónimos o se meta a un centro de rehabilitación porque en el video en el que pidió perdón argumentó que estaba en “estado de alicoramiento”. Al parecer, su vida se inspira en la absurda letra de la Propuesta Indecente de Romeo Santos, que pretende enamorar con estos versos: “si te falto al respeto y luego culpo al alcohol…”. 

Hanyer, sin ánimo de joderte aún más la vida, eso no justifica el problema, sino que revela que además de machista violento eres alcohólico. Pero, corriendo el riesgo de volverme objetivo militar de las feminazis, debo decir que la mujer de Hanyer también tiene responsabilidad en el asunto. En sus declaraciones dijo que lo que vimos del ascensor es poco si se compara con lo que sucedió momento antes y a lo largo de su relación con el futbolista. Van tres pregunticas para ella: ¿por qué lo dice hasta ahora? ¿Por qué siguió viviendo con él? ¿Por qué se subió al ascensor como si nada si la acababan de golpear? Tal vez, Sylvie Mies, ex mujer del astro holandés Rafael Van der Vart sea un buen ejemplo a seguir. En la Nochebuena de 2012 fue golpeada por el futbolista y desde entonces se abrió del parche. 

Esto da para varias reflexiones, así que vamos paso a paso. Lo primero sería decir que las figuras públicas están expuestas a que su comportamiento sea juzgado por los demás mortales y, en ocasiones, la permisividad con que los miramos le cede su espacio a la sevicia. Si todos fuéramos famosos viviríamos paranoicos esperando el inevitable momento en el que algún video o fotografía les demuestre a los demás que también tenemos miedo, ira, adicciones, rencores y/o envidias. Haga cuentas y verá que el anonimato lo ha salvado de quedar mal parqueado ante la audiencia. 

Es absurdo el enfoque de algunos medios sensacionalistas que empezaron a escarbar en la vida de Hanyer Mosquera en busca hasta de las tarjetas rojas que le han sacado en su carrera como deportista. “Al caído, caerle” es una de las pasiones colombianas y, desde la época de Jesucristo y los demás profetas del perdón, los seres humanos sabemos, muy en el fondo, que eso no aporta nada. Por supuesto, la mala leche con que les caemos no exime a los famosos de su rol de figuras públicas y del deber que tienen de dar ejemplo. 

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El hecho es que el reciente incidente deja en evidencia dos males de la sociedad colombiana: la violencia de género y la permisividad que tenemos con los famosos. Colombia es un país en el que en los primeros nueve meses de este año se presentaron 38.107 casos de violencia de hombres contra sus mujeres y en el que los feminicidios parecen tomarse más terreno cada día. Sin embargo, algunos medios de comunicación siguen usando el epíteto de “joven empresario” para tipos como Camilo Sanclemente, que se dedican, en sus ratos libres, a cascarles a las mujeres por no hacer lo que ellos quieren. Sin duda, “monstruo apocalíptico” sería más preciso.

Hernán Darío Gómez, ex director técnico de la selección Colombia, y Jairo Castillo, ex goleador de América de Cali, son otros dos ejemplos que demuestran la gravedad del problema. En 2011, el popular Bolillo fue sorprendido pegándole a su amante (no a la titular) en un bar del centro de Bogotá. El hombre pidió perdón, soltó un par de lágrimas de cocodrilo y cuando ya se encaminaba a dejarnos por fuera otra vez del mundial el Presidente de la República tuvo que echarlo de su cargo. “Gracias a la moza del Bolillo”, decían los memes de la clasificación a Brasil 2014. Ahora, es genio y figura en Panamá. 

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Por su parte, el famoso Tigre es un peligro al volante en Cali. Hace un par de meses fue detenido (¡una vez más!), mientras manejaba borracho y sin licencia de conducción por la ciudad. Quince años atrás, las hermanas Katerine y Claudia Ojeda murieron en un accidente de tránsito provocado por su ebriedad y al parecer los 40 millones de pesos en multas pendientes no le impiden seguir buscando repetir “hazaña” mientras maneja. 

Sin embargo, el asunto de la permisividad no es exclusivo de Colombia ni de los futbolistas. El documental The Hunting Ground dejó en evidencia cómo algunas universidades de Estados Unidos se hacen las de la vista gorda con las violaciones de algunos deportistas para proteger su nombre y el de los muchachos. ¡Mal de muchos, consuelo de tontos!

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