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El rock "llorón"

Todo aquello que se conjuga con la emoción se convierte, en las manos de los músicos más jóvenes, en sencillos, demos, EPs y discos; en camisetas, stikers, artículos promocionales y conciertos semanales con boletería agotada. Son los gritos y la estridencia los que hablan de las pérdidas y el amor; son los coros reiterados y masticables los que certifican que hay amigos o enemigos, que algo duele, que se puede y se debe pedir perdón. Es el rock emocional que, pese a sus muchos intentos de quitarse el estigma de llorón y melancólico y de luchar entre sus mismos creadores por definir sus influencias y evitar cualquier encasillamiento de género, representa la tendencia musical más prometedora y con mayor número de seguidores en el ámbito nacional actual. Una escena que existe, sin duda alguna, gracias a la promoción gratuita en espacios virtuales como el MySpace y la autogestión de sus integrantes. Una tendencia que pasó de alternativa al top of mind colectivo. Que les da la bienvenida a seguidores de 10 años tanto como a los de 25. Que gesta, mes a mes, semana tras semana y día a día, propuestas tan híbridas musicalmente como dicen es su estética visual. Si el rock antes usó sus etiquetas para aturdir a mojigatos con intencionadas sugerencias sexuales, o para afiliar anónimos batallantes en causas políticas, entre tantas otras; ahora logra que sus seguidores sean expresivos y libres, que sientan en él y con él un espacio de diversión e interacción… ¡un escape! El rock se viste hoy de rosado, porque no deja de ser rock fuerte y energético por el color de la camiseta de quien lo hace o lo recibe. Música que se vive en parche, se canta a pulmón hinchado, se baila, se compra y se descarga tanto o más que el porno o el reggaetón. Porque el emo, en su explicación más básica, exalta las emociones y las hace comunes entre hombres y mujeres. No es que el rock antes no fuera “emocional”. Sencillamente, este segmento concentró sus intereses musicales en líricas referentes al sentir diario, a la identificación de sus seguidores con el resto del mundo, como seres comunes y corrientes. Musicalmente, ¿cómo es entonces este género en el país? Experimental, sería una palabra adecuada. Si sus raíces más antiguas y aceptadas se refieren al hard core (emo core) o al punk, hoy es muy difícil, tanto para las bandas como para sus seguidores, permitirse una sola etiqueta. El emo toma lo que puede de casi todas las corrientes adscritas al rock. Así, sus variaciones van desde screamo hasta metal, pop, neo punk, industrial y un largo etcétera. Esto, a su vez, ha convertido al emo en el género con mayor número de detractores en las escenas tradicionales del rock en Colombia. No sólo porque vende, porque se hace con el ánimo de ser masivo y porque ha robado parte de su construcción sonora, sino por la supuesta relación que tiene la música como música con la tendencia fashion que se impone en la actualidad. Aseguran que el emo insulta la masculinidad, que sus seguidores son depresivos en exceso y que su lenguaje virtual no es más que uno equivalente al de los retrasados. Por esto, la escena quiere pronunciarse y dejar claro que, pese al look, el emo es rock y como rock tiene cualidades como la velocidad, el ritmo, los altos y bajos, la alegría, los zumbidos que se quedan en las sienes. Dicen no más a los prejuicios: una cosa es la música de corriente emocional y otra muy diferente la moda que incluye ser bisexual, depresivo y autolesionarse.

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Todo aquello que se conjuga con la emoción se convierte, en las manos de los músicos más jóvenes, en sencillos, demos, EPs y discos; en camisetas, stikers, artículos promocionales y conciertos semanales con boletería agotada.

Son los gritos y la estridencia los que hablan de las pérdidas y el amor; son los coros reiterados y masticables los que certifican que hay amigos o enemigos, que algo duele, que se puede y se debe pedir perdón. Es el rock emocional que, pese a sus muchos intentos de quitarse el estigma de llorón y melancólico y de luchar entre sus mismos creadores por definir sus influencias y evitar cualquier encasillamiento de género, representa la tendencia musical más prometedora y con mayor número de seguidores en el ámbito nacional actual.

Una escena que existe, sin duda alguna, gracias a la promoción gratuita en espacios virtuales como el MySpace y la autogestión de sus integrantes. Una tendencia que pasó de alternativa al top of mind colectivo. Que les da la bienvenida a seguidores de 10 años tanto como a los de 25. Que gesta, mes a mes, semana tras semana y día a día, propuestas tan híbridas musicalmente como dicen es su estética visual.

Si el rock antes usó sus etiquetas para aturdir a mojigatos con intencionadas sugerencias sexuales, o para afiliar anónimos batallantes en causas políticas, entre tantas otras; ahora logra que sus seguidores sean expresivos y libres, que sientan en él y con él un espacio de diversión e interacción… ¡un escape! El rock se viste hoy de rosado, porque no deja de ser rock fuerte y energético por el color de la camiseta de quien lo hace o lo recibe. Música que se vive en parche, se canta a pulmón hinchado, se baila, se compra y se descarga tanto o más que el porno o el reggaetón.

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Porque el emo, en su explicación más básica, exalta las emociones y las hace comunes entre hombres y mujeres. No es que el rock antes no fuera “emocional”. Sencillamente, este segmento concentró sus intereses musicales en líricas referentes al sentir diario, a la identificación de sus seguidores con el
resto del mundo, como seres comunes y corrientes.

Musicalmente, ¿cómo es entonces este género en el país? Experimental, sería una palabra adecuada. Si sus raíces más antiguas y aceptadas se refieren al hard core (emo core) o al punk, hoy es muy difícil, tanto para las bandas como para sus seguidores, permitirse una sola etiqueta. El emo toma lo que puede de casi todas las corrientes adscritas al rock. Así, sus variaciones van desde screamo hasta metal, pop, neo punk, industrial y un largo etcétera.

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Esto, a su vez, ha convertido al emo en el género con mayor número de detractores en las escenas tradicionales del rock en Colombia. No sólo porque vende, porque se hace con el ánimo de ser masivo y porque ha robado parte de su construcción sonora, sino por la supuesta relación que tiene la música como música con la tendencia fashion que se impone en la actualidad. Aseguran que el emo insulta la masculinidad, que sus seguidores son depresivos en exceso y que su lenguaje virtual no es más que uno equivalente al de los retrasados. Por esto, la escena quiere pronunciarse y dejar claro que, pese al look, el emo es rock y como rock tiene cualidades como la velocidad, el ritmo, los altos y bajos, la alegría, los zumbidos que se quedan en las sienes. Dicen no más a los prejuicios: una cosa es la música de corriente emocional y otra muy diferente la moda que incluye ser bisexual, depresivo y autolesionarse.

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