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Testimonio: tomando pastillas sin remedio

Desde que era pequeño, algunas imperfecciones de fábrica me volvieron asiduo a los consultorios médicos. En las droguerías y en los pasillos de las clínicas hice cursos acelerados en varios tipos de medicamentos que a partir de entonces se instalaron en mis cajones. He probado sin anestesia todo el colorido de medicinas plasmadas en prescripciones con las que puedo empapelar mi cuarto. Además de los pequeños desajustes que iniciaron mi affaire con las pastillas, el sueño me rehuye. Durante mucho tiempo he buscado el sueño en grageas anhelando que me conduzcan a los brazos de quien más anhelo: Morfeo. Como El Cuarteto de Nos: “ya fui al enólogo, fui al astrólogo, fui al psicólogo, fui al somnólogo”... De tanto que me han recetado pretendo conocer las virtudes de un rosario de pepas y, por períodos, establezco el ‘hit parade’ de drogas con las que logro dormir. Pero en la desesperación de un insomnio asqueroso, el ranking se va al diablo y tomo lo que encuentro, no importa para qué sea. Pastilla es pastilla. Pepa es pepa. Así se piensa cuando todos duermen y uno está con los ojos hasta la barbilla. Igual pasa si estoy deprimido o si me duele el estómago. Acudo a cualquier pasta mágica. Después de ir y venir, estuve en un tratamiento psiquiátrico efectivo contra sustancia durante un año y medio. Por eso, cuando la depresión ataca, ni de riesgo compro aquellas que se quedaron con mal estigma en mi lista, y echo mano de las que pienso más inofensivas, de esas que aparentemente le dan a todo el mundo en la EPS. Las tomo un par de días y paro cuando amanezco en estados de impresionante cordura o si me da por pensar que son una porquería. Porque como las amo, también las odio. Muchas veces las boto por el inodoro y luego salgo a la calle a conseguir más. Por anhelo de salvación y por hastío, he iniciado montones de ‘cold turkeys’ (nombre que algunos músicos relevantes le dieron al período de empezar a “estar sano” de drogas o a un tiempo de abstinencia). Pero lo que ha  resultado de tratar de parar es después dejar de tratar. Acabar exhausto y arrodillado ante la pepa de siempre. Las medicinas son mi grillete. Frecuentemente pienso que sería ideal si hubiera una pastilla para dejar de tomar pastillas. ¿Un mundo trastornado? Según la Organización Panamericana de la Salud, el número de personas con trastornos mentales en América será de 176 millones en el 2010 y la segunda causa de incapacidad mundial en el 2020. Cifras que ponen en alerta a las comunidades y que sitúan este tipo de diagnósticos como un problema de salud pública en gran parte del mundo. Las enfermedades mentales más ‘populares’ en nuestros días, incluidas en el Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales (DSM) de la Asociación Americana de Psiquiatría, en su mayoría tratadas con psicofármacos, son: Trastornos de ansiedad (angustia, fobias), Trastornos del ánimo (depresión, trastorno bipolar), Trastornos alimenticios (anorexia, bulimia) y los relacionados con sustancias (dependencia y abuso de alcohol, alucinógenos, anfetaminas, cannabis, cocaína, cafeína, inhalantes, nicotina, opiáceos, sedantes, hipnóticos, ansiolíticos, etc.); así como la esquizofrenia, los trastornos sexuales, del sueño y de la personalidad. Notas de prensa: BBC, UK. 23 de enero de 2008. “El actor Heath Ledger fue encontrado muerto en su residencia del barrio SoHo en Manhattan. ‘Lo hallaron inconsciente y luego fue declarado muerto’, señalaron fuentes del Departamento de Policía de Nueva York, agregando que se descubrieron pastillas cerca de su cuerpo. La policía  investiga si el actor, nacido en Perth, Australia, murió de sobredosis”.

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Desde que era pequeño, algunas imperfecciones de fábrica me volvieron asiduo a los consultorios médicos. En las droguerías y en los pasillos de las clínicas hice cursos acelerados en varios tipos de medicamentos que a partir de entonces se instalaron en mis cajones. He probado sin anestesia todo el colorido de medicinas plasmadas en prescripciones con las que puedo empapelar mi cuarto. Además de los pequeños desajustes que iniciaron mi affaire con las pastillas, el sueño me rehuye. Durante mucho tiempo he buscado el sueño en grageas anhelando que me conduzcan a los brazos de quien más anhelo: Morfeo.

Como El Cuarteto de Nos:
“ya fui al enólogo, fui al astrólogo, fui al psicólogo, fui al somnólogo”... De tanto que me han recetado pretendo conocer las virtudes de un rosario de pepas y, por períodos, establezco el ‘hit parade’ de drogas con las que logro dormir. Pero en la desesperación de un insomnio asqueroso, el ranking se va al diablo y tomo lo que encuentro, no importa para qué sea. Pastilla es pastilla. Pepa es pepa. Así se piensa cuando todos duermen y uno está con los ojos hasta la barbilla.

Igual pasa si estoy deprimido o si me duele el estómago. Acudo a cualquier pasta mágica.

Después de ir y venir, estuve en un tratamiento psiquiátrico efectivo contra sustancia durante un año y medio. Por eso, cuando la depresión ataca, ni de riesgo compro aquellas que se quedaron con mal estigma en mi lista, y echo mano de las que pienso más inofensivas, de esas que aparentemente le dan a todo el mundo en la EPS. Las tomo un par de días y paro cuando amanezco en estados de impresionante cordura o si me da por pensar que son una porquería.
Porque como las amo, también las odio. Muchas veces las boto por el inodoro y luego salgo a la calle a conseguir más.

Por anhelo de salvación y por hastío, he iniciado montones de ‘cold turkeys’ (nombre que algunos músicos relevantes le dieron al período de empezar a “estar sano” de drogas o a un tiempo de abstinencia). Pero lo que ha  resultado de tratar de parar es después dejar de tratar. Acabar exhausto y arrodillado ante la pepa de siempre. Las medicinas son mi grillete. Frecuentemente pienso que sería ideal si hubiera una pastilla para dejar de tomar pastillas.

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¿Un mundo trastornado?

Según la Organización Panamericana de la Salud, el número de personas con trastornos mentales en América será de 176 millones en el 2010 y la segunda causa de incapacidad mundial en el 2020. Cifras que ponen en alerta a las comunidades y que sitúan este tipo de diagnósticos como un problema de salud pública en gran parte del mundo. Las enfermedades mentales más ‘populares’ en nuestros días, incluidas en el Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales (DSM) de la Asociación Americana de Psiquiatría, en su mayoría tratadas con psicofármacos, son: Trastornos de ansiedad (angustia, fobias), Trastornos del ánimo (depresión, trastorno bipolar), Trastornos alimenticios (anorexia, bulimia) y los relacionados con sustancias (dependencia y abuso de alcohol, alucinógenos, anfetaminas, cannabis, cocaína, cafeína, inhalantes, nicotina, opiáceos, sedantes, hipnóticos, ansiolíticos, etc.); así como la esquizofrenia, los trastornos sexuales, del sueño y de la personalidad.

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Notas de prensa:

BBC
, UK. 23 de enero de 2008.

“El actor Heath Ledger fue encontrado muerto en su residencia del barrio SoHo en Manhattan. ‘Lo hallaron inconsciente y luego fue declarado muerto’, señalaron fuentes del Departamento de Policía de Nueva York, agregando que se descubrieron pastillas cerca de su cuerpo. La policía  investiga si el actor, nacido en Perth, Australia, murió de sobredosis”.

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