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Velandia y la Tigra, patada de burro

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Arte popular eléctrico y folclor ficticio. Lo que brota del lomo de este proyecto colombiano está emparentado con el rock y la carranga.

Entre las montañas en las que está incrustado el municipio de Piedecuesta, en Santander, un golpe contra el establecimiento de la música colombiana se abre camino con pisadas de animal primitivamente pulcro: se trata de Velandia y la Tigra, proyecto que encabeza Edson Velandia (ex guitarrista de Cabuya) y al que el sello independiente Cinechichera Reproducciones dio forma de disco compacto bajo el título de Once rasqas.

Álbum o gueto de mil casas con techos de Eternit, donde sus habitantes forjaron un pueblo lleno de historia y de artistas desbordados y delirantes, una producción noble y agreste al mismo tiempo. El testimonio artístico de los que crecieron “al son de la cumbia peruana, de Pastor López y el Cuarteto

Universal”, como dice Velandia, y de los que luego se fascinaron “con la música de despecho y la música carranguera, que es la que mis viejos siempre han escuchado”.

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Las “Rasqas” (término bajo el cual Edson Velandia rebautizó a las once composiciones incluidas en el disco) también fueron influenciadas por las Mini TKs, las emisoras de vereda y el rock.

No es el rock de Hendrix ni de los Stones, así como tampoco es ‘música colombiana’ como convencionalmente se le conoce. La ‘rasqa’ es de Piedecuesta, porque es claro que Piedecuesta es

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un pueblo y uno puede verlo de un solo vistazo desde el cerro de la Cantera, y reconocerse en él. Pero no es claro dónde empieza ‘Colombia’ y dónde se acaba, porque en realidad esos límites tan sólo son ingenuos negocios políticos”.

Y si creen que este burro no muerde, aténganse y no corran. En Velandia y la Tigra (como en muchos otros animales de lomo terco), los cuestionamientos políticos dejan buen aliento y encajan como golpe al abdomen.

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