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Salí de mi encierro para encerrarme en una sala de cine

Siempre tendremos un balde de palomitas calientes esperándonos en la entrada de nuestra sala de cine favorita.

Sala de cine.
Foto de Karen Zhao.

A inicios de marzo, cuando salí algo trastornada de las salas de cine de Unicentro después de ver Parasitos en una función de medianoche, nunca pensé que pasarían 10 meses antes de que volviera a pisar un teatro.

10 meses en los que me cambió la vida. En los que nos cambió la vida. De repente, nos encontramos ante un panorama en el que nuestras actividades de ocio favoritas representaban un peligro mortal, y aún lo son. Sin embargo, en estos meses de aislamiento en los que salas de cine, de conciertos, librerías y restaurantes han estado cerrados, hemos tenido el tiempo de entender mejor cómo funciona este virus que nos forzó a aprender a vivir de otra manera.

Escribo este texto porque volví a cine. Salí de mi encierro autoimpuesto para cuidar mi salud para ir a encerrarme en una sala de cine, también para cuidar mi salud, pero mental. Eso sí, sin todo el ritual que esta acción implica. Revisar la cartelera de estrenos, los horarios disponibles, coordinar con mi pareja o mis amigas el plan de la noche. Llegar a los teatros y hacer las filas. Tomarme mi tiempo revisando el menú de la confitería para terminar, como siempre, eligiendo un combo de palomitas y bebida medianas con un sánduche de queso y una adición de queso cheddar. Esta vez el ritual faltó.

Sin embargo las salas están abiertas y podemos ir. Desde el jueves 26 de noviembre el gobierno nacional dio la autorización para que los teatros y las salas de cine abrieran al público siguiendo un protocolo estricto de bioseguridad que además de limpiarse la suela de los zapatos y hacer maromas para poder aplicarse gel antibacterial en las manos mientras se carga una bandeja con palomitas de maíz, implica un gran trabajo de parte de las acomodadoras para asegurar que haya al menos dos metros de distancia (en todas las direcciones) entre los asistentes.

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Entonces, después de seguir todas las indicaciones, tras 10 meses de mi última visita volví a una sala de cine y todo fue diferente. No hay filas, pocos compran boletas. La cartelera no tiene una larga lista de estrenos entre los cuales escoger. Nadie se sentó a mis lados, ni en frente, ni detrás de mí. La confitería tiene un menú limitado y no pude disfrutar de mi sánduche de queso con adición de cheddar. La sala no huele solo a crispetas, también a alcohol. A pesar de que va gente, a pesar de ser un estreno, la sala estaba casi vacía, éramos pocas almas sentadas en la oscuridad, delante de una gran pantalla, viendo juntos Tenet, la última película de Christopher Nolan.

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Los teatros y cinemas han sufrido durante esta pandemia y esta reapertura les ha implicado mucho trabajo para poder garantizar la supervivencia de sus negocios. Todas estas medidas, todos estos cambios son esfuerzos, pequeños sacrificios, para que podamos seguir disfrutando de estos espacios en los que tenemos la posibilidad de desconectarnos del mundo real durante un rato. La reapertura de los teatros es un guiño de ánimo para muchas personas. Las salas de cine son un espacio de esparcimiento y entretenimiento que aparece como un oasis en medio de un mundo hiperconectado e hiperestimulado que nos exige estar 100% disponibles para todo. Un momento de silencio, de estar en el momento. Eso es, para mí, el acto de ir a cine.

Y es que a pesar de que todo haya cambiado, de que las experiencias no sean iguales, dentro del teatro hay muchas cosas que se mantienen iguales. El olor de las palomitas que impregna toda la sala, olor que ahora se confunde con el del antiséptico que dan a la entrada. La emoción de los trailers de películas nuevas, que aunque pocos, siguen llenándonos de expectativa de tan solo pensar en el plan de ir a ver estas nuevas películas. El escalofrío al ver los créditos de inicio y el mar de emociones, una tras otra, que compartimos con decenas de desconocidos que están, junto a nosotros, perdiéndose en la historia que se proyecta en la gran pantalla.

Que los teatros estén abiertos significa que existe un espacio en la ciudad en el que podemos refugiarnos de todo. Un espacio en donde no están permitidos los celulares, las distracciones y en el que podemos sumergirnos de cabeza en una historia paralela a la nuestra. Durante un par de horas todo a nuestro alrededor se pausa y tenemos la oportunidad de sorprendernos, conmovernos y asombrarnos con el arte de otros.

El 2020 lo ha cambiado todo, y la industria audiovisual y del cine está entre los daños colaterales. En países como Estados Unidos muchos teatros han tenido que cerrar. Aquí en Colombia, aunque varios teatros han abierto, otros, como Cine Colombia, no lo harán al menos hasta 2021. Mientras tanto, seguirán con la modalidad de autocinemas que aunque son una solución viable, no ofrecen la misma experiencia para el usuario.

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También están las plataformas de streaming en las que constantemente hay nuevos estrenos. Sin embargo, aunque plataformas como Netflix, Amazon Prime Video y Disney+ tienen la ventaja de darnos acceso a millones de contenidos audiovisuales, también han modificado nuestros hábitos al momento de sentarnos a ver una película. Y no lo nieguen: escuchar las dos notas de inicio de una película original de Netflix no es nada como lo que sentimos cuando las luces de un teatro se apagan indicando que nuestra película está por comenzar.

Y es que hay pocas sensaciones comparables a estar en una sala de cine compartiendo emociones con un mar de gente. Los brincos de susto al ver una película de terror, las risas cómplices cuando te das cuenta de que no eres el único en la sala que se conmovió hasta las lágrimas. Con ese momento en el que todos suspiran sorprendidos con el plot twist inesperado.

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En mi regreso a cine salimos todos confundidos, rascándonos la cabeza queriendo entender los alcances de la propuesta temporal que hizo Nolan en Tenet. Nada se compara a la sensación de salir del teatro y escuchar las opiniones y teorías de otros grupos de personas que vieron lo mismo que tú pero lo entendieron de una forma distinta. Con escuchar a los otros planear su regreso a la sala, su repetición de la película, sus observaciones sobre la banda sonora, las actuaciones, la historia.

Tras 10 meses de encierro, volver a una sala de cine se sintió como volver a uno de esos lugares donde me refugio del mundo. Uno de esos lugares a los que vuelvo, al que volvemos, porque ahí somos felices. Fueron dos horas sin celular y sin notificaciones. Dos horas en las que no pensé en el Coronavirus, ni en la lista de pendientes para el trabajo. No pensé en el almuerzo, no contesté mensajes. No estuve disponible para nadie que no fueran John David Washington, Robert Pattinson y lo que pasaba en la pantalla de dos metros.

Estuve sola, desconectada, sentada en una sala oscura, y fui muy feliz.

Extrañaba muchísimo la experiencia de ir a cine, de suspender el tiempo por un rato y de salirme de la realidad, refugiarme entre las tres paredes del teatro y la pantalla gigante por el tiempo que dure una película. Tras 10 meses de pandemia que los teatros hayan abierto es saber que mientras todo pasa y a pesar de que nada será igual, siempre tendremos un balde de palomitas calientes esperándonos en la entrada de nuestra sala de cine favorita.

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