“Si realmente quieres entender cómo funciona Silicon Valley, deberías mirar Silicon Valley”, escribió en su blog Bill Gates.
La serie es una comedia escrita y dirigida por Mike Judge (Beavis & Butt-Head, King of the Hill y Office Space), John Altschuler y Dave Krinsky.
Es una sátira brillante de la industria más rica e influyente de nuestra época en la que hablan de los egos y la maldad detrás de las redes sociales, la Inteligencia Artificial y el corporativismo tecnológico.
Lo increíblemente ingenioso de la serie de seis temporadas de HBO/Max es que no solo logra mostrar lo que todos ya sabemos: la falta de control sobre nuestra propia información en el “mundo digital” para el uso comercial de las grandes corporaciones tecnológicas o la “autenticidad” que reconoce Bill Gates en los personajes del mundo corporativo de Silicon Valley (“un ámbito repleto de programadores inteligentes, súper competitivos, introvertidos, socialmente raros y empresarios ‘bien intencionados’ que son propensos a declaraciones exageradas”).
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No Bill.
Lo que hace que la serie sea tan espectacular es que, además de capturar y recrear el espíritu de nuestros tiempos a través de una parodia, devela el pensamiento que ayudó a cimentar tanto a la industria tecnológica como a el espectáculo que lo rodea: “la ideología de California” (The Californian Ideology).
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La ideología de California es el término acuñado en 1995 por los académicos ingleses Richard Barbrook y Andy Cameron para llamar la atención sobre lo que estaba pasando en el Área de la Bahía de California.
Para ambos, resultaba bastante sospechosa la forma en que las nacientes corporaciones tecnológicas —Google, Amazon y Yahoo, junto con las previamente establecidas Apple y Microsoft— movilizaban sus modelos de negocio a partir de un conjunto de creencias que impulsaban una nueva forma de fe y que contenía principios de cibernética, utopismo tecnológico, economía de libre mercado, libertarismo de contracultura, junto con actitudes bohemias y antiautoritarias.
Este divertido cóctel, dicen ellos, sirvió para allanar el camino que hizo posible predicar una especie de optimismo ingenuo que promulgaba que las “tecnologías de la información servirían para crear una nueva democracia en el ciberespacio”.
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Pero también para promover que estas mismas tecnologías podrían mejorar la vida de las personas y lograr cambios positivos en el mundo.
La verdadera aldea ciberespacial y democrática estaba aquí.
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Por su puesto, lo que alcanzaron a captar Barbrook y Cameron no fue esa tecnoutopía, sino todo lo contrario, una visión fatalista del triunfo natural del libre mercado y el capitalismo en la esfera de la alta tecnología bajo el pretexto de que las empresas tecnológicas realmente “estaban mejorando la vida con herramientas increíbles”.
Bueno, y eso fue lo que pasó.
Cerca de 20 años después de que Barbrook y Cameron llamaran la atención sobre los peligros de la relación entre sociedad, economía, tecnología y política, aparece Silicon Valley (la serie) para recordarnos que la ideología de California sigue flotando en el aire para hacernos creer que “las nuevas tecnologías van a transformar el mundo para bien, así como la convergencia entre los medios de comunicación, la informática y las telecomunicaciones van a dar lugar inevitable a una democracia directamente electrónica”.
Pero volvamos a la serie.
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Silicon Valley comienza como la típica historia de “ingenio”, “lucha” y “perseverancia” de un joven programador llamado Richard Hendricks (Thomas Middleditch) quien desarrolla un poderoso algoritmo de compresión para su web, Pied Piper, en el “Hacker Hostel” de propiedad Erlich Bachman (T.J. Miller), un ex-programador retirado que está dedicado a impulsar “nuevas” e “innovadoras” ideas en su “incubadora” (en realidad: su casa y hostel ilegal).
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En esta fábrica de ideas fantásticas, además de Richard, viven otros programadores: Nelson ‘Big Head’ Bighetti (Josh Brener), Dinesh Chugtai (Kumail Nanjiani), Bertram Gilfoyle (Martin Starr) y Jian-Yang (Jimmy O. Yang), los cuales para poder vivir en el hostal —y evitar las escandalosas rentas de Palo Alto— deben otorgarle a Bachman el 10% de los derechos de cualquier invento.
El grupo de programadores, claramente, y como en todas las imágenes de fantasía y espectáculo que envuelven a Silicon Valley, trabaja no en el garaje de la casa, pero si en la sala del “Hostal Hacker” de Bachman soñando con el éxito económico, el reconocimiento público y con convertirse en los únicos hackers capaces de liderar la transformación radical del mundo a través de alguna de sus invenciones tecnológicas (dos de las más emblemáticas son el detector de pezones de ‘Big Head’ y la aplicación de reconocimiento de comida que identifica solo lo que no es un perro caliente de Jian-Yang).
Es en este punto cuando la ideología californiana con todas sus contradicciones toma forma en la serie y nos muestra la inesperada colisión del neoliberalismo de derecha, el radicalismo contracultural y el determinismo tecnológico.
La serie reclama rápidamente estas contradicciones en las visiones opuestas de futuro que determinan su trama.
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Por ejemplo, cuando se hace evidente que el algoritmo de Pied Piper puede tener otro tipo de aplicaciones más poderosas que simplemente reconocer el plagio de canciones, Richard recibe una oferta de compra de 10 millones de dólares de Gavin Belson (Matt Ross), el ególatra y megalómano jefe corporativo (C.E.O.) de Hooli, la cual rechaza luego de que Peter Gregory (Christopher Evan Welch) le hiciera una contraoferta de solo el 10% por la empresa y lo persuadiera de que no “había nada más importante que tener el control de Pied Piper para poder desarrollar su propia visión”.
En este momento, y gracias a la visión de Peter Gregory, Richard adopta el rol de un “anti-C.E.O.”, una figura que tiene como fin “descentralizar” y “democratizar” el acceso a la información mediante la construcción de una nueva forma de internet.
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Junto a el equipo de programadores, al cual se une Donald ‘Jared’ Dunn (Zach Woods), un personaje extraño, bondadoso, leal, pero letal a la hora de hacer negocios, Richard comienza una gigantesca batalla por descubrir su estrategia, desarrollar un mejor producto, recaudar dinero, evitar el plagio y hacerle frente a Gavin Belson que no hace más que intentar destruir a Pied Piper y acabar con la asumida “pureza anticorporativa” del joven e introvertido genio y sus compañeros.
Desde que Silicon Valley se estrenó en el 2014, proclamó —mediante un estilo propiamente satírico y franco— dos verdades que pocos están dispuestos a asumir: primero, todos los trabajadores de la tecnología de la Costa Oeste (y más allá de esta) asumen y afirman que “están mejorando el mundo”, pero la realidad es que nada de esto está sucediendo. Las tecnologías —en su gran mayoría— no están haciendo del mundo un lugar lleno de maravillas, por el contrario, y a pesar de lo que digan algunos de los idealistas más ingenuos, la utopía tecnológica que se promulgó hace más de 70 años se convirtió en una distopía.
Segundo, lo que se puede observar de esas empresas tecnológicas unicornio es que cada vez encuentran formas más sofisticadas para simular el futuro prometido. La palabra simulación es clave, por no decir proyectar humo, pues la mayoría de las tecnologías que realmente han avanzado son tecnologías que simulan algún tipo de beneficio para las personas, pero no para la humanidad en general.
Estas son tecnologías “hiperreales": tienen la capacidad de realizar imitaciones más realistas que sus originales y proyectar la sensación que de alguna manera hemos irrumpido en un nuevo periodo histórico “sin precedentes”.
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Todas estas historias se sustentan en que la tecnología representa la única fuerza transformadora de la historia, en la que el héroe absoluto de este mito es el “genio empresario”, una figura que —como Richard Hendricks— encarna por sí sola una triple batalla contra los trabajadores, el estado y la cultura popular, solo con el objetivo y la buena intención de liberar la fuerza supuestamente “natural” de la tecnología.
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No obstante, lo que vimos —y vivimos— es que la liberación universal dio como resultado el ascenso de una nueva clase dominante.
Desafortunadamente esto no ha decepcionado a nadie. La mayoría de la gente sigue viendo (y citando a Elon Musk, Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Bill Gates) a los “genios” e “innovadores” de Silicon Valley como grandes héroes que (r)evolucionaron y cambiaron el mundo. Incluso, cuando ninguna de sus invenciones fueron hechas para cumplir la promesa de un mundo mejor.
¿Qué fue lo que pasó? Bueno, como dice el epígrafe de Naum Gabo con el que Barbrook y Cameron abren su texto sobre La ideología de California, “no mentir sobre el futuro es imposible y uno puede mentir al respecto a voluntad”.
Por supuesto, muchos esperábamos vivir en un “mundo lleno de maravillas”, pero la forma más común de lidiar con la incómoda sensación de que esto no es así consiste en descartar por completo dicha sensación, insistir que todo el progreso y avance tecnológico que pudo haber ocurrido, ha ocurrido mediante las incipientes redes sociales o el millón de aplicaciones mediocres e inservibles, el uso (y los abusos) de la Inteligencia Artificial, los modelos de vigilancia y control que potencian la megalomanía, la egolatría, el narcisismo, el racismo, el clasismo y el poder de sus propios “genios” inventores.
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Con estos avances tecnológicos ya podemos tratar cualquier otra cosa como una verdadera tontería.
Nadie más debería soñar con un futuro de carros voladores y en el que los robots paseen a nuestros perros, lleven la ropa a la lavandería, trabajen por nosotros o, incluso, tener conversaciones realmente interesantes con computadoras o alguna inteligencia artificial.
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¿Dónde ver Silicon Valley?
En Latinoamérica, la serie de televisión Silicon Valley se puede ver a través de la plataforma Max
¿Cuántas temporadas tiene Silicon Valley?
Silicon Valley lanzó 6 temporadas (53 episodios) que fueron estrenadas entre 2014 y 2019.