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Buscando el fantasma, 'Ghost in the Shell' a 25 años de su estreno

Una película de ciencia ficción que impulsó la animación japonesa a nivel mundial.

Ghost in the shell, 1995
Ghost in the shell, 1995

Un 18 de noviembre, pero de 1995, se estrenó en Japón Kôkaku Kidôtai, más conocida por estas latitudes como Ghost in the Shell, película imprescindible de la ciencia ficción y obra que potenció el boom de la animación japonesa a nivel mundial, en tiempos que el anime aún no lograba salirse del prejuicio de ser “animaciones para niños”.

Por Mauro L. Rivera Muñoz // @CINEsfuerzoblog

Ghost in the Shell está basada en el manga escrito y dibujado por Masamune Shirow, publicado entre abril y noviembre de 1989 y adaptada al cine por el guionista Kazunori Itō y dirigida por Mamoru Oshii, película que tuvo un discreto éxito en Japón durante su lanzamiento.

A pesar de ello, cuando salió en video en EEUU y Europa en agosto de 1996, vendió más de 200.000 copias en VHS y así se convirtió en un fenómeno de la cultura popular que por el momento se ha expandido a­­ dos secuelas, dos series de televisión, dos videojuegos y un desafortunado y polémico remake hollywoodense estrenado en 2017 y protagonizado por Scarlett Johansson.

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Influenciada por la literatura Cyberpunk de William Gibson (Neuromante,1984) y Philip K. Dick (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, 1968), películas como Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y varias reflexiones propias de la filosofía existencialista, Ghost in the Shell cuenta la historia de la Mayor Motoko Kusanagi.
Kusanagi es una cyborg -ser humano mejorado con tecnología- quien trabaja para una agencia secreta del gobierno y que deberá enfrentar la amenaza de un hacker conocido como Puppet Master, que tiene la capacidad de infiltrarse en la mente de todos los cyborgs -gran parte de la población, para mediados del Siglo XXI-, ya que su ser no necesita de un cuerpo.

En medio de la resolución de este caso, Kusanagi se preguntará qué es lo que realmente la hace humana o si ya dejó de serlo, pues de su antiguo ser tan solo queda parte de su tejido cerebral.

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Así, la película dirigida por Oshii será un presagio de la inevitable dependencia y omnipresencia de la tecnología y cómo esta afectará nuestra identidad, temas que para mediados de los noventa empiezan a estar en boca de todos dada la reciente puesta en marcha del Internet “público” y el lanzamiento de los navegadores web.

Prueba de ello es que para 1995 Hollywood presentó 4 estrenos claves que manifestaban la ansiedad que generaba esta imparable revolución digital: Hackers (Ian Softley), The Net (Irwin Winkler), Strange Days (Kathryn Bigelow) y Johnny Mnemonic (Robert Longo).

La presencia del anime iba en aumento, aunque estaba relegada en su mayoría a las franjas infantiles televisivas con series como Robotech, Mazinger, Centella, Candy o Meteoro, algunas adaptaciones de obras literarias como Las aventuras de Tom Sawyer o Los cuentos de los hermanos Grimm, y algunos intentos de evangelización como La casa voladora o El súper libro. Esta suerte también la compartían producciones como Akira (Katsuhiro Otomo, 1988) y los primeros filmes de Studio Ghibli, pues a pesar de ser celebradas críticamente, aún no lograban superar el prejuicio y conquistar una mayor audiencia.

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Desde luego, el hito marcado por Ghost in the Shell no solo se dará gracias a su oportuna aparición y contenido temático, sino también por sus virtudes técnicas, porque si bien el anime japonés trajo un lenguaje gráfico específico al mundo audiovisual, esta película sobresale particularmente por el cuidadoso y significativo trabajo que realiza con las locaciones. 
El nivel de detalle y la forma en que se despliegan, permiten que el espectador se sumerja en los espacios que los personajes habitan, adquiriendo así capacidades atmosféricas y sugestivas que acercarán las preguntas que Kusanagi explora.
En especial, es muy recordado un montaje hacia la mitad del filme, en que el tiempo de la historia se detiene a observar la ciudad en que los personajes viven. Espacios que por la forma en que son presentados, generan la sensación de observar al firmamento nocturno y darse cuenta de lo minúsculas que pueden ser nuestras preocupaciones para el universo, mientras todo sigue pasando no solo allá arriba, sino en nuestro ser.

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Como adaptación fílmica de una novela gráfica, “Ghost in the Shell” saca provecho del movimiento para hacer más explícitos los conceptos de humanidad, soledad y consciencia.

Es muy diciente, por ejemplo, la forma en que la ausencia de parpadeo y el reflejo de la luz en los ojos de Kusanagi evidencian su artificialidad y el vacío en que se encuentra sumergida.

También, la escena de los créditos iniciales en los que vemos el “nacimiento” del cyborg es ya emblemática, no solo porque presenta la fluidez del ensamblaje de un cuerpo, sino cómo a través de una pionera -para su tiempo- amalgama entre animación tradicional y por computador transmite lo incorpóreo de la existencia digital.

El estatus icónico de la película también se mantiene 25 años después gracias a la inolvidable banda sonora compuesta por Kenji Kawai, quien mediante una combinación de coros polifónicos al estilo búlgaro y percusión japonesa (Taiko), transmite un halo de espiritualidad y grandeza que pone más en relieve la búsqueda existencialista de la producción.

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Su legado

Sin duda, la influencia de la película es capital para el cine de los últimos 20 años, tal como se puede evidenciar en varias producciones como Surrogates (Jonathan Mostow, 2009), Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001), Ex Machina (Alex Garland, 2014) y por supuesto, Matrix (Lana y Lilly Wachowski, 1999).  Ellos, al momento de venderle la idea a Joel Silver para que produjera la película, le mostraron Ghost in the Shell diciéndole: “Queremos hacer algo así, pero en acción real”.

Ahora bien, más allá de su herencia estética y narrativa, el principal pilar sobre el que se sostiene el legado de la película es el filosófico, con su gran pregunta: ¿qué nos hace realmente humanos? Acá es donde el texto original de Masamune Shirow centrará su indagación, a la luz profética del impacto de la tecnología en nuestras vidas que se torna aún más relevante hoy, con la creciente despersonalización potenciada por la COVID-19 que volcó gran parte de nuestra presencia al mundo digital y certifica nuestra existencia con likes, retuits, nicknames y avatares. ¿Será que muy pronto podremos prescindir de nuestro ser corpóreo? ¿Será finalmente una liberación no estar atados a las necesidades instintivas o por el contrario sentiremos nostalgia por tener miedo o esperanza, tal como lo sugiere Kusanagi?

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Por ahora, solo se puede asegurar que Ghost in the Shell, seguirá siendo una obra fundamental del cine, que además de ser tecnológicamente profética, nunca pierde de vista lo más esencial: la humanidad.

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