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Consejo para todos: no vean Moonlight en una sala de cine

De pronto se pueden estrellar con una historia de intolerancia y homofobia que pasa de la ficción a la realidad.

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Más allá del alboroto por la épica equivocación en la noche de los Premios Óscar, no sabía mucho acerca de Moonlight, la ganadora a Mejor Película.  La “Steve Harvey” que le hicieron a la película de Barry Jenkins eclipsó su protagonismo que, después de verla, entendí que realmente se merecía Entré a verla a ojo cerrado, en una sala donde apenas estaban llenas las últimas cuatro filas haciendo honores a un serio diluvio afuera.

Por: Nadia Orozco

A grandes rasgos Moonlight cuenta la vida de Chiron en tres etapas: su infancia, su adolescencia y su adultez. Desde muy pequeño se cuestiona sobre su sexualidad y sufre una lucha interna que se evidencia sin necesidad de extensos diálogos. Ese es el adhesivo de toda esta historia. Chiron hace su primera exploración sexual con Kevin, su buen amigo de la infancia. Para esta escena, donde valdría más sorprenderse por una de las pocas líneas de Chiron que dice “a veces lloro tanto que siento que me voy a convertir en gotas”, los sonidos de asombro de la audiencia llegaron por el beso entre los dos que no dura más de dos segundos.  

Y así, entre pequeños murmullos y comentarios de los asistentes, siguió una película que se puede tachar de todo menos de explícita (y si así fuera, ¿qué?): Moonlight es más poesía que cualquier cosa.

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Pocos segundos antes de acabarse la película de Barry Jenkins estalla la bomba de tiempo de los que están sentados atrás.

-¿Nos vamos?, dice el uno.

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-Sí, vamos, contesta el otro.

Y mientras se paran bruscamente, como para hacerle saber al resto de la sala de su decisión, dan su veredicto final. “¡Qué película tan mala!” Habría valido la pena preguntarles a qué creían que se debía el desastre cinematográfico. ¿A la narrativa? ¿A la actuación? ¿Acaso la fotografía no era la adecuada? ¿O la banda sonora no acompañaba bien al filme? Pero presiento que el veredicto de la señora adulta que se fue del teatro iba a tener la forma de incomodidad inminente por el enamoramiento de dos hombres afroamericanos.

Lamentablemente por la pataleta me perdí el final, apenas pude verlo sin sentirlo como se merecía. Y entre el trayecto del cine a la salida escuché los comentarios de un grupo de hombres no mayores de 20 años.

-Yo esperaba otra cosa cuando empezaron a fumar marihuana, pero no esa porquería.

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Así entendí que tampoco se trataba de una cuestión generacional, como para decir que el hecho de que la señora había vivido en otra época justificaba la crítica.

Y sí, los comentarios eran sobre una película, pero a la final Moonlight es el relato universal de muchas personas en todos los rincones del mundo. Por eso asusta pensar en que si el arte es señalado, burlado y juzgado, lo que pasa por fuera de las pantallas y sin guión es aún más cruel.

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Moonlight me logró partir el corazón, pero no por la historia, sino porque fui testigo la réplica de una historia de intolerancia a unos centímetros míos.  

Me quedo con la parte en que Juan, el narcotraficante, responde a Chiron la pregunta sobre qué es un maricón. A lo que el protagonista responde, “es como las personas llaman a los gays para hacerlos sentirlos mal”.  La sensibilidad de la respuesta es simplemente oro. 

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