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El documental sobre Rubén Blades es la guía de vida que todos necesitábamos

¿Por qué hay que ver el documental sobre Rubén Blades?

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Foto Cortesía Apertura Films / Yo no me llamo Rubén Blades

Rubén Blades quiere archivar su nombre. Busca ser Blades reloaded. Rubén 2.0.  Está grabando cortes de jazz, rock, funk.  Experimentando. El músico, político, crítico y personaje que sobrevive al apocalípsis zombie en televisión, no para, y ahora es protagonista de su propia historia en el documental Yo no me llamo Rubén Blades, dirigido por el panameño Abner Benaim, que se estrenará el próximo 13 de septiembre en el país.

Por: Jenny Cifuentes // @Jenny_Cifu

Euforia se siente en el Coliseo José Miguel Agrelot de Puerto Rico. Es septiembre de 2016 y el público está enloquecido aclamando a Rubén Blades, que desde la tarima bota tremendas descargas de sabor. Ha homenajeado a Cheo Feliciano, a Santito Colón, a Tito Puente; y contento, y a veces conmovido hasta las lágrimas, se ha mandado los súper hits eternos. En un momento dice: “Esta canción la escribí entonces y la seguiré cantando siempre que sea necesario, y cuando sea necesario, especialmente cuando hay gente como Donald Trump en este mundo”, y suelta Tiburón, una canción publicada en el 81, que escribió “con rabia por la intervención de Estados Unidos en Centroamérica apoyando dictaduras, que era la política de Ronald Reagan y el gobierno norteamericano”. La audiencia alucina. Su show hace parte de la gira Caminado, adiós y gracias, que según anuncia, será la última de su carrera. Blades de 68 años, va vestido de oscuro, lleva gafas y sombrero, y su sola presencia llena el escenario.  La gente le grita “¡maestro! ¡Rubencito!”. Unos le dicen: “eres el más grande”, otros, “tu música une a Latinoamérica”. Todos gozan dominados.

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Es que Blades es un gigante. Un duro que está instalado en los santos cielos de la salsa y de la música latina. Una estrella con una discografía extensa que despegó en los 70, responsable de proezas sonoras irrepetibles y autor de obras que permanecen en el tiempo, que viven insertas en cerebros del continente.  ¿O quién, rockero, rapero, salsero, vallenatero o cumbiero, no ha cantado Pedro Navaja, Plástico, El Cantante o Decisiones?

Rubén, el tipo que está en la tarima, es un camaleón.  Escribe canciones colmadas de sabrosura, que radiografían la realidad, interpreta varios instrumentos y es versado cantante. Toca en festivales de todo género y tiene tantos Grammy que ya no caben en sus estantes (incluso, el año pasado ganó Grammy Latino como Álbum del Año por Salsa Big Band junto a Roberto Delgado). Ha actuado en alrededor de 30 películas: se transformó en policía para The Devil´s Own (1997) o en jefe de un cartel en México en The Counselor (2013). Varias series de televisión también lo han tenido en su reparto (en estos últimos años ha encarnado a Daniel Salazar en Fear the Walking Dead).  Es, además, abogado de Harvard y militante político: fue candidato a la presidencia de Panamá en 1994, Ministro de Turismo de 2004 a 2009, y ha manifestado en ocasiones, que se sigue planteando participar en las elecciones presidenciales panameñas “cuando se den las condiciones”. Desde hace un tiempo escribe artículos en su página, en los que opina sobre política mundial y de su país, en los que frentero –como en sus canciones–, le va cantando la tabla a muchos; entre otros, candente ha sido su cruce con Nicolás Maduro, sus críticas a Daniel Ortega, y punzantes sus notas a cerca de la politiquería en Panamá. Blades es grandes ligas y la gente que lo sigue, lo ve allá arriba, encumbrado.

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YO NO ME LLAMO RUBÉN BLADES

 

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Durante tres años el director panameño Abner Benaim (creador también de otro documento sobre un capítulo crucial de la historia panameña, Invasión (2014)) estuvo filmando a Blades en Nueva York, Panamá y distintos lugares donde dio shows, y logró captar su imagen terrenal, para que público no lo viera no solo en lo alto, y supiera de qué está hecho el artista. Rubén, un tipo al que no le gustan ni las fotos y es hermético con su vida privada, le abrió las puertas de su casa al cineasta y compartió con él largas caminatas en las que narró pasajes de su vida.    

Cuentan que al músico la muerte de Paco De Lucía y de Cheo Feliciano lo dejaron en shock y fueron motivo de reflexión. Hoy a los 70, consciente de su mortalidad, afirma que hace este documental “por tener más pasado que futuro” y para que sea porción de su legado. En una parte del filme asegura que va a dejar la salsa y ya no se va a llamar más Rubén Blades. Como el monstruo que es, va a mutar, va a moverse en otra dirección y explorar otras cosas.  (De hecho, ya lo hizo en ese disco reciente Medoro Madera, en el que graba una voz impostada y dice que ese no es él. Que es su alter ego. Inclusive, hace tiempo narró que no quería usar su nombre en el álbum, pero por industria y todo lo que conlleva la promoción, accedió).

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El hombre salsero que quiere guardar su nombre cuenta en este documento visual historias de sus canciones: 9 de enero, la primera que escribió, la que lo politizó y lo estrelló con la realidad; o las piezas con ese componente social muy marcado que junto a Willie Colón hicieron retumbar. Lo que “no se debía cantar” pero se cantó, tronó y vendió. Habla de sus acuerdos y desacuerdos con el sello Fania. Exhibe su colección de cómics y revela por qué Pedro Navaja es como uno de ellos. Alude a “Hispanía”, su lugar ficticio, donde viven los personajes del relato que empezó a contar en el 69. Y revela la memorabilia que guarda Harvard.

Blades deja que el director lo grabe como el pelado de barrio. Como el man que llega de las súper giras y le toca sacar la basura y lavar la loza. Ese con una gran debilidad por las mujeres y al que le apareció un hijo de más de 30 años. El compositor que tararea y baila como mago del ritmo, como gurú de la rumba. El poderoso cantante.  El que trabaja de actor. El líder político que promueve la unidad latinoamericana.  La estrella que guapea en las tarimas y enciende con su discurso, como lo hizo hace dos años en el José Miguel Agrelot de Puerto Rico, como lo ha hecho por todo el mundo. El hombre que siempre va caminando, como reza su canción.

Yo no me llamo Rubén Blades es una revelación sobre el artista, solventada también con testimonios de Sting, Paul Simon, Gilberto Santa Rosa, Tito Puente, Andy Montañez, Residente, Ismael Miranda, el fallecido “Bush” o Larry Harlow. Tiene momentos que incitan a pararse de la silla y ponerse a bailar. Hace que uno llegue a la casa a sacar los discos, o armarse una playlist bien gruesa de Blades y ponerla a todo volumen.

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Hablamos con Abner Benaim sobre

¿Qué implicó haber estrenado la película en el Festival de Cine y Música South By Southwest (SXSW) en Austin (Texas)?

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Es el segundo festival de cine más grande de Estados Unidos, después del Sundance, y estábamos en una categoría de documentales de música. La expectativa de la gente y la mía era alta. Estuvo súper lindo porque Rubén fue con nosotros aunque él aún no ha visto película (bromea diciendo que la va a ver cuando tenga 75 años), pero nos acompañó a las sesiones de preguntas y respuestas. El primer encuentro con el público siempre da un poco de ansiedad. La gente estuvo muy contenta e incluso ganamos el Premio del Público.

Sus trabajos anteriores, Invasión (2014) y Chance (2009), tienen una relación con Blades y fueron como el despegue de su relación con él. Háblenos sobre ellos.

Invasión es un documental sobre la invasión de Estados Unidos a Panamá, contado en primera persona 25 años después de que sucedió, indagando más en la memoria de lo que pasó. No tanto sobre el hecho histórico sino en el cómo se recuerda tras más de dos décadas y por qué se olvida. Tuvo mucho impacto en Panamá.  Le fue muy bien en festivales y fueron 50.000 personas a verlo al cine, que es un fenómeno. El tema resonó fuerte en la población.  Había un silencio muy grande en torno a él, casi que no se hablaba de ello, había muy poca obra literaria, muy poco se enseñaba en las escuelas y este material lo puso en la consciencia colectiva.

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En Invasión aparece Rubén como uno de los entrevistados y es el único en toda la película que no habla sobre la invasión en primera persona, sino que habla conmigo sobre la importancia de hacer el documental.  Entra para hablar sobre el hecho y no sobre su experiencia, porque yo siempre lo he tenido presente así como un mentor. O como dice Residente de Calle 13, “El master Jedi”, en lo que se refiere a justicia  social.  Sobre ver lo que mucha gente trata de ocultar, Rubén siempre está ahí.   

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Chance es una comedia acerca de un tema muy serio. Es sobre dos empleadas domésticas que se toman la casa de los patrones porque no les pagan. Unos patrones que son todo apariencia. En cierto modo está inspirada en la canción Plástico y en la obra de Rubén. En esos cortes sobre justicia social en general. Mi primer acercamiento con Rubén fue cuando la terminé. Yo se la quería mostrar y me acuerdo que fui a un set a buscarlo donde estaba grabando una publicidad como Ministro de Turismo –para la cual yo estaba alquilando la cámara–, pero sus asistentes no me dejaban hablar con él. Entonces me hice el loco y dije “bueno, estoy alquilando la cámara, puedo entrar a ver que todo esté bien con ella”, y así le mostré el tráiler de la película. Cuando lo vio nos quedamos hablando como una hora y media hasta que el director del comercial me dijo “por favor hablen en otro lado o vuelve otro día que tenemos que filmar”. Rubén me invitó a su casa, le mostré la película, hablamos y nos volvimos amigos.

¿Cómo surgió la idea del documental sobre Blades?

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Yo no tenía en mente hacer una película, pero a raíz de todas las conversaciones y de ver a Rubén interactuar con otra gente, la quise hacer. Rubén me hablaba de cosas que nadie había escuchado y yo pensaba “¡ay, una cámara para grabar!”. La admiración por su obra estaba obviamente desde antes de conocerlo, pero cuando vi a la persona fue que quise documentar. 

El documental no es enciclopédico, ni para especialistas.  Es Rubén el que saca la basura, el que habla con gente…

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Sí. La primera vez que lo fui a visitar a Nueva York, sin cámara, estaba nevando y me pidió que lo acompañara a una ferretería a comprar sal para echar al frente de su casa para que se derritiera la nieve, quitarla con pala y abrir paso: algo muy físico que uno no se imagina a esta estrella haciendo. Uno se imagina que tienen empleados para todo y no que andan comprando sal en Nueva York en invierno, cargándola en una carretilla hasta la casa. Claro, no es la única figura que hace cosas “normales”, pero a veces uno como fan los pone en otro plano. 

Una vez Blades dijo sobre el documental que lo único que le había pedido era hablar también con gente que lo odiara.

El que desistió de eso fui yo. La verdad no le hice mucho caso, porque no me interesaba ponerme a hacer polémica y poner quién lo ama y quién lo odia.  Pero a mí me gustó que él dijera eso porque estaba dispuesto a miradas críticas. Traté de dar una mirada crítica, aunque sé que peco de adulador, pero es porque no me puedo quitar de encima el hecho de ser un fan y de admirarlo como persona y como artista.

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¿Cuál es la parte más punk de Blades?

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La del transporte porque ese man camina para todos lados. En Nueva York caminábamos tres o cuatro horas, y camina como él mismo lo dice “como un loco”. Va rapidísimo metiéndose entre todo el mundo. También que come donde sea en la calle.  

Tuvo testimonios de personajes como Sting, Paul Simon, Larry Harlow y muchos otros, ¿qué fue lo más chévere que alguno de ellos le dijo sobre Rubén? 

Paul Simon dijo un par de cosas bien lindas sobre él como cantante: que tenía una voz particular, un don con el que se nace, un timbre único que apenas lo escuchas ya sabes que es él. Y la otra, que tiene un dominio del canto rítmico. Que Rubén canta con clave, con síncopa que él no puede casi dejar, le sale natural.

El pianista panameño de jazz Danilo Pérez, un virtuoso de primera e intérprete de algunas versiones de canciones de Blades, contó que cuando tocó Paula C en el Lincoln Center (Nueva York) en un solo, fue a las estrellas y de vuelta. 

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Los músicos lo admiran mucho por su música. No es que te dicen: “es que es buena gente” o “es rumbero”. No, lo admiran como músico y me dio mucho placer descubrir eso.  A mí me parece increíble la música de sus temas, más allá de las letras, pero muy poca gente sabe que él compone todo.

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El fallecido panameño “Bush” de Bush y Los Magníficos, legendario de los llamados Combos Nacionales de décadas atrás con los que Blades cantaba, me contó que Rubén de joven se sentaba con músicos de profesión y les tarareaba canciones enteras para que se las transcribieran del tarareo a notas musicales, y así mostrárselas a los músicos para entrar al estudio. Por eso también en la película pusimos varios tarareos de esos de Rubén.

A Blades lo hemos visto en cine y en televisión. ¿Cuál es el papel que él ha interpretado que más le ha gustado?   

El que hizo en The Milagro Beanfield War (1988) donde hizo de sheriff.  

En el documental aparecen encuentros con la gente donde se sienten algunas de las opiniones políticas que el cantante tiene sobre mandatarios como Nicolás Maduro o Donald Trump. ¿Hablan sobre eso?

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Sí, a veces. Pero es lo mismo que él escribe en su página, sobre el desacuerdo que tiene con ambos, lo dice claramente y me parece interesante: que no tiene miedo de tomar una posición y darle voz. Lo ha hecho siempre. En la mayoría de los casos, con el tiempo, se ha demostrado que está del lado correcto de la ecuación. 

¿Qué planes siguen con el filme?

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Va a estar en Perú, Chile, Puerto Rico y Santo Domingo.  Ahora mismo está en México, Panamá y China y el otro año estará en HBO en Estados Unidos.

Cuéntenos sobre el título.

Me parecía interesante cómo eso habla un poco de varios temas: el hombre privado contra el hombre público, la persona que se ve contra la persona que se guarda. La dualidad que conlleva representar una persona en un retrato documental.

¿Cuáles son los álbumes que más le gustan de Blades?

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Siembra (como a mucha gente), Buscando América y Cantares del Subdesarrollo.

 

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