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'El irlandés': los años siempre pasan factura

La cinta de Scorsese es una reflexión sobre el paso del tiempo.

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Hay dos tipos de películas que nunca cansan a la gente: las relacionadas con la Segunda Guerra Mundial y las de gángsters. Este título, obviamente, cae en la segunda categoría con el detalle que su reparto incluye a los titanes del género, como Joe Pesci, Robert de Niro y Al Pacino, acompañados de otras caras reconocibles, que suelen interpretar papeles secundarios en películas o series de este tipo, como Harvey Keitel, Bobby Cannavale, Stephen Graham y Paul Herman. Es decir, toda la pesada se reunió para el rodaje de este film que pasa con facilidad las tres horas de duración.

Por Édgar Medrano // @TheMedra 

Para organizar todo este flujo de egos y talento, también se necesita a un grande tras la cámara para configurar a todos estos personajes en la pantalla. Resulta que tras de ella estuvo uno de los mejores directores del género para conseguirlo: Martin Scorsese, quien, me atrevo a afirmar, ha cerrado con un cuadrangular su universo cinemático de la mafia, que recorrió distintas etapas de su carrera como director. Desde Calles salvajes (1973), Buenos muchachos (1990), Casino (1994) y Los infiltrados (2006). Por ello, no es descabellado afirmar que la mafia ha enmarcado su trabajo como director durante cerca de 50 años con el lanzamiento de El irlandés (2019).

Guía para principiantes para conocer en 10 pasos a Martin Scorsese Pero el tiempo no pasa sin dejar huella. Mientras en Calles salvajes todos estos cracks estaban es sus treinta años, durante el rodaje de El irlandés ya estaban pegando en los setenta y tantos años. De hecho, este rastro del tiempo y lo que nos arrebata como personas es la reflexión que nos quiso compartir Marty con la producción de este filme, a través del recuento de vida de un veterano de guerra convertido en sicario (DeNiro), su jefe en la mafia (Pesci) y el desaparecido líder sindical Jimmy Hoffa (Pacino).

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Esto hizo que estos actores no solo interpretaran un papel frente a la cámara, sino que a su vez expusieran su humanidad frente a la misma. Estos titanes tienen un kilometraje bastante largo sobre sus hombros. Por ello, todos pasaron por un proceso de rejuvenecimiento vía efectos especiales, que, de paso, termina recordando que estos actores han traído títulos a la gran pantalla desde hace largo tiempo. Aquí interpretan a sus personajes siendo jóvenes, adultos y viejos, en un contexto que en realidad vivieron y, en consecuencia, dejan la sensación en el público que lo que ha visto son vivas encarnaciones del pasado.

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Interpretan a gángsters reales, que en algún momento fueron de carne y hueso, gente poderosa capaz de poner y quitar presidentes de un país, de meter a su bolsillo a quien necesitaran y, en caso de que estorbaran, mandar a alguien a darle tiros para quitarlo del camino. Sin embargo, el tiempo pasa y el poder se oxida, pierde su brillo y firmeza.

Hasta los más poderosos caen. Los gángsters pasan de gozar de todo tipo de lujos a un patético fin donde no tienen ni dientes para masticar, están obligados a tomar jugo de uva en vez de vino, a moverse en sillas de ruedas y apoyándose en bastones, hasta el punto perder la cordura a causa de su avanzada edad.

Algo similar pasa con los actores, con sus vidas y carreras: tanto de DeNiro como Pacino han sido idolatrados desde que tenemos memoria, los hemos visto ofrecer interpretaciones magistrales; una tras otra durante los setenta, ochenta y hasta el final de los noventa, para tan solo verlos caer en pelis de acción fáciles y comedias que rayan en lo mediocre. A los dioses de oro erigidos en Hollywood también les salen parches de óxido, porque como todos, su prestigio y talento fue erigido en una fortaleza de carne y hueso.

Por este motivo, es gratificante verlos de nuevo en una película como El irlandés, apreciarlos de nuevo jóvenes interpretando esos roles con aroma de antaño que les dieron toda su gloria, para verlos envejecer frente a nuestros ojos durante la reproducción de la película, que termina con un Robert DeNiro mirando al vacío, tal vez para recordarnos, que ellos también se van a ir, uno a uno, siendo una sombra de lo que eran. 

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