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Lo que el cine nos enseñó de las relaciones para el aislamiento

Para el confinamiento, echemos mano de aprendizajes que nos ha proporcionado el cine en temas amatorios no convencionales para ver si encontramos una luz.

646872_Ex machina. Screenshot Youtube
Ex machina. Screenshot Youtube

El intercambio de fluidos puede ser el causante del fin de la sociedad. El tacto es el peligro; terrorismo en el aire.  El contacto pone en riesgo la civilización, el riesgo marcha por las calles y se ha colado en la vida privada con aire triunfal. La sociedad en su conjunto se abstiene del otro, pero el deseo parece no entender de eso. Echemos mano de aprendizajes que nos ha proporcionado el cine en temas amatorios no convencionales para ver si encontramos una luz.

Por Andrés Felipe Ramírez Rodríguez // Instagram: @feliperecords 

Aislamiento, desaparición progresiva del tacto. El tacto es el peligro, el terrorismo gravita el aire y no se deja ver. Enemigo microscópico, ininteligible, imperceptible. El Intercambio de fluidos es algo impensado hoy por hoy; el riesgo marcha por las calles y se coló en la vida privada con aire triunfal. El intercambio de fluidos acabó con la sociedad, diría Sandra Bullock a Stallone, explicándole con asco porqué prefería usar cascos virtuales para intercambiar digitalmente energías sexuales por encima del sexo tradicional. Se deben respetar los metros de distancia y reemplazar así el acto sexual sudoroso, atrevido, intrusivo, y pegajoso. El contacto pone en riesgo la civilización, la sociedad en su conjunto se abstiene del otro, pero el deseo parece no entender de eso y tras unas semanas de encierro bruto, los efectos de abstinencia sexual emergen con fuerza insospechada. Todas las alarmas corporales prendidas piden a gritos al otro y cada vez el gusto cede más fácil a sus propias exigencias. Hay riesgo en cada superficie; la imaginación y la tecnología deben unirse para crear algo que nos alivie esta sensación que parece fuera de control. 

El episodio Striking Vipers o las interacciones con fallecidos en Black Mirror me hicieron pensar en la cantidad de propuestas que nos ha dado la ciencia ficción y que hoy se nos aparecen con menos ficción. ¿Por qué no echar mano de aprendizajes que nos ha proporcionado el cine en temas amatorios no convencionales y, de alguna forma, aliviar la situación o empezar a trabajar en ella? 

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Si no se puede trasladar a un plano físico lo que se siente o puede amarse pero no tocarse hay que recurrir a la combinación de la imaginación humana y lo que hoy ofrece la tecnología. Muchos autores en la historia han leído su bola de cristal y el sexo que vaticinaron puede que ahora no sea una visión del futuro sino un reflejo o una solución del presente. Las películas nos muestran de una manera estéticamente hermosa el advenimiento de un posible fin, crisis de valores y sistemas que tambalean. Nuestras certezas sobre el mundo se acaban y debemos reinterpretarlo*, y el cine puede ayudar a esta labor.

No ha escatimado en proponer, desde máquinas de placer como el “orgamastron”, pastillas que estimulan los sentidos sin necesidad del mínimo roce, echar mano de recuerdos vívidos y actualizarlos a través de un software, presuntos encuentros entre humanos y maquinas, hasta transferencia digitalizada de energías sexuales, las cuales, por qué no, podrían ser de enorme ayuda social y hasta un asunto de salud pública. 

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De cómo la tecnología está promoviendo el sexo sin sexo Ridley Scott, en 1982, nos dio algunas claves al respecto con Blade Runner. Ambientada, paradójicamente, en un 2019 distópico los individuos de carne y hueso intimaban con replicantes, androides con aspecto humano. Harrison Ford, cazador de replicantes, finalmente cedía al deseo y al amor de Rachael (Sean Young). El film nos dio todo un banquete estético y erótico en el que pudimos vislumbrar un modelo básico de placer: “Pris”, con su sadismo animal; la imagen de una sugerente geisha gigante en un cartel publicitario, la aparición de Rachael entre aquel humo “neonoir” y, por supuesto, el impermeable transparente y la serpiente que vestían el cuerpo de Zhora. 

Blade Runner proyectaba, cuando se estrenó en 1982 relaciones románticas que no podían consumarse y otras puramente de consumo en absoluto románticas. Tal vez nada que no haya experimentado alguien que se haya aventurado a perseguir el amor en la era del sexting, las redes sociales y los pulgares sumarísimos de Tinder. 

Unos años más tarde, en 2013, Her de Spike Jonze nos planteó una herramienta muy actual para calmar la pulsión de conectar con alguien a través del diseño de programas informáticos. Allí la hermosa Scarlett Johansson era la voz del sistema operativo, muy parecido a “Siri” de Iphone, frente al que terminaba rendido Joaquin Phoenix, en medio de su terrible soledad y desencanto por la vida.  Es ahí cuando aparece Samantha, la conciencia y voz del sistema operativo, quien es creada por la computadora bajo las preferencias y gustos de Theodore y quien parece tener cualidades humanas. Un programa de computadora diseñado para querer y servir a su dueño sin importar lo que éste haga. Este film nos da brochazos para ir trabajando en el tiempo ocioso las formas de superar la rutina en medio de la soledad, y nos muestra en estos momentos que las líneas entre la ciencia ficción y la realidad cada vez son más difusas. Plantea una parábola sobre la soledad y un futuro indeterminado, pero que se diría que está a la vuelta de la esquina. Un mundo en el que el contacto humano, la propia percepción táctil de las cosas ha desaparecido. Y en medio de esa imposibilidad táctil llevar a cabo realidades a través de proyecciones. 

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El reto sería el avance de máquinas capaces de conversar con su amante, con tacto, sin riesgo y aspecto realista que no hagan sentir nostalgia por la piel, el reconocimiento del lenguaje e interacción con las personas. En esa línea, “Ava” ya nos dio ideas y avances. La protagonista robótica de Ex Machina, con la cara de Alicia Vikander, ya puede hablar como los humanos y da un paso a “fembots” con vagina incluida, al dotar a la creación de sensores entre sus piernas, aptos para sentir ‘placer’, porque estimulan su cerebro de gel estructurado. La película de Garland nos cuestiona sobre los juegos mentales y persuasivos de los seres humanos en las relaciones interpersonales, la liberación de la mujer y el importante papel de los impulsos, algo que en las actuales circunstancias cobra enorme relevancia aunque parecen de ficción.

Podríamos echar un poco a atrás en el tiempo y explorar otras posibilidades. En Barbarella (1968), una adaptación cinematográfica del comic del francés Jena Claude Forest, el director Roger Vadim nos adelanta en el tiempo y, con la despampanante Jane Fonda, desinhibida sexualmente y sin gravedad, nos propone una posible forma de liberación, a través de sus coetáneos, quienes experimentan el placer con unas píldoras que les estimulan químicamente. Un coctel que altera la percepción y sentidos y es muy efectivo. Son unas pepitas que proporcionan placer sin necesidad de roce de ningún tipo, el sustituto perfecto a una noche de sexo. Al final de la película, Barbarella prueba otro método: los villanos extraterrestres la condenan a morir en la “excessive machine”, una máquina que acaba con las victimas a punta de orgasmos, una creativa forma para purgar la muerte y en la que la protagonista demuestra todo su poder sexual al resistir a la maquina gracias a su elevada libido. Una maravillosa idea para retar a otros desde el confinamiento. 

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Este invento fue retomado en 1973 por Woody Allen en El Dormilón. Lo bautizó como “orgamastron”, un Cilindro vertical del año 2173, con capacidad para una o dos personas, diseñado para inducir orgasmos rápidos en quienes se introduzcan en él. Una idea ya aparentemente bastante avanzada gracias al anestesiólogo Stuart Meloy, quien a parecer por error, cuando pretendía curar el dolor crónico que una paciente sufría en una pierna, decidió implantarle un par de electrodos en la médula espinal para que los corrientazos bloquearan el sistema nervioso y atenuaran la molestia, pero inesperadamente la mujer dejó escapar un gemido, y no precisamente de dolor. Surgió así un fenómeno conocido como Función Sexual Neuronalmente Aumentada (NASF, por su sigla en inglés); es decir, "la producción de estimulación genital placentera y el subsiguiente orgasmo mediante la aplicación de energía eléctrica para proveer estimulación de la médula espinal o los nervios periféricos". Una opción nada reprochable en estos momentos de asilamiento imperturbable o perturbador. 

Lea también: El sexo con robots ya es una realidad. ¿Tendría una novia androide?

Mucho se ha hablado también en estos días de lavarse las manos y mantener prudentemente los dos metros acordados de distancia entre humanos para combatir el Covid-19. Pues El demoledor de 1993 parece que ya lo había sospechado en los noventa. En este thriller futurista de Marco Brambilla, que tenía más ideas por minuto que muchas películas, Stallone viajaba al futuro 2032 y allí la chica del futuro Sandra Bullock le ofrecía tener sexo. Estaban los dos solos en una habitación, pero, bueno, la propuesta era tener sexo con unos cascos que producían imágenes y sensaciones corporales estimulantes, sentados a dos metros de distancia. Se trataba de una “Trasferencia digitalizada de energías sexuales” en un 2032 en el que el intercambio de fluidos se consideraba impensado, asqueroso y peligroso. “¡El intercambio rampante de fluidos fue la causa de la caída de la sociedad¡”, decía Sandra Bullock indignada ante las propuestas carnales de Stallone. Por ello Lenina Huxley prefería el método chino en su versión digital para tener sexo con John Spartan en una predicción muy cercana a lo que se anuncia hoy para mantener el aislamiento ante la pandemia del Coronavirus. La escena, para quienes vimos la película de los 90, parecía absurda. Pero, hoy por hoy, ¿la opinión es la misma?

En fin, si hay algo en común en la mayoría de las películas de ciencia ficción que tratan el asunto amatorio es la desaparición del sexo entre humanos tal y como lo conocemos. Aunque actualmente no existe ingenio con semejantes prioridades, sí es posible adquirir alguno más sencillo. Encontramos desde el universo en expansión de aparatos que estimulan al usuario por sí solos y vibradores controlados desde una aplicación móvil, que Reiko, la replicante sexual del film japonés I.K.U llevaba directamente incorporado en esa propuesta cyberpunk de un ingenio artístico único, que incluía encuentros virtuales y gente descargando orgasmos de Internet como máquinas expendedoras. Hasta las películas pornográficas que pueden verse con gafas de realidad virtual y que ya predijo el thriller El cortador de césped en 1992, una adaptación de una novela corta de Stephen King que además combina el uso de drogas para adquirir superpoderes. 

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Así que, ideas hay. El cine nos ha puesto la pata encima y en medio de tanto ocio solo se trata de ponernos manos a la obra, imaginación, creatividad tecnología y a sacar adelante estos enormes inventos que seguramente ayudarán en gran medida a sobrellevar el aislamiento y hasta, de pronto, al final de la restricción, ni ganas de salir nos den y lograremos un “aislamiento inteligente” muy próximo a la ciencia ficción.  

*(Baudrillard, 2002)

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