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Poco ortodoxa: ¿una historia de liberación o más marketing feminista?

Analizamos una de las más mentadas producciones de Netflix, ‘Poco ortodoxa’.

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Unorthodox - Netflix, zona de prensa

La miniserie de Netflix, una de las más populares en la temporada de inicio de  pandemia, retrata el escape de una joven de su comunidad judía ultraortodoxa en Brooklyn y su travesía en búsqueda de su propia voz en la ciudad de Berlín. ¿Por qué pegó tan duro esta historia?

Por María Angélica Contreras

La protagonista de Poco ortodoxa, Esty, se sumerge en dos baños de purificación. El primero, sucede en Nueva York como baño ritual para su marido un día antes de su matrimonio; el segundo, en un lago en Berlín en el que Hitler tomó la decisión de exterminar a los judíos. En este segundo baño ella se limpia de sus creencias: se purifica para su propia liberación.

Con un fascinante tratamiento visual, Esty, como muchos judíos hoy en día, resignifica la capital alemana, que ahora se muestra como un espacio que abraza a los migrantes en su multiculturalidad. Pero más allá del fondo histórico, es una historia que atrapa.

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En muy poco tiempo, la serie ha sido bien recibida por la crítica internacional y por la gente en las redes. Pero, ¿por qué tal éxito? ¿Están exprimiendo el jugo de las historias de mujeres que se tienen un viaje liberador (como en la clásica Come, reza, ama)? ¿Nos volvimos (las mujeres) un público predecible? En el caso de Poco ortodoxa, a decir verdad, hay más tela de donde cortar.

La forma que fue hecha la serie, el equipo y su contenido dan para no sentir que se agarran de cualquier narrativa facilista o que cumple con una fórmula de “marketing feminista”. Y por “marketing feminista”, debo decir, entiendo las producciones sea de publicitarias, de cine o televisión, en donde el eje central son las mujeres y/o algún aspecto importante en la lucha de sus derechos (equidad, violencia de género, representatividad, etc.), pero cuyo modelo de producción no es más que una reproducción de las formulas históricas. Este tipo de “marketing”, de entrada, no tiene nada malo o bueno. Todo depende, claro, de cómo se use. Es importante para visibilizar y hacer llegar a grandes públicos aspectos importantes de la lucha de las mujeres, pero también puede volverse en un molde de reproducción de historias absolutamente previsibles en donde el mensaje se pierde.

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Cuando la gran industria del entretenimiento se dio cuenta que existía un nicho aun no explorado y con un inmenso potencial (sí, ¡nosotras!) empezaron a realizar producciones en donde las protagonistas son mujeres: ellas son independientes, empoderadas y pueden solas. Esto comienza sobre todo en el mundo de la televisión por allá a finales de los 90 con el estrellato de Sex and the City y siguiéndole series como The L Word. Afortunadamente esto ha tenido un crecimiento exponencial y tenemos series interesantes como Fleabag, Insecure o The handmaid´s Tale.

Pero, detrás de eso, hay que decir que lastimosamente son pocas las mujeres que están detrás de cámaras ocupando roles importantes en las películas y las series populares: sea en la dirección, la cinematografía, el sonido… incluso hoy en día es difícil ver una película en donde la participación de mujeres sea 50/50 en relación con los hombres. Esto nos trae a lo que me parece más valioso de esta miniserie. Las creadoras, Anna Winger y Alexa Karolinski, formaron su equipo en donde las mujeres están presentes y son mayoría en varios departamentos (guion, dirección, sonido, vestuario, arte y producción). Además, basaron la historia en las memorias de la escritora Debora Feldman, quien efectivamente escapó de su comunidad para vivir en Berlín. Las creadoras fueron muy cuidadosas en los detalles sobre la comunidad de Esty, en donde hicieron una investigación minuciosa. Pero no todo en esta serie es tomado del libro de Feldman, el equipo se tomó la libertad de incluir la ficción en otros aspectos de la historia (en últimas, es Netflix y tienen que vender ¿no?).

¿Qué es real y qué no?

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Esther Shapiro (Esty) hace parte de una comunidad judía ultraortodoxa (para ser exactos, del judaísmo jasídico de la dinastía Satmar) que reside en el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, Nueva York. Los ultraortodoxos, dentro de la misma comunidad judía, son el segmento más conservador. Los pocos sobrevivientes del Holocausto de la colonia jasídica Satmar de Hungría, los antepasados de Esty, después de vivir un evento sumamente traumático como la segunda guerra, llegaron a Brooklyn con el objetivo de recomponerse y volver a ser una comunidad numerosa y fuerte.

Lo anterior resultó en que muchas de sus prácticas y creencias se construyeron alrededor de lo que significó para ellos sobrevivir al Holocausto nazi y sus grandes esfuerzos de proteger su cultura y religión. Es por ello que, como se muestra en la serie, intentan en lo máximo posible no tener contacto con el exterior: nada de internet, de libros o personas externas que puedan amenazar su cultura. Esto los convierte en una comunidad muy cerrada, en donde sólo se comunican entre ellos en yidis, lengua milenaria que comparte algunas raíces con el alemán. No hablan hebreo entre ellos porque lo consideran sagrado y sólo se debe usar en las plegarias y en el estudio del Torá.

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La suma precisión y el respeto con que la serie retrata esta comunidad es impresionante. Tuvieron una dedicación extraordinaria a la hora de recrear la boda, evento base en donde se desarrolla la historia. La mayoría del elenco son personas cuya lengua materna es el yidis y dentro del equipo contrataron a una persona que no sólo es de esta comunidad, sino que es un gran estudioso de su propia cultura (Eli Rosen, que personificó al rabino que casa a Esty y Yanky). Eli fue el consultor de la serie y tradujo todos los diálogos a yidis y guió a todo el equipo para recrear la comunidad lo más exacto posible. Fue un trabajo gigante y admirable, porque nos demuestra que se puede retratar una comunidad minoritaria con respeto, sin caer en estereotipos vacíos pero sin dejar de ser críticos.

La profundidad de los detalles de esta comunidad, más allá que la aceptemos o no, nos deja atónitos. Al estar enfocados sólo en nuestro estilo de vida occidentalizado se nos olvida que aún sucede este tipo de situaciones. En muchas comunidades del mundo aún existen matrimonios arreglados en donde la mujer si acaso ha visto a su futuro marido una vez antes de casarse y su rol está exclusivamente ligado a las labores domésticas, de maternidad y de los cuidados. Causa impresión entender los modos de una comunidad que, por elección, decidió congelarse en el tiempo. La lucha de Esty, sin embargo, es para liberarse solo de algunos aspectos de su cultura.

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Las creadoras se basaron en las memorias de Debora Feldman hasta cierto punto: las partes que son sobre la boda y la vida de Esty en Williamsburg son una reproducción fiel, pero lo que ocurre en Berlín y la misma Esty son ficción casi fantástica y por ratos inverosímil. Por ejemplo, la protagonista consigue viajar a Berlín sin que en el aeropuerto la aborden con cara de sospecha por viajar sin maletas. Para un buen habitante del tercer mundo eso es difícil de creer. O incluso que entre a una cafetería y en un abrir y cerrar de ojos se haga amiga justo de un lindo joven que pertenece al mejor conservatorio de música de la ciudad parece demasiado. Inclusive, pensaba, qué suertuda ella de tener la nacionalidad alemana sin rechistar, ¡ella ni la quería!

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La realidad para un migrante es menos rosa que la historia liberadora de Esty fuera de su comunidad. Hubo momentos que ponía los ojos en blanco porque me decía: ¿cómo puede escapar y tiene lo suficiente para un pasaje a Europa y cambiar euros? Además, un grupo de amigos le abre las puertas de par en par con apenas conocerla. Todo aquel que ha tenido alguna experiencia como migrante sabe que eso no pasa. Punto final.

Pero más allá de esos pequeños detalles, que son accesorios de la historia central, Esty como personaje es una construcción compleja. Es una mujer que tiene contradicciones fuertes con su religión pero continua creyente. Ella escapa porque quiere encontrar su voz pero en ningún momento quiere dejar de ser judía, a pesar de cuando Yanky logra eyacular dentro de ella sin importar el gran dolor que le genera la penetración. ¿Alguien pensó que esto es una violación? Es frustrante, pero sí, es una violación. En los capítulos dan varias puntadas de cómo la protagonista se le ve confundida al percibir que en su comunidad la sexualidad es sólo para la reproducción y ella en ningún momento siente placer. Es una escena que nos recuerda que esto sigue pasando, que hay muchas mujeres (no necesariamente parte de una religión estricta) que son violadas en sus relaciones matrimoniales, o ceden por presión social. En la serie la violación es ficcional, pero, tristemente, representa la realidad de muchas.

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Poco Ortodoxa funciona como serie de ficción porque representa sin estereotipos a mujeres que hacen parte de minorías de comunidades religiosas estrictas. Es atrayente porque sorprende y deja con ganas de saber más. Para que el marketing feminista funcione es porque se pone a la mujer como protagonista de la historia, siendo real, llena de contradicciones, no como un elemento decorativo en función de un personaje masculino. La gracia es que las producciones que apuestan por el rol principal de una mujer libre y fuerte, aporten con nuevas perspectivas de la vida de las mujeres y no sea sólo una reproducción vacía de historias. En el fondo, el objetivo de un “buen” marketing feminista es que logremos entender que no hay un proyecto único de ser mujer libre, sino que así como hay infinitos tipos de mujeres, hay infinitas formas de representarlas.

 

 

 

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