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¿Qué es lo que tiene estancada y moribunda a The Walking Dead?

No aguantaría que envejezcan tan mal como Los Simpson.

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Muy al estilo de Seinfeld, el mejor rumbo para The Walking Dead es que se acabe pronto para asegurarse una muerte digna. Si no reinventan la narrativa, deberían seguir dos temporadas más, acomodarse a un final que no traicione al cómic y decir adiós por lo alto. Es que, de veras, no aguantaría que envejezcan tan mal como Los Simpson.

Suena absurdo, pero The Walking Dead es una serie de zombies que no es de zombies. Primero, porque en el universo de la historia la palabra «zombie» no existe (y por eso nunca se les ha llamado, ni se les llamará así). Y segundo, porque los zombies o, en este caso, los «caminantes» son apenas un pretexto para mostrar el drama humano de un grupo de sobrevivientes que están en constante riesgo de morir.

Bajo esta idea, la adaptación del cómic de Robert Kirkman conquistó la televisión mundial y adoctrinó a millones de fanáticos tan insoportables como los de Game of Thrones. Desde hace años, TWD está en la cima y actores como Andrew Lincoln y Norman Reedus hace rato que no pueden salir a la calle a comprar el desayuno como las personas normales porque, como si estuvieran en la serie, una turba iracunda de fanáticos se los comería vivos.

Sin embargo, a casi 100 episodios de su estreno hace siete años, el rating deTWD está resbalando a su punto más bajo desde 2013. Es que la raspada de olla, especialmente con la idea del drama humano ya no parece ser suficiente.

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El cuentico del drama humano

En principio, esta idea tiene sentido para reafirmar el protagonismo de los vivos sobre los muertos. Si recordamos de qué forma han muerto los personajes más importantes nos daremos cuenta. A Glenn, Abraham y Spencer los mató Negan. A Shane, Rick. A Beth, una policía. A Lizzie, Carol. A Hershel y Andrea, El Gobernador. Al Gobernador, su hijastra. Y ahí la idea va quedando clara.

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En The Walking Dead, la principal amenaza de los sobrevivientes no son los caminantes, sino ellos mismos. Y por ahí pasa el éxito de la serie. Por empoderar, para bien y para mal, a los vivos sobre los muertos, en lo que podríamos interpretar como un juicio moralizante, pero también muy propio de la tipología zombie.

Zombies entre nosotros

En la vida real, basta con ver a un humano matando, violando, robando, contaminando, provocando guerras, pobreza o comiendo mandarina en recintos cerrados para comprender su maldad, aun por encima de la que pueden ejercer unos invasores alienígenas o unos muertos vivientes que pretenden almorzarse nuestros cerebros.

Si es por aterrizar el fenómeno zombie a nuestra cotidianidad, no hay mejor adaptación que ver a un combo de millennials ensimismados en sus celulares; o a un grupo de encorbatados arrastrando los pies hacia el cubículo de la oficina. En ambos casos, son gente sin voluntad. Muertos en vida. Zombies reales.

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Los juicios moralizantes

El trasfondo moralizante no es algo nuevo en las ficciones zombies. Desde el origen del género, las reflexiones de tipo social se han escondido bajo tripas expuestas y cadáveres putrefactos. Los primeros zombies llevados al cine por Lucio Fulci se basan en leyendas haitianas sobre esclavos revividos por medio del vudú para seguir trabajando, de lo cual se desprenden metáforas sobre la pobreza de la clase trabajadora, la explotación laboral y el abuso de los poderosos.

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Luego, George Romero les cambiaría la envoltura a los zombies y les daría características más cotidianas, pero con un punto común: siempre provienen de las capas sociales más bajas. Obreros, desposeídos, rednecksAlejados del privilegio, los zombies terminan rebelándose a su manera contra el establecimiento. Justamente, en Land of the Dead (2005) Romero explora una inversión de roles al mostrar a los humanos como abusadores y a los zombies como abusados.

Del Serie-B al mainstream

Antes, el motor de la tipología zombie en el cine era su estatus underground. Como temática Serie B, de nicho, súper violenta, de bajo presupuesto y, por ende, excluida, los zombies deambularon cómodos por casi cinco décadas. Pero luego de ocupar el peldaño más bajo de la jerarquía del miedo, se vieron de repente cargando la pesada maleta de la fama.

Gracias a (o por culpa de) fenómenos pop como Resident Evil, en algún punto de los noventas los muertos vivos ya estaban sentando en el banco de suplentes a los fatigados vampiros, y comenzaron a llevar un rótulo mainstream que por su misma naturaleza no les correspondía.

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Ya en el nuevo milenio, luego de que películas como 28 days later, Dawn of the Dead, Planet Terror Zombieland se anotaron hits súper taquilleros, Robert Kirkman, Greg Nicotero y Frank Darabont buscaron mudar el fenómeno de los muertos vivos a un terreno inhóspito: la televisión. Entonces el canal de cable AMC tomó el riesgo de emitir la serie y el resto es historia.

Menos violentos y más cursis

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Llegar al mainstream de la televisión alejó a los caminantes de The Walking Dead de su esencia violenta. Porque los zombies deben ser moralizantes, pero también violentos. Y en TDW les sobra de lo primero, pero les falta de lo segundo porque tienen que ser moderados. En la serie, claro, podía haber violencia, pero debía ser controlada, y con esa restricción permanente la historia tomó un rumbo exageradamente dramático.

Por momentos, The Walking Dead parece una telenovela. Maggie llora porque le mataron al papá, a la hermana y al esposo. Rick y Carl lloran por la muerte de Lori. Carol llora porque la hija se le volvió zombie. Morgan llora por Carol. Daryl llora por Carol. Carol llora por Daryl. Carol llora por Carol. El sentido se perdió y todos terminamos llorando. No demora en aparecer un personaje de bigote, con una bata de satín, sosteniendo una copa de coñac y prometiendo venganza.

¿Metáforas moralizantes? Bienvenidas. ¿Drama humano? Claro que sí. ¿Convertir la serie en las novelas de Turquía que pasan por televisión al medio día? Por favor, no.

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Una mina de oro

Al aburguesarse y perder su fuerza vital Serie B, los zombies además se convirtieron en lo que tanto odiaron: en una mina de oro. Y a George Romero no le gusta eso.

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“Por culpa de Guerra Mundial Z y The Walking Dead, no puedo conseguir financiación para una película de zombies pequeña y modesta con intenciones sociopolíticas (…) Mi truco era vendérselas a los productores con el pretexto del terror, y gracias a eso podía esconder una moraleja en el guión. Pero, ahora, eso no es posible. En cuanto mencionas la palabra zombie, la respuesta es: ¡Oye, Brad Pitt pagó 400 millones de dólares para hacer eso!”, protesta el director en una entrevista a The Hollywood Reporter en 2016.

Zombies como accesorio

Las restricciones mainstream hacia los zombies los han relegado a un rol ultra-secundario. Desde que Rick Grimes despertó en un hospital destruido en Atlanta y descubrió que el mundo como lo conocíamos había dejado de existir, sorprende cómo los caminantes no pasan del accesorio. La forma en la que lucen, cada vez más deteriorados y con un tratamiento de imagen súper riguroso, es impresionante y merece todos los elogios. Pero pare de contar.

Mucho no les va a importar a los creadores lo que yo piense, pero si bien los zombies de TWD son secundarios porque la premisa es dotar de maldad máxima a la gente, también es cierto que a los caminantes les hace falta personalidad.

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¿Se acuerdan de ese caminante obeso que Glenn trata de sacar de un pozo en la segunda temporada, pero se rasga por la mitad y queda todo desmembrado? ¿O los que Michonne llevaba encadenados en la cuarta temporada, que les faltaban los brazos? ¿O el que atacó el otro día a Rick, con una armadura y unos picos en medio de ese escenario tipo Mad Max? Faltan más “walkers”memorables que también sean personajes. Que den un valor agregado a la historia diferente a andar ultra-digitalizados y en masa.

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La estructura “de nunca acabar”

El cuento rebozado del drama humano, el tratamiento narrativo súper-secundario de los caminantes y la amplia competencia de series de televisión que se producen todo el tiempo seguro han unido fuerzas para empobrecer la serie. Pero por otro lado, la “estructura” también ha sido muy circular, por no decir predecible. Con los años, se ha mantenido igual y también ha comenzado a fatigar.

Escapar – llegar – adaptarse – confrontar – escapar. Una y otra vez. En casi siete años de serie, la estructura es más o menos la misma. La casa de Hershell; la cárcel de Woodbury; la estación de trenes de Terminus; la comunidad de Alexandria. Si lo vemos bien, Rick y sus amigos llegan a un lugar, tratan de adaptarse, confrontan con humanos u hordas de zombies, todo explota y terminan escapando hasta llegar a un nuevo lugar para llegar, adaptarse, confrontar y escapar de nuevo.

Esta narrativa “de nunca acabar”, aplicado por clásicos literarios como El QuijoteLas mil y una noches o El conde de Montecristo también se ha usado en televisión. Y ha tenido éxito. Pero una ruptura de la tendencia tal vez ayude a revitalizar la serie que viene registrando graves tropiezos en el rating estadounidense (si bien en América Latina mantiene regularidad en la audiencia).

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El peor rating en cuatro años

Así como en el fútbol, donde el equipo que gana no se cambia, en The Walking Dead parece que ha sucedido igual. Si la fórmula del drama exagerado les ha funcionado, ¿por qué pensar en otra cosa? Pero la mencionada caída actual en rating a lo mejor tenga pensativos a sus creadores.

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Con calculadora en mano, en lo que va de la séptima temporada, el promedio de televidentes de TWD en EE.UU. ha sido de 11,8 millones: una cantidad altísima teniendo en cuenta que AMC es un canal incluido en paquetes de cable, pero es el promedio de televidentes más bajo desde la tercera temporada (2012-2013). Son números muy discretos con respecto a los 14,3 millones conseguidos de la quinta temporada, y a los 13,1 millones de la sexta.

Negan no ha sido suficiente

La reciente aparición de Negan, con un bate forrado en alambre de púas y actitud de hijo de puta, representa un esfuerzo real y muy positivo por sacudirle el tedio a la serie. El líder de los Saviors prometió al cierre de la sexta temporada matar a alguien y terminó rompiéndole la cabeza, no sólo a Abraham, sino a Glenn, dos personajes del elenco protagónico.

Negan es un gran malvado. Indolente, cínico, con esclavas sexuales y un montón de características más que facilitan odiarlo. A Dwight, uno de sus lacayos, le quemó la cara cuando trató de escapar y encima comenzó a copulársele a la esposa. Y aunque su aparición causó expectativa y ha sido muy celebrada (además Jeffrey Dean Morgan hace un muy buen papel), aun con eso el nuevo antagonista de TWD tampoco logró mejorarle el rumbo a la curva de audiencias.

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El cómic vs la serie

Si empatamos la serie con el cómic, la historia en la TV va más o menos por la edición 109 (enmarcada en el volumen 29  llamado March to war). La historieta sigue apareciendo cada semana, por el momento se han divulgado próximas cubiertas hasta el número 167, a lanzarse en mayo, pero no hay planes de que la mina de oro que nutre a la serie se vaya a acabar. En ese sentido, seguramente habrá TWD en televisión para rato.

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Luego del break de mitad de temporada The Walking Dead volvió muy bien. A Rick le pasó un avión detrás de la cabeza en el último capítulo, pero en general la historia ha levantado y hay gran expectativa sobre cómo las tres comunidades extorsionadas por Negan (Alexandria, The Hilltop y The Kingdom) más la última que apareció, los Scavengers, conformarán un grupo que se llamará La Milicia para rebelarse. Y hay una expectativa positiva sobre la forma en que Rick y los demás se liberen de Los Salvadores.

En tanto, frente los recursos en los que se ha estacando la serie, veo tres escenarios. Por un lado, hundirse sin cambiar la fórmula. Y por el otro, ya sea arriesgarse, o decir adiós con la cabeza en alto.

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Reinventarse o morir con dignidad

En 1997 Seinfeld, la comedia más exitosa en la historia de la TV en EE.UU., llegó a su fin luego de nueve temporadas. Jerry Seinfeld, su creador, decía que esa duración era suficiente para evitar que la historia entrara en decadencia y así ser bien recordada por siempre. El comediante de Nueva York se basaba en el éxito de los Beatles, disueltos a los nueve años de formarse, y en ese punto acertó, porque ni los Rolling Stones, que llevan medio siglo rodando, han podido bajar a los de Liverpool de la cima del rock ‘n roll.

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Muy al estilo de Seinfeld, tal vez ese deba ser el mejor rumbo que The Walking Dead puede tomar para asegurarse una muerte digna. Si no reinventan la narrativa, deberían seguir dos temporadas más, acomodarse a un final que no traicione al cómic y decir adiós por lo alto. Es que, de veras, no aguantaría que envejezcan tan mal como Los Simpson.

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