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Regresan Rocco e Invasor Zim. La 'Nickstalgia' contraataca

Vuelven los clásicos de Nick.

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Nickelodeon

Hace pocas semanas Netflix estrenó 'Invasor Zim y el poder del Florpus' y la 'La vida moderna de Rocko: Cambio de chip', en una osada pero deseada maniobra de resurrección de unos de los clásicos de Nickelodeon más recordados. Se trata de dos series que marcaron un antes y un después en la televisión animada de los últimos años y que han vuelto vía streaming. ¿Por qué su regreso implica un gran reto?

Por Víctor Solano Urrutia

En estos tiempos de crisis de la creatividad, las ideas viejas son un antídoto común. Todos nos hemos dado cuenta de la manera en la que las grandes productoras y plataformas de transmisión se han volcado sobre una estrategia de reciclaje masivo de los grandes éxitos del pasado para atraer a viejos públicos y sembrar una semilla de interés en las nuevas generaciones: El rey león, Mulán, Aladdín, o inclusive Star Wars y Blade Runner vuelven a aparecer entre los más recientes estrenos.

El hecho de que inclusive en Colombia esté impactando ese fenómeno habla de la globalidad de esta tendencia. Hace poco escuchaba decir “ya volvieron a pasar Betty la fea y Bogotá, ni ahora ni cuando la estrenaron, tiene aún metro”. Así pues, la televisión y el cine son nuestra ventana al mundo y nuestro más afinado reloj: nos permiten darnos cuenta de que el tiempo pasa, y a veces más rápido de lo que creemos.

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Y precisamente todo esto nos lleva a hablar de la ‘nickstalgia’, término creado en Facebook, Twitter y YouTube por un grupo de nostálgicos que se tomaron la tarea de subir fragmentos de viejas series de Nickelodeon para que tanto viejos como jóvenes volvieran a gozar viéndolas. Propuesta interesante, considerando que no hay de por medio un interés puramente mercantil como puede pasar con Disney, empresa para la cual el entretenimiento se ha convertido en un centro de reciclaje bastante rentable.

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Invasor Zim y Rocko, los emisarios del pasado

Este movimiento de la nickstalgia, sin embargo, se ha hecho muy popular en los últimos meses a raíz de los más de 1’420.000 seguidores con los que cuenta la página de Facebook sólo en español. La comunidad se ha vuelto muy activa: comparten memes, videos y hasta venden memorabilia autogestionada. No es descabellado pensar que esta fuerza colectiva fuera un terreno fértil para que Netflix canalizara aquello que todo el mundo pide a gritos: que la nickstalgia traiga de vuelta las más aclamadas series noventeras.

El pasado 16 de julio Netflix anunció en su cuenta de Twitter que pasaría un especial extenso de La vida moderna de Rocko, cuyo último estreno había tenido lugar hacía más de 20 años. En el teaser trailer de este nuevo episodio ya pudimos divisar un poco de ese sarcasmo crítico al que nos acostumbraba su creador, Joe Murray: “las caricaturas de los 90 resuelven problema$”, reza el cabezote del noticiero de O-Town, el hogar de Rocko. Estas son pizcas del humor con el que nos reciben los gurús de Nickelodeon.

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Una semana después del estreno de La vida moderna de Rocko: Cambio de Chip, fue estrenada en la misma plataforma la película Invasor Zim y el poder de Florpus. Se trata de dos series que le pusieron color al pesimismo de cambio de siglo y que, no obstante, siguen vigentes. Pensémoslo de esta manera, ¿qué tiene para decir un indefenso ualabí al que todo el mundo confunde con un canguro? ¿Y qué hay de Zim, un extraterrestre que se cree el centro del universo aunque lo ridiculicen a diario? Estas series ambientadas en un mundo de inseguridades, ocio y sociedad de consumo dan aliento a los raros, a las víctimas del bullying, a los que no tuvieron una segunda oportunidad. Por eso son vigentes en estos tiempos turbulentos y desoladores.

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¿Por qué Rocko e Invasor Zim deberían ser ‘influencers’?

Invasor Zim relata la cotidianidad de un extraterrestre que es enviado por una raza intergaláctica al mugriento planeta Tierra en una supuesta misión importantísima de conquista. Aunque a Zim le otorgan este propósito, en realidad se trata de un plan para librarse de él. Aparte de este ‘plot’, lo más atractivo de la serie son sus excéntricas visiones sobre la estupidez humana, la decadencia capitalista y su humor grotesco y absurdo. Su creador, Jhonen Vásquez, cree que ésta pudo ser una razón por la que el show fue cancelado en el 2006.

El estilo de este programa era precisamentesu extraño randomcore. Personajes desquiciados, que enloquecen, vomitan y se desfiguran; cinismo sin razón de ser o violencia desmedida sumados a eventos como el 9/11 o la masacre de Columbine prendieron las alarmas. A la hora de la verdad, es entendible que los padres de niños entre 6 y 10 años (la audiencia predominante de Nick) se quejaran de personajes como GIR ensangrentado, un robot medio satánico cubierto en sangre humana que aparecía de manera subliminal en algunos episodios. Más allá de eso, la serie criticaba el estilo de vida suburbano de los gringos, la pésima calidad de la educación y hasta de la comida chatarra.

La vida moderna de Rocko, aunque menos gráfica, también era una crítica a los mismos productos y valores de la cultura de masas norteamericana. Al contrario de lo que sucede con Zim (o con Dib, su antagonista humano heroico), uno puede relacionarse más fácilmente con Rocko, un pequeño ualabí con un aburrido empleo, unos amigos promedio y unos vecinos conservadores a morir. Lo poco que tiene Rocko en la vida (la televisión de entretenimiento barato y su perro mascota) lo es todo. Ahí es cuando viene lo más interesante.

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El episodio que recién se estrenó es una actualización de la serie al 2019. Lo último que sabíamos de Rocko, Heffer y Filbert era que habían sido disparados al espacio exterior sin conexión alguna con la Tierra. Cuando por fin logran retornar, el impacto con el nuevo mundo es total: celulares, internet, drones. Pero esto representa la angustia en pasta para Rocko, quien odia los cambios y lo único que quiere es que vuelva su show favorito del pasado. La trama del episodio es la búsqueda del creador de dicho show, para convencerlo de que saque nuevo material. Sin embargo, el mayor impacto (para los espectadores) es descubrir que Ralph Cabezagorda ahora se llama Rachel.

De las tensiones contemporáneas y la fidelidad al estilo

Sin embargo, Rocko y sus amigos no parecen impactados. Antes bien, reciben con total naturalidad la noticia, y de ahí en adelante llaman a Rachel por su nombre y la tratan de ‘ella’. Cosa que representa el mensaje central del episodio, que sirve como epílogo para toda la serie: el mundo cambia, y con él las identidades y las personas. Un mensaje audaz porque ataca directamente a los fans antiguos que son u homofóbicos o reacios a los cambios bajo el escudo del “qué pasó viejo, antes eras chévere”. Rocko y su creador, Murray, se meten al rancho de la política de género al darle protagonismo a un personaje trans que no es ni excesivamente sexualizado ni un ridículo para su sociedad.

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¿Y qué decir de Zim? Aunque El poder de florpus no tiene un mensaje de este calibre ni es tan desafiante, logra ser fiel a un estilo que no pierde cabida en estos tiempos. El cinismo y el absurdo, el gore-alimenticio y el humor negro son su naturaleza, y los productores quisieron darle gusto a los viejos fans sin decepcionar al nuevo público. ¿Cómo? Sencillo: poniéndole el mismo picante a su criticismo. Hay pasajes que lo demuestran, como cuando Zim logra que todos los niños del mundo deseen portar el brazalete de control que diseñó para esclavizar a la humanidad. A manera de crítica a Apple y las grandes compañías de productos que se vuelven obsoletos cada año, Zim dice: “todo este tiempo tratando de subyugar a los humanos y lo único que debía hacer era cobrar por ello”.

Rocko y Zim valen la pena por varias razones. 1) Porque mantienen fidelidad a su estilo dejando espacio a los cambios y al mundo exterior en sus universos noventeros. 2) Porque se atreven a incomodar al público y hacer ver al consumidor como parte del sistema de la basura que alimenta al entretenimiento, con unas finas críticas y un humor que no pierde su toque. Y 3) Porque hablan para el niño de los años 90, para el de los 2000, para el que recién cursa primaria o para el joven adulto contemporáneo. Todo el que lo vea puede identificarse con sus personajes, aun si el chiste tiene ya más de una década encima. No hay remedio: la nickstalgia vive en nosotros y a través de nosotros.

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