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Sobre cómo hacer Hollywood a la colombiana. Entrevista con Felipe Cano

¿Se puede hacer entretenimiento y a la vez poner a pensar al país? El director de La semilla del silencio parece haber encontrado la respuesta.

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Meta en una licuadora la experiencia de uno de los duros de las telenovelas y series colombianas, su educación y pasión por grandes nombres de Hollywood como Steven Spielberg o Michael Bay, y la oscura realidad de la corrupción estatal: así es La semilla del silencio. Hablamos con su director, Felipe Cano.

Por: Juan Pablo Castiblanco Ricaurte // @KidCasti

El pasado jueves se estrenó en salas de cine nacionales el largometraje La semilla del silencio, dirigido por Felipe Cano, viejo zorro de la televisión que ha estado detrás de producciones televisivas colombianas como Lady la vendedora de rosas, El laberinto de Alicia o Correo de inocentes, o coproducciones con Estados Unidos como Mental. En su debut cinematográfico, Cano reunió un equipo de lujo al frente y detrás de la cámara. No se puede esperar nada malo de una serie o película cuando Andrés Parra está al frente y, mucho menos, si a su lado está un combo bravo compuesto por Angie Cepeda, Julián Román, Christian Tappan, Jairo Camargo, Felipe Botero, Rafael Uribe y Juana Arboleda.

La película cumple al pie de la letra las reglas de un buen thriller. Su mayor virtud podría ser su mayor defecto, pues llega a ejecutar tan bien los principios de la acción y el suspenso, que a veces pierde su esencia colombiana. Sin embargo, para evitar que el filme se confunda con otras producciones hollywoodenses similares, Cano y el guionista Camilo de la Cruz le imprimieron un tinte local, enmarcando la historia en el contexto de las chuzadas y falsos positivos que tan de moda siguen estando en nuestra política nacional. Es decir, La semilla del silencio es un ejemplo viviente de cómo funciona Hollywood a la colombiana. 

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Es casi redundante decir que Andrés Parra vuelve a dar clases de actuación, pero es inevitable recalcarlo, así como sucede con la hermosa Angie Cepeda. Junto a la próxima a estrenarse Anna, del director Jacques Toulemonde y protagonizada por Juana Acosta, el cine colombiano demuestra que cada vez más está logrando que sus actores de pantalla grande boten a la caneca las mañas y acartonamientos de la televisión y busquen un nuevo lenguaje. Así, paso a paso, el cine colombiano sigue creciendo.

Hablamos con Felipe Cano sobre este estilo de trabajo

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¿Por qué la gente va o no va a cine colombiano?

En teoría ya hay una pereza sobre el cine colombiano. Nuestro público ha cambiado. Ahora tiene más herramientas y conocimientos porque la información está más a la mano. Se nos ha olvidado eso en la industria. Nuestro público ha dejado de ir porque cree que nuestras películas no tienen el nivel de calidad de lo que ven que el universo les está ofreciendo. Pero hay una parte que va porque está conectada con la sensibilidad del cine nacional que es específica, que ve cosas con la filigrana artística que tienen las películas europeas y latinas. En este país ahora hay dos líneas: un cine radicalmente comercial, que es el que más taquilla está haciendo últimamente, o tienes un cine radicalmente de autor, pero en el medio hay muy pocas cosas. Supuestamente nadie está yendo a ver películas nacionales porque no les interesa, ¿pero dónde está la gente que fue a ver Gravedad o El lobo de Wall Street, que hizo números en las taquillas nacionales, y no está ni en lo absolutamente comercial ni en lo absolutamente de autor? ¿Dónde está la gente que ve canales de cable que no son solamente E Entertainment, sino HBO o History Channel? Hay que ir por esos espectadores. Hay que convocarlos a las salas otra vez.

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La semilla del silencio trata con problemáticas muy locales como los falsos positivos, las masacres del Estado, la corrupción gubernamental, la impunidad, la persecución a los que investigan esos crímenes, pero a la vez está narrado como una película hollywoodense. ¿Esa forma de hacer la película es una respuesta a esa predisposición del público con el cine colombiano?

Sí, total. Por eso acepté ese guion que me propuso Chapinero Films. Por un lado en mi búsqueda artística siento que hay que denunciar o dejar algún tipo de señal en la cinematografía. Pero por otro lado es una película 100% de género, con el arquetipo de víctima-detective-asesino. Esta película tiene esa búsqueda: enganchar al espectador a través del thriller pero dejar claro que hay una problemática social que no sea ha resuelto. Eso me gustó de este proyecto. Al fin y al cabo el thriller es un género comercial, pero acá está mezclado con ciertas emociones y sensaciones.

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Pero entonces el tema acá termina siendo algo secundario. A usted no le importaba hacer una película panfletaria…

Para nada. La bandera de la película es hacer entretenimiento, pero sin dejar que tenga una carga de mensaje. A mí me gusta decir que más que la denuncia sobre las masacres y los falsos positivos, estamos hablando de dos agentes de la justicia que están en la búsqueda de la verdad, y de cómo un estado los deja totalmente solos. Cuando estábamos haciendo la investigación para la película en la Fiscalía, nos contaron que cuando hacen un juicio contra un jefe paramilitar o de la delincuencia militar, los agentes están solos frente a toda una maquinaria. Al finalizar los incriminados se van en sus carros con sus escoltas y los fiscales salen solos a la calle a coger un taxi. Nunca contamos en el conflicto las bajas de estos investigadores y fiscales que son vidas muy duras.

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En Estados Unidos ya se habla que la televisión está haciendo cosas más interesantes que el cine. ¿Cómo es esa relación en Colombia?

La televisión nacional está dando un paso. Los productores estadounidenses se están fijando en nuestro esquema de producción porque abandonamos el melodrama en la puesta en escena. Cuando hago televisión lo hago más parecido al cine, y este país está en esa búsqueda, en la de trabajar técnicamente de esa manera. Hoy en día son pocos los proyectos que se hacen a la manera novela, sino que son más los que hacen con ópticas y cámaras de cine, y buscando actuaciones no melodramáticas sino reales y naturalistas. Nuestra industria va muy bien por ese lado.

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¿Y en cuanto a lo temático? ¿La televisión va más avanzada que el cine en la reflexión sobre los problemas del país?

Yo creo que sí. Nuestros espectadores y nuestra cultura nos siguen jalando al melodrama. Eso sigue existiendo. Lo que pasa es que nuestras líneas verticales en las estructuras de las historias antes eran eso; ahora son narcotráfico, drogas, abuso infantil, biografías, y dentro de eso entran los condimentos de la telenovela como el amor o el drama. En Estados Unidos las soap operas siguen funcionando pero no tienen los espectadores que tienen las series. Acá hacemos una mezcla de las dos cosas.

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Es evidente lo que habla de los personajes, porque en esta película Andrés Parra y Angie Cepeda se apropian y toman vuelo…

Andrés llegó a los ensayos con una maleta cargada de propuestas sobre su personaje: cómo caminaba, cómo fumaba. Yo lo frené y le dije “a mí no me importa lo que el personaje hace, sino lo que siente y lo que piensa. Lo demás lo vamos construyendo. Por ahora concentrémonos en que su sicología y su verdad sea una realidad, y luego construimos lo exterior”. Y él entendió, porque sabía que como actor lo que quieren es hacer, crear acciones. Y el resultado se ve, porque cuando tienes el interior, lo que hay que poner es cositas. Y creo que eso en la película se ve. Hay detalles muy chéveres en sus partes actorales, cosas pequeñas que hacen todo más verosímil. 

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