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Una triste entrevista con el director de "La tierra y la sombra"

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Por: Juan Pablo Castiblanco Ricaurte // @KidCasti

Cuando César Acevedo pasó por la alfombra roja de Cannes, como lo ordenaba el protocolo a todos los invitados y participantes al festival, ninguno de los cerca de 200 fotógrafos presentes le tomó una foto. Estaban más pendientes de las grandes estrellas, de Charlize Theron, de Cate Blanchett o de los hermanos Coen, que de un novato colombiano que concursaba con su primera película en la Semana de la Crítica. Pero cuando el jurado anunció que ese calvo y alto caleño de 28 años al que todos habían ignorado días antes era el nuevo ganador de la Cámara de Oro (el premio que reconoce a la mejor ópera prima del festival), la atención mediática se volteó hacia él de manera desmesurada. Desde entonces, hasta Santos se subió al bus de la victoria, Acevedo corrió la misma suerte de Nairos, Rigos y Jameses, y no hay medio en Colombia que no tenga una mención a su nombre.

César Acevedo llegó a este efímero orgasmo de fama gracias a un proyecto que, paradójicamente, él mismo llegó a odiar porque en algún punto sintió que no estaba a la altura de su creación. Pero como dice el precioso bambuco que sirve de banda sonora del filme, “amor se escribe con llanto”, y así, con mucho sufrimiento, creando a partir del dolor como él mismo lo define, Acevedo sacó adelante su película. Y no cualquier película: el largometraje colombiano que ha recibido el premio más importante en la cinematografía nacional.

“La Tierra y la Sombra” cuenta la lucha de una familia de jornaleros de cañaduzales por el arraigo a su tierra, en medio de una atmósfera cada vez más turbia y malsana para sus integrantes. La muerte, la desgracia y el dolor son inminentes. La angustia se acumula entre los personajes mientras a su alrededor sucede lo mismo con la ceniza que arroja la quema de los cultivos de caña. Una película hecha milimétricamente, con una evidente obsesión por controlar cada detalle lo cual se convierte a la vez en su gran virtud y pecado; a veces la razón le gana a la emoción y las escenas, preciosamente filmadas, pierden sangre y nervio.

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El jueves pasado “La Tierra y la Sombra” por fin llegó a salas de cine comerciales luego de todo lo que se habló de ella fuera del país. Evidentemente no repite las estruendosas cifras de taquilla de Avengers, Minions o Jurassic World, pero al menos no ha pasado desapercibida. Mientras tanto, César Acevedo comienza a volver a su vida normal, a hacer dos cortometrajes que tiene en el tintero y que no había podido realizar por estar parado en el foco nacional como la personalidad de moda de la hora. Un reconocimiento que se tiene muy bien merecido.

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¿Ya está mamado de dar tantas entrevistas?

No… (risas)

Más o menos…

No, sí. Estoy aburrido.

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¿Cuántas veces ha repetido la misma entrevista?

No pues imagináte, casi tres meses haciendo la misma entrevista, y hay días donde hay hasta tres o cuatro. A veces salen cosas chéveres.

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¿Qué es lo que siempre le preguntan?

Por los premios, por la película… nadie había visto la película antes. Ahora por lo menos algunos la han visto y preguntan otras cosas. Pero todo bien, preguntáme.

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Es que ya está todo dicho sobre la película. Se debe haber vuelto un proceso automático…

A mí me interesa tener diálogos sobre la película, pero hay gente que ni mira lo que se ha escrito y llegan otra vez a lo mismo. Yo también estudié esto, periodismo, entonces es como desilusionante.

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¿Tiene nervios de mostrar la película en Colombia?

No, ya la hice e hice lo que pude, como quise y de acuerdo a mis capacidades. Estoy contento con lo que logramos. Ahora solo quiero mostrarla y compartirla. Si la gente la acepta o no, ahí sí es otra cosa. Yo tengo mucho que aprender todavía. Ahora me interesa contar una historia y que encuentre su público.

¿Qué público cree que va a ser?

La película es para todo el público porque es muy humana y trata temas que nos tocan a todos como el de la familia, el arraigo y la identidad. Eso se vive en cualquier lugar, por eso cuando la dan en Europa toca mucho y les llega a pesar que está muy arraigada en nuestra cultura y que allá la gente no conoce la realidad social y política que hay acá.  

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¿Pero en Cannes entendieron de manera distinta algunas escenas relacionadas al campo?

Entendieron bien el tema familiar y el de la tierra. En la película había muchas metáforas y símbolos de destrucción y muerte que están ahí para marcar el vacío y la desolación que produce este cultivo y lo que implica su producción.

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Como ellos no estaban acostumbrados a ver eso, pensaban que era una vaina apocalíptica. No sabían que esa era la realidad de acá. En el Valle, donde se hizo, es diferente porque fue un proceso que se aceptó como algo natural: esa resignación y ese sentimiento de pérdida vive con la mayoría de la gente, pero no hacen nada. Esta película también es para limpiar un poco esa mirada, mostrar que no es normal y ver en esos signos un sentido más profundo.

En algunas notas que ha escrito sobre su intención con la película, menciona que esto fue “creación a partir del dolor”. ¿Eso es una constante en las cosas que usted crea?

Es mi mirada del mundo, de no haber aprendido a vivir nunca, de sentir una culpa de existir. Esta película me enseñó mucho sobre mí, sobre todo lo que viví. Soy una persona triste pero me acepto como soy. Es una mirada del mundo pero también trato de sacar algo bueno de esos dolores y de que haya un camino a seguir. No veo al mundo color de rosa y por eso me interesan historias de sufrimiento, de dolor, de lo difícil que es estar bien.

¿Cuándo usted comenzó a hacer la película soñaba con que la película pudiera llegar a Cannes, o a los Óscar o a algún festival?

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No. Todo lo que hago lo hago pensando en tratar de contar una historia. Lo que me interesa es hacer cine y  explorar el lenguaje. Obvio uno espera que quede bien y que ojalá la película llegue a más lugares pero mi sueño no está vinculado con lo que está pasando ahora, que no lo busqué ni lo quería. No me gusta que la gente me reconozca, no me gusta verme en los medios…

¡Pero ya ni modo!

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Pues sí, ahorita toca, pero es una burbuja y se acaba.

¿Alguien en su familia está coleccionando los recortes de todos los medios en los que sale?

Mi hermana, yo no tengo nada. Hace un par de semanas fui a su casa, quería mostrarme donde he salido, pero no quise, no me interesa. Además que siempre salgo con una cara de estúpido, de idiota, y en todo lado salgo diciendo que soy un llorón desempleado, que no me ayudo. Tengo cero fans porque no prometo nada.

¿Qué tan difícil es despegarse de los referentes con los que uno creció cuando se hace la primera película?

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Desde que empecé a escribir sí tenía mis referentes pero eran cosas más poéticas: ver el poder de la imagen en sí, usar el lenguaje para trascender y que haya un sentido más profundo en lo que estás viendo. Tengo muchas referencias y las construimos, pero ya luego había que buscar la mirada. Sí es importante conocer cosas, porque la gente ve muchas conexiones.

Yo no diría que hay conexión con una película en particular, sino con un estilo de narrar. Algo muy Cannes. ¿Cree que existe el sello Cannes? ¿Ese del que se burlaba Rubén Mendoza en un falso detrás de cámaras de “Memorias del Calavero”?

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No, para nada. La gran mayoría de mis referencias no son cinematográficas. Soy muy cinéfilo, pero mis referencias son de la poesía, de la pintura, de la fotografía. Mucha gente habla de una fórmula para festivales, pero bueno, que hagan una película, lleguen a festivales y de verdad cuenten una historia.

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Ahora que habla de los referentes en la pintura, se nota mucho en las escenas de los campesinos de las plantaciones de caña, que parecen pinturas bucólicas.

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Sí, con el fotógrafo Mateo Guzmán estudiamos mucho a Jean Francois Millet y cuadros como “Las espigadoras”; cómo usaba la luz y los paisajes. Con los planos cerrados queríamos mostrar que el encierro físico es también un encierro emocional.

Vimos mucho también las pinturas de Andrew Wyeth. Armamos un dossier de mil imágenes para que el equipo entendiera para dónde iba la película. Igual pasó con el guion, porque yo no los escribo de la manera convencional, no soy tan escueto en las descripciones y trato de que en la palabra escrita ya esté la atmósfera para que al equipo le sea fácil comprenderlo. Eso me sirve también a mí, porque sé qué emociones estoy buscando en cada escena.

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Cuando uno escribe un guion dicen que no anote nada de sentimientos ni emociones, sino que vaya a la acción, pero el cine que a mí más interesa apunta más a las emociones y los sentimientos que a los acontecimientos.

Y ya que tiene tanta devoción por la palabra escrita,  ¿no escribe otras cosas aparte?

Sí, sí me gusta, pero no lo veo como algo para mostrar. Ahora no estoy escribiendo nada. Antes trataba de escribir poesía pero era muy malo, pero espero algún día hacer algo valioso. Soy muy crítico con lo que hago. Esta película la odié al principio del rodaje, fue muy duro enfrentar que no podía hacerla como quería porque no tenía las capacidades para realizarla mejor. Traté de entender eso y tener el carácter de rodar la película lo mejor que podía con lo que había.

¿Se reconcilió con la película en algún momento?

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Terminé de grabar la película y decía “me la tiré”. Luego me reconcilié con el material. Todo el mundo me decía. Siempre me pasa con todo lo que hago que creo que no puedo hacer las cosas como las quiero hacer. Y no porque no tuviera las condiciones en el rodaje, porque el equipo era bueno, sino por rollos internos.

Es raro que le haya pasado eso, porque la película también se había ganado una gran cantidad de premios y estímulos. Se había llevado todo lo previo que se podía ganar…

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Sí ya luego verla terminada y todo es diferente. Soy muy consciente que es la primera película y que hay cosas que no me gustan, que quisiera haber hecho mejor, pero siento que está bien y donde logramos contar esta historia tan emotiva. Eso era lo más importante. Los premios, chévere.

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¿Qué recuerda del momento en el que ganó el premio en Cannes? Debe ser un trance muy raro…

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Sí. A la película le fue muy bien en las proyecciones gustaba demasiado y eso fue una bola de nieve que fue creciendo. En el diálogo que tenía con la gente me di cuenta que había funcionado y que la estaban entendiendo. Caminé dos veces por la alfombra roja, con 200 fotógrafos a cada lado, siguiendo el protocolo que decía por dónde debía pasar, dónde debía parar y dar la vuelta. Las dos veces que pasé, me hicieron parar en la mitad, daba las vueltas, pero nadie me tomaba fotos ni para ver si estaba balanceando bien. Me hizo mucha gracia eso, pero cuando ganamos ahí sí todo el mundo nos pedía fotos.

El día de la premiación en el backstage había mucha gente famosa de Hollywood pero yo no los conocía muy bien ni sus nombres. Pero sí estaban los Cohen y hablé con Agnes Varda. Uno de los jurados de la Semana de la Crítica era Peter Suschitzky que es el director de foto de David Cronenberg e hizo una de las Star Wars, y todos los días me decía que qué película tan hermosa. El día que la presenté yo salí por allá atrás a llorar y él salió detrás de mío también llorando. Cuando nos encontrábamos nos decía a mí y al fotógrafo que era más bella que todo lo que él había hecho y yo le respondía, “no, tampoco”.  

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Fue súper bonito compartir la película allá y ver lo que logró. Es muy grande pero yo no estoy sintiendo estas cosas, no sé reaccionar, además que no soy muy emotivo. La gente que me conoce sabe que me alegra. Estoy tratando de tener los pies en la tierra, esto es una burbuja y en dos meses nadie va a saber quién soy yo. Me toca empezar de ceros para volver a hacer otra cosa. He visto la experiencia de varios amigos que han logrado cosas importantes en cine y nada cambia. Muchos ganadores de la Cámara de Oro se consagraron como grandes directores, pero otros se quedaron.

Volver a trabajar, volver a rodar con toda esta carga encima, ¿da más miedo o más impulso? ¿Qué da todo este ruido mediático?

Es raro. Me siento muy contento por toda la gente que creyó en la película, por lo que logramos, por ver que estas películas han hecho que haya un interés mayor en el cine colombiano, que son signos de que con más apoyo y compromiso no solo van a llegar más reconocimientos sino mejores películas. Por ese lado me parece importante. Pero por otro yo estoy muy aburrido, no tengo vida y me siento muy lejos de lo que soy porque esto no soy yo y no me gusta.

No puedo hacer lo que quiero. A mí me interesa hacer películas, no que la gente me conozca. Esto es parte del trabajo, una muy importante, porque de cierta manera soy el representante de lo que hizo tanta gente. A muchos le interesa saber del proceso, hay muchos que me escriben dándome gracias, diciéndome que quieren hacer algo y que les di ánimo y fuerzas para seguir haciendo. Este tipo de cosas sirve para que la gente vea que es un proceso largo y que es así. 

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Usted también fue co-guionista de “Los Hongos” de Óscar Ruiz Navia, que es una película que tiene un espíritu totalmente diferente al de “La Tierra y la Sombra”: más urbano, ingenuamente juvenil. Fue un gran bandazo.

Era la historia que quería contar “Papeto”, el director. Él tenía su historia, yo solo le ayudé a desarrollar algunos personajes y cosas así. Me interesaba mucho por el espíritu que veo sobre la ciudad, que es un lugar que no te ofrece posibilidades, que siempre estás en un círculo donde no pasa nada y del que no puedes salirte, donde hay una resistencia pero también una decepción con la ciudad y lo que representa.

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¿Esa es su Cali?

Yo amo Cali, me encanta parcharla allá. Tengo mucha gente que quiero, mis recuerdos están allá. Pero es una ciudad que me da muy duro, que me dan ganas de matarme. Por eso me fui. Me cansé de no poder hacer lo que quería, de ver que no hay apoyo a nada, que hay más centros comerciales que bibliotecas o museos. Hay gente que tiene unos regionalismos pero no los comparto. A mí me gusta Cali pero no podría estar mucho más tiempo ahí. Me vine a Bogotá hace tres años porque no logré nada allá. Igual acá comí mucha mierda.

 

 

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