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¿Nuestros contactos de Facebook están arruinando nuestra vida social?

¿Estamos tratando a la gente fuera de línea como si fuera un perfil?

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Foto: Youtube Dom's Sketch Cast

¿Se acuerdan de ese capítulo de Black Mirror en el que se puede bloquear la presencia de una persona en la vida real? Pues esa tecnología se está desarrollando en nuestras cabecitas. Las fronteras entre nuestros amigos youtubers o contactos de Facebook y las relaciones offline están desapareciendo.  

Por Fabián Páez López @Davidchaka

Uno sabe de Internet hasta que le toca hablar al respecto. Pasamos todos los días conectados y nos ponemos ansiosos cuando no hay señal, pero por muy millenials o nativos digitales que seamos nuestros conocimientos reales de la forma en que Internet nos cambió la vida son limitados. Por un lado, porque su historia es muy corta y cambiante como para medir sus efectos reales; por el otro, porque hay una amplia gama de vendedores de humo alrededor del mundo digital.

De hecho, la crítica actual a Internet ni siquiera es tan actual. Es la misma que se encuentra en textos de viejos que a duras penas habrán alcanzado a conocer el Buscaminas. Sobre los medios masivos ya se ha dicho en los 80 que generan una sensación de deslocalización geográfica, que nos hacen sentir como que todo el mundo está conectado. Esa sensación hasta tenía un concepto que lo explicaba, el de aldea global. Pero claro, lo que no se sabía era que con YouTube nacía también el aviso de “contenido bloqueado por restricciones de derechos de autor en tu país”. En el 60 también se había predicho que nuestro consumo iba a ser de puras imágenes; es decir, que nos la pasaríamos o cambiando de canal o deslizando un feed de Facebook o Instagram para ver fotos o videos de perros, gatos, bebés y nuestros nuevos amigos: los youtubers.

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No quiere decir que Internet sea malo, pero así por encima, uno se puede dar cuenta que uno de los efectos reales y visibles de la hiperconexión es que tal vez esté atrofiando nuestras habilidades para interactuar con los demás, sin usar memes, emoticones o trucos de edición. Puede que sea por culpa de estar tan conectados que a algunos nos pase que preferimos pasarnos de la parada en el bus antes que tener que pedirle al de al lado que nos dé permiso para bajarnos. O bueno, ese es un caso extremo, pero hay muchos más sutiles y comunes, que apuntan a que nuestras relaciones se están ‘facebookizando’; a que las predicciones de Black Mirror son ciertas y estamos a poco de borrar al otro de nuestro mapa visual con un clic, o algo así.

Por ejemplo, el psicoanalista Carlos Blinder hasta puso el nombre de la empresa de Zuckerberg como apellido conceptual a un tipo de relación muy común en estos tiempos.

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Marsal, un abogado de 34 años, fue su paciente durante un año y medio en el que asistió a consulta. Buscó ayuda para intentar sobrellevar sus excesos en el consumo de alcohol y una ruptura amorosa que había terminado intempestivamente. Después de asistir semanalmente y con regularidad a la terapia desapareció del radar de Blinder, quien intentó llamarle para, por lo menos, despedirse de él presencialmente. A cambio, el psicoanalista solo recibió un mensaje de texto que decía: “No vendré más”. Blinder denominó a ese fenómeno como “transferencia tipo Facebook”.

Marsal, el paciente, no hizo duelo y borró a su psicoanalista de su vida como se borra un contacto del móvil o del Facebook. Ese contacto, o ese “amigo”, deja de serlo y se le prohíbe la entrada en su mundo como si se lo bloqueara. Esto se ha repetido mucho, pero es cierto: nuestras relaciones son cada vez más cortas y de superficie, fácilmente cortables en el momento en que dejen de satisfacer el narcisismo.

También hay vínculos entre personas que se vuelven imaginarios: aunque solo tienen cabida en el mundo digital, son interpretados como si fueran lo mismo offline. ¿O no les pasa que creen que saben mucho de la vida de alguien solo porque saben a dónde viajó en el último mes? ¿O que el hijo de su amigo va a ser niño porque lo vieron en la foto de la ecografía que estaba colgada en Facebook? Aun así, hay cosas que nadie quisiera publicar. Se comparten post de cuando se estrena un carro o una prenda, pero no cuando, por ejemplo, aparece un grano especialmente protuberante.

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Esa es una tendencia que se hace intensa entre los adolescentes. Andrea Escobar, psicoanalista de la Universidad Javeriana, asesora una investigación sobre la incidencia de las herramientas virtuales en las relaciones de pareja jóvenes. Uno de los primeros hallazgos que han hecho es que es muy común que, después del rompimiento, uno de los ex se autoengaña creyendo que la relación se mantiene. Todo porque continúan con un vínculo en alguna de sus redes sociales. O, mejor dicho, porque todavía “se siguen”.

Cierto o no que la comunicación a través de Internet nos esté atrofiando las habilidades sociales, ya estamos en el punto en que tenemos que aprender a vivir con ello. Al fin y al cabo, puede que socializar sea algo que podamos remplazar con pantallas, mascotas y hasta robots; y no estaría tan mal comunicarnos con memes. O a lo mejor, desde antes de vivir conectados ya éramos unas máquinas individualizadas a las que solo les importaba satisfacer su narcisismo, solo que antes no se publicaban tantas columnas de opinión.

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