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Chile: los rockstars que ascendieron al trono del fútbol en América

Detrás de ese montón de tatuajes hay un equipazo que debería ir al Mundial y ser protagonista.

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Detrás de ese montón de tatuajes hay un equipazo que debería ir al Mundial y ser protagonista

Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste

Cuando Dante Panzeri escribió que el fútbol es "la dinámica de lo impensado" seguro no esperaba que todo el mundo le iba a chamuscar la frase con el paso de las décadas, pero al fin y al cabo es medio entendible hacerlo, porque explica todo y es muy efectiva. Lo saben los chilenos que hicieron casi todo para ganar la Copa Confederaciones. Primero, ganaron la Copa América, luego eliminaron a Cristiano Ronaldo en las semis de la Confederaciones y dominaron gran parte de la final en San Petersburgo, pero terminaron perdiendo contra los alemanes sub-24 que, al igual que los mayores, son unos robots increíbles que parece que tuvieran un botón en la espalda con una sola opción: la de ganar.

El subtítulo en la Confederaciones es apenas la confirmación de que Vidal, Alexis y la selección más tatuada de América está para ser candidata a sorprender. No puede ser coincidencia que La roja le haya arrancado a Argentina dos Copas América con lo jodido que es superarlos en una final sin importar los baches que tengan. En un proceso parecido al de Colombia, los chilenos pulieron una generación saturada de talento y, gracias a los procesos de Bielsa, Sampaoli y Pizzi, se les inyectó una mentalidad ganadora suficiente para barrer a Messi y sus amigos en dos años consecutivos. La diferencia con Chile es que seguramente a Colombia la llenaban en las tres finales porque, pese a los grandes avances de la era Pékerman, seguimos sintiéndonos incómodos en la victoria. Para ganar finales contra potencias europeas primero toca jugarlas, y hasta perderlas, para aprenderlas a ganar. En ese sentido, a Chile le ha ayudado el temperamento, la memoria táctica, pero sobre todo, el nivel actual de Alexis Sánchez y Arturo Vidal, que están más por las nubes que nunca.

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La clave esencial de que la selección de la tierra de Los Tres, Los Tetas y Los Prisioneros esté jugando tanto es que sus dos rockstars mayores la están descosiendo al mismo tiempo. Por muchos años se opacaron, se oscurecieron. Cuando jugaba bien el uno, el otro no. Esa desconexión futbolera se dio porque fuera de la cancha la relación entre ambos ha estado muy picada por culpa de una rivalidad sobre “quién es el mejor” de esta generación. Jóvenes llenos de billete, asquerosamente talentosos y enfrentados pese a compartir camiseta. "Qué poco se habla de fútbol en Chile cuando gana el king Arturo", dijo Vidal en Twitter en 2015 en un evidente indirectazo al goleador del Arsenal. En respuesta, Alexis respondió con un comentario motivacional tipo Jorge Duque Linares. "En la vida se gana y se pierde. Pero la gente positiva es la que se cae, se levanta, se sacude, se cura los raspones, le sonríe a la vida y dice ahí voy de nuevo". Dos años después, con mucha agua que ya pasó debajo del río, y por cómo están jugando, pareciera que este corto circuito se reparó.

Como si se tratara de la típica pareja de detectives integrada por uno “bueno”, paciente, conciliador, y otro “malo”, fastidioso, mala-leche, las dos figuras chilenas tienen a su selección ilusionada con hacer ruido en Rusia 2018, y con argumentos de sobra. 

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Vidal, más que Alexis, es un rockstar del fútbol. Porque triunfa a su manera. El talento le alcanza para perder la cabeza de vez en cuando y de todos modos salirse con la suya. Enfiestarse, fugarse de las concentraciones, declarar sin filtros. Mostrándose cada tanto como víctima de un delirio de persecución donde todos están contra él. En 2007, Vidal se enfrentó a la policía y lo llevaron esposado a un calabozo durante el Mundial sub-20 de Canadá. En 2011, se rebozó de alcoholes en el bautizo del hijo del Mago Valdivia, otro revoltoso regenerado de La roja, y fue marginado durante diez partidos por su federación (en una pena que se iba a terminar reduciéndose a la mitad). En 2013, no llegó a la concentración de la Juventus por los festejos de la clasificación al Mundial. En 2014, se fue a los golpes en una discoteca italiana antes de un partido contra la Roma. Y en 2015, como recordábamos, dejó en pérdidas su Ferrari 458 Spider tras chocar a 200 km/h en plena Copa América, donde su conducta sería perdonada camino al título de su país como local.

Por lo pronto, Arturito no volvió a estrellarse. La última polémica que salió de su boca fue decir que “es duro que te roben así”, cuando Real Madrid eliminó al Bayern de la última Champions. Pero hasta ahí. Sus tatuajes y mamarrachos en la cabeza pasaron a un segundo plano y, pese a lo difícil que era, siguió levantando su nivel cuando llegó a Alemania procedente de la Juve. Lo de Vidal es medio mágica. Juega y hace jugar a los demás. Esa es la clave de los grandes futbolistas; que su presencia haga la diferencia, pero también provocar que sus compañeros sean mejores. El Bayern está lleno de cracks locales, los mismos que ganan todo, y aun así el “8” chileno (que en el Bayern viste la “23”) escrituró un puesto fijo en la titular de Ancelotti.

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Alexis, en tanto, metió 24 goles en la Premier League con el Arsenal, una cantidad depravada, y juega bien cada tercer día. Tremendo desacierto del Barcelona que lo dejó ir. El delantero de Tocopilla (un pueblo pequeño a donde todos los años lleva regalos de navidad vestido de Papá Noel) hizo y deshizo en esta temporada. Pegada, velocidad, liderazgo. Armó tremenda sociedad con Mezut Özil en Arsenal y mejoró su juego, que aparte se hizo más intenso y constante, pese a que los gunnersson reconocidos por requerir urgentes y seguidas transfusiones de sangre.

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Con excepción de Alexis, a los chilenos no les cabe un tatuaje más, pero les sobra el fútbol. Mauricio Pinilla, delantero habitual de La roja, se tatuó su remate en el palo contra Brasil en el Mundial de 2014 y ya llegó a rayarse la cara. Al margen de eso, los chilenos tienen un equipo ultra compacto y unas individualidades demenciales. Medel, Marcelo Díaz, Aránguiz y Eduardo Vargas juegan de memoria entre ellos, y especialmente se destacan en la selección. Se sabe que por lo general pasa al contrario. Cuesta más destacarse en clubes que en el equipo nacional, pero los chilenos se aprendieron el libreto perfecto, no se achican y sobresalen cuando se enfundan La roja. Hasta Claudio Bravo, el arquero, el otro líder de Chile, sube varios escalones en la selección comparado con su nivel en Manchester City.

En la eliminatoria al Mundial, Chile comenzó con el freno de mano puesto y recién en el último tramo levantó para ubicarse cuarta de la tabla y amarrar, por ahora, la clasificación directa. Los jugadores de La roja promedian 29 años, jóvenes para la vida, pero maduros para el fútbol, y la presión seguro les va a caer encima en un año. Pero por lo que han mostrado en el último tiempo no es descabellado que puedan gambetearla. Bocón como ha demostrado ser, Vidal dijo antes de jugarse la final de la Copa Confederaciones contra Alemania que si Chile la ganaba debía ser considerada la mejor selección del mundo. ¡Y tenga! Perdieron por un error pendejo de Marcelo Díaz. Más sensato fue Claudio Bravo luego de la derrota. “Hay que seguir aprendiendo de las selecciones potentes”, dijo tranquilo. Esa mezcla de arrojo y mesura tal vez pueda llevar a La roja a ser protagonista en Rusia 2018.

En Brasil, Tite apenas está pegando los pedazos rotos que dejaron Scolari y Dunga. En Argentina, Sampaoli asume como seleccionador con el reto de salvar y enderezar a una selección frustrada y con muchos jugadores nuevos. Uruguay tuvo lo suyo y ahora se reconstruye con la base de Suárez y Cavani. Colombia sigue siendo prestigiosa, pero sus futbolistas no pasan por buen momento. Y en esta coyuntura, Chile apareció para ascender al trono del fútbol suramericano que se veía vacío. Hoy puede decirse que la nostalgia por la época Salas-Zamorano de finales de los noventa ya fue superada gracias a esta generación, que juega de memoria y que en el Mundial de Rusia deberá, primero clasificar, y después revalidar juego y temperamento para llegar lo más lejos posible. El reto chileno (veremos cómo les va) será  ponerse a la altura histórica del mismísimo Condorito.

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