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Colombia, su historia y sus tragedias a través del fútbol

Una línea de tiempo para que entendamos la historia de este país

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Es evidente que el antídoto para toda dolencia o mal en Colombia resulta ser el fútbol. Le guste o no, siempre que se ha presentado la situación los colombianos han mostrado un as bajo la manga para cualquier clase de tusa individual o colectiva, cualquier decepción política o catástrofe nacional. De manera audaz, creemos que la historia patria puede ser diagnosticada, estudiada y tratada a partir del deporte más universal sobre la faz de la tierra. 

Por: Víctor Solano Urrutia.

 

Latinoamérica está plagada de fantásticas historias en las que el fútbol es un protagonista central. Para estar al tanto basta con leer algunas de las cientos de páginas escritas por el gran Eduardo Galeano, a quien le debemos los retratos más tragicómicos de lo que somos como latinoamericanos. O incluso bastaría con escuchar los larguísimos podcasts de Hernán Peláez e Iván Mejía que, en medio de un aura de cafeína post-almuerzo y archivos empolvados, reviven con mucha seriedad nuestra historia futbolística repleta de violencia, drama y lesiones de canilla.

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Aunque es un proyecto audaz, lo cierto es que podríamos estudiar la historia de Colombia en el siglo XX a partir del fútbol como una hermosa metáfora que describe lo que para Borges es ser colombiano: “un acto de fe”. Precisamente la fe y el fútbol tienen mucho que ver, pues todo el mundo es ateo hasta que Yerry Mina sube al área a cabecear un tiro de esquina al minuto 93’, y nadie le reza a un santo hasta que promete subir Monserrate de rodillas si su equipo gana la liga. El ser colombiano implica siempre una dosis de esperanza: nada está asegurado en un mundo donde de la noche a la mañana se puede ganar y perderlo todo. Esperamos que el fútbol nos salve, como lo ha hecho antes, de aquello que nos nubla el porvenir; eso es ser colombiano.

Los inocentes años dorados

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Algunos historiadores datan el inicio del fútbol a Colombia a finales del siglo XIX en el recién fundado Polo Club de Bogotá. No es gratuito que fuera en parte gracias a mandos militares que el fútbol se instalara en la ciudad, pues para ese entonces había una conciencia de que la Guerra de los Mil días estaba llegando a su fin, finalmente decretada por allá en 1902. Con ese ligero entusiasmo y con el aburrimiento que supondrían tiempos de paz, jóvenes bogotanos de ascendencia militar decidieron emprender los enfrentamientos al estilo inglés: con onces santafereñas y zapatillas deportivas.

Esa primera circunstancia nos revela que las cosas no han cambiado mucho: cuando no hay balacera hay gritos de gol, como recuerda la idiosincrática película Golpe de estadio. George Orwell dijo alguna vez que el fútbol es como la guerra pero sin los disparos. 

Y justo cuando las cosas empezaban a moverse hacia el sur del continente con la celebración de la primera Copa Mundial, en Colombia algunos avispados ya formaban clubes como el Cali Football Club y el Medellín Football Club. El período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial no sólo fue un tiempo de recuperación económica y política para los países europeos, también fue el momento ideal para que los países latinoamericanos tomaran la iniciativa para convertirse en potencias futbolísticas. Así, en un plazo de veinte años Uruguay obtuvo dos copas del mundo y Brasil se convirtió en la selección más poderosa y temible. Colombia apenas pudo conformarse con organizar un seleccionado nacional que disputó un par de torneos continentales. 

Con la llegada de los fatídicos hechos de abril de 1948, el bogotazo, nacieron gran parte de los problemas que definieron el rumbo del país para el resto de la historia que conocemos. Lo que sucedió entonces es de sobra conocido, pero quizá no se sepa que la inauguración del primer torneo profesional tuvo que correrse de fecha por los incidentes violentos que tuvieron lugar en todo el territorio nacional. Sí, precisamente la guerra, y esta vez una civil, vuelve a conectarse con el fútbol. 

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Si lo pensamos bien, de alguna manera el fútbol canalizó los ánimos en un intento borgeano por mantener la fe, porque ser colombiano en tiempos de guerra es una lucha por no romperse en mil pedazos, y paradójicamente en una cancha de fútbol donde puede haber decenas de patadas, insultos y rupturas de ligamento se siente una paz que nunca antes se ha sentido en las selvas y montes colombianos. Por eso cayó de perlas un torneo de fútbol en medio de las luchas intestinas entre afectos políticos.

Y si bien Bogotá quedó destrozada e incinerada, ese año le regaló al firmamento capitalino una estrellita roja con la cual los hinchas de Santa Fe se empapan de orgullo cada vez que los vecinos azules les meten un gol. Sí, 1948 fue el año que marcó el nacimiento de una nueva esperanza, como reza el eslogan de George Lucas. Además, la era que se conoce como El Dorado apareció de una coyuntura económica y laboral ocurrida en Argentina. Por los abusos y las crisis que vivían los clubes argentinos, ya longevos en ese entonces, muchos jugadores de ese país decidieron entrar en huelga y trasladarse a destinos más prometedores. La pintoresca Colombia les parecía un paraíso de medio pelo pero estable. 

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Fue entonces que los clubes colombianos hicieron su agosto, en paralelo al mediano crecimiento industrial que experimentaron las principales ciudades y una parte del campesinado. Las estrategias modernistas que implementó el alcalde de Bogotá Fernando Mazuera y las políticas cafeteras que significaron el 70% de las exportaciones eran sólo comparables con el gran negocio del fútbol: jugadores ingleses, argentinos, brasileños, uruguayos e incluso yugoslavos llegaban a poblar las filas de todos los equipos nacionales para llenar los estadios cada domingo. https://www.elespectador.com/noticias/nacional/de-bonanza-crisis-un-siglo-de-economia-cafetera-articulo-407222 

De la bonanza a la tragedia

Esta sensación de bonanza era casi preocupante. Todos sabemos que cuando las cosas van bien en Colombia, algo anda mal o está pronto a desbaratarse. Y tal cual sucedieron las cosas: a finales de los 70 la economía cafetera empezó a decaer estrepitosamente, de igual manera lo hizo el fútbol en calidad de importación. La cosa cambió cuando en lugar de apuestas clandestinas los narcos empezaron a hacerse con plantillas y acciones de los clubes, y entonces las estrellas de liga se disputaban tanto como las curules en el congreso y las plataformas de aterrizaje para los cargamentos de coca. 

Mientras las amenazas acechaban el terreno de la política, a Colombia no le podía faltar esa pizca de mala suerte combinada con tragedia y sufrimiento que es tan característico del cóctel de país que nos tocó. En 1985, en el plazo de una semana, tuvimos que lidiar con el desastre de la avalancha de Armero y la toma del Palacio de Justicia. No está de más recordar el ‘considerado’ gesto de la entonces ministra de comunicaciones, Noemí Sanín, quien decidió que las cadenas televisivas debían transmitir un partido entre Millonarios y Unión Magdalena que se desarrollaba a la misma hora en que los tanques del ejército entraban por la puerta principal del palacio en la caza de los guerrilleros del M-19. https://gol.caracoltv.com/gotasdeveneno/2015/11/05/cuando-nos-pusieron-futbol-para-no-ver-el-palacio-de-justicia 

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El fútbol, entonces, fue nuevamente objeto de uso político: como lo era el circo para los romanos, a los colombianos les sirvió de juguete de distracción frente a lo que posiblemente ocasionaría una oleada de interrogantes y cuestionamientos a las actuaciones de diferentes actores sociales. 

Toda la década del noventa fue estrepitosa, con tres mundiales, una goleada a Argentina en casa ajena y el asesinato de un jugador de la selección nacional. Violencia, afros dorados, escándalos, drogas y miembros viriles de futbolistas tulueños abarrotaron las portadas de farándula durante un buen tiempo. Aparte de estas anécdotas menores, el fútbol y la tragedia se volvieron a juntar en el 2016 cuando, en plena gloria del Atlético Nacional por su clasificación a la final de la Copa Sudamericana, se esperaba el primer partido frente al pequeño e intrépido club brasileño Chapecoense, que se había trepado hasta esa instancia de manera sorprendente. 

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Cuando el plantel viajaba desde Bolivia hasta Medellín, se supo en horas de la madrugada que el vuelo había chocado en el área municipal de La Unión (Antioquia), decretando la muerte de 71 pasajeros entre ellos 19 jugadores y otros miembros de la institución. Drama, lágrimas y gestos de solidaridad se expresaron no sólo en Colombia y Brasil sino en todo el mundo durante semanas. La organización de la copa nombró al club como campeón simbólico, centenares de homenajes se rindieron en todos los estadios del mundo y millones de personas expresaron sus condolencias. Y todo esto ocurría en tiempos agitados políticamente hablando en el mundo: aun cuando en Colombia la crisis de la guerra seguía viva y la identidad siempre frágil se basaba, como decía Borges, en la fe, los pequeños gestos del fútbol permitieron entrever sentimientos de unidad que ningún movimiento o hecho político ha logrado antes.

Estamos obligados a citar al filósofo croata Srećko Horvat, y es que el presente de Croacia y Colombia parece ser muy similar, ambos países azotados por la guerra, la pobreza y la inestabilidad, pero que se aferran al fútbol para no desmoronarse. El filósofo, que habla de su país, pareciera hablar por todos nosotros cuando dice que “la euforia de hoy se trata más de un anhelo por el pasado, porque un buen futuro está en entredicho (…) la única esperanza y emoción colectiva parece ser el fútbol”. Y añade: “En lugar de idealizar la Copa del Mundo, deberíamos verla como lo que es: un reflejo invertido de lo que falta hoy en la política: la esperanza”.https://www.theguardian.com/commentisfree/2018/jul/11/croatia-england-football-progressive-political 

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