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Crónica del desempleo: así se siente empezar el año sin trabajo

Así se vive con un panorama desalentador.

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No sé muy bien porque me acosté a dormir y mucho menos para qué. Es más: no sé cómo putas me quedé dormido ni como carajos fue posible conciliar el sueño si estaba como un bombillo. Lo último que recuerdo es que pensaba en las ganas que tenía de hacer algo importante al otro día, dado que ya hace algún tiempo no sucede. A veces creo que no me merezco acostarme porque no he hecho nada que valga la pena durante el día. Abro los ojos con pánico y no sé si me toca levantarme, me gustaría preguntarle a alguien y que me diera una luz al respecto. ¿O será más sensato seguir durmiendo y no crearle más problemas a esta caótica ciudad?

Por: Andrés Felipe Ramírez Rodríguez

Bueno, finalmente no sé para qué me levanté de la cama, pero estoy arriba, y una vez más, como muchos días en el último tiempo, estoy frente al computador tratando de encontrar una respuesta alternativa a este estado, por momentos deshumanizante, conocido como el desempleo y sus incesantes triquiñuelas. De pronto la pantalla del computador se convierte en una actualizadora diaria de la esperanza que deja vivir los días de alguna forma, aunque solo sea a través de la ilusión. Al abrir alguna página, quién quita, se pueda encontrar esa posibilidad tan esquiva durante el último tiempo; un correo electrónico que de una luz a esta oscura sensación que me acompaña a diario y que no se deja alejar ni quiero alejar porque es lo único fiel en medio del desocupe y la incertidumbre diaria.

Pero, como todos los días, las noticias son desalentadoras. El desempleo crece y los más afectados son jóvenes profesionales: más del 35% se encuentran varados. Cuando leo eso, recuerdo que las últimas ferias laborales a las que he asistido, lo más productivo que hago durante el día, así lo confirman. Lo sé porque no les cabe un tinto y lo que uno se demora no es por la gran cantidad de ofertas, que rondan en captar mano de obra calificada a bajo precio por el desespero latente, sino tratando de salir de ahí por la gran cantidad de servidores sin servicio en el país, en medio de estrechos corredores cercados por deprimentes stands.

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Recuerdo la última feria uniandina, de la que casi no puedo salir por la cantidad de gente y los estrechos corredores. Para sobrellevar mi claustrofobia me acerqué a un stand. Un señorita bonita y sonriente me saludó, la saludé, y le pregunté:

- Puedo coger una monedita de chocolate, lo único atractivo que se podía ver sobre el escritorio.

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- Claro que sí, respondió. Son para usted.

- ¿Todas?, pregunté emocionado.

- No, solo una, me dijo extrañada.

- Ah, qué vaina, suspiré decepcionado.

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- Bueno, a lo que vinimos porque hay una fila grande, como puede ver. ¿En qué puedo ayudarlo, cuál es su ocupación actual, y que está buscando?

- Pues la verdad, señorita, pensé un poco como tratando de encontrar una respuesta loable. Hubo un silencio y vacío degradante e incómodo, que finalmente llené: ¡Jueputa! La verdad es que no me ocupo de nada. Actualmente mido calles de arriba abajo tratando de encontrar algo; pero no me ocupo de nada, ni siquiera de mí mismo.

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- La chica sonrió con esfuerzo y preguntó ¿Y tu aspiración salarial?

- Pues, para ser sincero, cuando empecé estaba en algunos millones pero ahora con que me dejen trabajar y me paguen la salud y pensión quedaré profundamente agradecido. Seré un trabajador fiel y comprometido a cualquier empresa como pocos ha visto en su vida. Créame: por el pago de aportes mensual aprendo rápido y por seguro de transporte no se preocupe, yo ya soy máster en caminar y la bicicleta.

Me pregunto en este punto, ya fuera de la feria de la que casi no puedo escapar, ¿Cómo putas uno paga salud y pensión si no recibe un peso?. ¿Y pensión? Por Dios ¿Puede ser más indignante esto cuando mi mamá tuvo que pagar 20 millones a un abogado para que le sacara la pensión después de 5 años de luchas jurídicas? ¿Con qué ganas y, sobre todo, con qué plata hago ese bien llamado aporte?

¿Cómo putas uno paga salud y pensión si no recibe un peso?

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Debo confesar que he roto el marrano, que guardé con recelo hasta las últimas consecuencias, y que últimamente se nutrió de monedas que veo por ahí pagando, hasta las de chocolate. Lo he roto con tres fines concretos: pagar los putos aportes y poder recibir así un poco de dinero de algunas chisgas que hago, pagar la comida de mi perra, e invitar a una niña a salir, porque al drama de dinero súmele un verano pecaminoso y ruin del tiempo de desempleo. 

Así que pagué salud, le di comida a la perrita y, en busca de algo de amor, saqué una tajada del marrano, pero al final del cuento no recibí nada de amor y descubrí que la sensación de fracaso, que se va alimentando día a día, de frustración en frustración, se huele a metros. Me tocó devolverme caminando a casa, sin ni un besito en la boca, porque las monedas que cambié previamente en el Mac pollo de mi barrio se acabaron tratando de consumar la conquista sin éxito. Como fui insistente y disciplinado en las artes de la seducción, se pasó la hora y Transmilenio no servía ya, taxi ni en sueños; y en desempleos como éstos cuando se oye hablar de Uber se ve tan lejano como planear las próximas vacaciones en Marte.

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Pero bueno, no está de más caminar y aprovechar que el tiempo en desempleo es otro porque sobra. Es abundante, tanto como para responder de inmediato a cualquier mínimo estímulo, cualquier aviso del celular del teléfono; el pitico del correo es un estimulante, ante la posibilidad de haber sido elegido entre 500 aspirantes para alguna de las más de 175 propuestas de trabajo enviadas, que ya no están tan claramente dirigidas a experiencia, gustos o habilidades sino (y esto es más humillante aún que la promesa a un amigo de volverme hincha de Santa fe si me prestaba plata) a lo que salga porque la situación está dura. A cada respuesta inmediata, ya casi automática, no encontrar más que ofertas de productos o avisos de bancos por mora, para los que los clientes son muy importantes y nos recomiendan a diario con una disciplina envidiable ponerse al día con las obligaciones. “Deseamos que nuestros clientes disfruten de los beneficios que tenemos a su disposición”, replica Bancolombia. “Por esta razón queremos resaltar la importancia de mantener buenos hábitos de pago, ésta la mejor carta de presentación”.

De pronto, suena el teléfono. Brinco con esperanza y todo es una falsa alarma.

De pronto, suena el teléfono. Brinco con esperanza y todo es una falsa alarma; ya reconozco las llamadas de Bancolombia: su teléfono tiene un número de más a los normales. Rechazo la llamada y me veo hablando solo, argumentando que ya esta mañana me llamaron, ya les expliqué, no me jodan más, no me atormenten, por favor. Discuto solo, sentado frente a una gran variedad de tiendas, con la maleta desteñida por incesante sol, la espontánea lluvia, y mis fieles compañeras de viaje: las libretas y esferos de publicidad que ahora me rapo en cuanto evento gratuito hay en la ciudad y guardo con recelo. Porque en estos momentos todo es un recurso, y si es gratis es una maravilla enviada de Dios. Todo esto frente a una mirada fija en lo inalcanzables que se pueden ver los objetos, los libros, las cosas bellas de la vida, las personas bonitas.

Ya en este estadio me da pena entrar a chismosear a Swatch y mucho menos a Speedo donde he entrado a averiguar maricadas 4 veces en los últimos 15 días y he salido con el mismo suspiro de resignación. Por ello prefiero recorrer los pasillos de las librerías porque no tengo nada más que hacer: el olor del espacio ocupado por libros nuevos me hace sentir seguro. Cuántos libros, suspiro, y miro a mi alrededor extasiado. Cuánta literatura que me gustaría comprar, leer, subrayar, ponerles stickers, comentar, compartir. Los huelo extasiado con esos olores inconfundibles, los palpo y paso las páginas con rapidez como para devorarlos y vivirlos en fracciones de segundo en una especie de ósmosis por olfacción. Miro el precio y prefiero anotar el autor en mi libreta de Publicidad de Dentisalud, y resalto el nombre como para no perder de vista esa experiencia, para no olvidar volver al encuentro en un futuro que por momentos fantasea con ser prometedor.

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La librería es pequeña y es la tercera pasada por el mismo pasillo. He olido más de 23 libros, y las miradas de colaboradores de la tienda ahora se tornan vigilantes. De pronto es como si la maleta trajinada por el sol y la lluvia espontánea me delatara en el delito, o tal vez mi billetera delgada que ha perdido el olor a billetes generara dudas, o supieran que mis tarjetas rojas brillan por su saldo en rojo. O será que uno empieza a oler a feo porque suda muchas veces durante el día. Se seca y vuelve y se moja, y hay días en que es preferible desayunar bien que comprar desodorante. Usar limón en las axilas y tener posibilidad de comer huevito con pan y alguna frutica de cosecha, para no sufrir desmayos en las largas caminatas o vueltas en bicicleta. O tal vez se dieron cuenta que hago “refill” de agua cada vez que puedo en los baños de los centros comerciales. O será más bien que en mi frente se nota que de vez en cuando debo evitar el pasaje de Transmilenio. O tal vez las dudas giren simplemente alrededor de mi forma de experimentar los libros en los laberintos, y la vida en los laberintos, y los laberintos en la vida, y la vida en las calles y la calle en los laberintos de las librerías.  

Hay días en que es preferible desayunar bien que comprar desodorante.

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Como si de pronto empezara un tránsito del desempleo a la delincuencia marcada en el cuerpo, tal vez en la desesperanza, en lo desgastado de los objetos o en lo desgastado de la vida en cada mirar, oler o moverse. Relojes, ropa, gafas pasan y solo pasan y todo se ve tan lejos y el amor es una utopía más que filosófica. Es real en la práctica que es una utopía. Porque para conocer una vieja y comérsela tocaría violentar la ley, pagar solo un pasaje o ninguno, repartir miserias, ser cómplices del dolor de las penumbras, del día a día cada vez más achacado, más incrédulo, más inseguro, con más odio en el corazón y menos suela en los zapatos. Y en la fantasía podría ser una prueba fehaciente del verdadero amor, que construye sus bases en las dificultades y se materializa en la opulencia, pero cuando uno va a ver eso es estúpido, Ilusorio, incoherente.

La verdad es que es muy poco atractivo y carente de feromonas ese caminar desorientado de arriba abajo, hasta perder el arriba y el abajo porque todo es abajo y todo se empieza a ver hacia arriba. Sin saber si se está haciendo algo para la vida o en la vida o si día a día se desperdicia con descaro. Como si cada levantada de la cama fuera un abrir de un grifo y dejar que el agua salga sin sentido, sin control, consumiéndose en el pasar del tiempo, de la locura, de la inconciencia. Esperando a ver si en algún momento todo pasa y vuelve a su cauce o el agua espumeante lo ahoga a uno en el trance de la estupidez del paso por la vida.

Invento rutinas para verificar que, incluso en medio del pantano, el hombre se protege de lo inesperado con  fidelidades a una serie de actos encadenados que hacen de la vida un aparente y confortable seno materno. Naufragio rutinario e inocuo de horas y horas enteras frente a interminables formatos, cada organización con su exclusividad cifrada en modelos de hoja de vida propios, los cuales invalidan toda la experiencia laboral y vital propia y al terminar lo que queda es una sensación de no haber hecho nada en la vida.

Cada organización con su exclusividad cifrada en modelos de hoja de vida. 

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Horas y horas llenando cuadritos, y meses y años y una vida entera en el silencio, sin respuesta, sin adiós, hasta luego, gracias, sigue participando, gracias por tu interés. Gracias por tu interés y voluntad de participar en todos los motores de búsqueda de empleo en donde importantes empresas buscan profesionales, con inglés perfecto demostrable, preferiblemente con maestría y se valora tercer idioma por un millón de pesos de prestación de servicios de tiempo completo de disponibilidad viajar, de fines de semana a convenir. Todo un aparato de dominación funcionando en la espera eterna. La respuesta que nunca llega.

Los vacíos que por bien que esté la cosa, si es amigo o familiar, pasa por una manita de bien por ti en wasap. Una manita que se vuelve imposible de interpretar, cuando se tiene todo el tiempo del mundo para interpretar, y pasa por un bien que esto está hecho “ñatico”; o bien por ti sigue participando; bien, tu vida en una hoja acaba de desaparecer en mi bote de basura. Bien por tu espíritu emprendedor. Bien amigo, ya no jodas más que no hay nada para ti, te voy a terminar odiando, es más ya te odio. Monólogos propios de wasap de textos donde pregunto cómo va la cosa y a los 15 días me doy cuenta de que ya me respondí de nuevo y sigo preguntando y respondiéndome a mí mismo por un mes, abrumado en la necesidad avasallante. Una necesidad que, como en la conquista, repele pero que con el pasar del tiempo ayuda a perder día a día la vergüenza y se nutre de una encomiable humildad. Agradecido porque alguien me puso un ok que por lo menos tiene letras o que por lo menos me saludó, y de eso me agarro con saña como última esperanza.

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Pero al final de todo este proceso, a la encomiable humildad y a la perdida de vergüenza se le suma el arte de lo que los músicos llaman “chisguear”; de conseguir un poquito aquí y otro allá, para tapar un hueco, saltando matones para lograr pequeñas conquistas diarias y seguir viviendo en dignidad. Se agradecen los besitos con lengua desde el alma, se aprenden trabajos inimaginables, habilidades ocultas, recursos impensados y pequeñas trampitas al sistema para sacar ventaja, para posponer deudas, para refinanciar la vida y lograr avances a 18 meses y hasta más para alargar así la vida, y, quién quita, descubrir la fórmula de la inmortalidad. Se termina escribiendo, ya no por una razón eminentemente trascendental y de desarrollo ultrapersonal. Ese amor al arte y las letras queda sujeto a que una vez más llegó el recibo de la luz. Ahora todo gira alrededor de la supervivencia.

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