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Cuidado: la Yerrymanía nos está alborotando el complejo colombiano

Apoyemos a nuestros ídolos sin que nos devore el personaje.

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Foto: Gettyimages

Desde que a Colombia le fue bien en Brasil 2014 y varios ídolos se fueron a equipos grandes de Europa, nuestro complejo de reconocimiento comenzó a notarse mucho.

Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste

         No era sino que anunciaran a Yerry Mina como nuevo jugador del Barcelona para que a los colombianos se nos maximizara la corronchería  de morirnos de la emoción por ver su primer cuca-patada con Messi, o por saber si ya le enseñó a sus compañeros a celebrar contorsionando el esqueleto, y poniendo los ojos todos blancos, como cuando parece poseído por un espíritu en un ritual de vudú.

En su primer partido como titular, contra Getafe por La Liga, Yerry Fernando casi hace gol de cabeza y los noticieros le dedicaron el mismo tiempo que merecería la llegada del hombre a Júpiter. En redes sociales, cuándo no, este asunto también se nos ha salido de las manos. Parecido a cuando James llegó al Real Madrid. Entre los análisis políticos de que Petro nos va a expropiar el Spark del ChevyPlan si llega a Presidente, y la marca de palillos que usó Mina para removerse los residuos de paella que le quedaron entre los dientes después de almorzar, Facebook y Twitter estallan en mil pedazos.

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Para no ir más lejos, mientras se escribe esta columna, todos los medios titulan súper excitados que Mina podría ser titular contra el Girona. «Podría». No, pues. ¡Paren las rotativas! Tremendo Breaking News. «Podría» es lo mismo que nada. Una posibilidad que se debate entre sí y no, sobra decir, no es noticia. Y lo que no es noticia podría no importarnos. (Por cierto, no fue convocado).

Pero el minuto a minuto del primer futbolista colombiano que llega al Barcelona sigue su curso con toda la imbecilidad posible. Como Mina no estuvo ni en el banco de suplentes contra el Chelsea, apareció un intento de columna de opinión local llamada «El desprecio del DT del Barcelona a Yerry Mina en Champions». ¿Desprecio? Desprecio de columna, más bien. Eran cuatro párrafos que hacían sangrar los ojos. La prensa española apenas está asimilando la compleja sintaxis de llamarse «Yerry» y no «Jerry», pero ya hay algunos que exigen para él una butaca vitalicia en la titular del equipo.

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Es insólito tener que raspar la cacerola de las obviedades todo el tiempo, pero a veces como que toca. Yerry Mina es un crack y le sobra la clase para brillar en el Barcelona. Es joven, rápido, intuitivo, inteligente, noble, sale jugando, defiende perfecto, tiene liderazgo, confianza y hasta goles de cabeza hace. En lo poco que ha jugado, ha ordenado al equipo. Se le ve dándoles órdenes a sus compañeros. Lógico que merece la oportunidad de ser titular y, por cómo juega, cuando se la den la va a aprovechar. Pero exigir que juegue siempre es más zoquete que decir que FarcSantos le entregó el país a Pinochenko.

         Desde que a Colombia le fue bien en Brasil 2014 y varios ídolos se fueron a equipos grandes de Europa, nuestro complejo de reconocimiento comenzó a notarse mucho. Pasó con James, Falcao, Cuadrado, David Ospina y ahora está pasando con Yerry Fernando. Estamos desmedidamente orgullosos de ellos. Sus victorias las asumimos como propias, e incluso sentimos que nos representan, cuando, siendo sensatos, nos deberíamos sentir más representados por Johan Arango o el tiburón Willy: la mascota del Atlético Junior que se la pasa arrimándole las aletas a las porristas del equipo.

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A un mes de su llegada al Camp Nou ya se habla de que Mina no es del gusto del técnico Valverde y no hace falta ser clarividente para saber que muy pronto arrancaremos a insultarlo como hacíamos con Zidane. Al francés le dijimos tantas veces «calvo hijueputa» que casi logramos que le saliera pelo de nuevo.

Es inconcebible que la suplencia del ex Santa Fe y Palmeiras la asumamos como algo personal, como una conspiración para menospreciar el talento de nuestros deportistas. Pero lo hacemos. Nos vamos al carajo todo el tiempo por esa fantochería que, intrínsecamente, acompaña a muchos colombianos. No asumimos nuestro lugar en el mundo. Nos dicen «Columbia» y no hay campaña tropipop que lo pueda evitar. Necesitamos que el mundo entero destaque nuestros méritos e ignore nuestras vergüenzas. Si dicen que somos un país de narcos nos indignamos, pero a la vez justificamos el racismo de Edwin Cardona contra un coreano bajo el pretextico pendejo de la picardía; de la malicia indígena. De creer que la ley debe ser para todos, menos para nosotros.

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Por eso, por la necesidad de ser reconocidos, legitimados, es que muchos compatriotas llegan a los aeropuertos del mundo armando gritería, con el sombrero vueltiao bien enterrado en la cabeza y forrados en la camiseta de la Selección: una amalgama de precariedades que, antes que orgullo nacional, da muchísima vergüenza.

         Eso sí, no vaya y sea que Mina tenga una mala racha con el Barcelona. Porque ahí llegarán las puteadas y serán los que más lo glorificaron los primeros en menospreciarlo, pues hay pocas colombianadas más clásicas que escupirles a los ídolos después de que los dotamos de poderes sobrenaturales. Sin que esta columna se convierta en una apología a la tibieza, la invitación es a que apoyemos a nuestros ídolos en la justa medida; sin que nos devore el personaje.

Con más bajo perfil, Dávinson Sánchez, un jugador parecido a Mina por su juventud y su talento, pero que costó cuatro veces más que el 24 culé, ha logrado ganarse un puesto en la titular del Tottenham, otro equipazo europeo. Sin embargo, al ser un equipo no tan mediático, sin un solo barrabrava en Cedritos ni Mazurén, la gente no está tan interesada en saber qué secretea Dávinson con Erik Lamela cuando se tapan la boca en los entrenamientos.

En cambio, al hijo de Guachené ya lo vimos cuchicheando con Messi en pleno partido y la publicación de la imagen debió salvar a más de un periodista con maestría en comunicación digital quien, después de siete años en una universidad, debe aprovechar los usuarios únicos que genera una ligereza así para no tener que volver a revisar las ofertas mediocres que ofrece Computrabajo.

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Viendo el presente de las cosas, no estaría de más inventarnos una cadena de WhatsApp advirtiendo que si somos tan posudos e insoportables con los triunfos o las derrotas de nuestros ídolos deportivos, nos vamos a convertir en Venezuela. A ver si todo el mundo lo cree y le bajamos a la corronchería de una vez por todas.

Estamos insoportables con la llegada de Yerry Mina al Barcelona. Pero más allá de la emoción sensata de ver a un colombiano en el mejor equipo del mundo, creo que es momento de reflexionar y enfocarnos en lo que realmente trascenderá nuestras vidas en el futuro inmediato: nuestros objetivos personales, a quién vamos a elegir Presidente y, sobre todo, el regreso del Panini.

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