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Debate y juicio a Hefner: El legado que debería morir con Hugh

Tras 91 años en el mundo, murió Hugh Hefner y con él deberían desaparecer todas las condiciones que permitieron su éxito.

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*Nota del editor: la muerte de Hugh Hefner ha suscitado un debate interesante y necesario. ¿Fue Hugh Hefner un gran libertador sexual o uno de los que afianzó la reducción de la mujer a una mercancía? Le armamos juicio al difunto director de Playboy y acá están los puntos de vista de la defensa y la acusación. A continuación habla la fiscalía. Lea también los argumentos de la defensa (VER)

El emporio editorial y de marca que levantó Hefner probablemente sólo pueda ser comparado con el de Walt Disney.  El éxito de su concepto, pese al paso del tiempo, se debe a la reproducción permanente de una fórmula más bien sencilla: la reducción de la mujer a la categoría de mercancía.

Por: Za Carmenza // @ZaCarmenza

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Playboy no le dio un lugar diferente al de objeto sexual a la mujer, no dignificó tampoco el trabajo sexual como muchos afirman, ni derribó tabúes o abrió mentalidades. Playboy solamente le subió la categoría social al proxeneta, al putero y al violador, al tiempo que posicionaba como único cuerpo deseable el de la mujer cisgénero (aprendan el término, cuando la identidad de género –hombre, mujer– coincide con el sexo biológico) de curvas pronunciadas y actitud complaciente.

El mensaje de Hefner es claro: la mujer es un objeto en función del hombre, en la misma medida que lo es un automóvil, un reloj de lujo o un licor excéntrico. Todos productos también publicitados en las páginas de Playboy.

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Quienes lo defienden han halagado su nivel como editor y, claro, una sociedad que considera los derechos de la mujer de menor cuantía que los del resto, siempre verá aceptable violar esos derechos en nombre de intereses “nobles”: el buen periodismo, la calidad editorial o la publicación de grandes nombres como Truman Capote, Stephen King, Vladimir Nabokov, Jack Kerouac o Jorge Luis Borges.

Ni Kerouac, ni Borges, ni Capote necesitaban a Playboy. Muchos de ellos con una audiencia ya posicionada publicaron obras inéditas en las páginas de la revista; otros, sin lugar a dudas, habrían alcanzado el éxito editorial sin la promoción de Hefner.

Tampoco es cierto que Hefner haya revolucionado los valores sexuales de la época; la normalización de relaciones profundamente desiguales, en términos de edad y nivel económico, no es más que el intento de dar estatus a los ya muy conservadores roles asignados a hombres y mujeres. 

Él, millonario, viejo, mujeriego; ¿ellas? jóvenes, voluptuosas y uniformadas. Sí, uniformadas; todas y cada una de las Playmates  y todas y cada una de las mujeres que se disfrazaron alguna vez de conejita: modelos en serie para consumo masivo. ¿Revolucionario? Más bien poco.

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La leyenda en torno a Hefner incluyó su mansión, el lugar de ensueño en el que vivía el magnate, rodeado de las mujeres consideradas más atractivas. Un lugar más allá de las leyes en el que todo era permitido, incluso los escándalos de violación sexual a menores de edad en los que -años después- resultaría envuelto Bill Cosby, amigo cercano del magnate muerto.

Hugh Hefner no es un héroe, no es un ídolo, no es un revolucionario; es, apenas, un empresario exitoso en una industria construida sobre el dolor y la explotación femenina y eso, queridos fans de las conejitas, tampoco tiene mérito alguno.

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