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‘El dilema de las redes sociales’: 7 lecciones incómodas

7 revelaciones incómodas sobre nuestra vida digital en el nuevo documental de Netflix.

648246_El dilema de las redes sociales - Netflix - Foto: Sala de prensa Netflix
El dilema de las redes sociales - Netflix - Foto: Sala de prensa Netflix

El dilema de las redes sociales es un documental de Netflix que hurga en un terreno incómodo: el control que ejercen sobre nosotros las grandes compañías tecnológicas. Un escueto drama en el que un adolescente que se vuelve adicto poco a poco a las redes sociales empujado por tres tipos que representan el algoritmo, se intercala con una serie de entrevistas reveladoras a personajes con información de primera mano: estudiosos y trabajadores de empresas como Twitter, Pinterest, Facebook y Google.

Es una mirada desde adentro a las consecuencias que están teniendo y que tendrán las sociedades que no le pongan freno al capitalismo de la información.

“Esta es la última generación de personas que sabrán cómo era la vida antes de la ilusión”

¿Cuál es el problema de las redes sociales? Esa es justamente la pregunta que trata de contestar el documental. Internet y sus expertos, que replican “fórmulas de éxito” sin rechistar, sin pensar, nos han hecho creer que la característica principal de esta era es la inmediatez. Pero nada más alejado de la realidad. Para hacer un análisis social de las consecuencias de Internet hay un factor ineludible: el tiempo. Internet es un invento reciente y tendrá que pasar una nueva generación para que sepamos con certeza cuáles han sido sus consecuencias.

A medida que crecen las “Big Tech” crece la depresión y la adicción  

Por lo pronto, las proyecciones no son tan buenas. En El dilema de las redes sociales se acercan a datos dicientes. Desde 2010-2011, correlativamente con la época en la que creció el uso de Internet, aumentó un 62% el número de mujeres adolescentes que se hacían heridas a sí mismas con respecto a la década anterior. En preadolescentes aumentó 189%. Y el mismo patrón aplicó para los suicidios.

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A medida que las Big Tech crecen en su influencia, crecen los casos de adicción a dispositivos electrónicos o la depresión; nacen también nuevas enfermedades, como una mencionada en el documental, la “Dismorfía de Snapchat”: un trastorno relacionado con la distorsión entre la imagen real y la imagen atravesada por los filtros.

Si bien vale la pena decir que el psicoanálisis nos ha enseñado que la imagen que nos construimos de sí mismos está atravesada por la mirada del Otro, lo que ha hecho Internet es amplificar la edición de sí mismo a niveles insospechados e inmanejables. Las posibilidades de cambiarse la imagen en Internet no están al alcance ni de los cirujanos de Michael Jackson. Eso, al parecer, está generando malestar en los jóvenes.

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La participación en Internet es una ilusión

Tristan Harris, extrabajador de Google, adicto a su correo y presidente del Centro de tecnología humana, es la voz protagonista del documental. Cuando todavía trabajaba en Google, cuenta, hizo circular entre la compañía una presentación que era también un llamado para hacer menos adictivas las plataformas de la compañía. En aquel entonces todos hablaron de ello. Se discutió en varias reuniones.

Al final, no pasó nada.

El entusiasmo por “hacer algo” para solucionar aquel problema se desvaneció en el aire. Y su historia es paradigmática de las limitaciones de las buenas intenciones en Internet.

En los ambientes especializados es común escuchar publicistas maravillados con el discurso de la interactividad, de la capacidad de “los usuarios” para “participar” en Internet. Tanto la “interactividad” como ese el invento posmoderno de capitalizar la “experiencia” son fetiches publicitarios sobrevalorados. Se utilizan como técnicas deseables para replicar en línea sin ningún reparo ético en la seguridad, la privacidad o la reflexión.

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Paradójicamente, lo que en apariencia es participar en la vida social (postear, compartir una opinión, retuitear, dar Me gusta, etc.), para las redes sociales es alimentar el algoritmo. Sumar información para que, cada vez más, el algoritmo nos complazca. En esa demanda de interacción y de información constante lo que en una semana fue importante la siguiente parece obsoleto. Habrá que participar en otra cosa para sentirse vigente.

“Si no pagas por el producto, tú eres el producto”

Según Cathy O Neil, científica de datos y autora del libro Weapons of math destruction, los algoritmos son “opiniones en código. No son objetivos. Están programados para una definición de éxito. Tienen un interés comercial. Nadie termina de entender muy bien cómo funcionan y cambian solos. Nos controlan más de lo que nosotros los controlamos”. Cada uno de nuestros pasos en línea está alimentando ese monstruo, haciéndolo cada vez más preciso e intuitivo.

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Hoy son muchas las plataformas que pelean por nuestra atención. Y al “interactuar” alimentamos sofisticadas máquinas de Inteligencia Artificial. Somos el producto porque los algoritmos saben cada vez más como obligarnos a hacer lo que quieren: “el producto es el cambio gradual que sufre tu conducta, lo que piensas, lo que haces, lo que eres”, cuenta Jaron Lanier, autor del libro 10 razones para eliminar tus redes sociales de inmediato.

Las empresas en Internet venden seguridad, predicciones. Se necesita información. Hoy vivimos en el capitalismo de la vigilancia: un mercado que no existía y que se dedica exclusivamente al futuro humano.

“Todos somos ratas de laboratorio”

Empresas como Facebook construyen modelos que predicen nuestras acciones, como si fuéramos un muñeco vudú al que puyan para que interactúe. Y son nuestras acciones las que permiten la creación de ese modelo. Experimentan con nosotros todo el tiempo. Nos muestran y ocultan cosas para medir nuestras respuestas.

Los feeds que vemos en nuestras redes sociales están programados en niveles muy profundos. Saben qué mostrarnos para que generemos hábitos inconscientes. En las grandes compañías  “hay una disciplina llamada técnicas de crecimiento acelerado” con equipos de ingenieros que trabajan para “hackear la mente de la gente”.

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Tristan Harris explica que, a diferencia de herramientas como, por ejemplo, una bicicleta, que está ahí esperando para cuando necesitemos movilizarnos, las redes sociales se constituyen no como una herramienta. No esperan, sino que exigen cosas, demandan atención. “Las redes sociales no son una herramienta que espera ser usada, te seduce. Usa tu piscología en tu contra”.

“La tecnología supera las debilidades humanas”

Resulta curioso como la mayoría de los entrevistados en El dilema de las redes sociales coinciden en que, aun sabiendo cómo funcionan los trucos, somos vulnerables. Si la gente que diseñó las plataformas se vio atrapada por su adicción, ¿qué podemos esperar los demás? ¿Evolucionamos para saber lo que 100 personas piensan de nosotros? ¿Requerimos recompensas a corto plazo? Todos coinciden en que la estimulación que produce la aprobación en línea deja a los usuarios más vacíos y carentes que antes. Pero el problema trasciende al individuo.

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“La tecnología supera las debilidades humanas”, cuenta Tristan Harris. “Esa es la base de la adicción, la radicalización, la polarización. Eso es dominar la mente humana. Es el jaque mate a la humanidad”.

Los casos de manipulación a través de Facebook son bien conocidos. Han incidido directamente en las elecciones de Estados Unidos, Brasil, Francia. Los brotes de teorías descabelladas sobre cualquier tema están relacionados con el hecho de que las ventanas que vemos no son iguales para todos, por eso a unos les parece probable que la tierra sea plana o que el coronavirus sea un invento. Al generar burbujas de satisfacción, con el tiempo, la gente tiene la idea de que todos están de acuerdo. Hasta que se encuentran con la realidad. Esa presión para elegir es una trampa. Es privarse de la presencia de un otro.

Las guerras en redes sociales son como “guerras a control remoto”. Pueden usar legítimamente las plataformas para fines perversos. Si todos quieren su propia verdad no hay necesidad de que la gente interactúe. Se niega la discusión. Por eso en Internet parece tan importante debatir, acercar a las visiones radicalmente opuestas. Intentar llegar, de algún modo, a un consenso de lo verdadero.

Se necesita un nuevo modelo de negocio e intervención de los gobiernos

La Inteligencia Artificial no retrocede. Con el tiempo sabrá más y más de sus usuarios. Las compañías están atrapadas en el modelo de negocios que demanda más información. Por ello se necesita regulación, grabar la acumulación de información, como la acumulación de dinero. Y, como dice Jaron Lanier, necesitamos la crítica: “son las que mejoran las cosas. Los críticos son los optimistas de la verdad”.

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