Una vaina es acostarse a dormir sin cenar porque hubo agarrón marital previo. Eso, dependiendo de la profundidad en que se haya metido la pata, tiene solución. Casi todas las parejas que viven juntas han pasado por la extendida visita de los suegros que tienen la mágica capacidad de reducir las ganas de tirar a su mínima expresión. El estrés y hasta el exceso de comida pueden ganarles a las ganas de sexo; pero el efecto de las pepas, esa joda es harina de otro costal.
Por: Trilce Ortiz // @trilceo
Juan Manuel tiene la misma conversación consigo mismo por lo menos una vez a la semana: recuperar su vida sexual o mantener su cordura. Sus papás habían atribuido sus cambios de humor a la “metedera y las borracheras”, contó Juan, pero cuando en uno de sus temidos arranques de histeria rajó el portátil de su papá como cualquier tirita de papel, todos supieron que la vaina era más seria. Al par de meses tenía su dictamen oficial de “trastorno bipolar” y entre muchas otras pepas se tomaba todos los días la dosis de carbonato de litio que mantenía bajo control a su Hulk y de paso arrasaba por completo con su deseo de tener sexo, así tuviera encuerada enfrente a la mismísima Kate Moss.
“Me tenía harto la vaina, me daba vergüenza con las viejas que pasáramos horas bluyiniando y a mí ni se me parara”, explicó Juan Manuel. La alternativa fue dejarse de tomar las pepas a escondidas de sus papás. “Me sentí como si regresara de un sueño letárgico, volví a salir, bailaba, me reía y tiraba delicioso”, contó. El problema es que de la mano con las sesiones de sexo, llegaron también los cambios de ánimo. “Era un caos total, pasaba de no dormir por días y tirar como conejo a no querer ver a nadie y soñar con botarme por una ventana”, agregó. Su novia de esa época le suplicó que se volviera a tomar los medicamentos, y al par de meses lo abandonó porque no tener sexo la estaba “volviendo loca”.
Karina tiene 29 años y toma antidepresivos desde los 16. “Yo crecí en la casa de mi abuela y la viejita casi se muere del estrés lidiando con mis crisis depresivas. La verdad yo me sentí liberada cuando empecé a tomar Prozac, fue como si le hubieran puesto unas gafas permanentes de lentes rosa a mi cerebro, todo se veía bello”, explicó.
Karina le cogió pánico a sentir cualquier asomo de tristeza y fue subiéndose la dosis para mantener la sonrisa de Joker. “Yo sabía que la felicidad que sentía todo el tiempo era falsa, pero me encantaba”. A los 20 Karina había decidido que era asexual porque no le daban ganas ni de masturbarse, pero cuando el chico que le gustaba le sugirió bajarle un poco a su dosis, se dio gusto en el all you can eat sexual de tres años de deseo reprimido. “Al mes estaba de clínica, pasaba días sin comer, sin bañarme y me tomaba hasta el agua del florero”, contó. “Era una vaina de verdad triste, o me comía a mi novio oliendo a mico o nuestros dates eran puros planes sociales oliendo rico”.El asunto de las pepas y la libido no es sólo en casos extremos de enfermedades psiquiátricas. Susana y su novio, mamados de usar condones, decidieron ensayar con la píldora. A los tres meses él la estaba acusando de ponerle los cachos con otro man y ella desesperada buscaba en Internet la respuesta a su falta absoluta de ganas. “Al fin mi ginecóloga me dijo que muy seguramente era un efecto de las hormonas que tenían las pepas anticonceptivas”, contó Susana. Por lo menos las dichosas cumplían su objetivo de evitar a toda costa los embarazos.
“A mí me tocó aceptar que no era sólo un asunto de las pepas. También estaba todo el trago que me tomaba el fin de semana, la trasnochadera y mi propia autoestima que andaba por el piso”, explicó Juan Manuel. Tomarse los medicamentos con juicio, llevar una vida más tranquila y ser honesto con su psiquiatra sobre los efectos secundarios del tren de pepas que igual le toca meterse a diario le han ayudado a tener una mejor vida sexual. “Mariana, mi novia de ahora, es una santa, yo de ella me hubiera mamado hace rato de tirar sólo de vez en cuando, más porque ella es re sexual, pero bueno, ahí vamos”.
“Yo prefiero la vida color de rosa al sexo, o eso creo”, concluyó Karina. Según Cristian Thomas, director del Centro de Estudios de Sexualidad de Santiago, Chile, el problema no es el Prozac en sí mismo, sino que los pacientes abusan del mismo. A ella no le importa, prefiere no sentir ganas a sentirse remotamente triste.
Susana sacó master en métodos de planificación, hasta graduarse con el Nuva Ring, “no me lo cubre el seguro, y tampoco es barato, pero vale toda la pena”, explicó, “no me jode las ganas, como lo hacían las tales pepas”.