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El éxtasis en la Noche de Tambó, la Rueda de Cumbia más grande del mundo.

Una crónica sobre la fiesta que le da inicio al Carnaval de Barranquilla

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Por: Raúl Riveros // Fotos: Camilo Pachón

Existen versiones sobre los inicios del Carnaval de Barranquilla que hablan de celebraciones en las que los músicos tocaban en cierto lugar y las personas festejaban bailando en un círculo alrededor de ellos.  Eran otras épocas, donde las fiestas podían ser sencillas, sin necesidad de tanto perendengue. Ese formato de fiesta callejera ha logrado mantenerse hasta la actualidad, siendo conocido como Rueda de Cumbia.

Se realizan varias durante el año pero las mejores son en la época carnavalera, en el Barrio Abajo, un sector popular de la ciudad, famoso por su importancia histórica y su relación con el Carnaval. En Barranquilla se dio la misma situación que se da en todo pueblo que queda a la orilla del río, y es que hay un Barrio Abajo, en la desembocadura, y un Barrio Arriba, que es más alejado. En el de abajo quedaba la Estación Montoya del tranvía, así que muchas personas de afuera llegaron y se instalaron allí, generando un intercambio cultural muy importante para el desarrollo de la ciudad.

Agustín Parejo y Maritza Better, directores de la Cumbiamba que lleva su nombre, hablan de la historia carnavalera del sector. “En Rebolo, Las Nieves y los otros lugares del Barrio Arriba había otra música de tradición, como el Congo, pero el Barrio Abajo siempre ha sido Cumbiambero.  De aquí han salido una gran cantidad de Cumbiambas de gran antigüedad e importancia, y también ha sido escenario de Ruedas de Cumbia que han logrado mantenerse activas y con gran afluencia de público”.

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Este año lastimosamente no se pudieron hacer todos los viernes precarnavaleros, como es costumbre, debido al recientemente modificado Código de Policía que restringió la libertad de la gente en las vías públicas. La calle es el escenario natural del barranquillero; es donde llega escapado por el fogaje de su casa para permanecer ratos largos de cada día para conocer a sus vecinos y volverse amigo de ellos. Es allí donde aprende a saludar a todo el que pasa, a mamar gallo, a interesarse por los asuntos de las demás personas, donde tertulia y discute sobre todo, donde espanta la timidez y adquiere esa espontaneidad y extroversión que lo caracterizan. Y, claro, también es allí donde parrandea.

El código se modificó pensando en reducir accidentes e inconvenientes que se generan por el consumo irresponsable de licor en la calle, pero no tuvo en cuenta que afectó también este tipo de celebraciones sanas que tienen un significado cultural muy importante.

En la Rueda de Cumbia del Barrio Abajo los músicos se ubican en la intersección de dos calles con sus instrumentos y tocan sus mejores temas, mientras se arma un pequeño anillo estático alrededor de amigos de ellos y curiosos que quieren observarlos de cerca. El siguiente anillo es el más grande y el más hermoso, donde está la gente bailando y avanzando mientras les dan vueltas a los músicos, a manera de homenaje para ellos, los generadores de la fiesta.

A pesar de ser en la calle la gente casi no cabe. Se arma un cuarto grupo de mirones que está detrás de los bailadores, muchos con ganas de meterse, pero con un poco de miedo porque saben que si se meten es con la obligación de bailar y gozar con toda la energía posible. Al igual que cuando pasa una turba corriendo, meterse y quedarse quieto puede resultar riesgoso para la integridad física.

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Los músicos se van rotando, no toda la noche tocan los mismos. Pero lo hacen bajo ciertos códigos. Si un tamborero de gran tradición está pegándole al cuero, no va a llegar uno amateur a pedir campo. Debe esperar a que él se canse y decida ceder su instrumento. A veces tocan cumbia lenta, luego una conocida para que la gente la cante y luego una rápida para acelerar el anillo de los bailadores, quienes también tienen quien maneje los ritmos y a veces inclusive ordene ir hacia atrás de manera repentina, haciendo caer y salir a los que no estén atentos. El licor, que se consigue barato en cualquier tienda de estas alegres calles, ayuda a que la emoción de la gente llegue a su tope y a que la cumbia suene aún mejor.

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Algunos de estos tamboreros fabrican sus propios instrumentos. Viajan a los Montes de María cuando la luna está en el momento adecuado para cortar los palos de ceiba indicados y darle la forma de vaso a mano.  Ahí mismo encuentran el bejuco, lo pican por los lados y hacen un aro, cosa bien complicada porque es como un caucho y donde se les suelte puede portarse como un resorte y lastimarlos fuertemente. Luego deben conseguir el cuero, que puede ser de chivo o preferiblemente de venado, cortarlo a la medida del aro de bejuco, mojarlo y montarlo.  Comienza entonces el tedioso proceso de pelar ese cuero, con una hoja de minora, porque no hay máquina que lo pueda hacer sin lastimarlo. Faltan ahora los amarres laterales, para colocar las cuñas, que son unos dientes de madera que se meten entre las cuerdas para jalar hacia abajo el aro de bejuco y tensar el cuero, logrando así la hermosa sonoridad del tambor.

Por eso la gente se solla tanto con la cumbia, porque en una época donde por todo lado nos atacan con canciones compuestas en un computador y llenas de mezclas artificiales y confusas, estos músicos sacan los sonidos de sus temas desde la profundidad de las entrañas del campo y la sabana de la costa caribe de Colombia.

La costumbre de la Rueda de Cumbia se había perdido en Barranquilla, por eso el Grupo Tambó, dirigido por Lisandro Polo, Rey Momo del 2016, tuvo la iniciativa hace más de dos décadas de organizar La Noche de Tambó: un espacio para que se presentaran grupos de cumbia de las distintas regiones de la costa y la gente pudiera disfrutar y bailar.  “La Noche de Tambó nace para darle la importancia al músico como motor principal y verdadera razón del Carnaval de Barranquilla. El Carnaval sin música sería un sepelio colectivo lleno de colores. También se buscó revivir las auténticas ruedas de cumbia que se habían perdido un poco en el Carnaval por su característica de recorrido; en un desfile es imposible hacer una”, afirma Lisandro.

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Desde su primera versión el escenario ha sido la Plaza de la Paz, emblemático lugar de la ciudad que queda en el límite del Barrio Abajo.  Las primeras versiones se hicieron el fin de semana previo a las celebraciones, pero a partir de la siguiente se ganó un espacio en el viernes de Carnaval, en la víspera de la Batalla de Flores, cuando ya hay bastantes turistas y toda Barranquilla está enfocada en el Carnaval.  En los inicios se podía contar la gente que iba y no había tarima, amplificación, ni una gran necesidad de logística para el desarrollo del evento. Pero el pasado 24 de Febrero tocó hacer una fila larguísima para poder entrar, había bastante personal de logística, una tarima enorme con sonido de altísima potencia, pantallas gigantes de gran definición y un cartel de grupos musicales de primer nivel, incluyendo a los Gaiteros de San Jacinto, ganadores del Grammy, que vienen año tras año a deleitar a los presentes.

El evento inició a las 7:00 pm con la presentación de algunos grupos escogidos por concurso previo que no tienen tanta fama pero a los que se les da la oportunidad de empezar a emocionar al público.  La Plaza de la Paz estaba repleta, había un espacio grande donde el público se ubicó para observar el evento, pero lo que valía la pena era hacerse al lado de la tarima circular y bailar alrededor de los grupos. 

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Es un evento gratuito así que se encuentra gente de todo tipo: amantes de la música tradicional y personas de todas las nacionalidades extasiados de felicidad aunque no entendieran la letra de las canciones ni nada de lo que se habla. Pero el lenguaje del folclor y de la farra es universal.  La policía restringió el ingreso al sector bailable porque ya no cabía más gente.  Nos encontramos en un apretuje sabrosísimo que no permitía bailar muy bien pero sí gozar al máximo. Mientras tanto, los grupos programados pasaban uno a uno presentando sus mejores canciones.

“Gaiteros de San Jacinto
Gaiteros de San Jacinto
Catano que vocaliza
El Goyo que toca el guacho
Guardín toca su tambó
Juan Lara toca su gaita
Eliécer toca su macho
José toca el llamador
¡La vaina ya se formó!
¡La vaina ya se formó!”

La verdad es que “la vaina” ya está formada hace rato y lo seguirá estando siempre que uno cuente con el placer de tener en frente a monstruos como estos. Ahí estaba cantando Juan Chuchita, quien a pesar de sus noventa y pico de años sigue con la energía de un pelao. Pero cómo no va estar vigoroso, si las gaitas, la cumbia y el folclor le corren por las venas? ¿Cómo no va a mantener siempre esa sonrisa de oreja a oreja, si le alegra y le estremece el alma al público cada vez que se presenta? ¿Cómo carajos no se va a merecer todos esos homenajes y premios que se ha ganado, si con sus gaiteros ha mantenido vigente la música de su pueblo y sus antepasados y la ha dado a conocer mundialmente?

Ahí estábamos todos bailando en esta pista que parece infinita, rindiéndole el mejor homenaje posible que era llegar al éxtasis con su presentación. Los que medio sabíamos bailar procurábamos llevar el pasito cortico y cadencioso de la cumbia al ritmo del llamador; los que no, simplemente se dejaban llevar por los repiques de los otros instrumentos y le permitían a su cuerpo moverse como quisieran. Igual eso era lo de menos, en esta fiesta si se baila feliz se baila bien. En cada vuelta se buscaba alguna mujer para iniciar el coqueteo propio de la cumbia, algunas lograban escaparse pero era cuestión de acelerar o frenar el ritmo para encontrarlas en otra vuelta y hacer un segundo intento.

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La cumbia tiene una importancia fundamental dentro de las fiestas carnestoléndicas. Daniela Cepeda Tarud, Reina del Carnaval en 2013, describió lo que este ritmo significa para ella: “la cumbia es la madre que me cierra los ojos y me hace mover la cadera al ritmo de la tambora africana, que me hace volar al ritmo de la flauta indígena y que me hace hondear la falda española para que aquel conquistador se aleje, pero no tanto. La cumbia es eso, nuestra sangre”.

Daniela Cepeda estuvo presente en la tarima hace cuatro años, así como lo estuvo en ese momento la Reina actual junto con Catalino Parra, Pedro Ramayá Beltrán y otros capos del folclor caribeño. Mientras tanto, en la pista vuelta tras vuelta me encontraba con hacedores del Carnaval, miembros de diferentes organizaciones culturales y otros amigos que había conocido en los diferentes viajes a festivales de pueblos de la costa.  Nadie se quería perder este espectáculo.

En este evento no hay presentaciones de bailadores profesionales pero varias personas asisten con la vestimenta tradicional de la cumbia. Algunas mujeres lucieron sus polleras y otras el vestido rojo y blanco completo; ese mismo atuendo propio de las españolas en la época de la colonia que le regalaban a sus sirvientas cuando estaba viejo y con el que ellas bailaban las pocas veces que se lo permitían con sus parejas, quienes utilizaban el mismo traje con el que trabajaban la tierra. Hay unas que inclusive llevaron su velón, que prendieron y utilizaron para defenderse de los “ataques” del hombre durante el baile.

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Cada año se rinden homenajes durante el evento. En esta ocasión fue a los Cumbiamberos de Magangué, reconocido grupo de la región, y al difunto maestro Antonio María Peñaloza, quien hizo los arreglos de Te Olvidé, himno del Carnaval.  Se presentaron los últimos grupos mientras las mujeres seguían contoneando sus caderas y los hombres maniobrando su sombrero.  La gran cantidad de vendedores que aprovecharon este evento para rebuscarse no permitieron que el licor dejara de fluir durante el baile, permitiéndonos entrar a un estado de realismo mágico que queríamos que se extendiera hasta donde fuera posible.

La luna de Barranquilla y la Catedral Primada fueron testigos privilegiados de este hermoso espectáculo que no hace parte oficial de los eventos de Carnaval pero que ha ganado una gran importancia gracias a su buena organización y al hecho de mantenerse fiel a su majestad la cumbia.  Lisandro Polo, que estaba feliz viendo cómo todo culminaba exitosamente, confesó que le han propuesto meter hasta a Juanes en la Noche de Tambó. Afortunadamente no lo ha permitido, sería un bajonazo de ánimo muy fuerte pasar de un momento sublime a punta de cumbia autóctona a una balada pop.

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Poco a poco nos retiramos de la Plaza de la Paz, al mismo tiempo con regocijo y nostalgia, por saber que debíamos esperar un año para repetir esta magnífica experiencia, pero también llenos de energía, preparados para afrontar los cuatro días de Carnaval que se venían encima, donde esperaba poder alcanzar el mismo éxtasis que en esta fabulosa Noche de Tambó, la Rueda de Cumbia más grande del mundo.

 

 

 

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