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El lado oscuro de WhatsApp: Anarquía, histeria y ansias de privacidad

La aplicación que promete privacidad absoluta tiene mucho en su contra.

WhatsApp
Getty Images | Justin Sullivan
Getty Images | Justin Sullivan

WhatsAppes la aplicación de mensajería más popular del mundo. Pero aunque luzca muy inofensiva, la desregularización de sus contenidos y los ‘excesos’ de libertad de expresión pueden ser la razón tras el crecimiento de nuevos discursos de odio y la histeria colectiva más absurda y peligrosa de nuestros tiempos. ¿Qué nos dice esto sobre nuestro uso de la libertad? Y ¿por qué la serie Matarife supo aprovechar muy bien este lenguaje?

Por Víctor Solano Urrutia Los rumores siempre han hecho parte de la naturaleza de los aplicativos digitales: que si las empresas pueden comprar mis datos personales; que si los gobiernos vigilan lo que hacemos a través de las redes sociales; que si mi ex puede espiar mis conversaciones a distancia.

Y no hay razones para afirmar o para descartar del todo estas preocupaciones. Podemos esperar cualquier cosa luego del escándalo de Cambridge Analytica, en el que se reveló que Facebook filtró las preferencias de millones de usuarios en favor del marketing político, o tras los hallazgos más cruciales de TechCrunch sobre la desprotección de 419 millones de celulares en la web

Las angustiosas cifras sobre vulneración de usuarios han llevado a la migración masiva a otras aplicaciones, estrategia parcialmente ilusa considerando que Mark Zuckerberg, el principal implicado en estos escándalos, es dueño de las 4 apps más descargadas: Facebook, WhatsApp, Instagram y Messenger.

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Prácticamente nos tiene en la palma de la mano, jugando a lo visible y lo invisible, a lo público y lo privado. Facebook en jaque: los huecos en seguridad que los pueden acabar Porque todos sabemos que las redes sociales tienen diferentes usos, digámoslo así, para diversificar la chicanería. No subimos a Instagram las bobadas que compartimos en Facebook, pero junto con LinkedIn (la “más seria”) y tal vez Tinder, estas redes son nuestras caras más visibles: edifican el ego sobre el cual basamos nuestra identidad online. WhatsApp, por otro lado, es el reino de lo semi-privado. Nadie ni dentro ni fuera de la app puede saber en qué grupos andamos o con quién conversamos, lo que la convierte en la plataforma perfecta para muchas ideologías, movimientos, tendencias y fuerzas (contra) culturales que buscan mover sus hilos con privacidad.

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Pareciera que los cursos de community manager van a tener que ‘reinventarse’ ante el hecho de que los usuarios se están volcando más hacia la creación de grupos privados con intrincados mecanismos para mantenerse ocultos y herméticos.

A ello han contribuido las herramientas de fastcheck y la creación de encuestas para que los administradores se reserven el derecho de admisión, síntoma de que la comunicación está en crisis.

Muchos usuarios de Internet parecen no querer que las páginas les digan qué ver o discutir; o que los aterroricen las recomendaciones aleatorias sobre búsquedas en Google, o que aparezca publicidad sobre fetiches privados.

La gente pide con desesperación privacidad. Y WhastApp ha sido el palacio y la guarida, como diría Miguel Bosé, porque nos otorga el privilegio de vincularnos a comunidades increíblemente específicas con gente de todo el mundo y a las que les interesan los mismos temas, por retorcidos que sean.

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Surcando aguas internacionales de WhatsApp

La principal ventaja que muchos le ven a WhatsApp es que no cuenta con ningún tipo de control estatal o privado de contenidos sobre lo que se comparte. Eso facilita el reenvío masivo de toda clase de cosas, entre las que podríamos incluir desde pornografía hasta audios incriminatorios. ¿Pero qué tan ventajosa es esta política de censura cero? Por supuesto, el exceso de libertad ha sido muy criticado por facilitar la promoción de discursos de odio. Al fin y al cabo, para crear una comunidad virtual no se necesita sino un buen nombre y un número de celular desde el cual mandar las invitaciones.

El odio y los resentimientos comunes casi que llegan por añadidura. Ahora bien, ¿es la expansión de los discursos de odio pecado de la plataforma? ¿O solo buscamos culpar al medio antes que aceptar nuestra mala leche?What’s wrong with WhatsApp?” se pregunta el periódico The Guardian frente a los más recientes fenómenos de histeria colectiva propagados en y desde WhatsApp en el Reino Unido. Gente que se organiza para incendiar antenas 5G que supuestamente lavan el cerebro, o campañas que aseguran que la “imposición” del tapabocas es una violación a los derechos de libertad de expresión.

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Lo cierto es que las consecuencias del uso privado de las redes puede medirse en impactos sociopolíticos de gran escala: Brexit, Trump, Bolsonaro… ¿sigo con la lista?  ¿Hay que temer a las cadenas de Whatsapp? Hablemos de seguridad informática Pero no repitamos lo que ya se ha dicho, que las fakenews, cadenas, piolines anti-aborto y demás material que se mueve de teléfono en teléfono son una estrategia política para adoctrinar. Eso ya lo sabemos. Ahora, de lo que se trata es de entender cómo convivimos con esa incómoda realidad, quizás ignorando el hecho de que los usuarios de WhatsApp que nos jactamos de no caer en esas lógicas igual compartimos de todo y creemos ciegamente solo porque nos movemos en grupos de nuestro interés. Porque cada grupo es una isla, y cada isla tiene sus reglas.

Las burlas a los conspiranoicos de Whatsapp, convertidas en meme.
Las burlas a los conspiranoicos de Whatsapp, convertidas en meme.
// Tomada de grupos masivos en WhatsApp

Matarife

: A Whatsapp Love Story

En Colombia tenemos un caso muy particular: ¿qué nos dice la circulación de la serie web de Daniel Mendoza, Matarife, en Whatsapp?

Justamente, la apuesta de esta producción fue salirse del formato de entretenimiento tradicional de la televisión y adoptar otras estrategias de difusión que faciliten el alcance a grandes porciones de público, sorteando hábilmente la censura o la posibilidad del sabotaje. ¿Pero por qué justamente recurrir al WhatsApp?

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Por el alto contenido político explícito de la serie, en la que no sólo se enreda al ‘innombrable’, sino a diferentes personalidades del mundo de la política, la decisión de difundirla por WhatsApp y Telegram (además de YouTube) se tomó ante el miedo de que fuera censurada y dada de baja de plataformas evidentemente controladas. La privacidad y la búsqueda de estas repúblicas sin estado (redes sociales sin una cabeza única) permitieron la expansión viral no sólo de los primeros capítulos, sino de un sinnúmero de grupos que nacen y comparten toda clase de contenido afín a la temática sin ninguna restricción externa. 

Por supuesto, este es un argumento válido y una salida fácil a las tentativas de sabotaje, entremezclando V de Vendetta y Black Mirror. Me atrevo a decir que si bien WhatsaApp no promueve discursos, sí permite que estos levanten vuelo con mucha más facilidad y rapidez por su modelo semi-anárquico de distribución de la información.

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De manera que quienes se han visto afectados por la serie no han sabido cómo responder. Al principio la creían muy chichipata por el formato, pero parece que la serie ha incomodado más que cualquier investigación formal.

Curioso o no, vemos que los papeles se han invertido. Durante años los grupos más conservadores han usado Whatsapp como instrumento fundamental para ejercer su derecho a la libertad de expresión y a la privacidad recalcitrante.

No es desconocido que por allí se han movido los cuentos más inverosímiles y absurdos que rayan con lo cómico, como el “rayo homosexualizador”, la “ideología de género” y, en últimas, toda la agenda cristiano-conservadora con incidencia en las urnas.

Si no puedes contra ellos, úneteles

Podemos aventurar una tercera razón de por qué la popularidad de Matarife.

Además de amagar la censura y de llegarle a un público más extenso (cada vez es menos la gente que ve televisión, mientras nadie puede huirle al WhatsApp), los productores y agentes publicitarios detrás de la serie apuntaron a usar un lenguaje que hasta este momento habían monopolizado los grupos conservadores. De hecho, esta puede ser la razón principal: en lugar de negar el lenguaje del enemigo, copiar su fórmula de éxito hasta la saciedad.

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Sí, Whatsapp era la gramática por excelencia de los señores sabelotodo y de las tías de ideas anticuadas que replicaban sin un pelo de dudas las cadenas con mensajes políticos a veces ni tan disimulados. Pero ahora que ese medio ha sido contaminado, se han tenido que rebuscar las estrategias: una tutela negada y una contra-serie son ahora las cartas sobre la mesa de quienes se han visto acusados por Matarife.

No obstante, parece que el rating de Matarife no va a tener la misma puntuación que en sus primeras semanas. Subversivo y todo, pero a veces la falta de costumbre mata. Copiar la gramática del enemigo pudo ser una jugada maestra no tanto por el alcance en las métricas de públicos (sólo al llegar a la mitad de la temporada sabremos esto), sino por desestabilizar la manera como entendemos WhatsApp: sin dudas, un campo de batalla en aguas internacionales, donde cada grupo es una isla con sus propios manifiestos de odios y simpatías.

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