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El llamado del hombre en llamas: cómo llevar arte colombiano al Burning Man

Así volví como artista a una de las experiencias festivaleras más extrañas y liberadoras del mundo.

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Foto. Gettyimages

ALUNA es el primer proyecto artístico colombiano en recibir la Beca Honoraria del Festival Burning Man y la primera instalación local que habitará el paraíso hippie. Acá está la primera parte de la historia de cómo coronaron el viaje.

Por María Paula Martínez  

No puedo decir que todo lo que va a suceder es culpa mía, porque eso sería arrogante, pero sí tengo gran parte de la responsabilidad. Y si me piden un culpable, entonces podría empezar por delatar al capitalismo salvaje (cómo si alguna vez hubiera otro), pues este viaje a un paraíso sin dinero nació de una revista de economía que, por alguna razón, alguien olvidó en su silla de avión, de la cual horas más tarde, me ganaría el up grade y el destino me sentaría frente a ella.

En primera página tenía la foto aérea de una ciudad que no parecía de este mundo.  Era más bien como sacada de una de esas pelis futuristas. A pesar de mi instinto animal de evadir cualquier cosa relacionada con números, decidí cogerla para darle una ojeada. Cada foto fue más extraña que la anterior; se iban acercando a los detalles, cada plano más y más cerca. ¿Quiénes son estos? ¿De dónde salieron? ¿Vivirán ahí? ¿Y si me voy a vivir ahí?

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Finalmente, detrás de todos esos números, mi cerebro logró desencriptar un mensaje más o menos parecido a este: bla, bla, Festival, economía colaborativa, Burningman, bla, bla, bla. El mensaje iba acompañado de imágenes surrealistas de un paisaje desértico en el que, de la nada, surgían esculturas gigantes con gente desnuda y diminuta saltándole a los pies; obras a las que al final el fuego envolvía convirtiendo todo cenizas y no dejar rastro.

De vez en cuando también aparecían frases como reciprocidad, trabajo comunitario, arte efímero, MOOP (matter out of place), NT (no trace), expresión radical, entre otras. Tras una cadena de coincidencias, y tres años después, finalmente llegué a mi primer festival: Burning Man 2016.

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Mi primera parada en el Burning Man

Hace 31 años nació el Burning Man y hoy en día reúne más de 70.000 personas cada año para construir una metrópoli efímera que tiene vida por tan sólo una semana, en el desierto de Black Rock, Nevada, Estados Unidos. 

En el Burning Man los barcos navegan en un mar de arena, los seres se mueven en bicicleta y las luces bailan al ritmo de la música. No existe el dinero, los límites están prohibidos y el único que sobrevive es el respeto. La arena nos colorea iguales y el polvo nos quiebra la piel hasta el alma.

Con el interminable desierto mi claustrofobia se aviva, los estímulos saltan por todos lados, la ciudad muta, cambia mientras se construye con la llegada de nuevos ciudadanos y el pánico se apodera de mí. No me quiero perder. Intento calmarme, respiro, no sirve. Trato de pensar un lugar feliz y me descubro en ese desierto interminable de color rosa, en dónde todos parecen estar sospechosamente felices y con ganas de hacer amigos, lo cual al principio me molesta, me hace sentir incómoda. Busco un punto de referencia y ahí está el domo gigante y blanco con el laser verde que alumbra al cielo. Me tranquilizo, la tormenta pasa y regreso a mi carpa.

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Llegar allí no fue fácil. Lo decidí a ultima hora. Compré primero los tiquetes a San Francisco, 15 días antes del festival para no poder echarme pa´tras. Como una loca desenredada escribí a todos los contactos que creí tenían el perfil para saber algo del festival con la ilusión de encontrar entradas, a pesar de que sabía que era necesario planear con un año de anticipación el viaje. Me metieron a varios grupos privados de Facebook y en uno de ellos saltó Rebeca, la hermana menor de mi mejor amiga del colegio. Rebe tendió sus manos, codos y pies para ayudarme a llegar al pedacito de arena más cercano a su camp; me ofreció su comida, sus duchas, y lo más importante, me presentó a Mike, y con él a su camp, Tentacles, y con él alCristina, el barco que parece flotar sobre el polvo.

Aún en Colombia, conseguí por una subasta en Francia la entrada de Da Vinci´s Workshop a 990 dólares más el envío y seguro por pérdida, suma que no quiero recordar. Faltaban detalles mínimos por resolver como: ¿dónde voy a dormir? ¿Cómo llegar de San Francisco al desierto? ¿Qué voy a comer sin hacer basura? ¿Cómo me devuelvo del desierto a Colombia?

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Y es aquí donde aparece Mike. Tentacles es el campamento que se levantaría frente a Playaskool, que a su vez sería el campamento mi amiga. Gary, su dueño, ofrece hablar con Mike para que a última hora me alquile un mínimo espacio de sombra para una carpa pequeña en algún lugar de su campamento. Y aquí otros 500 dólares.

Marta Lucía, bióloga y mi hermana mayor, juiciosamente y a regañadientes, calcula con mi peso y temperatura diaria la cantidad de agua y electrolitos que debo consumir para no deshidratarme, además de la cantidad de barras de proteína (para alpinistas) que debía comer junto a unos sobres de glucosa que completarían la dosis requerida para el funcionamiento de un organismo de mi talla, contextura, peso y edad. Solo podía pensar en el agua para llenar los cinco galones obligatorios a los que me había comprometido con el tiquete del bus.

Sin bicicletas, pero ya en San Francisco, a un día de montarme en el Bus Expreso al festival, llega UPS con el envío de la comida que ordenó mi hermana, además de las luces delantera y trasera de carga solar para la bicicleta que aún no conseguía, un vaso (obligatorio) colapsable de camping con un mosquetón para colgar todo el tiempo del morral, un contenedor (también colapsable) para 5 galones de agua (también obligatorio) para subir al bus expreso, el cual sería llenado en el centro de acopio del festival. Y así arranqué.

Y nació el proyecto ALUNA

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Hace unos años Juan vivía en la Sierra junto a un equipo investigador que sueña con preservar las tradiciones ancestrales de este pueblo. Juan se encarga de la investigación sobre la tradición en construcción desde el punto de vista arquitectónico. De este esfuerzo nacieron una serie de ilustraciones a lápiz, un libro y una la maqueta, a la que bautizaría con el nombre de Aluna, así llaman al espíritu de la Sierra. La maqueta es una interpretación personal de la cosmogonía arhuaca, en la que la armonía de los opuestos es la conclusión más importante para él, así que invierte en espejo la construcción y las suspende en el aire soportadas por cuatro pilares que las levantan del suelo.

Un día, durante una conversación con Juan y otros amigos, me preguntaron por las fotos de mi viaje en 2016. Yo les conté que solo volvería como artista. Así el festival parezca un rave de 7 días, realmente por lo que yo fui, y lo mas impactante, eran las obras de arte: monumentales, imposibles y efímeras.

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Juan buscó las obras del Burning Man y a los pocos días de haber esculcado hasta en la última nota, foto, artículo y blog que encontró en línea me llamó para contarme dos cosas: la primera, era que este año el tema es lo ritual; la segunda, que tenía una obra que posiblemente encajaba con el espíritu del festival y me propuso participar. Todo esto a pocos días del cierre de la primera etapa de la convocatoria.

Era diciembre y todos estábamos en plan buñuelo y natilla con la familia. Hablé con Pilar y Juan por Skype y decidimos participar como artistas en el Burning Man 2017. Enviar la carta de intención era el primer paso.

Unas horas después de hacer un inventario de activos: la maqueta o el concepto del equilibrio en los opuestos de la cosmogonía arhuaca, debíamos aplicar antes de las 8 pm del 4 de enero. La obra debía proponer algún tipo de interacción con los usuarios. Ordenamos las ideas y diseñamos un concepto filosófico que se ajustaba y sustentaba la instalación artística, pero lo que no teníamos claro era lo que debía suceder dentro de la obra. Partimos con uno de los principios del festival, la colaboración; y el otro, el de la sabiduría ancestral del pueblo Arhuaco: la armonía en los opuestos. Con base en ellos comenzamos a hacer una lluvia de ideas, de la cual nacen los columpios gemelos que funcionan por contrapeso, haciendo que sea necesario buscar a alguien similar en talla y peso para flotar y girar en pareja dentro de Aluna. Así inventamos un sistema de interacción que le daba contenido y sentido a la maqueta.

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Viaje al interior de ALUNA

En esta primera fase, dónde se envían las cartas de intención, los artistas describen lo mejor posible y en pocas líneas de qué se trata su obra, anexando algunos renders, fotos o simples bocetos a mano alzada de lo que sus ilimitados cerebros proponen levantar desde la nada, para al final hacerlos polvo sin egos ni remordimientos, bailando en llamas y celebrando la vida.

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Pili, esposa de Juan, economista y genéticamente construida para ser gerente de proyectos se une a la causa y monta la plataforma de la organización para participar con ALUNA. La espera se hizo eterna, pasaron 8 días y finalmente la respuesta llegó el ultimo día a última hora, en un mail con el nombre de un hombre que parecía festejar saliendo de las llamas. Nos agradecía por participar y nos invitaba a competir por la beca completa, lo demás se volvía difuso entre los nervios, la emoción, las múltiples instrucciones y los links que rodeaban el código de aceptación.

El mail del hombre en llamas

Todo lo que se vino después fue como una montaña rusa. La propuesta del hombre en llamas nos daba tanto miedo como entusiasmo. Serían solo 12 días para completar el formulario, hacer los primeros cálculos estructurales, cotizar y recotizar en pesos y dólares, diseñar la interactividad dentro de las entrañas de Aluna, aprender que es un MOOP (Matter Out Of Place) o que es un NTP (no trace plan) y además diseñar uno para Aluna, decidir si se quema o no se quema, buscar expertos en fuego y enviar mails desde bomberos en Canadá que responden indignados diciendo que están entrenados para apagar el fuego y no para iniciarlo.  

Los días siguientes tratamos de no pensar en lo que estaría pasando con la aplicación, disimulábamos un falso desdén por el resultado. Esa misma sensación que uno siente entre el estomago y los dientes cuando espera el resultado de cualquier examen, apretando los dientes y cruzando los dedos sin que nadie lo note rogando por un buen resultado.

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El presupuesto total sumaba unos 40 mil dólares. Sabíamos por otro equipo que contactamos para apoyarnos en su experiencia que la beca más grande podría ser de 20 mil dólares, la mitad de lo que nos costaría hacer Aluna, y a manera de chisme, nos enteramos que los últimos años, el festival no le estaba otorgando a los becarios todo el recurso solicitado, sino, en el mejor de los casos la tercera parte de su valor. En este punto y frente a esta situación, hicimos un pacto: solo aceptaríamos la beca si resultaba ser la más grande: la Beca Honoraria.

A los 15 días, otro mail aparece. Era el mismo hombre en llamas felicitándonos por ser los primeros colombianos en ganar la Beca Honoraria y Aluna la primera obra de nuestro país en la historia del festival. Y nosotros borrachos, no sólo de felicidad, recibimos la noticia soñando con firmar el compromiso de hacerla realidad.

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Los aluenígenas

Aterrizar este sueño no ha sido fácil y es en este instante cuando dimensionamos la responsabilidad de aceptar construir este proyecto. Solos no sería posible.  Pensamos en amigos cercanos, de esos hermanos del alma con los que se cuenta para cruzadas absurdas, de esos que te ayudan a diseñar una catapulta sin siquiera preguntar a donde apuntas.  Y así empezamos a construir el Colectivo Aluna, con ese espíritu respetuoso y decidido que nos mantiene a flote. Así pues, Bryan, Camilo, Rebeca, Nicolás, Icho, Anabel, David, Christina y Lauren, llegan por conexiones mas allá de la razón y del corazón para darle origen al Colectivo ALUNA.

Además, Leo Vilar, de Sonic Design se enamora de Aluna y decide viajar a no sólo a construir sino a ayudarnos con el diseño de iluminación y equipos de sonido para la interactividad de la obra.

César Lezama, amigo de Juan Manuel Quintero y empleado de Leo Vilar, indígena del Putumayo, chaman, amigo y constructor, llega al final y por coincidencias afortunadas, cerrando en círculo y llenando el cupo de entradas que nos ha dado el festival.

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También se unieron Cristopher Goovers; Mariana Shuk, artista plástica y joyera; Lola Lagos, actriz argentina; y Carolina Trujillo, la novia de Pirry y dueña de Gotok Music.        

Con el crew completo empezaron las reuniones periódicas de planeación. Otro mail del hombre en llamas apareció y nos asignaron a dos miembros del staff del festival para hacer el seguimiento de todo el proceso constructivo, con instrucciones cada vez más complejas.  

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¡YES WE DO!

¡Aceptamos este compromiso respondiendo al señor en llamas, YES WE DO! Y en ese momento, como a recién casada que se le acaba el hechizo a la media noche, a nuestra bella beca, alias La Honoraria, como a un pulpo le salieron patas y de las patas más patas.

La beca de 20 mil dólares se dividiría en tres pagos y cada uno de estos solo se haría bajo compromisos cumplidos. El primero de los compromisos es la firma de los contratos y la entrega de los planos arquitectónicos, lo que en primera instancia no suena complicado se convirtió en una cruzada más intensa que la misma odisea. El desembolso se hará si y solo si, después de traducir para leer los 4 contratos que deben enviarse firmados a sangre y fuego junto a los planos arquitectónicos, planos de cálculos estructurales y planos eléctricos que debían ser diseñados, calculados, dibujados, renderizados, impresos, sustentados y enviados para ser aprobados.

Esto solo por parte del festival, pero si por ese lado llovía por este no escampaba. Y es que en Colombia somos tan “malpensaos” que hasta ganarse una beca es visto con desconfianza. En las entidades financieras no está diseñada una figura clara para recibir fondos sin una comisión gigante de impuestos. Consultamos, no solo a todos los bancos nacionales y extranjeros, sino a contadores tributarios y abogados expertos, leímos las espeluznantes aventuras de artistas que hicieron sus campañas en plataformas de crowdfunding logrando las metas de recolección de fondos, pero los bancos en nuestro país no entregaron el dinero por desconocimiento del funcionamiento de las plataformas de crowdfunding y al poder demostrar la que cada donación anónima no era lavado de activos, devolvieron todo el monto a las plataformas.

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Finalmente, decidimos abrir una cuenta en Estados Unidos a nombre de Anabel y Christina, integrantes del equipo residentes en USA y ceder el contrato de la beca a nombre suyo para recibir el primer desembolso

La odisea

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La recolección de fondos se hizo inminente y para ello se enfocaron todos los esfuerzos del equipo. Hicimos reuniones estratégicas donde se listaron contactos personales, públicos y privados. Planeamos presentaciones y reuniones y de todo esto nacieron tres mecanismos de recolección de fondos para ALUNA: el primero, la creación de una campaña en una plataforma de crowdfunding; el segundo, fiestas; el tercero, que parecía la mejor y más efectiva opción, tocar la puerta de grandes empresas que patrocinaran a cambio del 34% en reducción de impuestos y  ver su marca al lado de las hermosas curvas de Pirry y las pezoneras de Norma. Nada de esto dio resultado. Por lo menos en Colombia, la web recogió 5.600.000. Las fiestas recaudaron 3.400.000 y 700 likes. Un botín con el que no llegamos ni a Subachoque, por lo que intensificamos la búsqueda. Una parte de la odisea terminó con la mano que nos dio el Ministerio de Cultura, y también estamos cruzando los dedos para que nos ganemos dos becas de Idartes. 

(Este texto continuará después del viaje)

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