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El Papa de la gente y la gente del Papa: la cultura pop alrededor de Francisco

El folclor religioso inundó las calles a la espera del Embajador de Dios en la Tierra.

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Francisco llegó a Colombia y se quedará por más de cuatro días. En Bogotá se taparon más de seis mil huecos en tiempo récord por las calles donde estaba previsto que transite. Bien que los tapen, pero representa el típico complejo del «qué dirán».

Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste // Fotos: Alejandro Gómez @lupas91

         Por la ventana de un cuarto piso un perrito blanco, tal vez un Samoyedo, se asoma a la calle. Tiene una pañoleta morada amarrada al cuello y tremenda cara de sorprendido. Sobre él hay una banderita colgada de una reja. A lo lejos, entrega la ilusión óptica de que la está sosteniendo. Mientras apoya las patas delanteras en el marco de la ventana, estira la trompa, mira a lado y lado y observa cómo miles de personas van ocupando cada centímetro libre de las aceras que hay al frente. Justo por ahí, en unas horas, por una calle del Centro de Bogotá, pasará el Papa. Y todo el mundo querrá verlo aunque sea por un segundo.

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Francisco llegó a Colombia y se quedará por más de cuatro días. En Bogotá se taparon más de seis mil huecos en tiempo récord por las calles donde estaba previsto que transite. Bien que los tapen, pero representa el típico complejo del «qué dirán». Casi dos millones de personas saldrán ese jueves a su encuentro para escuchar su misa, recibir su bendición o exponerse a que le raponeen el celular mientras le toman una foto borrosa. Luego, el rockstar más grande del mundo irá a Villavicencio, Medellín y Cartagena, donde se esperan chichoneras parecidas. Para Colombia no debe existir otro mortal con el poder de convocatoria del jesuita argentino, ascendido a Papa en 2013. Y en medio de la aglomeración de feligreses que ocupan las calles, la devoción, el fanatismo, el folclor y la cultura popular tiñen la escena de un color propio. Sin embargo, a juzgar por las caras de muchos, esperar al Papa ya se está pareciendo a la que se ha tenido por el carpintero que convirtió el agua en vino hace 2000 años.

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El indicador económico del rebusque posiciona a la botellita de agua marca «Papa Francisco» a 3000 pesos. Mil más costosa que las demás porque, obvio, tiene su cara en la envoltura, y eso le debe dar un poder divino, o sanador de dolencias físicas y del alma, o algo así. Eso sí, dependiendo del estudio crediticio exprés que le hace el vendedor al comprador, la botellita puede valer $2500, pero también $4000. Para ser un acontecimiento tan multitudinario, sorprende la ausencia de emprendedores vendiendo «guaro, guaro». Tal vez el target de los asistentes no pega con la oportunidad de negocio que ofrece el expendio de trago dañado.

 

 

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Un viejo con bigote y acento paisa, no tanto de Medellín, sino más bien del eje cafetero, pasa entre la gente sosteniendo una biblia grandota y advirtiendo a todo volumen que «ya se aproxima la venida del Señor». Y un grupito de amigos como en sus veintes, que no pudieron gambetear el doble sentido de la proclama, se totean de la risa. Molesto, el viejo va hacia ellos, les dice con tonito regañón que «el fin se acerca» y que ellos no lo saben porque «no leen la palabra divina». También les comenta, por si las dudas, que el proyecto de familia que acepta papito Dios sólo lo puede conformar un hombre con una mujer. Hombre con hombre, jamás.

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Un hippie, vestido de Jesucristo, vende rosarios y pinta una cruz con mensajes tipo «Todo es posible». Una niña y un niño juegan parqués sobre el andén. Bien por ellos. Es buena forma para hacer del tedio algo más llevadero. Una pareja de noviecitos sigue por televisión la agenda papal. Parece que hubieran atracado una tienda de souvenirs en El Vaticano porque ambos llevan saco, gorrito y morral temático con mensajes en italiano. Cuando caen en cuenta de que Francisco está a unos pocos kilómetros de distancia, frente al Palacio de Nariño, se emocionan al punto de que se meten tremenda besuqueada. Más adelante, a los que toman fotos con un dummie en tamaño real del Papa se les ve apurados porque no les está yendo tan bien como a un combo de cosquilleros que van en pleno trote luego de robar, mientras que por ahí se pueden ver a otros que apenas están enfocando objetivos.

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Figuritas, porcelanas, esculturas, platos, camisetas, banderines, calendarios, llaveros, gorras, cuadros, velas, esculturas, pinturas, ruanas, rosarios, mascaritas de cartón, libros de oraciones y demás chucherías. La puesta en escena no se aleja de la expectativa. Estaba en los planes. Sigue sorprendiendo el poder de la iconografía religiosa como forma de persuadir a los 1200 millones de adeptos que el catolicismo tiene en el mundo. Tanto producto religioso y con la cara del Papa termina siendo la mejor publicidad para que la gente se enganche en la idea de la redención, la vida eterna y frases hechas tipo «Dios proveerá» cuando no hay para pagar los servicios. Y cómo cuestionar el dogma en medio de tanta atrocidad que se vive a diario en una realidad como la que nos tocó.

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Pero al prejuicio del cronista de pronto lo interrumpe la presencia de otro tipo de gente, más allá de los espontáneos que aprovechan el día cívico para ir a chismosear; o los creyentes emocionados, que sólo con ver al Papa tendrán ánimo de sobra para remar desde sus cubículos contra la tristeza. Mirando con detenimiento, se distingue gente izquierdosa, progresista, algún hipster, europeos de La Candelaria, ambientalistas, defensores del estado laico y muchos otros difundiendo sus problemáticas regionales. Aunque no lo sea por definición, no hay político más influyente en el mundo que el Papa. No es coincidencia que su visita al país se produzca justo cuando las Farc se vuelven partido político y en pleno cese al fuego bilateral del Eln. Y aunque a José Galat y Fernando Vallejo les caiga mal, la visita a Colombia de Francisco ayuda a legitimar los procesos de paz en el país y alegra el corazón de la gran mayoría de colombianos, muchos tan carentes de motivos concretos para ser felices.

 

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Una joven de unos 26, de gafas y pelo liso hasta los hombros, recuerda que su abuelita vio pasar al Papa la tarde anterior por la Avenida El Dorado y que casi termina en urgencias porque la emoción que le dio la iba infartando. La presencia de Francisco emociona y mucho en este país creyente, popular, folclórico y recochero. Al otro día, luego de irse de Bogotá, se dirá que los crímenes en la ciudad bajaron a niveles sorprendentes. Pero vaya uno a saber. Puede ser cierto, aunque no deberíamos creerle ciegamente a las informaciones oficiales.

«Católicas por el derecho a decidir» y «Campaña por Estados Laicos», dice el emblema que llevan unas mujeres con chaquetas fucsia paradas en una esquina. De entrada, «católicas» y «Estado Laico», son dos ideas que hacen ruido. Una de ellas, Laura, precisa que hace parte de una organización que se llama «Católicas por el derecho a decidir Colombia». Que profesan el catolicismo, pero que son autocríticas de «la deuda histórica de siglos por parte de la Iglesia con las mujeres». «Debe haber unos mensajes distintos para apoyar el avance en los derechos de las mujeres, sobre todo sexuales y reproductivos», añade ella. Sobre el Estado Laico, pese a ser católicas, abogan por que «no haya una preferencia entre religiones» y creen que, aunque sea una batalla perdida, sería precisa «una separación de poderes más correcta entre la Iglesia y el Estado».

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Como ellas, a muchas personas más la llegada de Jorge Mario Bergoglio a Pontífice los pone a pensar en que la Iglesia pueda ser una mejor institución. Por eso es «el Papa de la gente». Benedicto XVI no sacaría tantas personas a la calle. Sus ideas, las de Francisco, están en sintonía con el cambio de los tiempos y sus visiones sensatas frente al aborto y el divorcio han ayudado a renovar la fe de más de 1200 millones de católicos en todo el Planeta. El Papa, suramericano, bromista y futbolero, ha remplazado muy bien al siniestro Ratzinger, y también ha ayudado a mejorar la imagen de corrupción y pederastia que empuerca al Vaticano.

Fidel, un guajiro, sostiene una pancarta con un mensaje en latín, comprensible apenas para el que sepa latín. Es imposible que el Papa llegue a verlo, pero busca llamar la atención sobre una atrocidad tan inviable como que todavía muera gente de hambre en su región. Más tarde el mismo Fidel aparecerá de nuevo, pero envuelto en una bandera del Atlético Junior. Tan folclórico, como incomprensible.

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Del tedio a la emoción, el Papa aborda su «Batimóvil», como le dijo una periodista panameña al papamóvil durante un directo para televisión. El vehículo, como se sabe, tiene atrás una urna cuadrada de vidrio fortificado sobre ruedas que hace ver al Papa cercano, pero a la vez lejano, intocable. Sí, él es de carne y hueso igual que todo el mundo, pero su cargo de intermediario de Dios en el planeta le da un aire de divinidad. Su caravana toma por la ruta trazada. Avanza por la carrera séptima, dobla por la Avenida Jiménez y en pocos minutos ya va en sentido norte a la altura del Parque de los periodistas. Las multitudes, a duras penas, lo ven por un instante que tratarán de atesorar por siempre. Una vez su caravana abandona el centro, mientras comienza a llover, aparece el primer palo en la rueda que comenzará a poner a prueba la fe de la gente: escapar del Centro de Bogotá, que está sin acceso para vehículos en muchos kilómetros a la redonda. Más tarde, un millón de personas se arrimarían al Parque Simón Bolívar para acompañar su misa.

 

 

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La cultura popular en Colombia en torno al rockstar más grande del mundo y la institución que representa está más fuerte que nunca y el éxito de la visita papal así lo corrobora. Al otro día, Francisco viajará a Villavicencio, con decenas cámaras HD encima que documentan, casi a un nivel de acoso, cada segundo suyo en el país del Sagrado Corazón. Las imágenes, invasivas, lo muestran el cien por ciento del tiempo como un tipo amable, sereno, sonriente. Ni el mejor actor del mundo podría saludar a miles de personas con una sonrisa, a menos de que esté siendo sincero, y de veras que el ex Obispo y Cardenal de 80 años hincha de San Lorenzo parece serlo. El día siguiente, en Villavicencio, a Francis the first lo estará esperando una nueva multitud y los operativos no serán tan ordenados como en Bogotá. Llegará el punto en que el esquema de seguridad del Pontífice se alarme y, próximo a dar una nueva misa en homenaje a las víctimas de la violencia colombiana, no faltará el desubicado que le meta a las malas un sombrero vueltiao’ en la cabeza. Eso somos en el séptimo país más católico del mundo. Creyentes, populares, folclóricos y recocheros. Sobre todo recocheros.

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