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¿El turismo instagramero estaba destruyendo el planeta?

El planeta se está tomando un respiro de los turistas, y de las fotos de viajeros en Instagram.

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Foto Getty Images

Bastó que se desatara una pandemia global y que los estados cerraran sus fronteras para darnos cuenta del daño que hace el turismo masivo al planeta. Las repetidas fotos de influencers conociendo las maravillas del mundo cesaron. Desde el confinamiento, ese bombardeo publicitario instagrammer que nos ofrecía ir a “cumplir sueños” o “vivir experiencias” en lugares exóticos parece lejano. Los paisajes turísticos más preciados como destino turístico/fondo fotográfico, parecen recuperarse, pero sin gente en la foto.  

Por Juan Camilo Ospina Deaza y Valeria Sánchez Prieto

El turismo en masa está destruyendo en planeta (o lo estaba, si asumimos que el cierre de las fronteras se extiende durante más tiempo). Lo que no nos contaban los anuncios humanos de Instagram que nos empujaban a viajar ya compartir la experiencia era que al lugar al que llegáramos tendría muchísimos más turistas como nosotros. A pesar que el viaje suele ser visto como una oportunidad de exploración personal, lo cierto es que consumimos experiencias prefabricadas con consecuencias en el medio ambiente que, a la luz de la pulcritud que se ha visto en las pocas imágenes que se comparten de los sitios turísticos durante el confinamiento, parecen más excesivos y dañinos. Incluso la experiencia del “mochilero” amigable con la naturaleza hace parte de esa industria ampliamente estereotipada (finalmente, ¿no todos suben sus mismas fotos a Instagram o tuvieron la misma experiencia reveladora de hablar con un local?).

Viajar es una actividad valiosa, pero, sin duda, también es una práctica con consecuencias negativas para el planeta. Durante el confinamiento le estamos evitando al mundo nuestros nocivos recorridos por calles de las grandes ciudades del mundo. Sin embargo, ya se escuchan las voces de personas que están esperando a que todo pase para armar viajes compulsiva e irreflexivamente. Habremos fallado como especie si, durante este tiempo, no nos replanteamos la idea del turismo. 

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Aquellos que han tenido la fortuna de viajar a un lugar turístico probablemente han experimentado la expectativa de contemplar un monumento, una pieza de arte o un lugar que solo han visto en libros para luego sentir decepción por las grandes aglomeraciones de personas, largas filas y la imposibilidad de ver de cerca aquello que fueron a visitar. En las imágenes publicitarias de las agencias turísticas, por ejemplo, siempre aparecen estos lugares vacíos. Una vez allá descubrimos que la “experiencia reveladora” es una tumultuosa travesía.

Y si esto es un problema para los turistas, imagínense qué sienten las personas que viven en dichas ciudades. No es extraño ver a locales protestando por las malas condiciones en las que los turistas dejan sus ciudades. A pesar de que el turismo puede ser beneficioso en tanto que crea empleos y mejora la economía, también convierte a las ciudades en parques de diversiones. Cada esquina, lugar o monumento es transformado en algo atractivo y digno de ser visto. En últimas, de ser consumido.

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Para programas locales como “Colombia es pasión”, “Vive Colombia, viaja por ella”, o incluso para la famosa “economía naranja”, el valor de las culturas, la naturaleza, los carnavales, los grupos indígenas, las artesanías y los lugares se mide por su capacidad de llamar la atención del turista. Esa capacidad se ha visto inflada y transmitida por la lógica del Instagram.

Ante la imposibilidad de viajar, la imagen del turista como devorador del mundo con ansias de autodescubrimiento deja de referirse al conocimiento de la cosmovisión de un otro lejano y pasa a convertirse en una experiencia en la cual el turista descubre que es su participación en el mundo la que está afectando el ecosistema.

Por otro lado, hay que reconocer que la experiencia del viaje implica simplificar la complejidad de un país a unos cuantos atractivos turísticos. ¿Alguna vez se han preguntado cómo son posibles los toures por Europa en 15 días? Estos suceden porque se reduce todo un país a solo unos cuantos espacios o experiencias a los que basta asistir una vez. De esta forma, recorrer un país como Italia significa asistir entre 5 a 30 minutos a un lugar como el coliseo para tomar una foto y salir corriendo al siguiente destino. Publicar y repetir el proceso.

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Al fin de cuentas, ¿cómo es que un viaje opera para descubrirse a sí mismo? El comediante australiano con ascendencia India Neel Kolhatkar comentaba que le sorprendía cómo los turistas del primer mundo viajaban a la India para tener experiencias espirituales de autodescubrimiento y se preguntaba cómo era posible que turistas indios que van a Estados Unidos no tuvieran una experiencia similar cuando visitaban McDonald’s. Si se trata de conocerse a uno mismo, en este momento muchos desde sus casas tendrán la oportunidad de conocer más sí mismos en relación con las maromas que tienen que hacer para ocupar su tiempo estando 24/7 en el mismo lugar. 

Es interesante notar, además, cómo a pesar de que el campo de lo fotografiable es virtualmente infinito, la practica real de la fotografía turística es profundamente homogénea. Basta hacer una revisión rápida de Instagram o visitar un lugar famoso para ver como todos hacen las mismas poses con los mismos ángulos. Viéndolos desde lejos parecen haciendo figuras de Power Rangers. El sociólogo Pierre Bourdieu, en su texto “Un arte medio” afirma que “la fotografía popular pretende consagrar el encuentro único (aunque este pueda ser vivido por miles de personas en circunstancias idénticas) entre un individuo y un lugar famoso, entre un momento excepcional de la existencia y un sitio importante”. Lo importante de la fotografía turística no es el espacio fotografiado, sino la afirmación de “Yo estuve ahí”. Esas fotografías, todas idénticas, tienen la finalidad de servir de prueba de que se asistió a dicho lugar.  Para la lógica de Instagram, turistear es indispensable.  

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El turismo puede cambiar significativamente las condiciones ecológicas del ambiente en el que se desarrolla. Desde consumo excesivo de recursos naturales, pasando por volver comunidades enteras dependientes a los ingresos del turismo, hasta la producción de grandes cantidades de desperdicios y basura. ¿Cómo olvidar las playas llenas de botellas de cerveza, colillas de cigarrillos y plástico? Un ejemplo de las consecuencias ambientales del turismo es el “Flying shame”, un movimiento que alienta a las personas a dejar de tomar vuelos para reducir sus huellas de carbono. "Nuestro clima no puede tolerar los vuelos frecuentes generalizados", dijo Dan Rutherford. "En algún nivel, necesitamos determinar, colectivamente, qué vuelos son necesarios y cuáles son lujos". De acuerdo el New York Times, en el caso de Estados Unidos, las emisiones de los viajes aéreos están creciendo más rápido de lo previsto en proyecciones anteriores. La aviación civil mundial representó 918 millones de toneladas de dióxido de carbono en 2018, aproximadamente las emisiones anuales totales de Alemania y los Países Bajos combinadas. Pero, para los que crean que la solución puede ser viajar por mar, hay que recordar  que los cruceros utilizan combustible igual de nocivo.

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